Medios Peronismo Homenajes

La sonrisa y paternar

Santiago, uno de los hijos de la familia ensamblada de Mario Wainfeld, lo despide con una semblanza escrita a corazón abierto.

24 de Septiembre de 2023

Por Santiago Diehl Delpech

No es fácil ser padre, te dije en nuestro último almuerzo, hace poco. Uno que suspendimos un par de veces, pero por suerte llegamos a concretar, entre la radio y mi laburo, en uno de esos lugares medio kitsch, estilo “menemista”, como los habías definido años ha. Me miraste con ese brillito en los ojos chiquitos atrás de los anteojos, sonreíste con dulzura y asentiste. Eso te salía lindo, Marito. La sonrisa y paternar. Tanto que adoptaste un par de hijos cuando se amplió la familia, con Ceci. No nos costó tanto, apenas algún chispazo adolescente, cuando te dije -estudiando periodismo- que los artículos periodísticos sólo servían para envolver huevos. Una huevada que supiste entender.

Era otra cosa linda de vos, que entendías y escribías, y con lo que construiste un mundo alrededor. Te leímos desde Unidos -retrospectivamente- para acá. Aprendimos a desconfiar de la fe de los conversos, a amar la Argentina como el politólogo sueco, y así nos terminamos enamorando del proceso político que nos devolvió al peronismo. Vos supiste que era por ahí y Néstor te dijo que eras “uno de los nuestros”. Igual hablabas con él “compañero presidente” de igual a igual, como militante, siempre crítico, y no te dejabas amedrentar cuando te tiraba en sorna con que eras un “intelectual”. Algo que, en otra ocasión, supiste definir como ese que ayuda a pensar.

Inauguraste una saga familiar con el Nacional Buenos Aires, al que después fuimos todos, seguramente por tu culpa. De ahí es tu amigo y hermano Raúl, y una nutrida barra. También supiste fortalecer con talleres de periodismo el vínculo del nacional con Página/12 -dos potencias se saludan-, y hasta recuerdo una entrevista previa a “jóvenes adolescentes de los noventa”, que no eran otros que mis amigos del colegio.

Escuchabas música al escribir, en tu escritorio que alguna vez fue mi cuarto. Y recuerdo oírte confesar lo que te hubiera gustado aprender a tocar algún instrumento de pibe, la guitarra, como Beto Solas. Y por eso cantabas. No importa cómo, cantabas: la marcha, las de river, las de Sandro, todas con identidad.

Cuando arrancabas en la radio dijiste una vez, en tu editorial de presentación del año, que habías nacido para eso. Y claro, si ahí hacías análisis político y charlabas y cantabas con compañeros y compañeras que siempre eran, o terminaban siendo, amigos.

Todos los que trabajaron con vos escribieron sobre vos en estos días con cariño y admiración. A todos los hiciste creer más en ellos, a mí también. Muchos de ellos y ellas, aunque no lo dijeras así, tus pollos. Ahí también supiste paternar, Marito. Apadrinaste a una generación entera, por eso algunos de ellos, Martín, Ernesto, Irina, Cristian, Romina, Sebastián, José, se sienten como hermanos. Y Norita, que una vez te acusó en falso de volcar el agua en la redacción, una madrina.

Eras inocente en esa ocasión, pero tu torpeza era proverbial. En casa siempre gritábamos “¡Mario!” cuando se rompía un plato, una taza. Los objetos inanimados, los más traicioneros, decías muy serio, y te reías. Ni la habilidad manual ni las tareas de bedelía hogareña eran tu fuerte, no tenías tiempo para dedicarle porque leías sin parar.

Eras capaz de devorarte medio estante de biblioteca cada verano: hacer asados y leer, cosas que disfrutabas enormemente y hacías a diario. Ceci siempre dijo que era impresionante la velocidad a la que pasabas las páginas, como un escáner. Y tus asados, Marito, siempre generosos -así eras con todo-, calculados para el doble de comensales.

En nuestro último almuerzo hablamos del clima de época, de lo feo que venía. Pero no escarmentamos. Vamos a estar bien, te dije. Si vos te bancaste una dictadura asesina, si supiste sobrevivir, resistir y construir, qué menos podemos hacer nosotros.

Ya estamos en eso, con Ceci, Manu, Luqui, Lucilyn y Flor. Y con tus nietos y nietas, a los que tanto disfrutabas y que amaban tus simples trucos de abuelo juguetón. La familia ampliada se la re-banca, dijiste, y tu memoria es nuestra alegría.

Como cuando, en la casa de sepelios, nos dijeron que íbamos a contar con un “lacayo” para que nos guiara en el cementerio. Estallamos en risa, pensando que si te enterabas te volvías a morir.

Ceci de Palermo una vez me dijo que tenía que escribir. No se, Marito, me quedé con ganas de hablarlo más con vos en ese almuerzo. Pero ésta sí tenía que ser escrita, y acá va. Gracias por tanto, Marito.

Sigamos conectados. Recibí las notas por correo.

Suscribite a Kranear

wave

Buscador