“León rugiente y oso hambriento, el malvado que domina a un pueblo pobre. Príncipe insensato multiplica la opresión, el que odia el lucro prolongará sus días”.
Pr 28
“Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos”.
1 P 5
Cuando ya nonagenario Carl Schmitt tuvo que definir el liberalismo, sentenció que ser liberal es una cuestión de temperamento, “pero si esto deviene un partido, será una desgracia”. El actual experimento libertario en Argentina parece justificar aquel desesperante pronóstico. Tenemos por un lado una estructura política donde se compran y se venden los cargos, que como barco pirata asalta el Estado para destriparlo, triturarlo y repartir el botín entre hambrientos comensales, cuya gula no conoce límites. El Leviatán es sacrificado y devorado en el banquete de las grandes corporaciones que hoy comandan el proceso político y económico contra el país. Por otra parte, sin embargo, el que se dice capitán de la nave es un émulo de Ahab, un hombre colérico y desmesurado, con brotes explícitos de locura (cierto nivel de locura, de deserción de la realidad, es constitutivo de la audacia, y Milei es innegable que la tiene), que persigue su venganza sin escrúpulos ni contemplaciones.
Ciertamente, no se trata de una contradicción. El delirio anarcocapitalista de quienes nos gobiernan necesita este tipo de liderazgos mesiánicos, que en su paranoia ven enemigos y traidores por doquier. ¿A qué se debe? A la impotencia del dogma para someter a la realidad. Si todo tiene que ser resuelto por el mecanismo impersonal del mercado, cualquier mediación institucional, así como cualquier protesta callejera, aparecen como un obstáculo de mala fe, como una distorsión antinatural y perversa.
La grieta entre el ser y el estar
Filosofía y política
Después del fracaso de la Ley Ómnibus en el Congreso, Milei, haciendo gala de su intransigencia y de su perfil decisionista (que en un contexto de degradación económica y moral es algo que cotiza frente a la insistencia de los eternos dialoguistas y negociadores), se atribuyó haber desenmascarado a la casta y lanzó misiles de amenazas e improperios sobre los políticos dialoguistas que trabajaron desde el minuto uno para que las reformas consiguieran el aval del Parlamento. Muchos de ellos apenas querían corregir incisos. Pero el fundamentalismo religioso no comprende matices. Su moral es la del todo o nada. La falta de resultados económicos y el creciente malestar social llevan al Presidente a profundizar su santa cruzada, en lugar de revisar la conformación de su gabinete, el marco de sus alianzas y el rumbo tomado, que desregula y liberaliza precios para “estabilizarlos” en niveles europeos, con salarios que son asiáticos. Curioso de alguien que hizo campaña en contra del “populismo”.
En Twitter, Instagram o Tik Tok, Milei agita a sus seguidores con imágenes de Terminator o un león gigante, interactúa con cuentas que le piden ir a fondo y destruir a sus opositores, distribuye insultos a los cuatro vientos, mientras la gente de a pie, “los argentinos de bien”, no pueden comprar carne ni pagar el colectivo. La teología política del neoliberalismo, según la caracterizó José Luis Villacañas, el mayor pensador político español de las últimas décadas, propone un camino de penurias y sufrimientos hasta alcanzar el paraíso terrenal del libre mercado. Insólitamente el mismo discurso tenía Stalin en la Unión Soviética, quien quería imitar a Moisés y llevar al pueblo a la “tierra prometida del socialismo”. En pos de ese objetivo de máxima emprendió la colectivización forzada y la industrialización acelerada, que supusieron un verdadero desastre social. Milei se propone lo mismo pero al revés, en sentido inverso, desregulando prácticamente todo. Y como dejó claro en una extraña publicación, también se autopercibe como heredero de Moisés.
