Columna Feminismo popular

Parir pasó de moda

Por estos días la conversación pública focalizó su mirada en la caída de la tasa de natalidad, una tendencia que en los últimos diez años se acrecentó. Esa conversación vino acompañada de vociferaciones y señalamientos hacia las mujeres, como principales culpables de una posible extinción de la raza humana. En esta nota la autora se pregunta: ¿qué está pasando realmente?

Portada: Brian Kershisnik

Por estos días la conversación pública focalizó su mirada en la caída de la tasa de natalidad, una tendencia a nivel mundial que en los últimos diez años se acrecentó. Se estima que particularmente en Argentina disminuyó un 40% desde 2014. 

Esa conversación vino acompañada de vociferaciones y señalamientos hacia las mujeres, como principales culpables de una posible extinción de la raza humana. 

Pero, ¿qué está pasando realmente?

La caída de los nacimientos en todo el mundo se explica en parte por la disminución del embarazo adolescente (en nuestro país es de aproximadamente el 10%). Este es un logro de las políticas públicas que se implementaron para alcanzar ese objetivo durante muchos años. Todos y todas deberíamos estar de acuerdo con que los embarazos adolescentes no son algo conveniente ni deseable, por diversos motivos y elementos. Sin embargo, a ese triunfo hay que cuidarlo y protegerlo de cerca. 

Desde que asumió la presidencia Javier Milei hay una batalla cultural librada desde el gobierno para deslegitimar la ley de Educación Sexual Integral, para desfinanciarla así como también para cortar la distribución de métodos anticonceptivos, o desproteger la salud reproductiva de las mujeres en términos más generales.  

En los últimos días, el presidente Milei volvió a la carga con su discurso en contra del aborto, que definió como 'la atrocidad de estar asesinando seres humanos en evolución en el vientre de la madre', y cuestiono las 'políticas verdes que han causado el destrozo sobre la natalidad y el nivel de población futura'. Se trata de una nueva arremetida contra los feminismos, pero específicamente contra los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Una bala que parece efectiva a nivel discursivo y que las derechas globales le exprimen el jugo hasta su última gota, con aliados y aliadas que desde los algoritmos de las redes sociales edulcoran y pintan de un rosa pastel el retorno a los valores tradicionales de la familia, con la mujer como ama y señora de la casa y un mundo de fantasía que solo es viable cuando los recursos económicos y financieros abundan, como es el caso de las famosas Tradwives, o en español, esposas tradicionales. 

La ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo se aprueba en diciembre de 2020, y la caída de la tasa de natalidad se observa con más fuerza (35%) a partir de 2014. Hay argumentos que esgrimimos durante ese debate encendido y potente que tuvo como espalda la marea verde, que hoy retornan. 

Pareciera que hay que volver a decir que la maternidad es un proyecto de vida demasiado invasivo como para que sea algo impuesto.  La autonomía sexual, la posibilidad de elegir, la tan mentada libertad, ¿no debería ser una buena noticia? 

Estamos hablando de la soberanía sobre el cuerpo, el proyecto de vida, y las decisiones. Imponerle a alguien gestar y parir es lisa y llanamente violencia sexual.

Pero Incluso si dejamos de lado una perspectiva feminista y nos situamos en los derechos de los niños, niñas y adolescentes, nos preguntamos: ¿las personas que llegan al mundo no deberían ser deseadas y alojadas desde ese deseo? ¿No es el verdadero “alguien puede pensar en los niños”? 

Porque Milei, padre de sus hijitos de cuatro patas, exige que las mujeres tengamos más bebés, a pesar de que él no los tiene, a pesar también de que desfinancia la educación y la salud pública, vacía el principal hospital pediátrico oncológico del país, frena la obra pública que, entre otras cosas, posibilita la creación de infraestructura del cuidado, fundamental para sostener la crianza de un niño y conciliarla con la vida laboral o profesional de una mujer. Porque también existen quienes quisieran tener hijos, quienes sí tienen ese deseo y no lo ven posible. El precio de los alquileres, de la canasta de cuidado (en marzo se necesitaron $410.524 para criar a un bebé menor de 1 año y $515.984 para niños, niñas y adolescentes de 6 a 12 años, mientras que el salario mínimo es de $308.000), la escasez de tiempo para cuidar que se refleja por ejemplo en licencias deficitarias (hoy en Argentina los varones tienen derecho a solo dos días para paternidad), vuelve difícil una ecuación realista para construir el proyecto de tener hijos. Sumado a esto, hoy el gobierno se niega a reconocer al cuidado como un trabajo, y suprime la moratoria -que era popularmente conocida como jubilación para amas de casa porque la mayoría de sus beneficiarias eran mujeres que accedieron a empleos informales porque se quedaron cuidando-. Pero, si quizás el objetivo detrás de este discurso pro natalista sea que se necesitan potenciales consumidores para engrosar los bolsillos de quienes se llevan la mayor parte de la torta, ¿cómo lo van a lograr si cada vez somos más pobres, o mejor dicho, si nos están empobreciendo con un ajuste brutal y feroz, que no escatima en crueldad?

¿Cómo esperan que nos reproduzcamos sin las condiciones materiales necesarias para hacerlo?

Por otra parte, sí está ocurriendo algo que es que hay muchas mujeres y varones también, subrayo acá varones también, que deciden no tener hijos, o que retrasan su maternidad/paternidad, en pos de otros proyectos posibles: laborales, profesionales, académicos. Existe quizás una dimensión más real de la demanda que implica maternar, de las renuncias que se desprenden de ahí, un tabú que se destapó y que nos da nociones más claras a la hora de tomar decisiones. Por ejemplo, el costo que tiene específicamente para las mujeres con relación a la desigualdad en la distribución de los cuidados y cómo eso impacta en las brechas salariales, en los niveles de desempleo, subempleo, en los techos de cristal, la perpetuación de las situaciones de violencias, y tantos otros fenómenos sociales que ocurren y que se explican por esa desigualdad en el cuidado, que tienen su raíz ahí. Hay una batalla por el tiempo, quizás el bien más trascendental. Y hay además un quiebre en los mandatos y en los roles asignados que se espera que cumpla cada género. Eso también nos habla de un ejercicio de la libertad, ahora que hablar de libertad está tan de moda. 

Ahora bien, la contracara de la caída de la natalidad es el crecimiento de la esperanza de vida. El promedio en Argentina es de 77 años y medio. Si las personas solo somos “productivas” hasta los 65 años, y si la esperanza de vida aumenta tres meses y medio cada año, estamos metidos en una profunda crisis del cuidado, porque ¿quién va a cuidar a esas personas? ¿Está el Estado pensando en crear un sistema de cuidados que contemple esta situación? Porque la respuesta a eso definitivamente no puede ser que, ante esa crisis, volvamos a ser las mujeres las que resignemos nuestro tiempo para cuidar de otros.

Este escenario puede abrir nuevas oportunidades, porque no es que seamos pocos, sino que los recursos están mal distribuidos. 

La posibilidad de mejorar la calidad educativa de los niños que ya existen, la apertura migratoria, la mejora en el mecanismo de adopciones, pueden ser cuestiones a explorar.  

Porque si parir pasó de moda, Gilead no es una opción, no puede serlo, a pesar de que el gobierno lo mire con cariño.                                                                                          



author: Celeste Abrevaya

Celeste Abrevaya

Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires, especialista en Políticas del Cuidado con perspectiva de género por CLACSO y Diplomada en Género y Movimientos feministas (FFyL).

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