El cuento de la criada
“Bendito sea el fruto. El Señor permita que madure”.
Hace mucho que no veo algo tan profundamente perturbador. La serie El cuento de la criada me está dando pesadillas nocturnas todos los días hace una semana, cuando empecé a verla. Cada cual con su morbo. El mío se alimenta del arte que conmueve el cuerpo y lo sacude. Ayer, después de una jornada laboral intensa y agotadora, a las 2 de la mañana terminé de ver uno de los diez capítulos que componen la primera temporada, agarrada a la cama, con los ojos desorbitados y una sensación generalizada de nauseas en el estómago. El arte, cuando cautiva y se cuela en el inconsciente de forma tan recurrente, es porque logró interpelar. Menuda tarea para un artista.
Es que El cuento de la criada nos interpela con momentos muy oscuros y escenas surrealistas (?) de la vida cotidiana de muchas mujeres, en muchos lugares del mundo. Trata de personas, prostíbulos clandestinos al servicio de hombres ricos y poderosos, torturas, desapariciones, poder. Siempre el poder como principio rector de las relaciones humanas.
Gilead es un pueblo montado sobre lo que hasta hace un tiempo era la ciudad de Boston, en Estados Unidos. A partir de una situación poco clara en la que una buena parte de la población queda estéril, un grupo de teócratas fundamentalistas toma el poder y progresivamente comienza a cercenar derechos. En una de las escenas, la protagonista June, quien todavía conserva su identidad, entra a un bar y ordena un café. Al momento de pagar, el cajero le informa que su tarjeta no tiene fondos. En la escena siguiente, la vemos en la oficina donde trabaja, en la que un grupo de hombres con ametralladoras custodian la salida. Su jefe, atormentado, pide disculpas y pone en aviso que a partir de ese momento, todas las mujeres quedan despedidas. Las vemos armando cajas, asustadas, guardando sus pertenencias. La violencia económica, de acuerdo a Convenciones y Tratados internacionales, es una de las tantas formas en que puede manifestarse la violencia contra las mujeres. Este tipo de control es uno de los primeros pasos para lograr dominar y suprimir la autonomía y la independencia de una persona.
La serie aborda tópicos como el poder, la esclavitud, la dominación y el sometimiento. También la resistencia.
Desde el principio de la serie sabemos que June intenta escapar de este nuevo régimen que comienza a instalarse, junto a su marido Luke y la pequeña hija de ambos. También sabemos que no lo logra. Termina siendo capturada y trasladada a un centro de adoctrinamiento que la convertirá en Criada. Allí, mujeres aún fértiles en edad de reproducción, son adiestradas por las Tías, mujeres mayores, que con uniforme de fajina similar al de los miembros de las SS nazis, no titubean en descargar electricidad sobre las Criadas que no se adaptan al sistema. Un lugar ideado para arrasar con su voluntad, su identidad, y lograr la sumisión. ¿Reminiscencias a los Centros de Detención que funcionaron en Argentina durante la última dictadura? Algunas.
Las Criadas deben ser silenciosas, practicar el ascetismo, y volverse invisibles. “Defred, quiero verte lo menos posible”, le dice la esposa del Comandante Fred a quien supo ser June, cuando la designan a esa casa. Defred (de Fred) lleva un vestido color rojo Rothko, el pelo recogido bajo una toca blanca que le cubre el rostro y no le deja tener visión periférica. Se le permite salir de la casa para hacer los mandados que le ordenan las Marthas, y siempre acompañada de otra Criada, de quien ante todo, debe desconfiar.
Más reminiscencias: sembrar la desconfianza, cortar cualquier tipo de lazo solidario. Así gobierna el miedo. Porque todos pueden ser Ojos, agentes infiltrados que denunciarán cualquier desvío, con la consecuencia inmediata de sufrir distintas clases de sentencias: el destierro a “las colonias” para juntar desechos tóxicos de por vida, el ahorcamiento y la exhibición del cuerpo en un gran muro de Gilead, o la mutilación, entre otras. Esa es la suerte que corren por ejemplo las lesbianas, a quienes el régimen denomina “traidoras de su género”. Antes que nada, las mujeres son úteros reproductores. El control de la fertilidad y del cuerpo femenino, la maternidad como destino natural e irrenunciable de la mujer, desde el fondo de la historia hasta nuestros días, son contados acá de una forma absolutamente perturbadora.
Una vez al mes se celebra “la ceremonia”, en el día exacto de ovulación de la Criada. ¿El objetivo? Fecundarla para que se reproduzca. Ya en el primer capítulo podemos ver el momento en que Defred está siendo violada por su amo y señor, mientras su esposa la sostiene de los brazos. El Comandante eyacula mientras la Criada yace inerme en la cama con la mirada neutra. Defred se queda acostada y la esposa la echa. “Señora, hay más probabilidades si me quedo acá”. “Dije que te fueras ahora mismo”.
Otra de las cosas que suceden en Gilead son las celebraciones conjuntas entre Criadas y Esposas, cuando se está por producir un nuevo nacimiento. Ajústense los cinturones para ver uno de los momentos más duros de la serie. Janine, una Criada que June conoció en el Centro de adoctrinamiento, entra en trabajo de parto. Las criadas la ayudan a respirar, la alientan a que puje, todo en un tono lírico, con un halo de ritual sagrado. En otra habitación, las Esposas se reúnen alrededor de la Señora de la casa a la que está asignada Janine. La Señora viste un camisón blanco, al igual que Janine, y puja y respira al igual que Janine. Pero a diferencia de Janine, no está embarazada, sino que simula estarlo. Cuando las contracciones se hacen más fuertes, y el alumbramiento es inminente, Criadas y Esposas se encuentran. Janine puja, y arriba de ella se coloca su Señora. La niña nace y es entregada a su apropiadora, quien se acuesta en una cama con la beba en brazos, mientras la madre las ve de lejos. Una de las Tías, la mira compasiva, le acaricia la cara y le susurra: “lo hiciste muy bien”.
Pasado un mes de la Ceremonia, Defred le informa a la esposa del Comandante que le ha bajado la regla. La Señora descarga entonces su frustración y su ira, y la castiga encerrándola en su habitación durante varios días. En su desesperación, Defred recorre cada arista del cuarto, lo revisa y encuentra una inscripción en latín escondida: Nolite te bastardes carborundorum. (No dejes que los bastardos te hagan polvo). El empoderamiento posterior de June (porque así elegimos deliberadamente llamarla) le abre nuevos caminos. Aparecen redes clandestinas de ayuda y organización, resquicios de libertad, en los que ese bloque de hierro del miedo y la sumisión se empieza a resquebrajar.
Si algo queda claro en esta serie es que nunca, en ningún contexto, la voluntad puede finalmente ser arrasada por completo. Siempre hay una resistencia por presentar.
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