Además de una claudicación geopolítica, el viaje “espiritual” de Milei a Israel debe ser leído como lo que representa en su trastornada fantasía: es la subida de Moisés al Sinaí, la revelación de Dios ante el profeta. ¿Qué significa el “no la ven” sino que hay un grupo selecto de elegidos que sí la están viendo y que basan su derecho de mando en la apertura a la trascendencia? La observación de Carlos Maslatón sobre lo que estaba pensando Milei al compartir en hebreo un pasaje del Antiguo Testamento es completamente atinada. La figura del león abriendo la jaula pretende ser una metáfora de Moisés liberando a su pueblo de la esclavitud de Egipto y conduciéndolo al Éxodo. Es conocida la secuencia. El paso por el desierto es áspero y difícil, repleto de privaciones. Entonces los hebreos dejan de creer que aquel es el camino a la tierra prometida, donde mana leche y miel. Frente a la ausencia de Moisés, que tarda en bajar del monte con las Tablas de la Ley, el pueblo necesitado de un guía instigó a Aarón a ofrecer un reemplazo y éste fabricó un becerro de oro, que todos adoraron como su verdadero dios. “Al acercarse al campamento y ver el becerro y las danzas, Moisés ardió en ira, arrojó las tablas y las hizo añicos al pie del monte. Luego tomó el becerro que habían hecho y lo quemó; lo molió, lo esparció en el agua, y se lo dio a beber a los israelitas”.
Crueles
Cómo enfrentar al mileismo y macrismo
Milei llamó a retirar la Ley Ómnibus ante la obstinación de los idólatras que todavía extrañan la opresión del Faraón. Pero no lo hizo sin una declaración de guerra, igual que Moises, quien introdujo un antagonismo entre las tribus. “¡A mí los de Yahvé!”, grita para encolumnar a los leales contra los traidores, que son pasados al filo de la espada sin ninguna clase de juicio. Moisés los manda a matar porque su voluntad es la voluntad de Dios. Eso mismo piensa Milei: la República carece de valor sustancial, los procedimientos están de más, son superfluos y entorpecen. Son fuerzas espurias que se oponen, que bloquean a “las fuerzas del cielo”. Y por lo tanto hay que destruirlas. Su lectura del judaísmo es, qué duda cabe, una lectura atravesada por influencias evangélicas, por una lógica puritana, de escasa relación con el catolicismo del que proviene. De manera que su acuerdo con los evangelistas para canalizar la asistencia alimentaria, en sintonía con el Brasil de Bolsonaro, responde tanto a criterios políticos y mediáticos (la dinámica mundial de la ultraderecha) como a la visión religiosa que le fue inculcada.
El de Milei es un credo de superhombres, a la manera nazi, como interpretación vulgar de Nietzsche. Los popes libertarios juegan a ser oficiales de las SS, Milei hasta se viste como Himmler. Bravuconean, desfilan ya no por las calles y entre las multitudes sino por las redes, como aspirantes a gangsters, como pistoleros heroicos, como tipos duros y despiadados, cuando todos sabemos que son “nenes de mamá” y no “guerreros arios”. Nótese cómo se le hace aclamar a los adictos del jefe un supuesto sex-appeal que este poseería. La frase de Wanda Nara, que describió a Milei como “el presidente más sexi de todos los tiempos”, puede resultarnos bizarra y hasta divertida, pero es una demostración del carácter psicopolítico que domina a estas personas. Son una parodia barata del nacionalsocialismo, pero que al país que cayó en su trampa le saldrá muy cara.
Típico de los delirios mesiánicos de las religiones seculares del siglo XX es que sus jefes, antes de convertirse en figuras rodeadas de una aureola mística y que despiertan en sus seguidores una sensación de omnipotencia (el rugido del león, animal que Milei omite que es una de las encarnaciones del Anticristo), tengan un pasado triste y oscuro, con dificultades para integrarse en la sociedad, en conflicto con la autoridad paterna. Son psicológicamente huérfanos y su rechazo del Estado (o de Dios) no es más que una sublimación del rechazo a sus padres. El fracaso personal muta luego en teorías conspiranoicas, que gozan de buena recepción en los escenarios de crisis orgánicas y frustración de masas. En ese momento su tono se vuelve el tono de los profetas y de la soledad inicial pasan a nutrirse del fervor de grupos apostólicos primero y de grandes multitudes después, que confían en su clarividencia para marcar el camino y que están dispuestas a llevarse todo por delante con tal de lograr sus objetivos. Finalmente, en la cima de su poder, cuando se demuestran endebles y frágiles como cualquier ser humano, empieza la persecución, la mirada de reojo frente a su séquito y, en última instancia, eligen la autodestrucción antes que admitir que estaban equivocados. El caso de Hitler es el más terrible y emblemático (llegó a ordenar la aniquilación de Alemania para no rendirse frente a los aliados) pero no es el único. Milei participa del mismo tipo psicológico, junto con sus paladines de la “libertad”.
