Unos minutos antes de las nueve de la noche del viernes 14 de noviembre, entre la sorpresa y la incomodidad, muchos de los seguidores de la Bersuit van y vienen por un corredor -con forma de anillo- que tiene media docena de locales que venden bebida con o sin alcohol, comida rápida, café y hasta algo dulce; los baños están revestidos con mosaicos de un color rosado y cuentan con un espejo tamaño natural, pagado por Dove, para sacarse una selfi.
Muchos hacen la previa del recital allí adentro, donde se paga un poco más que en los alrededores del estadio cerrado, una mole tecnológica de acero y concreto que le cambió la cotidianeidad al barrio, y que beneficia a los comerciantes de la zona porque tiene una agenda diaria de recitales.
Los jóvenes empleados de la empresa, a las 21 en punto, instan a todo el mundo a ingresar al estadio, en su mayoría al campo, y el resto, a las plateas y palcos –de los sponsors, empresas y socios comerciales -, donde te espera un también joven acomodador. Una vez adentro, con el aire refrigerado, te sentís en la panza de una nave espacial (una sensación parecida a lo que sucede cuando pisas La Ballena, la sala mayor del Centro Cultural Kirchner).
Efectivamente, tal como lo adelantaron los chicos de los ingresos, a los pocos minutos los músicos ganan el escenario con sus clásicos piyamas, y entre aplausos y gritos, comienza a sonar la viola rasposa de Tito Valenzuela, con la introducción de El gordo motoneta, en la segunda vuelta se le suma el bajo de Pepe Céspedes, y en la tercera, el teclado de Subirá, para que ahora sí, con toda la banda, se abra el show a puro salto y canto colectivo junto al El Cóndor y Dani Suárez.
A partir de ahí, y a lo largo de más de dos horas, la Bersuit enfiestaría el Movistar Arena con el repaso de Hijos del culo, el disco preferido de la banda –tal como se lo contó Daniel Suárez a Kranear-, a 25 años de su edición, y también una larga lista de clásicos de la banda, más dos temas de sus últimos discos, ya sin Cordera.
Tal como lo hicieron durante el año, invitaron al escenario a distintos amigos y hermanos de la música. El tanguero Cucuza Castiello cantó en Porteño de ley y Grasun, dos temones. Beto Olguín, de Los Pérez García, los acompañó con el cumbión El viejo de arriba, Aldana Rey lo hizo en Veneno de humanidad, y Nahuel Pennisi cantó el maradoneano tema Toco y me voy, y también Sencillamente, del álbum Testosterona.
Hijos del culo” fue un disco bisagra en la carrera musical de La Bersuit, y de los discos más escuchados y vendidos del rock nacional (doble platino). Fue editado en el 2000, en un momento crítico para la Argentina, cuando la bronca popular empezaba a desbordar por todos lados y el país se dirigía en picada hacia el un estallido social e institucional. Aquella obra llegó como un cachetazo poético y visceral, una pieza que no pedía permiso para meterse de lleno en la mugre, el hastío y el ánimo colectivo. Y al hacerlo, terminó por convertirse en uno de los discos más representativos de la banda, pero también en un documento emocional y político de la época (junto a su antecesor, Libertinaje, y sucesor, La argentinidad al palo).
Hijos del culo fue producido por Gustavo Santaolalla (también de Libertinaje), y consolidó a Bersuit como una de las bandas más potentes del continente. Con varios himnos, el disco marcó a una generación con su mezcla de rock, cumbia, murga rioplatense, chacarera y chamamé.
Bersuit repasó todo Hijos del culo (el disco preferido de la banda, según le contó a Kranear Daniel Suarez), y fueron mechando con otras canciones de la larga obra que compuso la banda a lo largo de sus 37 años de carrera. Perro amor explota, Murguita del sur (con Francisco Lago, de Cruzando el charco), y Vuelos, dedicado a Las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, que generó uno de los momentos más emotivos de la noche, teniendo en cuenta la larga serie de retrocesos que sufre el país. Fue ahí que se cantó fuerte contra Milei.
También se descontroló con la cumbia Yo tomo y la chacarera La argentinidad al palo, con la polenta de Willy Bronca, un pibe que repasó, sobre un ritmo de rap, las luchas que el pueblo está dando desde el 2023 ante el ajuste del gobierno libertario. Fue un momento de mucha emoción y sentimiento patriótico, tanto arriba como abajo del escenario. Ahí fue que se cantó fuerte y contagioso la consigna La patria no se vende.
Otro pico de la noche llegó con Sr. Cobranza, que la banda cantó con el autor original del tema, ícono de lucha y resistencia en los 90, Hernán de Vega (El Cabra), de Las Manos de Filippi; y para completar el cóctel de rabia, la batería quedó a cargo de Catriel Ciavarella, el pibe que la rompe toda en Divididos (también se sumó Connie Isla en las voces).
La noche del Movistar, pasadas las 23.00, estaba cargada de una sobredosis de energía que hacía temblar el escenario y enloquecía al público, sudado y afónico, a pesar de la refrigeración, y dispuesta a pagar lo que sea por un vaso de litro de cerveza o ferné, un deseo imposible, porque la venta del alcohol, dentro del moderno micro estadio, había finalizado a las 22 horas.
El recital en el Movistar Arena se enmarcó en una gira los 25 años de Hijos de culo, que incluyó gran parte del país, pasando por Córdoba, Mendoza, San Luis, Neuquén, Tucumán, Misiones, y que incluyó, además, en el distrito porteño, dos fechas en el micro estadio de Ferro, los días 22 y 23 de agosto pasado.
En septiembre viajaron a España y agotaron en cada uno de los lugares donde tocaron: Barcelona, Ibiza, Palma de Mallorca, Madrid, Valencia, Malaga y Sevilla. En diciembre se van a Uruguay, y el cierre del show, de nuevo en el Arena, contaron que a las tres de la madrugada se iban a Santa Fe para presentarse allá.
El cierre fue un escándalo: el furioso tema Se viene (el estallido) –con eco en el presente-, el cuartetazo La bolsa, y dos temas que sirvieron para bajar los decibeles de una noche festiva: las murgas rioplatenses Negra murguera y Es importante, junto a un grupo de coristas de una agrupación uruguaya que aporta los tonos y la gracia del género. Para la despedida eligieron El viento trae una copla, ese himno que nos conecta con la crisis del 2001 y el exilio masivos de compatriotas, hacia España, para buscar un futuro mejor, y en definitiva con nuestra argentinidad, un cocoliche que, como dice la canción de la banda, pinta lo mejor y también lo peor nuestro.
La salida fue tan rápida y ordenada como el ingreso. Los kioscos y parrillitas de Humbold y otras calles aledañas, se volvieron a llenar de bersuiteros, grandes y chicos (muchos jóvenes siguen a la banda, garantizando así la transmisión generacional) y ya nadie se acordaba del Arena, sino de la fiesta de argentinidad que se acababa de vivir allí adentro.
Sigamos conectados. Recibí las notas por correo.