Cultura Musikero

Permite que me saque el sombrero

Crónica del primero de los dos shows que Andrés Calamaro dio en el Movistar Arena, ante quince mil personas, luego de una espera que duró casi tres años, y una gira que arrancó a comienzos del 2022.

Foto: Victor Carreiro

Andrés Calamaro (AC) retornó a Buenos Aires luego de un paréntesis que se prolongó por tres años. En las puertas del Movistar Arena, su regreso se palpitaba glorioso. Así lo fue, desde el momento en el que el legendario músico colocó un pie sobre el escenario, una ovación estalló desde el campo y las plateas, en la noche de jueves del pasado 24 de noviembre. Al unísono, el “olé, olé, olé, Andrés, Andrés…” emocionó al cantante, quien saludó a la multitud y besó el escenario del barrio bohemio, ubicado en el centro neurálgico de Villa Crespo, listo para cobijar una velada para atesorar.

Hubo un tiempo en el que AC tenía la bendita costumbre de cerrar cada año con un apoteósico show en Buenos Aires. Multitudinarios rituales que se extendieron desde aquel mentado regreso en 2005, prueba de lo cual, su rejuvenecida impronta fuera plasmada en dos discos en vivo fundamentales dentro de su obra: “El Regreso” (2005) y “Made in Argentina” (2006). Era una fija para el almanaque rockero, Andrés despedía diciembre en Baires con motivo de la presentación de exitosos discos: “La Lengua Popular” (2007), “Obras Incompletas” (2009) y “On The Rock” (2010). Las citas solían llevarse a cabo en el Club Ciudad de Buenos Aires o, incluso, en el sagrado recinto Luna Park. Motivo de celebración de fértiles cosechas en incendiarias temporadas componiendo de modo compulsivo, con asombrosa originalidad, incontinencia y rapidez. 

Pero, poco a poco, y en la medida que su figura comenzó a cobrar mayor magnitud, Andrés, por diversos motivos, eligió espaciar su aparición de los escenarios. Se diluyó así aquel frenesí de sorprendernos con, al menos, un disco por año y, quienes disfrutamos de ver a AC tocar en vivo, empezamos a conformarnos con encuentros a cuentagotas. Quien escribe estas líneas rememora el estreno del fenomenal álbum “Bohemio” (2013), en el Hipódromo de Buenos Aires. La ciudad no volvería a verlo hasta su aparición en el marco del Personal Fest 2016, y otros tres años pasarían hasta su debut en Movistar Arena en 2019, para estrenar el impecable “Cargar la Suerte” (2018).

 ‘Hace décadas que soy…’, nos cantaba en “Out-Put” del quíntuple “El Salmón” (2000), y pareciera hoy número puesto cumplido a rajatabla: cada tres años acontece un épico retorno a su querida urbe, avivando el fuego incombustible de su idilio con los fieles fans que visten en el pecho de su remera la cara de Andrés; los mismos que tatúan en su piel aquello de que ‘la honestidad no es una virtud, es una obligación’ o los que nombran a sus hijas Paloma.

Es así como llegamos a 2022, meses después de que fuera editado “Honestidad Brutal: Extra Brut”, lanzamiento recopilatorio que se llevara a cabo en el mientras tanto de las respectivas escalas que realizara en distintos puntos de Latinoamérica (Colombia, Chile, Uruguay), como destino final de una gira anual cuyas últimas estaciones han sido ciudades de nuestro país: Córdoba, Paraná y Mar del Plata vibraron con la música del Comandante Andrés.

De inmejorable actitud y comulgando con el cariño que el público le retribuye desde el campo y las gradas, el compositor nacido en 1961 festeja a lo grande su permanencia en la primera fila de nuestro rock. Yendo del teclado a la guitarra, un contenido Calamaro se suelta un poco más, calienta motores. ‘El Cantante’ cada día canta mejor, y adapta su color vocal a una serie de clásicos que encuentran nuevas texturas para redescubrirse. Nuestro remedio sin receta se confecciona en un repertorio que se solidifica en clásicos inalterables al paso del tiempo. Con atención e intimismo, nos entregamos a la escucha, sumidos en un clima que permite a Andrés echar mano a algunas de sus joyas más esperadas: “Los Aviones”, “Bohemio”, “All You Need is Pop”, “Tuyo Siempre”, “Los Chicos”, “Maradona” (en las pantallas proyectaban el doblete de Diego Armando a los ingleses en el ‘86 y el grito de gol fue conmovedor), “El Salmón”, “Alta Suciedad” y “Flaca”, se conforman como columna vertebral del setlist.

