Cultura Teatro

La mirada que corroe

Con la actuación de Diego Velázquez, la obra “Escritor fracasado”, una adaptación de un cuento de Roberto Arlt, narra el dilema de un hombre de letras que en su juventud escribió un libro que generó gran revuelo en el ámbito literario, y que en el presente no encuentra no solo un rapto de inspiración, sino la mínima capacidad de crear.

Robert Arlt, cuentista, dramaturgo y periodista argentino, escribió “Escritor Fracasado”, en 1933, para el libro de cuentos “El Jorobadito”. Su precursora pluma lo erigió como uno de los literatos fundamentales del siglo XX. Fallecido a la temprana edad de cuarenta y dos años, fue impulsor de un teatro que preanunció futuros vanguardismos, al tiempo que puso en marcha la imaginería de una escena teatral -y de una Buenos Aires- en plena efervescencia.

En “Escritor Fracasado” se nos comparte el dilema al que se enfrenta un hombre de letras, quien, en su juventud, escribió un libro que generó gran revuelo en el ámbito literario. Tiempo después, su inspiración se ha agotado por completo, y el antiguo don que le posibilitara concebir una primera -y suprema- obra maestra le ofrece hoy su gesto más malicioso y despreciativo. Nada queda de la fama adquirida: aquel que sea autoproclamara ‘prolífico’ vive a la sombra de lo que pudo ser. La tragedia de su vida se reduce a un drama escondido entre líneas. El del hombre sumergido en su propia perspectiva, en la total incapacidad de crear. Lejana quedó aquella sensación de poder tocar el cielo con la yema de los dedos.

Menospreciado por la ausencia de producción, lo importante es la autoexigencia: primero, y con tal de volver a escribir, busca acomodar el lugar en donde se vive a las mejores condiciones que se requieran. Pero, así y todo, la inspiración no llega. Es imposible superar semejante obra pasada, algo que sus pares no logran entender. Cuando parece que las musas se evaporaron por completo, intenta probar lo contrario, pero aparecen excusas. ¿Qué es aquello que lo retiene? Nuestro personaje es abordado sin rodeos: ¿qué estás escribiendo y para cuándo un nuevo libro?, lo insta un colega. Finge que le da igual y se pone en pose con la petulancia de un dios griego. Cuando las excusas empequeñecen, diametralmente proporcional crece la vanidad, la autosuficiencia y la soberbia.

Además, ¿para qué esforzarse en escribir un libro que no lo va a leer nadie, excepto ‘nuestro círculo familiar’?, increpa el autor. El escepticismo choca de frente con su exitismo y ego desmedido. De inmediato, el escritor fracasado se explaya por pura frustración: adjetiva por demás, porque la frondosa poética de Arlt persigue un lector (y un espectador) activo. Así es como la pieza establece un vínculo estrecho con cada ocupante de las butacas de la sala. Miramos al abismo de las propias miserias del famoso escritor, mientras, en un rincón, reposan decenas de libros de tapa roja en una sucia y olvidada caja.

Mientas el ‘yo’ parasita la disminuida condición, hundiéndose en un sillón, el amor propio hace su aparición, dispuesto a excitarse y autosatisfacerse con la propia creación. Esa gran obra, inigualable. A masterpiece, como la performance actoral que nos brinda un camaleónico, pletórico e histriónico Diego Velázquez. El escritor (actor) monologa, mientras el público se convierte en su interlocutor. ¿De qué modo continuar en la vida literaria activa con el recuerdo de una obra que se presume insuperable? Entonces, pone en marcha estrategias para continuar su camino sin el mayúsculo peso de la frustración que la página en blanco coloca sobre sus hombros.

¿Cómo igualar la maestría de aquel texto profético y oracular que anunciaba un genio en ciernes? La pretensión se exacerba entre los círculos intelectuales. ¡Ah, la alcurnia literaria! Allí, casi como un mecanismo instintivo, la naturaleza narcisista aflora en todo su esplendor, siguiendo a pie de manual un decálogo para desenvolverse en el área social. Porque, no nos olvidemos, el artista sabe de qué se trata poseer un paladar fino y distinguido. El buen gusto no es para cualquiera: él sabe mostrar los caminos para acceder a los mundos bellos…esos que no están al alcance de la mayoría.

¿Hasta qué punto uno puede engañarse a sí mismo?, se pregunta el escritor, interpelándonos. En busca de un enésimo resurgir, prueba cuántas máscaras posibles pueda portar un hombre, ríe a carcajadas, mira de reojo, socarrón. Se pone incisivo, odioso, sarcástico y burlón. Presto a desafiar a aquellos que pecan de falta de estilo, se calza las ropas de crítico; uno que disfruta lapidar éxitos literarios, saboreando, página a página, el acto de masacrar por puro placer. Demuestra sus saberes con holgura, porque el crítico no analiza, el crítico cita, haciendo gala de una dialéctica dispuesta a desarticular y falsificar. Solo así disfruta evidenciar las falencias de un par, y lo hace con mordacidad, hasta destriparlo. Y el juego endiablado, al fin, lo anima a seguir siendo alguien en el mundo del arte.

Es hora de restañar la profunda úlcera del desprecio, vertiendo en el vacío la (falsa) idolatría que cosecha en veladas literarias. El escritor contempla su propio pecho henchirse, pero, en el fondo, sabe de lo hueco del aplauso. El fracaso y el éxito se dirimen en relación a la mirada y el juicio que establecen los demás. Juicios ajenos a él mismo, llenos de podredumbre y veneno. A fin de cuentas, el escritor sabe ser lo suficientemente tajante y unilateral como para guardar una mínima reserva de autocrítica. Mejor es conservar la cuota justa de pudor y reparo por la propia firma. Por ende, preferible abstenerse y no escribir. Porque primero hay que vivir, y luego pensar cuál es la forma de romper la inercia de un writer’s block monumental.

Como todo buen escritor, un excelente actor sabe utilizar las palabras correctas para despabilar al espectador desprevenido y desmenuzar la naturaleza de su propia especie. Y no es un tímido cosquilleo, sino una precisa y directa pregunta que se nos incrusta como un gancho a la mandíbula: ¿para qué sirve la poesía? …si la respuesta tarda en hacerse escuchar, el poeta bajará para poder entender cómo piensa la masa, olvidando, por un momento, sus fanfarronerías destinadas al olimpo literario.

Velázquez, con completa prestancia y dominio del escenario, desnuda la esencia del oficio y la hipocresía que describe al mundillo intelectual. Haciendo gala de un fenomenal magnetismo, se coloca bajo la piel de un ser sumido en el propio vacío de su existencia, para entender de qué se trata la cosa…de la cabeza a los diez dedos de los pies a la cabeza.

Con dirección de Marilú Marini, Escritor fracasado se puede disfrutar en el Teatro Picadero.

author: Maximiliano Curcio

Maximiliano Curcio

Nació en la ciudad de La Plata, Argentina en 1983. Es escritor, docente y comunicador, egresado de la Escuela Superior de Cinematografía

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