
Gestión de la Biblioteca Nacional: González y Borges en perspectiva
La gestión de Horacio
Lo recuerdo ahora, a cuatro años de su muerte, ocurrida el 22 de junio de 2021, y para ello recupero parte de algo que en su momento escribí, henchido de dolor, angustiado y con pena, un día después de su deceso.
“Intelectual brillante, militante de las causas justas, ser humano excepcional”.
En tanto duró su gestión como director en la Biblioteca Nacional (BN) entre los años 2005 y 2015, estuve a su lado al frente del Departamento de Canje y Donaciones. Puedo entonces hablar con cierta propiedad sobre su persona.
Hasta que él llego la BN no tenía una política clara en cuanto a la función a desarrollar y si la tenía, le era imposible llevarla a la práctica por falta de ideas o de presupuesto. La gestión cultural que llevaron adelante los gobiernos de Néstor y Cristina encarrilaron las cosas. Apareció el dinero necesario y el hombre ejecutivo para hacer de la teoría y la práctica un mismo elemento.
Lo primero que hizo fue tener charlas coloquiales con los empleados existentes en la BN. Solos o en grupos. Qué tarea desempeñaban, si estaban a gusto o no, que hacía falta en su área para que esta funcionara mejor, o bien que otra labor encontraba apta para desarrollar y nunca había sido llamado o seleccionado para la misma.
Fue una tarea ímproba y que llevaba horas y horas de su tiempo. Lo justificaba diciéndome que toda persona rinde más si está a gusto con lo que hace, con la labor que desempeña. De sus aciertos en estas investigaciones que llevaba adelante, cito al pasar dos de tantos otros. A un joven que estaba en el segundo subsuelo de la BN acarreando libros de aquí para allá, sin ton ni son, lo nombró a cargo de la editorial de la BN con excelente resultado. Otro muchachito abrumado y mal psíquicamente por un trabajo rutinario de oficina fue responsable de la revista de letras editada por la BN y de nombre “Abanico”; cambió su cara, su disposición y su ánimo inmediatamente. Quedó en claro una cualidad de Horacio de la cual nunca hizo alarde: te semblanteaba, conversaba con vos y “te sacaba la ficha al toque”.
Horacio en el Bar Británico, frente al Parque Lezama.
Otro mérito de nuestro director fue convertir a la BN. De ser una biblioteca del Barrio Norte situada en la aristocrática Recoleta donde las señoras de la zona venían a tomar el té a la confitería y a divagar sobre la inmortalidad del cangrejo o la última moda europea, pasó a ser una Biblioteca Nacional para todos los argentinos. Durante su gestión hubo un promedio de 600 (seiscientas) actividades por año, inclusive los domingos. Porque tenía claro que para muchos connacionales ese era el único y verdadero día de esparcimiento para él y su familia y poder gozar si quería de un espectáculo cultural de forma gratuita.
Al respecto, nunca voy a olvidar a esa humilde joven maestra que se vino con sus alumnos en un destartalado colectivo proveniente de La Matanza para gozar todos juntos de una muestra-exposición sobre Eva Perón, la “Santa Evita” de sus abuelos y bisabuelos.
Otra tarea que Horacio tenía clara como sociólogo e investigador, era aprovechar su función de director y mandar a reeditar en formato papel la gran mayoría de las revistas culturales y políticas que habían marcado una época en los convulsionados ’60 y ’70 y que estaban desaparecidas. Se tomó el trabajo de juntar las publicaciones dispersas hasta completar las colecciones. Esa era una tarea que solo podía hacerse desde el Estado Nacional (y así recuperar nuestro acervo), porque ninguna editorial privada iba a gastar un peso en algo que no le redituaba ganancia; así de simple. Entonces en su gestión, volvieron a nuestras manos –entre otras- las inhallables e invalorables Fichas de Investigación Económica y Social, La Rosa Blindada, Pasado y Presente, Proa, El Lagrimal Trifurca, Nuevo Hombre, Poesía Buenos Aires, Envido, Cristianismo y Revolución, Letra y Línea, El Ornitorrinco, Peronismo y Socialismo / Peronismo y Liberación, El Grillo de Papel. Impresiones a las que debe sumarse el fichaje completo de los textos de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA) y del Centro Editor de América Latina (CEAL) y los quince números de la revista La Biblioteca.
