El teatro, por su propia naturaleza, tiende a desaparecer luego de cada función. La llama se consume porque arde. Pasan los años, y a veces no queda registro de ello. ¿Quién podría enterarse de una obra que no cumplió con las expectativas? Tal vez nadie. Y, sin embargo, en cada función, se juega la posibilidad de trascender lo efímero, derribando la pared que nos separa de aquel último e imprescindible refugio.
“Poético sería tirar una pared y que vos estés del otro lado”, además de poseer un título larguísimo, es el trascendental desafío como director que toma un actor notable: Juan Tupac Soler. Una obra que habla de poesía, ponele, como se escucha en algún momento decir desde escena. Y entre muchos atributos que posee, es, precisamente, eso; un ejercicio poético sobre el oficio, la vocación, la inspiración, y la necesidad de hacer lo que a cada quien salva, y, aunque sea por un rato ilusionarnos.
La pieza, escrita y dirigida por Soler, nació en el marco del último taller de la Diplomatura en Dramaturgia que este tomara en el Centro Cultural Paco Urondo, bajo la certera consigna de Javier Daulte: “escriban la obra que les gustaría ver”. Tiempo después, en la intimidad del Savia Espacio Cultural, la propuesta encuentra su forma ideal y acabada. Cada viernes y sábado, en una sala que funciona como improvisado set de rodaje, se despliega una historia que es muchas a la vez: el deseo de filmar una película, la convivencia separada por una pared, la fantasmal soledad que pide entre llantos compañía.
La obra se puede ver los viernes y sábados en el Savia Espacio Cultural, Jufré 127, CABA.
Interpretada con sensibilidad por Alejandro Casagrande, Camila Conte Roberts y Federico Julián Martínez, “Poético sería…” construye una musicalidad propia, lírica y cotidiana, donde los diálogos y los silencios laten como versos. Hay algo profundamente humano en esos personajes que, aún separados por muros, buscan formas de escucharse, de imaginarse, de no sentirse tan solos.
Con referencias al cine de Godard -la cámara en mano y la figura del vanguardista, prolífico y obsesivo realizador francés-, la pieza también rinde homenaje a los mundos del cine, el teatro y la escritura. Un actor que da todo por un primer plano. Un cineasta que duda de la película que está haciendo, sorteando pequeñas y grandes dificultades. Una hoja en blanco, y escribir dónde se pueda, incluso a deshoras, aunque parezca un vómito, un grito. La creación como urgencia, como impulso vital. Y citas que son un deleite: <>.
“¿Quién va a querer ver una película como esta?”, enuncia uno de los intérpretes. Claro que, hay público para todo. Tras el talento oculto y la impensada posibilidad, brilla el anhelo de filmar. Las meta referencias se desparraman a lo largo y anoche del texto. ¿Quién valida a un actor? ¿Somos todos intérpretes, incluso sin saberlo? ¿Llevamos la capacidad en el cuerpo? La obra deja flotando algunas preguntas en el aire, sin ánimo de resolverlas. Más bien, se abre al juego de pensar: en los espacios internos que se parecen, en la vocación oculta, en la posibilidad de romper la cuarta pared, no como efecto escénico, sino como metáfora de lo emocional. Preferible es la comprensión antes que un -¿heroico?- suicidio asistido.
En el fondo, lo que se representa es la dificultad de vivir con uno mismo y el milagro que puede ser encontrar a un semejante -un amor, un amigo, un vecino, un desconocido- del otro lado de la frontera que divide, dispuesto a compartir el peso y explorar la idea de derribar la barrera física. En un tiempo de aislamiento emocional, de falta de vuelo e imaginación -a veces de tiempo para hacer lo que realmente nos motiva-, esta obra nos recuerda que imaginar también es una forma de acercarse y conectarse.
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En 2024, la obra gano el premio nacional Argentores 'Del texto a la escena'.
La obra se puede ver los viernes y sábados en el Savia Espacio Cultural, Jufré 127, CABA.
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