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Romper la proscripción

Luego de la reunión de la mesa política del Frente de Todos, quedó claro un asunto prioritario e insoslayable: esta segunda proscripción –la primera recayó sobre Perón- es hoy el centro de gravedad de la política argentina. ¿Será que el peronismo decide finalmente trabajar mancomunadamente para impedir que el poder real limite la voluntad del pueblo de elegir a Cristina?

'Han desfilado todos los políticos 
y politiqueros que tenía el régimen,
todos los partidos, grupos, equipos, etc. 
y solo un prestigio queda en pie, 
solo un nombre hace vibrar 
de esperanza a los argentinos, 
el suyo. 
Ud. no es un recuerdo melancólico, 
como San Martín o Rosas exiliados, 
sino un hecho vivo y palpitante, 
con el cual la masa popular 
se siente obligada,
y el cual, a su vez, 
tiene obligaciones para con la masa popular”. 
Carta de Cooke a Perón, 1964.


El 6 de diciembre, al ser condenada a la inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, Cristina anunció que no sería candidata a nada en 2023. Entre otros motivos señaló que lo hacía para no someter a su fuerza política al maltrato en período electoral. Una decisión durísima cuyo primer efecto fue dolor, tristeza y desazón entre la militancia. También algo de confusión. ¿Qué implica la decisión de Cristina? ¿Qué hacer con eso?

En contraste con la decisión del 18 de mayo del 2019, que tuvo de forma casi inmediata una recepción e interpretación unívoca y unánime; las exégesis en este caso fueron múltiples:

- El antiperonismo rápidamente lo descartó como una impostura: es un acting, un simulacro, un histrionismo. Para los grandes medios y la oposición es impensable que Cristina busque otra cosa que el poder y la impunidad. En el pensamiento gorila, nuestra política no es más que “fueros y caja”. Por eso los descoloca y desconcierta Cristina. Niegan hasta el hartazgo que alguien pueda actuar por convicción y no por interés, que en la política se juegue la verdad de un sujeto.

- Los sectores enfrentados a Cristina dentro del FDT, quienes hace una década buscan jubilarla, lo plantean como una autoexclusión. Dice el antikirchnerismo en boca de ex-kirchneristas que se dicen a sí mismos kirchneristas: ella puede pero no quiere. Está en todo su derecho, pero si se corre que no pretenda incidir.

- En las propias filas –y con un poco menos de saña– se dijo que apostaba por un trasvasamiento. En una lectura lineal de aquello de “sacar el bastón de mariscal”, se sostiene que propicia el surgimiento de nuevos liderazgos, nuevas representaciones que se hagan cargo de la compleja realidad que atraviesa la Argentina. Una manera decorosa de afirmar que Cristina nos dio mucho, cumplió un momento importantísimo en la historia del movimiento nacional y popular, pero ya fue. Es un pasado que no volverá. “Hay que mirar para adelante”.

- Lo que finalmente se termina imponiendo, sin embargo, es su propia palabra: Cristina denunció una mafia judicial, una democracia rota y una proscripción en curso. Para eso, tuvo que hablar en público de nuevo, dos semanas después, el 27 de diciembre en Avellaneda. Entonces aclaró: ni renuncia ni autoexclusión; lo que hay es proscripción. Y ahí el panorama se clarificó.

Por supuesto que la derecha y algunos pavotes de este lado se seguirán enredando en formalismos procesales. Que la condena en la causa “Vialidad” no está firme, que debe pasar por Casación y luego recién a la Corte, que técnicamente los plazos no dan para impedir su candidatura. Olvidan la jugada que le hicieron a Lula en 2018 que desembocó en la elección de Bolsonaro; olvidan que la Cámara de Casación en cuestión la integran Hornos y Borinsky, compañeros de paddle de Macri; olvidan que la mafia judicial avanza a paso firme y no parece importarle nada; olvidan que las instituciones, para el poder, son papel mojado.