González tampoco se llevaba bien con las multinacionales que aprovechaban la volada y se convertían en auspiciadoras o presentadoras de eventos culturales en la Biblioteca Nacional, algo que era de práctica muchas veces antes de su gestión.
La cultura a ellas les importaba un corno, pero así figuraban y descontaban impuestos. Me acuerdo –porque él me lo dijo- que no iba a permitir que la Coca&Cola apareciera como sponsor de una muestra, donde como gesto “altruista” sería la encargada de confeccionar los programas con su logo y repartir la bebida cola entre los presentes el día de la inauguración. Y su decisión la hizo cumplir a rajatabla.
Horacio, y a su lado Mario Wainfeld, en los fervorosos años 70.
En otra oportunidad una multinacional de las comunicaciones hizo una donación de material gráfico pictórico y de arte muy valioso. Teniendo en cuenta mi función en la BN fui el encargado de organizar el encuentro entre ambas partes para la firma del convenio. Por la Casa: Horacio González y yo; por la otra parte dos blondas señoritas que eran lo más parecidos que vi en mi vida a las muñecas Barbie. Bueno, presentación va, cafecito viene, comentarios y sonrisas de circunstancias presentes, se firman los papeles. Y una vez firmados, Horacio le pregunta a una de las señoritas, la que parecía llevar la voz cantante por el lado empresarial, por qué habían efectuado una donación tan importante. Y la dama dijo que era porque la empresa había decidido ganar espacio – los libros de arte son voluminosos y pesados en la mayoría de los casos- y volcarse al terreno virtual. Yo sabía la que se venía. Lo miré a Horacio, quien dejó de lado su aire bonachón y les brindó a las muchachas una filípica de aquellas. Ninguna virtualidad podría borrar la importancia de un libro, la sensación de tenerlo entre manos, de hojearlo, señalarlo las veces que fuera necesario, de conservarlo como hito de nuestra existencia y de la propia humanidad. Lo virtual en el tema, solamente señalaba la finitud de una civilización que se pegaba un disparo en sus propios pies.
Y dejo para el final contar sobre su persona. Sobre su ética. Sobre su honestidad. Como director de la Biblioteca Nacional, gozaba de ciertos privilegios, esos mismos privilegios que él siempre dejó de lado. Ustedes deben creerme cuando les digo que cada vez que viajaba en avión –como Director de la BN- a un evento nacional o internacional lo hacía en clase económica nunca en primera o ejecutiva –salvo que lo invitara el anfitrión. Y cuando volvía de esa actividad, devolvía el importe de los viáticos que no había gastado en su periplo, cuando era norma que si se los quedaba nadie preguntaba nada. No quería ser llevado en la camioneta oficial de la BN con su chofer asignado a ningún lado, salvo que se hiciera tarde por algo y debía salirse del apuro. Tomaba taxis para moverse por Buenos Aires y los pagaba de su bolsillo, nunca le pasaba el ticket a nuestro departamento contable y exactamente lo mismo hacía con las comidas de todos los días. Las pagaba sin pedir reintegro. Y eran desayunos o almuerzos en tanto desempeñaba funciones en la BN.
Me pregunto ¿cómo no respetar para siempre a un tipo así?
Por eso se ganó la estima de todos en la BN. Logró lo que nadie logró antes y dudo que logre alguien después ejerciendo el mismo cargo. Cuando debió irse, todo el personal se juntó en la explanada y patio del piso cero, en otro lugar no cabían, y lo vitorearon, le cantaron y lo despidieron con aplausos y muestras de aprobación a su gestión. Hubo lágrimas y abrazos al por mayor. Cualquiera que trabaja o trabajó en el Estado sabe de las relaciones tirantes entre los dos gremios estatales: UPCN y ATE. Pues esta vez estaban todos juntos felices despidiendo al amigo, tal como se lo dijeron en los discursos que se improvisaron.
Horacio y sus 18 años.
