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Política mata desinterés
No se hizo esperar la reacción al apoyo generalizado que está logrando el gobierno de Alberto Fernández en la gestión de la crisis por la pandemia del coronovirus. La bestia estaba agazapada, en las sombras, tanteando el momento oportuno para mostrarse, porque antes que la salud de millones de compatriotas, está la hegemonía por el relato de la realidad, y llevar agua para el molino. El movimiento lo hicieron en el territorio digital, y en seguida articularon con los medios masivos de comunicación. Justo cuando la cohesión de los sectores medios en relación a la imagen del presidente alcanzaba niveles inéditos, y hasta Susana Giménez lo elogiaba.
El cacerolazo sonó en algunos barrios porteños, y también en algunos municipios del conurbano. Fue masivo, ¿no? ¿Representa el sentimiento de un sector de nuestra población? Sí.
Pedirle un gesto de austeridad a “la política” no tiene nada de novedoso, ni acá ni en otros países del mundo, pero sí que se realice en el marco de una crisis nacional y global, en la que justamente, por lo menos en la Argentina, es la política, a través de los poderes ejecutivos y legislativos, están sorteando con efectividad por lo menos el cuidado sanitario de la población, las vidas humanas. Alberto Fernández es la figura que hoy capitaliza esa imagen de “Estado maternal”, según las palabras de la antropóloga Rita Segato, pero también se puede mencionar al gobernador Kicillof e incluso al gélido jefe de gobierno Rodríguez Larreta, ambos a cargo de la zona metropolitana que concentra la mayor parte de los contagiados del país.
La relevancia que tiene hoy el Estado nacional en la vida pública es tan notable como imprescindible, por ejemplo a través del sistema de salud, que a pesar de haber sido salvajemente golpeado por el gobierno de Cambiemos, hoy es el bastión principal para hacerle frente a un virus que tiene en cuarentena a todo el país. El sistema de salud pública y los funcionarios y funcionarias que están a su cargo. Lo mismo sucede con las fuerzas de seguridad, y las fuerzas armadas, todos funcionarios públicos que hoy tienen una responsabilidad mayúscula para evitar la propagación del virus.
El macrismo asumió la administración del país con el discurso de la anti política. Y lo sostuvieron durante la gestión de gobierno. La idea de que los hombres y mujeres de negocios podían gobernar la Argentina de un modo honesto y exitoso, se fue por las canaletas de los paraísos fiscales, el desinterés por los problemas de las mayorías, la desidia y la persecución política de sus adversarios.
El discurso de la antipolítica es un cazabobos, y cualquiera de nosotros puede ser una presa fácil. Están los ideólogos del cacerolazo, los impulsores, los que se enganchan para cascotear al gobierno popular, y los que caen en la red, teniendo en cuenta que una crisis que nos tiene confinados en casa y con una sentimiento de angustia atravesado en el pecho por la incertidumbre que flota en el aire en relación a lo económico, ya no en relación a lo que suceda en el invierno, sino ahora, ya, mañana.
Millones de compatriotas apostaron a la política en octubre del 2019. Ojalá que las aventuras neoliberales no nos golpeen más: solo traen dolor, odio y desesperanza. La disputa por el sentido común, entonces, sigue, no tiene fecha de vencimiento. Solo un distraído, o una ingenua, se creyeron el cuento del fin de la grieta por el apoyo que dieron algunas figuras, o incluso las líneas editoriales de los diarios. La reacción siempre está. Son los Rocca, los bancos, las energéticas, los grandes agroexportadores, los medios masivos de comunicación, y sus representantes en el Congreso.
La política, mientras tanto, que decrete la prohibición de los despidos y suspensiones. Somos millones los que vamos a usar esa carta en la discusión con el de al lado para definir en qué país queremos vivir.
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