Toda proscripción es política y eventualmente quedará firme en lo formal. ¿Cuántas causas truchas más pesan sobre Cristina? ¿Cuánto tiempo pasará hasta una segunda o tercer condena? ¿Cuánto para que la actual quede firme? ¿Un mes, seis meses, dos años? La proscripción, que es la lógica con la que la oligarquía se manejó siempre, se seguirá profundizando, a menos que hagamos algo para detenerla, algo para volverla inoperante.

¿Una nueva política?

Contra todos los pronósticos, lo que sucedió el 16 de febrero en la primera reunión de la mesa política del FDT fue trascendente. Este bendito espacio que el kirchnerismo le reclamó al presidente desde las elecciones del 2021 resultó ser una gran idea. En tan solo cinco horas quedaron vetustas toneladas de notas periodísticas, tuits y comentarios especializados de encumbrados analistas políticos y opineitors de todo color que decían que una reunión de más de treinta personas no sirve para nada. Lo contrario es evidente para cualquier militante: un ámbito político nunca es en vano, ninguna reunión es a priori inútil, cualquier espacio de discusión puede producir novedades. Para empezar, permite que se digan las cosas en la cara. El off ya no cuenta.

Y así fue. Se juntaron representantes de todos los sectores del movimiento, debatieron hasta largas horas de la noche, se habló con la verdad y sucedieron cosas interesantes. Veamos, por ejemplo; el quinto párrafo del comunicado resultante del encuentro:

“quienes integramos esta mesa tenemos como responsabilidad disponer las acciones necesarias para impedir la proscripción de la compañera vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner cuyo liderazgo y potencia electoral no nos puede ser arrebatado. No hay, o no debería haber, ningún poder económico, mediático o judicial capaz de decidir por encima de la voluntad popular.”

El Frente de Todos, como expresión actual del movimiento nacional y popular argentino, dispone tomar las acciones necesarias para impedir la proscripción. El conjunto reconoce la potencia de Cristina y la maniobra en su contra. Nombra la proscripción y decide evitar que se haga efectiva, que se implemente, que se materialice. Simplificando: impedir que el Poder limite la voluntad del Pueblo de elegir a Cristina. De este modo, se salda –y se gana– cualquier debate interno sobre la exégesis de la decisión del 6 de diciembre. Pero hay más. Cuando se dice “acciones necesarias” se asume un compromiso. Porque a priori no está claro cuáles ni cuántas acciones serán suficientes, o cuánto tiempo tendrán que durar estas acciones. Simplemente se dice que haremos lo que sea necesario. Y lo importante: asumen el compromiso todos los miembros de la mesa.

Seguramente habrá quienes firman ese párrafo con convicción y decisión; y otres que lo hagan a regañadientes, porque no les queda otra. Pero lo central es que lo hacen todes; que el tema de la proscripción es identificado como el centro de gravedad de la política argentina, guste o no. Se anuncia en consecuencia –aunque no figure en el documento–  la conformación de una comisión para plantearle a Cristina el pedido de que revea su decisión de ser candidata. Mas esa comisión no solo tiene la tarea de hacerle una solicitud a Cristina, sino también de llevarle el compromiso asumido. Ya no es una decisión que Cristina tomará sola, sino que será una definición del conjunto del movimiento; una decisión que el campo nacional y popular deberá tomar sobre su propia existencia, sobre su propio rumbo.

No le bajemos el precio. ¿Quién hubiera esperado semejante lucidez de un comunicado de la mesa política del FDT? ¿Semejante resolución? ¿Semejante responsabilidad? En simultáneo, en la Cámara de Diputados avanza a paso firme el juicio político a los cuatro miembros de la Corte Suprema, la cabeza de la mafia judicial. Permitámonos entusiasmarnos.

¿Será que el peronismo decide finalmente reencontrarse con su destino? Encontrarse con Perón en nuestro tiempo. Si el siglo pasado tuvo la tarea histórica de traer de vuelta al General y romper la primera proscripción; hoy tocará revivir ese compromiso por y para Cristina: impedir la segunda proscripción. Porque Cristina es Perón, y nosotres somos peronismo. Y más temprano o más tarde, tendremos que verificar nuestro papel; tendremos que demostrar si estamos a la altura. Si la mandan a Cristina al bombo, tendrá que haber quilombo.