Así es como el matador Andrés sabe revalidar credenciales, abrazando la masividad y el furor que su aparición despierta en un reencuentro que sube la temperatura de una ya de por sí cálida noche de noviembre. Poniendo en marcha la maquinaria de hacer hits y rimas imposibles, AC continúa gozando de la vigencia de momentos claves en su discografía: un manual de álbum pop en virtuosismo hi-fi como “Alta Suciedad” (1997), las tóxicas y corrosivas experiencias de “Honestidad Brutal” (1999), la oscura crudeza, riesgo y desparpajo de “El Salmón” (2000). Presenciamos el alimento vital de su obra en el recuerdo de aquellas horas de grabaciones intensas, veces que fueron meses de vigilia nocturna, excesos por doquier cultivando el bajo perfil, y construyendo, pacientemente, con artesanía y sin virtud alguna en el equilibrio, su propia historia.

Su energía se dosifica regalándonos instantes de gloria eterna, que se prolongan a lo largo de un heterogéneo, aunque compacto show, consistente de veintitrés canciones. De las plateas baja un estruendoso aplauso, y en el campo todo es aglomeración, transpiración genuina, sacudones desbordantes, gargantas gastadas de gritar. Mareas humanas en éxtasis absoluto son, claramente, un triunfo pospandémico. Los cuerpos se confunden en la inigualable experiencia, y la formación deluxe, arriba de las tablas del Movistar Arena, derrocha talento. Tomemos con calma lo que hay que tomar; no hay canción de rock and roll que se precie como tal y en su justa dosis sin un buen solo de guitarra, dice el anfitrión, y el público asiente. No cualquier artista logra semejante adhesión y compromiso: Calamaro es sentimiento vivo.

El presente tour nos trae de regreso a un ícono generacional, ganador en el pasado año del Premio Latin Grammy a Mejor Canción Pop-Rock por “Hong Kong (2021). Con aplomo, el cantante potencia su costado más crooner y mixtura géneros, dando fehaciente prueba de su amplia paleta sonora. Capaz de hibridar armonías y melodías que aún siguen acariciando nuestra alma, nos deleita con el segmento medley que incluyó “La Parte de Adelante” y “Loco”. También podemos apreciar otros pasajes pertenecientes a su etapa solista más reciente (“Rehenes”, “Cuando no Estás”, “Verdades Afiladas”). Un efectivo recorrido que incluye una sentida versión de “Espérame en el Cielo” (dedicada a su amado Diego), también un breve segmento instrumental de “Live and Let Die” (de Paul McCartney & The Wings). El inconsciente colectivo lo ha convertido, sin dudas, en un ídolo popular, cantando sus letras de memoria y elevándolas en himnos sin fecha de vencimiento. 

El frontman se rodea de una banda de buenos y viejos conocidos, integrada por German Wiedemer en teclados, Mariano Domínguez en bajo, Julián Kanevsky en guitarras, y Martin Bruhn en batería, a quienes se les unen los invitados especiales de cada noche: Zoe Gotusso (en ambas jornadas, para “Tantas Veces”) y Juanse (para la siguiente fecha, el 27), tocando “No Se Puede Vivir del Amor” y “Para Siempre”, el tema que compusiera a dúo con Andrés para el disco “Vivo Paranoico” (2001). Casi dos horas de recital también brindan un repaso a eternas gemas de la inolvidable Los Rodríguez, llevándonos de paseo por “Mi Enfermedad”, “Sin Documentos” y “Para no Olvidar”. Sabiendo tomar la ruta doliente del varón herido con las espinas de su propia rosa, ofrece Calamaro una renovada versión de “Crímenes Perfectos”. El estribillo irrumpe coreado por estadio exultante en pleno clima mundialista; la inmortal balada asume las consecuencias de vivir y morir por amor, surge aquí la perfecta sincronía entre el respetable y el cantante, volviéndose a crear esa atmósfera única y envolvente que los fanáticos saben agradecer por siempre.

Son las nueve y la noche promete. Las quince mil personas congregadas en el Movistar Arena no dejan de alentar a Andrés. Esa voz y pulso del pueblo rockero, esa lengua poeta, torera, filosa e irreverente; ese rebelde y provocador que busca la canción perfecta y se propone encontrarla. Del campo al escenario llueven trapos, el cantante los devuelve. El amor es mutuo, y el público a sus pies resulta la inmejorable prueba. Los bises se acercan y como significativo emblema del Calamaro siglo XXI, suena “Los Chicos”, power rock testimonial de los amigos ausentes proyectados en la pantalla gigante, y entre quienes desfilan Luis Alberto, Gustavo y Pappo, sumándose a los recientemente desaparecidos Marciano Cantero, Willy Crook y Palo Pandolfo. Por supuesto, el final fue con Diego en emotiva instantánea, para una cita plagada de guiños maradonianos; es sabido, el artista admira con devoción al eterno Diez.