Las venganzas que está ejecutando ahora, haciéndole pagar el ajuste a las provincias, tirando por la ventana antiguos aliados (“viejos meados”, “ventajeros”, “kirchneristas encubiertos”), golpeando con dureza al trabajador, al que no le arroja ninguna soga (excepto para colgarse), son la derivación lógica de su inestabilidad emocional y su crueldad con cualquiera que no se discipline a sus caprichos y a su manía histérica. El odio que respira se debe, fundamentalmente, a una fascinación por lo abstracto, a una tendencia a querer clasificarnos a todos dentro de un esquema muy rígido de categorías. Ser un argentino de bien significa ser un devoto absoluto de las “ideas de la libertad”. Quien no las comparte, quien advierte sus inconsistencias, es un rezagado que tiene que ser corregido, escrachado y lapidado por las fuerzas de combate del Presidente, su guerrilla digital de trolls y jóvenes que quieren arreglar su falta de amor agrediendo “zurdos”, “feminazis”, “prebendarios” o “gerentes de la pobreza”. Una simplificación de la realidad, un consignismo que no le envidia nada al bolchevismo escolástico de los tiempos de Stalin. Si la dictadura del proletariado era para el comunismo soviético el proceso de máximo Estado para llevar a la extinción del Estado, Milei tiene en mente algo similar. El Estado se desguaza a sí mismo y sólo puede hacerlo por medio de una dictadura. Ningún gobierno es liberal. Esto, además de Schmitt, lo dijo Lacan.
Sin hacer futurología y apenas habiendo asumido, me atrevo a sostener que encerrado en la circularidad de su hybris es inevitable que Milei se destruya a sí mismo. El problema es que nos va a arrastrar a todos con él. De la magnitud de la crisis dependerá, entre otras cosas, que Macri pueda intervenir exitosamente el gobierno o que la agazapada Villarruel—que en su pronunciamiento sobre lo sucedido en el Congreso no acusó a nadie de traición y buscó mostrarse como una dirigente mucho más moderada y razonable que el libertario—termine sentada en el Sillón de Rivadavia. Cualquiera con un poco de tino puede alertar que Milei no concluirá su mandato y, sin embargo, esa premonición es parte de su morbo. De hecho, a él parece no interesarle. Es consciente de que Moisés no pudo entrar a la Tierra Prometida. Sus tiempos no son los tiempos de la República. Y por mucho que invoquen a Alberdi, ni hablan su lenguaje ni honran su perspectiva, pues el padre de la Constitución observó muy rápidamente que los autodenominados “liberales argentinos” eran muy poco liberales: perseguían y proscribían a sus opositores, reprimían con brutalidad a las clases populares y hacían negocios para los amigos más que generar oportunidades para todos.
Está bien que el peronismo haga valer las instituciones republicanas, que limite el poder del Ejecutivo, que ponga frenos a la vocación de dictadorzuelo del Presidente, pero no podemos quedarnos ahí. El rechazo de la Ley Ómnibus fue un relevante triunfo parlamentario, que no hubiese sucedido sin la dureza del peronismo para oponerse a la totalidad de las reformas, en vez de negociar las partes. Y, no obstante, si el éxito no es capitalizado políticamente (convenciendo a la sociedad de que se trató del Vicentín de Milei, que reculó), entonces la Ley retirada podría convertirse en la 125 del gobierno, en una abundante fuente de épica. Sería un error pensar que las instituciones están lo suficientemente arraigadas en el pueblo que votó a Milei. Funcionan por inercia, por la pasividad de la mayoría, por su adaptación a “lo que hay”, pero ya no difunden hegemonía. La desilusión llevará a la apatía política, no a un refuerzo per se de lo que entendemos por democracia. Y si seguimos por este camino, terminaremos, en el mejor de los casos, con un modelo en el que no votará más del 40% de la población, con un país devastado.
