El 24 de octubre de 2018, un entusiasta Eduardo Fidanza publicó en La Nación una columna de opinión cuyo título reflejaba el optimismo desbordante del entonces oficialismo: “Macri, un líder de otra galaxia que constituye una completa novedad”. Cambiemos (la etiqueta de entonces de Juntos por el Cambio), había ganado las elecciones de medio término y para el director de la consultora Poliarquía, “con la resonante victoria de anteayer, Mauricio Macri se encamina a consagrarse como un líder nacional fuerte de la democracia argentina, poniéndose probablemente en la nómina selecta que inició Yrigoyen, y continuaron Perón, Alfonsín, Menem y los Kirchner en el último siglo”.
La derrota de CFK en la provincia de Buenos Aires frente a un peso pluma como el ex ministro de Educación y candidato oficialista Esteban Bullrich agregaba un condimento adicional a ese entusiasmo y para muchos analistas serios anunciaba un nuevo fin del kirchnerismo. En realidad, el resultado fue una victoria política para CFK ya que le permitió liderar el espacio peronista desde Unidad Ciudadana frente al propio PJ, que llevó a Florencio Randazzo como candidato, y a la coalición liderada por Sergio Massa.
La “derrota” de Unidad Ciudadana del 2017 prefiguraba la victoria del Frente de Todos en 2019.
En lugar de analizar los resultados como la respuesta a una coyuntura favorable (2017 fue el mejor año de su mandato), el “líder de otra galaxia” tomó los resultados de las elecciones como un cheque en blanco: al fin las mayorías argentinas habían entendido la virtud de los presentes calamitosos como paso necesario hacia futuros tan virtuosos como lejanos. Se había producido “el cambio cultural” tan esperado por nuestra derecha y “la gente” rechazada masivamente “el populismo”. No fue el único diagnóstico errado. Macri proponía desregular la economía y “volver al mundo” en medio del auge del proteccionismo económico global y la guerra comercial entre las potencias, a la vez que tomó deuda en un contexto de altas tasas de interés en los grandes mercados.
Impulsado por un efímero optimismo electoral, Cambiemos lanzó dos iniciativas contundentes que reflejaban las eternas demandas de la derecha argentina: la reforma previsional y la reforma laboral. Consiguió imponer la primera, que constituyó una victoria pírrica de la que no volvería a levantarse. La reforma laboral, en cambio, no consiguió el aval de los sindicatos, pese a la amable relación que la CGT mantuvo con Macri (“La CGT no sé sabía si estaba con Macri o con el peronismo”, afirmó CFK en una entrevista con Pablo Duggan.
Unos meses después, frente a la negativa de los mercados a seguir financiando la deuda creciente, Macri tuvo que pedir la escupidera al Fondo Monetario Internacional (FMI). El acuerdo resultante sería a la vez el mayor aporte de campaña de la historia pero también, y sobre todo, “el cepo más grande que tiene la economía argentina”, como lo acaba de definir el ministro de Economía y precandidato presidencial Sergio Massa.
En unos pocos meses, los medios y una parte de la opinión pública pasaron de dar por sentado que Macri reelegiría y luego vendrían dos períodos presidenciales de la entonces Gobernadora Coraje y, quien sabe, dos más de Antonia Macri, a ver como el oficialismo se aferraba a los dólares del Fondo para atrasar lo más posible una debacle anunciada. El diagnóstico fue errado: “la gente” no había aceptado un ajuste ni tampoco “rechazaba al populismo”, solo había votado por vivir un poco mejor.
Seis años más tarde, es de buen tono sostener que la sociedad en su conjunto “se ha derechizado”. La aparición de Javier Milei daría cuenta de esa tendencia, diagnóstico que persiste pese a la mediocre performance electoral de sus candidatos a lo largo y ancho del país.
Los resultados de las elecciones de medio término del 2021 tampoco señalaron ese corrimiento. Los muchos electores que perdió el Frente de Todos no cruzaron a Juntos por el Cambio, sino que optaron mayoritariamente por no elegir. Los buenos resultados del Frente de Izquierda y de Trabajadores (FIT) en un distrito emblemático para el peronismo como es La Matanza en el 2021- con respecto al 2019- señalarían,siguiendo esa misma lógica, una “izquierdización” del voto.
Los resultados de las elecciones primarias en Santa Fe, catastróficas para el peronismo, tampoco parecen responder a la tan trillada derechización electoral del país. La mediocre performance de los candidatos de Milei reflejó el mismo resultado de otras provincias y la opción más dura de Juntos por el Cambio, la macrista Carolina Losada, que acusó a su rival, el radical Maximiliano Pullaro, nada menos que de narcotraficante, no logró imponerse. La explicación de la mala performance oficialista tal vez se deba buscar en la gestión y no en el tan mentado corrimiento hacia la derecha del electorado.
Leemos en Nestornautas, el muy recomendable blog de la Corriente Kirchnerista de Santa Fe: “Porque el peronismo en su conjunto pierde una importante cantidad de votos en relación a los conseguidos en la elección provincial del 2019 (posiblemente a manos del voto en blanco y la merma en la concurrencia, más que para otras fuerzas) como consecuencia del combo de los déficits de la gestión provincial, y la nacional”.
El Frente de Todos no logró compensar la pérdida salarial que sufrieron los trabajadores durante el gobierno de Cambiemos y que fue su gran promesa electoral durante la campaña del 2019. En esa y otras áreas - como la justicia federal o la deuda con el FMI- estos años han sido de continuidad más que de ruptura. “El sindicalista obrero Abel Furlán explicó que por primera vez en ocho décadas el salario no alcanza a cubrir la canasta alimentaria, y señaló a la transnacional ítalo-luxemburguesa (Techint) como responsable de la negativa patronal a mejorar las remuneraciones”, escribe Horacio Verbitsky.
¿Por qué buscar en un cambio de época lo que se puede explicar de manera más simple por un déficit de gestión? Ya no hay tiempo para lograr revertir antes de las elecciones esa tendencia, pero el candidato Massa sí puede cambiar las expectativas ciudadanas con iniciativas que mejoren el bolsillo de las mayorías desde ahora, no importa su formato (suma fija, doble aguinaldo, aumento por decreto...).
Del mismo modo, sería un error que una eventual victoria opositora llevara a Juntos por el Cambio a creer que esta vez sí dispone del cheque en blanco que creyó recibir en 2017. Hoy como en aquel momento, las mayorías quieren vivir mejor, no empeorar su presente para conseguir “un hermoso futuro de amor y paz” como el que canta Joan Manuel Serrat.
Es el bolsillo, estúpido.
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