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No se puede ser feliz en soledad

En un nuevo aniversario del nacimiento de Leonardo Favio, ícono de nuestro cine y nuestra música, pero también del peronismo, Jimena Arnolfi realiza una semblanza sobre su búsqueda a lo largo del tiempo: poner la obra al servicio del pueblo. El amor, la ternura, la amistad, la sensibilidad por el dolor ajeno, la entrega por una causa humanitaria, noble. Todo eso se condensa en un compañero tan talentoso como entrañable.

“Si algo se puede rescatar de mi filmografía, de mi trabajo y de mi vida en general es la ternura. Yo pienso que todo tiene que verse con ternura. Hasta al enemigo hay que verlo con ternura”, dijo Leonardo Favio en los estudios de la Televisión Pública en ese gran ciclo que fue Historias debidas. Esa ternura confluye en películas tan distintas como Crónica de un niño solo, Gatica y Nazareno Cruz y el lobo, por mencionar algunas. La potencia de esa ternura también está presente en la frase que recordamos todo el tiempo: 'Me hice peronista porque no se puede ser feliz en soledad'.

¿Cómo se puede estar bien cuando todo se derrumba a tu alrededor? No se puede ser feliz en soledad. Tampoco se puede ser libre en soledad. Favio dice que no hay destinos individuales en el campo nacional, popular y democrático. Entonces, ¿qué es ser peronista?: 'Yo digo que todo el que se sensibilice frente a un niño desvalido, o frente a un salario injuriante de un obrero, o no vea en una marcha de protesta un tumulto de gente que molesta sino un conjunto de individuos que tienen algo que reclamar, ése es mi compañero, milite donde milite. Yo no le pregunto a nadie quién es ni de dónde viene. Mientras sea buena gente...'.

Favio, el que nunca muere, nació un 28 de mayo de 1938. Lo único que importa es buscar la emoción, así definía su quehacer artístico. ¿Cuál es nuestro oficio?: “Testimoniar el llanto, testimoniar la historia, ser memoria”. Así como Sara Facio pudo comprar su primera cámara de fotos con apoyo del Fondo Nacional de las Artes (FNA), Favio también filmó su primer trabajo gracias al financiamiento del FNA. Entre los 25 y los 37 años filmó Crónica de un niño solo, El romance del Aniceto y la Francisca, El dependiente, Juan Moreira, Nazareno Cruz y el lobo, Soñar soñar. En el medio se volvió el cantante más popular de Latinoamérica. Le cantó al amor, sobre todo al dolor por amor. Meloso, apasionado y desgarrador. Se reía de quienes renegaban de su faceta como baladista. Qué poco sustancioso es hablar de “placeres culposos”. Los placeres son y punto. Favio, libre de prejuicios, decía: 'Yo tengo orejas para todo, tanto para la poesía como para un borracho que canta en una esquina, y a cada cosa le doy su espacio. No pienso que una cosa es más grande que la otra, veo todo como una unidad'.

¿Cómo definiría al amor?, le preguntaron en Fuiste mía un verano, en 1969. “El amor se parece mucho a Dios, no hay que exigirle demasiado a su presencia ni pedirle demasiadas cosas porque por ahí se enoja y deja de responder”. Quizás el amor es animarse a fallar. Favio también decía que siempre le gustaron los marginales porque no están agazapados. 'Nunca me gustó la gente agazapada, esa que compra los muebles antes de casarse. Yo te amo, y listo, vení, vamos abajo de un puente. Dios proveerá'.

El amor necesita valentía, enseñaba Favio, el artista también. Hay que atreverse a fallar. El cine es una investigación sobre nuestras vidas; la música y la poesía también. Lo que somos, lo que buscamos, lo que soñamos. Hay que arriesgar todo para expresar todo. La duda es el motor del arte: “No hay una sola película que yo no haya cortado o arreglado después del estreno. La duda, la duda es lo más bello que le puede ocurrir a un artista, dudar”.

Favio y Juan Perón.

En 1970 Pier Paolo Pasolini —el cineasta, poeta, que por aquellos años escribió 'Si no se grita viva la libertad con amor/ no se grita viva la libertad'— llegó al Festival de Cine de Mar del Plata y se maravilló con Leonardo Favio. 'Daría diez años de vida por filmar un plano como los de Favio”, dijo ante la prensa. Lo entrevistó Blackie y le preguntó si el cine debería ser un arte fácil de comprender. Él respondió que el cine tiene un rigor. Quizás por esta razón alucinó con Favio. Son las imágenes justas, la belleza de los planos del gran cine, al servicio del amor por lo popular.

Un arte al servicio de su pueblo, esa fue la premisa de Favio, la sensibilidad plebeya de un cine que refiere al pueblo porque sale de él. Mantenía una batalla vital contra las torres de marfil. Favio decía que hacía películas para ver las salas llenas. No quería que nadie se quede afuera: 'Creo que mis películas se terminan con el público. Yo trabajo para la gente. Si no me dedicaría a la pintura, acá encerrado. A mí me gusta compartir. Y el cine es una forma de compartir, de sorprender, como un mago'.

Ahora volvamos a la ternura. El cine de Favio también es una crónica sobre la amistad, como él dice, una de las pocas cosas que realmente importan en la vida. En las películas de Favio siempre hay dos o más personas que se quieren mucho y se sostienen el corazón frente a cualquier adversidad.

Favio narra y celebra la vida en común, ese lazo de afecto y resistencia. La amistad es ese amor profundo que nos mantiene en pie. Quizás Favio nos dice que el antídoto contra el neoliberalismo y la crueldad del hiperindividualismo puede llamarse amistad. De eso también habla el cine de Favio. La amistad, como el amor, nos atraviesa, nos conmueve, nos exige, nos hace y nos salva.

Romántico a morir se llama su disco del 2000. ¿Será que la única rebeldía posible en este mundo que se cae a pedazos es ser un romántico empedernido que abraza la ternura? Así como Leonardo Favio.

author: Jimena Arnolfi

Jimena Arnolfi

Poeta y periodista. Publicó los libros “Campamento de supervivencia”, “Hay leña” y “Todo hace ruido”, entre otras publicaciones.

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