Permítaseme una licencia entre histórica y religiosa para cerrar esta nota. Así como en la Historia de la Humanidad para registrar hechos en el tiempo se dice que tal suceso ocurrió en el año tal, antes o después de Cristo; (AC o DC); del mismo modo, es inevitable, de ahora en más, que cuando se den a conocer hechos ocurridos en la Biblioteca Nacional, deba decirse como añadidura, que ellos ocurrieron antes de González o después de González. Tal fue la revolución copernicana que este hombre produjo en nuestro pensamiento, en nuestras letras y en nuestros corazones.
El paso de Borges por la BN
Caído por un golpe cívico-militar sangriento el gobierno de Juan Domingo Perón un 16 de setiembre de 1955, los usurpadores del poder y la voluntad popular se abocaron a poner al frente de la Biblioteca Nacional a un intelectual que tuviera prestigio y profesara un antiperonismo furibundo por partes iguales. Lo encontraron en la figura de Jorge Luis Borges. Cuatro cuestiones a tener en cuenta:
Su cargo de Director fue nominativo, pero no ejecutivo. Toda la cuestión relativa a funcionamiento, desarrollo, logística, planeamiento y administración pasó por las manos de otro funcionario, José Edmundo Clemente, quien se desempeñó con probidad y eficacia en la tarea.
Un contradictorio Borges. A fines de mayo de 1971 se conocieron declaraciones suyas denostando al Peronismo fuertemente y presentándolo como paradigma de todos los males y corrupciones que hay en nuestro país. Dijo “otro soborno fue el aguinaldo, curiosa medida económica -imitada nunca sabré porqué por los Gobiernos ulteriores-, según la cual se trabajan doce meses y se pagan trece. Esta ridícula y onerosa medida ha sido decorada con el título de conquista social”. Pues bien, en tanto Borges fue Director de la Biblioteca Nacional cobró religiosamente todos esos años el aguinaldo; desde 1955 y hasta 1973 y nunca devolvió su importe como se podría haber esperado.
Pero, hay que reconocerle a Borges en su gestión, algo que seguramente no se propuso, pero logró con creces. Y se lo deberemos agradecer siempre. Sinceramente convencido de que Perón y el Peronismo eran la segunda tiranía, (la primera para él, era la de Juan Manuel de Rosas) se opuso terminantemente en el ’55, a que los cagatintas inquisidores quemaran –como hicieron en todos los demás establecimientos públicos- libros, revistas, semanarios, diarios y folletos editados por el Peronismo. Quería que perduraran para siempre en los anaqueles de la Biblioteca Nacional, con el único fin de que las generaciones futuras de argentinos supieran a través de esos textos sobre la “barbarie y la dictadura” peronista. Me parece que el tiro le salió por la culata.
Ya que estamos, pongo en evidencia una mentira que de tanto repetirse se volvió verdad. Y una “verdad revelada”; del tipo a “Nisman lo mató Cristina” o “la chorra se robó un PBI”.
Borges en su despacho de la BN.
Relato de María Esther Vázquez, escritora de estrecha relación de amistad y colaboración intelectual con Jorge Luis Borges, a punto tal de ser una de las biógrafas más importante que tuvo este, a través de su libro “Borges. Esplendor y derrota”. Tusquets editores. 1996. Ella nos dice: “Siempre se dijo que Perón lo hizo renunciar a Borges de la Biblioteca Miguel Cané y eso es mentira. Fue el Director de Cultura de la Municipalidad de Buenos Aires el que lo despidió cuando era intendente de la ciudad Emilio Siri.
Yo entrevisté a quien fuera director de cultura en aquella época, cuando escribí la biografía de Borges. Y le pregunté, y este señor me dijo ‘¡Qué quería! Si este hombre (por Borges) era un holgazán, no hacía nada, esa gente molesta, son parásitos’. Entonces, en ese momento, algunas personas le pidieron que no lo despidiera porque alegaban que Borges no tenía como ganarse la vida. Y este hombre se apiadó y la derivó al Departamento de Apicultura, el de miel y abejas. Y Borges, cuando salió de la intendencia dijo, creo que a Alicia Jurado: ‘me pasaron a un departamento que es exactamente igual como si me hubieran designado inspector de aves, conejos y huevos’. Ahí surgió el mito de esa designación, pero en realidad era el Departamento de Apicultura”.
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