Cultura deportiva Qatar 2022

Mucho más que fútbol

La alegría del pueblo argentino no tiene fin, y hace cuarenta y ocho horas estamos levitando gracias a una coronación colectiva, en un país profundamente futbolero, necesitado de fiesta, que se coronó campeón después de 36 años. La oposición, vergonzosa, miserable, no tolera ver al pueblo feliz.

Caminábamos con los nenes a caballito, agarrados de las manos, coreando canciones con los de la vereda de enfrente y los de los balcones, entre bocinazos, gritos y cornetazos, cuando vemos que doscientos metros más adelante, una marea de compatriotas enfilaban por Corrientes en dirección al centro, con los brazos en alto, en un rio celeste y blanco. Nosotros tenemos muchas marchas, actos, recitales y partidos de cancha en la espalda, pero esa foto, aparte de conmovernos, ratificaba aquello que hasta la hora del partido era un rumor: el pueblo argentino encarnaría la movilización callejera más masiva de nuestra historia.

No era para menos: somos campeones del mundo.

Frente al televisor, una vez consumado un partido para el infarto, nos llevó un rato asumir que éramos los mejores del mundo. Tuvo que imprimirse la frase en el sócalo de las transmisiones, para empezar a caer. Y luego, en la calle, sí: la fiesta se desataba hasta debajo de las baldosas y la euforia se expresaba en las lágrimas, llanto, sonrisas, saltos y bandereas y camisetas de la selección que enfilaban en una peregrinación enloquecida hacia el centro de la Ciudad y que se subían a kioscos de diarios, paradas de colectivos, semáforos y hasta techos de autos, camionetas o colectivos.

No se puede ser feliz en soledad, dijo alguna vez el cineasta Leonardo Fabio, y si bien la grieta por los dos modelos de país no se va a cerrar ni hoy ni mañana ni probablemente en las próximas dos o tres décadas porque el PRO y sus aliados en los últimos ocho años se dedicaron a profundizarla tanto que hasta hubo un intento de asesinato de Cristina, hoy estamos todos levitando, enloquecidos de alegría y emoción, a los abrazos con todo el que lleve puesta la remera de Messi, un gorrito o una bandera colgada del cuello.

Tenemos una selección emparentada con el pueblo, no solo el futbolero, sino también el ajeno al fútbol doméstico, el que se juega los fines de semana, el que se comenta y sufre en cafés, bares, clubes y canchas de futbol. Una selección popular, que conquistó el corazón del pueblo. Una selección conformada por jugadores que se formaron en los clubes sociales y deportivos de los barrios y que en los vestuarios mundialistas ponen cumbia y reggaetón, y se los ve y escucha tan vulgares que a algunos arrugan la cara o le confiesan algo al de al lado, en voz baja. Jugadores de potrero, gambeta y distinción, cuando lo pide la jugada, y que si tienen que trabar, poner, no lo dudan: raspan. Una selección que llegó al Mundial de Qatar con una racha de más de treinta partidos sin perder, con la Copa América debajo del brazo, con mucha confianza en sí misma, conducidos en lo táctico y humano por un cuerpo técnico joven, conformado por ex jugadores de selección, enormes profesionales y buena gente, y el liderazgo de un Messi punto caramelo, con 35 años y la participación de las anteriores cuatro copas del mundo.

Desde el 18 de diciembre de 2022, la vida es un poco más justa, porque Messi merecía un lugar en el podio de los ídolos populares más grandes de nuestra historia: después de varios años de duda, e incluso resistencia, ahora lo podemos ver, junto al Diego, ambos en andas, en el campo de juego, con la celeste y blanca, la satisfacción del campeón pintada en la boca y la copa, en lo alto.

Treinta y seis años es mucho tiempo. Los que hoy tienen hasta cuarenta, o treinta y ocho, para abajo, hasta ayer no sabían qué era eso de consagrarse campeón del mundo, y con el Diego irreverente en los archivos y la memoria colectiva (sumemos a Pasarella y Kempes de 1978), y Lionel desparramando rivales en el fútbol más encumbrado del mundo, solo faltaba el golpe del final, la última estacada, que ayer llegó con el penal de Gonzalo Montiel, un pibe de González Catán, cachetudo y frío como un témpano, que infló la red para volver a hacer historia, y que millones de compatriotas, por fin, se sientan y sepan campeones.

La conquista de la copa del mundo es mucho más que futbol, porque nuestros profetas del odio y los promotores de la desesperanza, algunos con firmas en Clarín y La Nación, otros desde sus redes sociales y cargos institucionales, primero intentaron bajarle el precio a la selección, y cuando no les quedó otra que subirse al éxito de la Scaloneta, comenzaron a insinuar que el gobierno nacional intentaría capitalizar una conquista deportiva, e incluso, sin ponerse colorados, le echaron tierra encima a Maradona, quien dijo ser cristinista hasta los huevos, para encuadrase frente a Messi, un jugador –campeón mundial- que no toma partido en lo político (pero que sentimos cerca, otra vez, por su origen popular, del que no se desprendió ni mucho menos olvidó).

Clarín y La Nación volvieron a atentar contra la práctica periodística, y los intereses nacionales, al publicar en sus tapas, el 19 de diciembre de 2022, una publicidad de Quilmes, en lugar de una cobertura de un hecho histórico, conmovedor, único, que marcará para siempre a millones de compatriotas.  Por estas horas, dirigentes de la oposición cacarean quejas e insultos por el decreto presidencial que declara feriado nacional para el 20 de diciembre -fecha emblema de la lucha del pueblo argentino-, para que los y las trabajadoras puedan ir a saludar a los jugadores y cuerpo técnico en su recorrido por la ciudad.

No pueden soltar su afán por lastimar al gobierno ni siquiera en estas circunstancias, y tampoco toleran ver al pueblo feliz. Allá ellos, nosotros seguimos festejando.

author: Mariano Abrevaya Dios

Mariano Abrevaya Dios

Director de Kranear. Escritor.

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