Si hay algo que no se le puede reprochar a Sebastián Schindel es su valentía fílmica. Tras dar sus primeros pasos en la dirección con los documentales Que sea rock, Mundo Alas (compartida con León Gieco y Fernando Molnar) y El rascacielos latino, pegó el salto a la ficción con El patrón, acaso su película más impactante y celebrada. Después vino El hijo, un errático thriller psicológico, y recientemente estrenó Crímenes de familia, su cinta más ambiciosa y que aquí nos convoca. En cada una de sus propuestas queda claro que a Schindel no le interesa la comodidad narrativa, la formalidad temática y, por qué no, estética, sino que va en busca de historias que permitan interrogarnos sobre las desigualdades sociales. Las históricas y las actuales (que suelen ser las mismas).
En el comienzo de Crímenes de familia presenciamos un juicio a un joven de familia adinera llamado Daniel (Benjamín Amadeo), quien está acusado de abusar e intentar asesinar a su ex pareja (Sofía Gala). El proceso es seguido atentamente por sus padres, Ignacio (Miguel Ángel Solá) y Alicia (Cecilia Roth), quienes escuchan las declaraciones de los implicados y muestran su preocupación por el rumbo de la causa. Cuando el joven es sentenciado, se produce la primera fractura dentro del seno familiar, porque mientras su papá empieza a renegar del conflictivo Daniel y opta por el camino de la indiferencia, Alicia abandona la comodidad de su sillón de Recoleta y sale a su auxilio.
Pero en Crímenes de familia habita una historia paralela, la de Gladys (notable trabajo de la misionera Yanina Ávila), la empleada doméstica del matrimonio, una joven de pocas palabras y madre de un niño de tres años, Santiago. La muchacha realiza sus tareas cotidianas mientras intenta criar a su hijo, ya que sus empleadores le permitieron que viva con ellos en el lujoso departamento. Una madrugada, Gladys protagoniza un suceso que produce un cimbronazo en la vida la vida de todos, principalmente en la de ella. A partir de ese momento, la película se centrará en las causas y consecuencias de dicho acontecimiento, y será Alicia quien irá desenredando (a veces fortuitamente, a veces por convicción) el nudo de una trama compleja.
Crímenes de familia es un thriller judicial que avanza a ritmo sostenido hasta la resolución de su conflicto. Si bien no apela a escenas de relleno, sí hay algunas decisiones que evidencian cierta torpeza narrativa, como por ejemplo, la manera en que muestra el alejamiento de las amigas aristocráticas de Alicia tras el trágico episodio protagonizado por Gladys. Aquí, el film cae en un lugar común que atenta contra el relato, poniendo en jaque la frescura que venía ostentando hasta ese momento.
Es cierto que el derrotero de Alicia en busca de la verdad motoriza la película y mantiene siempre en vilo al espectador, un hecho que constituye uno de sus grandes aciertos y que, por lo tanto, no podemos desdeñar. Sin embargo, es en ese cambio de rumbo que asume la protagonista donde el film se resquebraja, porque a partir de acá somos testigos de una sucesión de escenas que parecen responder, sobre todo, a los (bienvenidos) vientos de cambio en lo que atañe a la ampliación de derechos de las mujeres, más que a la coherencia del relato. En pocas palabras, Crímenes de familia nos muestra a una Alicia que renuncia raudamente a su ceguera y se vuelve una mujer más justa y solidaria. Tal vez, ahondando aún más en esa ruptura con el sistema patriarcal, el film alcanzaría una mayor credibilidad. A veces, los grandes cambios llevan su tiempo.
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