Política Derechos Humanos Internacionales

No estoy caído, estoy muerto

En un nuevo aniversario del comienzo de la Guerra de Malvinas, el periodista marplatense Walter Doti reflexiona sobre el nombre del efeméride y aparte comparte un video de su autoría. “Oculta el dato crudo de la muerte violenta de la que nuestros jóvenes compatriotas fueron víctimas”, plantea.

2 de Abril de 2024

Por Walter Doti

Si el diario nos informa que alguien murió después de haber atravesado por “una larga enfermedad”, todos comprendemos acerca de qué se está hablando; y tanto quien escribe como quien lee, evita las penosas evocaciones que el haber usado la palabra concreta hubiera traído a la imaginación. Para eso sirven los eufemismos, entre otras cosas. Pero, a veces, la misma herramienta lingüística que nos salvaguarda de la incomodidad de enfrentarnos a verdades crueles u ofensivas, suaviza de tal modo las referencias que acabamos por incurrir en el efecto indeseado de ocultar la importancia de aquello de lo que estamos hablando.

Por eso siempre me hizo ruido la mención de nuestros soldados asesinados en Malvinas, simplemente como “caídos”. 

Caer supone poder reincorporarse. Caer supone poder levantarse y seguir andando. Pero los chicos de la guerra no tuvieron ni tendrán jamás esa oportunidad. Así, hablar de su condición de “caídos”, quizás útil para morigerar el dolor en los tiempos inmediatamente posteriores a la guerra, perdió ya su función pasados 42 años de la apertura de esa herida cuya cicatriz nos acompañará por siempre como estigma del momento en que la violencia y la sinrazón de una nación alcanzaron su zénit. 

No bastan ya el recogimiento ni los minutos de silencio individuales o grupales; no basta la reflexión sesuda, que traduce el desgarramiento en fríos conceptos abstractos, que nos reclama pensar en lo atroz del derramamiento de sangre “en general”. Porque con ello, quienes no fueron testigos directos de esta historia, quienes no asistieron a la preocupación viva solo reservada a los contemporáneos de las grandes desgracias, pierden el ingrediente más indispensable para la empatía: poder ver el espanto de frente, a los ojos, cara a cara. Sentir lo atroz de la barbarie en carne viva o poder acercarse, al menos, a ese estremecimiento. Porque solo de esta manera es posible cobrar conciencia de la necesidad de no repetir caminos cubiertos de sombra y teñidos de rojo. 

La denominación de la efeméride como el “Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas” oculta el dato crudo de la muerte violenta de la que nuestros jóvenes compatriotas fueron víctimas. Esconde (seguramente porque avergüenza) el empujón colectivo con que plazas completas, cegadas por las peores pasiones, convencidas sin demasiada resistencia para volverse funcionales a los anhelos de eternización en el poder de imperdonables asesinos, alentaron la desaparición física de cientos de hijos de esta tierra. Ayuda también a encontrar consuelo frente a la afrenta imperdonable que como colectivo social llevamos a cabo al no reconocer durante tanto tiempo el carácter heroico de los sobrevivientes, quizás el único aliciente que muchos encontraron para seguir viviendo después de haber puesto el cuerpo a la más traumática de las situaciones que la infinita estupidez humana es capaz de concebir. 

Hay que decirlo: no es el día de los caídos; es el día de los muertos en (y por) Malvinas. Muertos: para siempre, por toda la eternidad, sin posibilidad ninguna de retorno. Así de duro, así de insoportable. Así de acongojante. Hay que decirlo, aunque implique revolvernos en nuestras miserias como país. Porque solo así volveremos a ponernos esas botas mojadas, llenas de barro; esas botas llenas de incertidumbre y muertas de miedo. Solo así aquellos a los que el nefasto año 1982 se les pierde en la oscura bolsa del pasado nunca vivido, tan lejano y tan indiferente como lo ocurrido hace un siglo o hace un milenio, podrán sentir un poco del frío que cortó la piel de unos compatriotas suyos, tan frescos, tan puros, tan llenos de vida y de proyectos, como ellos mismos. 

Asomándonos al oscuro y hediondo foso del dolor es que puede nacer la vida nueva, el aprendizaje verdadero, aquel que brota del involucramiento íntimo. Y entonces habremos forjado la lanza que destruirá la posibilidad de la repetición de los errores y el escudo que nos protegerá contra el olvido. En el cementerio de Darwin no hay caídos, hay muertos. Y por eso serán héroes: “por siempre nuestros héroes de Malvinas”.

  Video proyectado en un acto escolar del EMES N° 203 de Mar del Plata, el 2 de abril de 2016, en conmemoración a los Héroes de Malvinas. El autor de la nota es el responsable del guión y la selección de material, y el montaje, de María del Valle Mircovich.

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