Cultura Teatro

La subordinación del discurso

Con dirección de Valeria Ambrosio, y los protagónicos de Oscar Giménez y Pablo Pieretti, el proyecto de llevar la novela El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, a la calle Corrientes, hoy es una realidad.

“Yo canto para mostrarte
que sangro igual que vos
y está oscuro en esta cárcel,
que soy desde que tengo memoria”
A cada hombre, cada mujer (Pedro Aznar)

Hacia comienzos de 2018, Ernesto Pérez Ré, actor y psicólogo, formado con Luis Agostini, comienza a idear el proyecto para llevar “El Beso de la Mujer Araña”, de Manuel Puig, a los teatros de Calle Corrientes. Habiendo estrenado, por primera vez, en enero de 2020, el proceso se interrumpe a tan solo seis funciones de su debut, producto de la pandemia. Y como el teatro reescribe la vida, es que aquí retorna a la cartelera porteña durante 2022, con rotundo éxito, con Valeria Ambrosio haciéndose cargo de la dirección de la presente puesta, protagonizada por Oscar Giménez (quien reemplaza al fallecido Pérez Ré) y Pablo Pieretti.

La novela que Puig escribe durante su exilio en España fue publicada por primera vez en 1976, y posteriormente llevada al cine en 1985, bajo la dirección del argentino Héctor Babenco y con un multiestelar elenco. Una obra de tamaña envergadura que nos permite releer las coordenadas políticas, sociales y culturales bajo las cuales fuera concebida, examinando la disyuntiva de un encierro y la realidad circundante.

“El Beso de la Mujer Araña”, brillante texto que soportara la censura imperante de la época, plantea un combate psicológico entre dos. Víctima de la persecución y la tortura, un recluso bordea sus propias fronteras sexuales e ideológicas. Comparte su celda con una mujer encapsulada en el cuerpo de un hombre, porque “una mujer no nace, se hace” (Simon de Beauvoir, “El Segundo Sexo”).

La literatura desafía el imaginario social dominante y el desarrollo emocional brindado posibilita hondos interrogantes: ¿qué significa ser hombre? El deseo de vivir es en igual medida el de cambiar al mundo; las balas rozaban cerca afuera, mientras que la paranoia y la persecución son moneda corriente adentro. El deterioro físico es el pan de cada día, hay rituales que se comparten bajo el mismo techo. Comida e infusiones, excusas para contar el argumento de ‘aquella película’. La pieza explora las personalidades antagónicas que conviven en el pequeño habitáculo, aunque si miramos de cerca acabarán por parecerse más de lo anticipado. El juego de ambigüedad se echa a andar: ¿cómo ama la mujer y cómo el hombre? Los sucios negociados del mundo afuera continúan haciendo la sangre correr. Hay miedo a la muerte, muerte de verdad. Porque el apego emocional da miedo a perecer. ¿Quién nos llorará después de partir? Las horas muertas se acumulan, el amanecer se confunde con el anochecer. Mil días iguales vendrán.

Soplan vientos -y tiempos- de lucha e idealismo, como motivación política irrenunciable. Sin moverse del lugar, el viaje es de liberación, los sueños de revolución. El planteo acerca de la igualdad de sexos lleva la obra a un territorio presente; no ‘ser débil' implica no someterse al dictamen de ideas antisubversivas. Un extraño amenaza en las sombras, la palabra correcta es delación. Hay cierta tensión en el aire, la angustia vive en la boca del estómago. ¿Por qué será que la tristeza se aloja en la garganta y en el corazón? Nunca falla, nos quita el apetito. Molina se confiesa, y sin dobleces: ‘si todos los hombres fueran mujeres, no existirían dictaduras’. Las reglas de convivencia chocan, los ánimos se crispan. Poco a poco, sendas personalidades se fusionan, los reclusos solo se tienen a sí mismos.  Los chistes de doble sentido distienden el discurrir de los días en la incomodidad que devasta y asfixia.

La pureza del género femenino es examinada; Valentín le suplica que nunca, nunca jamás, se deje dominar por un hombre. Y si el mundo se pone hostil, siempre los brazos de mamá estarán allí para querernos tal cual somos. La obra coloca delante de nuestros ojos una palabra con peso propio: perdurabilidad. El amor dura para toda la vida si es aquel que recordamos bajo las yemas de nuestros dedos; esa piel que no es frigidez, sino latente deseo en cartas de amor escritas a cuatro manos. La memoria sabe, es automática. Puig se coloca bajo el alma de sus criaturas y allí aparecen recuerdos de la añorada juventud. Esas películas proyectadas en cines de barrio que ya no existen, y con ellas la imperiosa necesidad de narrar acerca de cómo termina la historia.

¿Acaso denota el sufrimiento la edad de los cuerpos? El autor de “Boquitas Pintadas” y “Pubis Angelical” (sendas novelas también fueron llevadas a la gran pantalla) es capaz de dotar a su universo de tamaño magnetismo y un sutil espíritu descriptivo al momento de plasmar la condición humana sin tapujos. Se escudriña, con gran pericia, formas de amar o segregar; identidad y motivaciones; costumbres adoptadas versus tradiciones arraigadas; fragilidades expuestas que describen a nuestro ser. Y hay cuestiones prioritarias. Porque hacer la revolución es dar la vida. Luego vienen las de orden secundario: la dupla protagónica indaga en el contacto físico, porque hay necesidades fisiológicas que cumplir, aunque las caricias conlleven riesgo. El lenguaje corporal lo es todo y la excitación es, francamente, un peligro.

Cinéfilo empedernido, el autor recurre al simbólico mito de eternas divas de cine (jugamos a llamarnos, o desear, a Marilyn y Greta, entre tantas), justo cuando el mensaje alegórico de la mujer pantera -capas y películas dentro, la maravillosa mente del oriundo de General Villegas lo hace posible- muta en mujer araña que atrapa en su telar a hombres incautos. Mientras tanto, aquellos privados de la libertad moderan la voz, no sea cosa de que las paredes hablen. Y tachan con una cruz las interminables jornadas, porque los derrumbes de los órdenes opresivos conducirán a aquella libertad otrora privada. Conmovidos y pensativos salimos del teatro. Algo en la mirada puede cambiar, como bien expresa Alan Badiou en “Imágenes y Palabras. Escritos sobre Cine y Teatro”. No hay fábula sin moraleja ni mundo como tal que no se atreva a desafiar las normas impuestas. Finalmente, la realidad de uno viéndose reflejado en el otro nos permite dudar: ¿de quién es el sueño que se cuenta al oído?

author: Maximiliano Curcio

Maximiliano Curcio

Nació en la ciudad de La Plata, Argentina en 1983. Es escritor, docente y comunicador, egresado de la Escuela Superior de Cinematografía

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