Hoy la vía escogida por los libertarios (en rigor, por Milei, cuyo principal problema político es su mismo partido), no importa si carecen de la fuerza para transitarla, es la de una dictadura plebiscitaria, con síntomas de guerra civil de baja intensidad que irá escalando, en compañía del hambre, la represión y el terrorismo económico y mediático. La Ley Ómnibus pretendía ser la Ley Habilitante del gobierno de Milei (así como el DNU, que se mete con todo, homenajea el “Decreto del Presidente del Reich para la Protección del Pueblo y del Estado”, publicado tras el incendio del Reichstag), que le daría facultades extraordinaria para legalizar su dictadura. Su bloqueo obliga a apelar directamente a las masas. El mapa actual no es para los politólogos, que hablarán de reagrupamiento de los bloques políticos o nuevos clivajes. La Libertad Avanza no fue diseñada para perdurar como partido sino para romper el país. El peronismo tiene que hacerle frente al gobierno tiránico con un programa minimalista de defensa nacional, porque el proyecto al que se subió el poder económico (que soltará la mano de Milei cuando lo vea demasiado impredecible, pero no su plan de reformas estructurales) es el de liquidar el ADN argentino, el de globalizar las almas y hechizarlas con los trucos prestidigitadores de los magos financieros. Y los algoritmos por desgracia no se comen ni alegran la vida.
Pero con el minimalismo no alcanza. Porque el minimalismo nos trajo hasta acá. Frente a Milei, Massa como alternativa no era más que Fernando Henrique Cardozo desvirtuado (porque no cosechó sus resultados como ministro) frente a Cavallo, que es lo que sigue al actual momento Bunge y Born del gobierno, si no hay antes otro Plan Bonex. Milei confía en que la dolarización será su convertibilidad y acabará con la inflación. Tememos que el país se ecuadorice, que sea tomado por las mafias y los narcos. Es un destino probable. Pero lo que ya está pasando es la peruanización de la política argentina (luego de su primera italianización), que no sabemos si terminará con un juicio político, con un cierre del Congreso o con un doble poder impotente en medio del saqueo neocolonial. De cualquier manera, el conflicto abierto de poderes (que representan a minorías intensas no por sí mismos sino en esta situación concreta de antagonismo) ocurrirá y será implacable.
El peronismo tiene que salir de la nostalgia y de la etapa de diagnóstico, en la que está atrapado desde el 2019. Asumir que los años kirchneristas no volverán, que los problemas que nos aquejan son nuevos y que las soluciones también deberán serlo. Y luego, una vez que se diagnostica, tomarse en serio los diagnósticos, ser audaces e indiferentes ante el qué dirán. Si se piensa que Milei es un potencial dictador, hay que actuar con la responsabilidad que supone ese peligro. Si se cree que Milei está empeñado en destruir el país, hay que predicarlo entre el pueblo, incluso cuando todavía muchos sectores no estén preparados para escuchar y sigan depositando sus esperanzas en el verbo furioso del profeta de la dolarización. Nada de lo cual será posible si el peronismo tiene en la cabeza las elecciones y no qué quiere ser, qué línea programática debe representar, qué rumbo se pretende para el país y para resolver la crisis. Las acciones directas contra el mascarón de proa son insuficientes, porque las corporaciones pondrán una cara más amable o con mayor pericia, si eso necesitan. Hay que interpretar lo que está sucediendo como lo que realmente es: una guerra de clases del capital (el capital transnacional y sus aliados) contra el trabajo (más dividido que nunca). La respuesta debe ser igual de categórica. Que la emergencia de Milei como voz protestataria contra la casta nos deje alguna lección. Que los dirigentes no se olviden de dónde vienen y a quién responden, ni que el pueblo sufre y no puede esperar. Y que la casta, la verdadera, la que lucra con la miseria de la mayoría, sea la que por fin pague este desastre. O lo decimos y lo ejercemos, o la historia nos condenará a la intrascendencia. El peronismo será revolucionario o no será. Hoy la salvación nacional está más atada que nunca al despertar metafísico de un peronismo demasiado embriagado con el Estado y el poder, demasiado fosilizado en la liturgia, demasiado confundido con las metamorfosis sociológicas y la disolución de su base tradicional, que existe solo en el mito. Quizá la embestida libertaria contra el Estado y contra lo “políticamente correcto”, en su profunda crisis, sea el empujón que necesitamos para tomar conciencia y perderle el gusto de una vez a la zona de confort. Pensar políticamente es pensar en los límites, no al interior de un sistema que ya no funciona.
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