Repetir lo diferente

Por la heroica lucha del pueblo, Perón consiguió lo que ni San Martín ni Rosas pudieron: regresar del exilio que le fue impuesto. Se lo escribió Cooke alguna vez: “Ud., a diferencia de estos casos insignes en nuestra historia, con los cuales tiene de común la grandeza, ‘no ha concluido su obra”. Había llegado a ser Perón porque, igual que ocurrió con Rosas en la célebre “Revolución de los Restauradores” organizada por Encarnación Ezcurra, el pueblo olvidado, humilde y sufriente, acudió a la cita de la historia y lo liberó de la cárcel al grito mágico de “¡queremos a Perón!”. Resonaban en esas voces adoloridas y esperanzadas los ecos de aquellas que un siglo antes habían llamado a Rosas para que volviera a poner orden. En todos los casos, una decisión tuvo que ser revisada y rectificada. En todos los casos, las condiciones en las que la decisión se anclaba sufrieron un vuelco fenomenal. ¿Acaso Cristina no dijo que ella no iba a ser candidata en estas condiciones? Lo mismo pasó con Rosas y con Perón. Hoy, el desamparo y las frustraciones nos recuerdan que la única certeza es que queremos a Cristina. Y que si la proscriben a ella, es la Argentina la que resulta condenada.

La auténtica repetición es siempre repetición de lo diferente. Cuando asumimos que hay que romper la segunda proscripción; cuando leemos el presente a partir de un pasado dramático que todavía nos conmueve, sobre el que a cada rato especulamos con un “qué hubiera ocurrido si…”; nunca estamos diciendo que esta proscripción sea idéntica a la primera. Las cosas pueden compararse porque son distintas. De hecho, lo más tensionante y espeluznante de la actual proscripción –pero también lo que más nos ilusiona–- es que tiene que ser evitada. Esto es precisamente lo que quiere provocar Cristina: acelerar los tiempos, avivarnos antes de que suceda, apiolarnos para ganar de mano.

No alcanza con la memoria de los acontecimientos pasados para frenar las desquiciadas ofensivas del enemigo. El 17 de octubre de 1945 no salvó a Perón del golpe del 55, como tampoco la “retirada a Barracas” le garantizó a Rosas el triunfo en Caseros[1]. La historia es un gran reservorio de potencias ocultas, de imágenes con capacidad energética; pero esas imágenes no aparecen siempre, ni siempre las sabemos aprovechar. Tenemos la certeza de que la Argentina no aguanta otra proscripción, ni de 17 años ni de muchos menos (retroactivamente, sabemos que tampoco la primera vez lo aguantó: Perón regresó desgastado y al borde de la muerte). Luchamos contra un tiempo cada vez más abreviado.

Militamos a contrarreloj, a la espera inminente del sonido de las campanas, de las trompetas del Día del Juicio. Por eso este tiempo, el tiempo que nos queda, el nuestro, hay que explotarlo al máximo. A la proscripción debemos oponerle la prescripción. Interesa menos el día después que el día antesQue cuando la proscripción venga, se desayune que carece de efecto, que prescribió. Como en ese irónico aforismo de Kafka, en el que cuando el Mesías finalmente llega, se entera que llegó tarde, el día después de su llegada.

Presentarnos ante Cristina

Se dirá que la gente tiene problemas más importantes que la proscripción de Cristina. Y la situación económica está jodida. Pero… ¿no es acaso la persecución de la principal líder popular de la Argentina el problema más profundo de eso que llamamos “la gente”? Absolutamente… vos sabés que sí. Porque a Cristina se la proscribe por los salarios más altos de América Latina, por el desendeudamiento, por la política soberana, por los derechos conquistados y los que puede conquistar. Para que nada de eso vuelva, para que solo pueda administrarse la realidad sin transformarla, aunque gobierne el peronismo. Por eso se pone una pistola en su cabeza.