La silueta del cantante se dibuja en la noche porteña al momento de entonar sus estrofas más preciadas, seguramente sintiéndose pleno. Animado y ocurrente, interactúa de a ratos, al tiempo que administra sus infaltables y más festejados e imborrables éxitos. Mirando a través de sus gafas y con la vista clavada en una tribuna que luce interminable, consigue resignificar esa comunión eterna. Andrés se dirige a la audiencia y exhibe un estampado en su remera. Llamativamente, dedica el concierto a la memoria de Wilko Jonhnson, fundador y guitarrista de la banda Dr. Feelgood, el último de los que vivió para contarla. Llega la sentimental “Paloma” y siempre nos lleva a ese éxtasis, los ojos se llenan de lágrimas, no podemos ni debemos evitarlo. Pero, esta vez, la canta la gente y Andrés, cautivado, sabe ceder el micrófono y protagonismo absoluto en un instante mágico. Sí, piel de Salmón.

‘Los llevo dentro de mi corazón’, dice un emocionado Andrés, llegando al epílogo. Vuelve a tomar aire y saluda a Buenos Aiers. Y es justamente ese corazón, músculo sano que necesita acción, al que alguna vez sus pedazos ató con alambre, ese que nos entrega a cada tramo de una obra colosal y desmesurada. ‘Voy a volver donde nací’, enunciaba el músico furtivo en su último disco de estudio; sobreviviente de su propio Vietnam, navegante contra la corriente en su propio infierno, ese que lo mantuvo semiretirado de la actividad y alejado de los escenarios, gestando su propio mito, durante un hiato enigmático. Sin embargo, habiendo sorteado mil y un tormentas, parece acrecentar su legado y trascendencia, cada vez más.  Un recuerdo encontrado a esta noche ha venido, ahí está Andrelo y su inspiración apócrifa; el que hace de las suyas, ese que deja la sangre en la arena sabiendo torear en peores plazas, como suele ser habitual.

Aunque la dirección elegida quizás no sea tan contra corriente como hace más de veinte años el himno del disco homónimo rezaba, a manera de mandato, el tiempo hoy, testigo casual, lo volvió a reencontrar, distinto, pero casi igual. Alejado de las turbulencias y desavenencias internas que en el pasado lo distanciaran del ojo público, se reinventó a sí mismo y puede considerarse, sin miedo a equivocarse, profeta en su tierra. Solo los elegidos lo logran, y Andrés forma parte de ese olimpo de ilustres que nutre la segunda generación de nuestro rock nacional. Un ave fénix que sabe renacer en un presente musical cuya gesta consigue cumplir la máxima que de puño y letra rubricó: ‘las canciones tienen que dar la sensación de poder detener el tiempo’. Suena el pasodoble de la Guayacán Orquesta, el tercio anuncia que el sueño está por acabar. Nos volveremos a ver, y esperamos, vuelva pronto, porque siempre hay un regreso.

Artista y ciudadano celebrado como figura esencial de nuestra cultura, al cuaderno se le acaban los renglones y buscamos un término que defina con justicia poética a Calamaro. La música del cantautor es idioma, es canción latente, es verso de síndromes urgentes, de folklore, de bandera, de letras con sentido y sensibilidad, que nunca mienten, siempre dicen la verdad. De diez mandamientos (o doce pasos) para sufrir y vivir al límite, firmando estrofas con desfachatez: ‘lo prohibido es una forma de vida’. Celebramos sus pregones, fluye en las venas rock, rumba, tango, blues y cumbia. Epítome de lo excesivo, fue, es y será un héroe amado u odiado en sus exabruptos, pero ignorado jamás. Ese que nos empacha con su dominio de la canción en toda la belleza de sus formas. Quien, a lo largo de interminables noches sin dormir, fue haciéndose inoxidable al paso de los años y las modas. No se olviden ni se confundan, Calamaro es grande porque congrega multitudes que lo esperan allá afuera.

author: Maximiliano Curcio

Maximiliano Curcio

Nació en la ciudad de La Plata, Argentina en 1983. Es escritor, docente y comunicador, egresado de la Escuela Superior de Cinematografía

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