Todo encierro es político
26 de Agosto de 2022
Por Eloy Rossen
Marquetalia, la última película de Laura Linares, producida junto con el apoyo del INCAA, se estrenó este pasado 18 de agosto en la sala de cine Gaumont, en el centro porteño, para contar la historia de Elida Baldomir, una exmilitante de la organización política uruguaya Tupamaros, que se volvió notoria cuando devino en una guerrilla urbana de extrema izquierda durante fines de los ‘60 y principios de los ’70. La película transcurre en un escenario mucho más quieto: el monoambiente de Elida, en Montevideo, junto con su gato y Vanessa, una joven que la ayuda en las tareas de la casa.
Laura Linares, quien se formó en realización, dramaturgia y guión, y dirigió películas como Dulce espera -que relata el embarazo de una joven que espera a que su pareja salga de prisión- y Zapatillas nuevas, comenzó la búsqueda de su próximo documental en un geriátrico de Montevideo para ex presos políticos uruguayos, del que aparecen algunas imágenes en Marquetalia, aunque el relato, finalmente, tiene que ver con la historia de Elida, que también estuvo presa durante quince años, fue torturada, y finalmente, liberada.
Linares cuenta, en múltiples entrevistas, que no tenía la intención de retratar la derrota -aunque muchas de las batallas de esos ex presos políticos estuviesen perdidas-, y el hecho de documentar la vida del geriátrico daba la impresión de transmitir ese mensaje. En la convivencia con Elida, durante un mes entero, la documentalista barilochense encontró una forma de hablar de la resistencia, caduca y almacenada en un cuerpo débil, traicionado y viejo.
La película toma pequeños fragmentos discontinuos en la vida de Elida, vuelta una “vieja burguesa con una gata mimosa”, según sus propias palabras. Poco se habla de la guerrilla, y menos de la prisión, aunque de alguna manera se sostiene un relato implícito, una suerte de ausencia presente que retrata el encierro, el exterior del departamento, el silencio del geriátrico, vuelto rutina y compañía constante.
Los colores y el ritmo de la película alienan los ojos del espectador, sumidos en una narrativa que parece no tener ningún tipo de linealidad temporal. Las escenas no tienen continuidad, y la entrada de la luz confunde la noción del día y de la noche, además de la concatenación de los hechos contados. Esto se replica en la propia narración de Elida, que afirma a veces dormir durante el día, algunas veces 24 horas seguidas.
La coherencia de la propia película en la ausencia de cualquier tipo de continuidad, se vuelve una marca que parece remitir a un estado de encarcelamiento. Así, Linares logra relatar con sumo detalle esos años de prisión que Elida no verbaliza, pero que demuestra sensiblemente en su hacer cotidiano.
El documental refleja un paralelismo entre los años de la dictadura uruguaya en los que Elida estuvo presa, y el miedo actual de la octogenaria en mudarse a un geriátrico. Según su empleada doméstica, Vanessa, se develan los esbozos de una cruda depresión que envuelve a la ex guerrillera tupamara, quien pasa días encerrada en su monoambiente, con la única compañía de su gata.
Marquetalia expone una narración íntima y honesta sobre la soledad, y sobre el advenimiento de lo que parece ser una nueva forma de encierro para Elida. Mientras parece haber una romantización sobre esa pasada vida militante, la protagonista del documental narra los sueños que tenía en su aislamiento, sobre sus formas de resistirle a la tortura. Cuenta episodios oníricos fantásticos, por ejemplo que el Che la espera en la sierra boliviana.
Según palabras de Elida, la locura puede funcionar como una resistencia a la tortura, lo que ahora parece expresarse en su testarudez con la decisión de no mudarse. “Soy la Comandante de mi vida”, afirma cuando le preguntan sobre una posible vida en un hogar para ancianos, y con esa frase parece traer a la vida todos esos ideales militantes, el fervor de una resistencia que se traduce ahora en una callada anciana cuidando su independencia y autonomía.
En la búsqueda de una forma de documentar las huellas de una prisión clandestina, Marquetalia aborda indefectiblemente el modo con el que conviven los países de la región con el horror de las dictaduras de los 70. La ausencia de juicios por crímenes de lesa humanidad en Uruguay, también conlleva una herida patente en la reparación histórica a sus víctimas, y esa deuda se clarifica en las pistas que deja el cuerpo y la memoria.
Sin necesidad de un intercambio explícito con formato periodístico, Linares trabaja con la historia de Elida desde su paso en el día a día, desde los recuerdos que deja entrever sobre su hija, o también sobre la cárcel.
El relato que el documental cuenta se vuelve, entonces, puramente sensible, sin el forzoso registro de cada hecho histórico o de los detalles temporales sobre su prisión clandestina. En ese recorrido íntimo que hace la documentalista con la historia revolucionaria de Baldomir, se despierta una empatía sincera con los ideales que alguna vez defendió, la misma que permite el tránsito hacia otras preguntas, como los desaparecidos en democracia – Miguel Brú, Julio López o Tehuel de la Torre, entre otros – o las heridas por parte de un Estado corrupto y ausente.
El título del documental es una referencia a La batalla de Marquetalia, una película colombiana que marcó su interés de Elida por la lucha armada a la edad de dieciséis años. “Me pareció fuerte pensar el poder del cine a través de un material”, contó la directora en una entrevista, quien introduce en la película una pequeña pista, una semilla que pretende despertar un interés, una consciencia en el espectador.
En honor al cine que dio luz a las convicciones de Elida Baldomir, Linares desarrolla un cine que viene a darle otra cara a la figura de su encierro.
Sin ser romántica o solemne, Marquetalia cuenta las huellas de un crimen estatal que tiene consecuencias al día de hoy, incluidos todos los encierros y vejámenes que sufre una parte de nuestra sociedad, pero también con todas las resistencias que eso mismo conlleva, y qué mejor manera de narrarlo que a través de la voz de una militante hasta el hueso, irreductible.
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