Se dirá que de estos temas no se habla en la verdulería, que la gente está en otra. Seguramente sea así. Pero de lo que se trata no es de conceder, sino de convencer. Lo que habrá que lograr es que en las verdulerías –en los pasillos de las facultades y los pasillos de las villas, en los pequeños pueblos y en las grandes ciudades, en las iglesias y en los colectivos feministas– se hable de la proscripción de Cristina; de que sin Cristina, esto no camina; de que es necesario que venga ella y se ponga al frente para arreglar este desastre. Hay  que hacer que lo fundamental despierte interés. Que lo importante se vuelva interesante.

Por supuesto –nos retrucarán– ¿qué efectividad tendrá todo esto si el mismo gobierno que inventó Cristina (tugo) no logra recuperar ingresos, mejorar salarios, demostrar que con el peronismo se puede llegar a fin de mes? Y no podremos más que coincidir. La lucha del peronismo empieza contra la proscripción pero no se agota ahí. Si se impone el liderazgo de la compañera, entonces el gobierno deberá cristinificarse en su última etapa, gobernar como gobernaría –como gobernará– Cristina. Porque de donde primero fue relegada Cristina es del propio gobierno del FDT.

Ha-Joon Chang dijo alguna vez que la economía es demasiado importante como para dejarla en manos de los economistas. Lo mismo vale para la política, especialmente en este momento. La proscripción de Cristina es un tema demasiado importante como para dejarlo en manos de la dirigencia. Debe ser un asunto de todes nosotres. Debe ser un compromiso y un juramento compartido. Hay que asumirlo, y hay que exigírselo a les demás–incluídas las dirigencias. Ahora que firmaron ese comunicado, que nadie se haga el sota.

Empieza como un gol: agarrando la pelota y encarando. Cuando todo el peronismo (dirigencia, militancia, pueblo) se presenta ante Cristina y le jura “estamos dispuestos a enfrentar la proscripción con vos”. Cuando el peronismo descubre que se lo está maniatando, limitando, extorsionando. Cuando el movimiento decide salir a la calle sin miedo ni especulación. Cuando en la mesa más perdida —la del hogar que espera mejores tiempos y la del militante que desea más que nadie en el mundo que alguien se detenga a conversar— cuando en la seguidilla de un casa por casa, cuando en una plaza estallada de almas se escucha la misma consigna, la misma canción: CRISTINA PRESIDENTA. Queremos a Cristina, no a cualquiera porque, al igual que Cooke dijo sobre Perón, su obra aún no ha concluído. Falta ganar la tercera.

Recordemos sus palabras en Avellaneda: “A nosotros, cuando éramos jóvenes, nadie nos dijo qué es lo que había que hacer”. La vuelta de Perón, el fin de la primera proscripción, llegó cuando el pueblo lo decidió, cuando el pueblo lo quiso, cuando la militancia se volvió la regla. El fin de la segunda proscripción va a llegar cuando queramos que llegue. Que haya 2023.

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[1]El 11 de octubre de 1833 Buenos Aires amaneció empapelada con la noticia de que el gobierno de Balcarce llevaría a juicio ese día a “El Restaurador de las Leyes” (en realidad, se trataba del director del periódico rosista con ese nombre). La población urbana se movilizó a los tribunales creyendo que Rosas estaba ahí y sería juzgado por sus enemigos. Luego de impedir la realización de la audiencia con un gran tumulto, la plebe se concentró en el arrabal de Barracas, donde montó un campamento. Las tropas enviadas por las autoridades para reprimir la desobediencia civil se terminaban pasando a su bando. Los gauchos de la campaña sitiaron la ciudad (el mismísimo Darwin relató estos sucesos en su autobiografía). Las calles quedaron desérticas, los almacenes desabastecidos. Fue la primera huelga general de la historia argentina, organizada en los detalles por Encarnación Ezcurra. El gobierno esperó una carta de Rosas para desactivar la insurrección, pero en su lugar, se solidarizó con el movimiento y así la necesidad de su llegada se volvió inevitable.



author: Gaston Fabián

Gaston Fabián

Militante peronista. Politólogo de la UBA (pero le gusta la filosofía).

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