Amucharse
Este domingo nos deparó una buena y una mala noticia: la buena es que terminó la incertidumbre, la mala es que terminó la incertidumbre y ganó Javier Milei.
¿Cómo llegamos a colocar en la Casa Rosada a un personaje sin ninguna experiencia de gobierno, que hasta no hace mucho considerábamos un comediante de stand up, un panelista cuyos desbordes emocionales generaban rating? Como todo en política, el fenómeno tiene muchas causas: dos gobiernos fallidos de signo político opuesto, ocho años de impotencia política y caída de poder adquisitivo de las mayorías, el apoyo entusiasta de los medios que recibió Milei y la persecución político-judicial, el intento de asesinato y la proscripción de CFK, la candidata con más apoyo de este lado de la grieta. Es bueno recordar que, sin el encarcelamiento de Lula, Jair Bolsonaro jamás hubiera llegado a la presidencia de Brasil.
La victoria de Milei fue inapelable. Ganó por más de diez puntos de diferencia y en casi todas las provincias, gran parte de las cuales serían económicamente inviables sin los recursos de la coparticipación que Milei quiere eliminar. No es la única paradoja de estas elecciones. Muchas de las propuestas del agitado de la motosierra (como la eliminación de los subsidios al transporte y a la energía) solo agravarían las penurias de gran parte de los electores que sin embargo lo votaron, pensando tal vez que no llevará a cabo sus propuestas o que el Congreso se lo impedirá. Es un pensamiento candoroso ya que, en nuestro país, el presidente dispone de un enorme poder, pese a que Alberto Fernández no lo haya descubierto aún.
El diagnóstico de la Libertad Avanza, compartido por los candidatos de Juntos por el Cambio hoy transformados en asesores del presidente electo, es que la Argentina necesita un tratamiento de shock, una cirugía mayor sin anestesia, para retomar una expresión de los ’90. En el discurso que dio desde el búnker de La Libertad Avanza, el presidente electo aseguró que propondrá “medidas drásticas” ya que “no es tiempo de gradualismos”. Nuestra historia reciente demuestra que esos procesos de alta crueldad social requieren de una crisis que los justifique, como la hiperinflación de fines de los ’80, que impulsó el disciplinamiento ciudadano que permitió tanto el desguace del Estado como el modelo de la Convertibilidad.
En 2015, CFK no tuvo la cortesía de entregarle a Mauricio Macri un país en llamas, lo que puso serias trabas al proyecto de Cambiemos. Macri solía repetir que el país estaba quebrado pero que la gente no lo percibía. Se trataba al parecer de una extraña crisis asintomática. Es por eso que, de acá a la asunción del nuevo presidente, la apuesta será al caos. El primer paso ya explícito será exigirle al gobierno saliente una gran devaluación que permita aquel disciplinamiento social y facilite la tan deseada, aunque improbable, dolarización.
El gran ganador de la noche, más aún que Milei, fue Macri y tiene una cuenta pendiente: un modelo de negocios que no logró imponer del todo en su gobierno. Con gran habilidad logró, por un lado, armar una nueva alianza con la extrema derecha y, por el otro, librarse de los fastidiosos radicales que nunca respetó, pero quedándose con su electorado. En efecto, la enorme mayoría de los electores de Patricia Bullrich, la ex Ministra Pum Pum, votaron por Milei, rechazando la opción del voto en blanco preconizado por la UCR.
La contundente derrota del gobierno pese a la gran campaña llevada adelante tanto por Sergio Massa como por Axel Kicillof y por una militancia entusiasta que logró llevarnos a la segunda vuelta, nos recuerda que no alcanza con la épica si no hay mejoras materiales tangibles. Es un principio elemental que el gobierno de Alberto Fernández olvidó, pese a los reclamos de su socia mayor. La gestión del ministro Martín Guzmán fue, en ese sentido, desastrosa. Impulsó la renegociación del acuerdo firmado entre el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el entonces presidente Macri como si se tratara de una cuestión técnica y no política. Privilegió el equilibrio fiscal por sobre las penurias de las mayorías en un experimento incomprensible y logró una proeza que ningún gobierno peronista debería aceptar: el trabajador registrado que no logra salir de la pobreza.
¿Eso significa que todo está perdido? No, en absoluto. Ya hemos vivido momentos pendulares de pérdida de derechos, aunque los más jóvenes tengan la suerte de no haberlos vivido o al menos no recordarlos. En 2016, cuando el kirchnerismo parecía haber llegado a su fin, cuando algunos entusiastas de Cambiemos- e incluso muchos peronistas- vislumbraban la reelección de Macri y luego otros dos períodos de Mariú Vidal, la entonces Gobernadora Coraje, e incluso dos más de Antonia Macri, CFK propuso otro destino posible. Desde las escalinatas de Comodoro Py, donde había sido citada a declarar por el juez Claudio Bonadío, CFK transformó lo que debía ser el final de su carrera política en un mitin político (https://www.cfkargentina.com/discurso-de-cristina-en-comodoro-py-quiero-que-la-gente-vuelva-a-ser-feliz-en-la-argentina/) desde el que prefiguró lo que sería Unidad Ciudadana en 2017 y luego el Frente de Todos en 2019.
El domingo, casi la mitad de la ciudadanía apostó por otro destino posible, lejos de la motosierra. Apostó a un Estado presente, a la salud y educación públicas, al respeto de los DDHH y a la defensa de lo colectivo por sobre la tentación individual. Ese es el espacio con el que debemos dialogar y articular para preparar la vuelta. Porque siempre hay vuelta, básicamente porque el modelo de enfrente se reduce a un plan de negocios que excluye a las mayorías, pese a haber sido votado por ellas.
Y el primer paso para volver consiste en, pasado el estupor inicial, dejar de lado la toxina del fatalismo. Somos un montón, es el momento de contarnos, dialogar, avanzar y empezar a reconstruir.
Es el momento de amucharnos.
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