Militancia Peronismo

Un aluvión en la Recoleta

Crónica de la vigilia que la militancia estaba realizando de manera masiva y fervorosa frente al departamento de Cristina, como respuesta a la grotesca campaña de persecución del Partido Judicial, Juntos por el Cambio y el sistema de medios opositor al gobierno. En las últimas horas, Larreta ordenó vallar la manzana y aisló a la vicepresidenta de su pueblo.

Foto portada: Aníbal Greco

El hostigamiento y persecución del Partido Judicial sobre la figura de Cristina generó una reacción popular que reconfiguró el tablero político, puso en estado de alerta y movilización a todo el peronismo, y generó un hecho muy pintoresco, cultural y principalmente social, que tiene que ver con la vigilia que el pueblo sostuvo durante cinco días en el departamento de la vicepresidenta, sobre la calle Juncal, esquina Uruguay, en el barrio de Recoleta.

Si bien los vecinos de la zona no tuvieron que cambiar de hábitos, ni mucho menos, sí venían conviviendo (hoy sábado 27/8, la cuadra amaneció vallada por la Policía de la Ciudad) con una nueva cotidianeidad, pintada por un incesante movimiento de gente, la presencia de móviles de la televisión y personal de la policía y del cuerpo de transito, unos cuantos curiosos que sacan fotos y filman videos, y en especial, cientos de militantes –en su mayoría jóvenes- que no se mueven del ingreso al departamento de la vicepresidenta de la Nación y que entonan temas del cancionero popular durante buena parte del día.

Los cordones que delimitan el espacio de la vereda y calle por los que se mueve Cristina cada vez que sale o ingresa al departamento, estaban conformados por los y las militantes de las organizaciones populares, con una presencia destacada de La Cámpora, que llegaban bien temprano y se retiraban recién a la madrugada, intercalados por turnos.

Así venia funcionando el dispositivo de seguridad militante desde el lunes 22 de agosto, a eso de las 18 horas, cuando unos cien manifestantes se acercaron al departamento de la vicepresidenta, para insultarla, luego de su alegato y salida a un balcón del Congreso. De inmediato, la militancia se acercó al lugar para garantizar su seguridad frente a estos grupos violentos. La policía primero separó, y luego reprimió a la militancia, pero más tarde se retiró, y desde ese momento, la esquina venía siendo el epicentro de una nueva página en la historia épica del peronismo.


Kranear recogió algunos testimonios en la zona

Juan Domingo tiene 70 años y es peronista desde la cuna. Metalúrgico de La Matanza, trabajó más de veinte años en una fábrica, como tornero mecánico. En el 2000 se quedó sin laburo, ya tenía dos pibes, y ahora, frente a lo de Cristina, se emociona, angustia, y enjuaga con el dorso de la mano curtida las densas lágrimas que le ganan los ojos. “Por primera vez en mi vida tuve que pedir un bolsón de comida en el municipio”, recuerda. Ya estaba viviendo en Morón, con una segunda pareja. En 2003, con la recuperación económica que impulsó Néstor, volvió a conseguir trabajo. Habla de la industria, la manufactura, el trabajo calificado, un rubro de la economía que volvió a ganar el impulso que había perdido durante el menemato. Tiene un barbijo caído sobre la pera, con una imagen de Cristina. Milita en el espacio ADN Peronista, en su distrito, y vino desde allá con un compañero. Está jubilado con la mínima, y complementa changas de albañilería. El bienestar vivido durante el kirchnerismo, cuenta, permitió que sus dos hijas hoy estén trabajando y estudiando en el conurbano, y vuelve a emocionarse, porque como él mismo cuenta: “son la primera generación universitaria de la familia”.

Durante la mañana y el mediodía, los jóvenes estaban desperdigados sobre las veredas, sentados en el piso, el cordón, o en los ingresos de los departamentos; conversaban sobre la realidad política del país, o la patria chica de la unidad básica, o las urgencias que hay que atajar en el barrio, en un tiempo de crisis económica, tomaban mate, comían una factura, consultaban el celular, resolvían asuntos por teléfono. El tránsito sobre Juncal estaba abierto, y cuando un auto pasaba lento, y tocaba bocina, mostraba señales de apoyo, todo el mundo aplaudía, gritaba por Cristina o vociferaba un Viva Perón.

Alejandro, un militante de La Cámpora de San Miguel, está sentado sobre el cordón de la vereda, y mira en su celular un fragmento de la defensa que hizo Cristina en su despacho. Llegó hace un rato y tiene cara de dormido. Allá, en su distrito, gobierna un dirigente de Cambiemos, que antes fue del Frente Renovador y más atrás todavía, del Frente para la Victoria. “Igual el tipo –Jaime Méndez- no te pisa los barrios de la periferia, solo el centro”, cuenta él, y agrega: “no sabes lo que crecimos nosotros allá en el último tiempo, tenemos varias básicas y un laburo territorial bastante grande”. La situación social en el distrito está difícil, pero se le pone el hombro, como siempre.

Al mediodía ya había más gente que a la mañana, y aparte se notaba el movimiento diario de una parte de la Ciudad muy concurrida, con pibes y pibas de los colegios privados de la zona, señoras muy bien empilchadas que iban o volvían de la avenida Santa Fe, empleadas de casas particulares que caminaban con el paso apretado y bolsas de supermercado en las manos, aparte de pintores, albañiles y obreros de la construcción que trabajan en la zona. Todos los comercios de la cuadra trabajaban con total normalidad: un local de pedicuría, dos negocios de ropa para mujeres y una peluquería para caballeros.

Lucrecia, una de las empleadas de Crisol, una cafetería y pastelería –una firma que tiene varias sucursales desperdigadas en la Ciudad-, y que está justo en diagonal al departamento de Cristina, ante la pregunta de si la vigilia los afecta de alguna manera, cuenta con una sonrisa picarona que “estamos vendiendo más que antes”, porque claro, muchos de los que están ahí se compran algo, aunque también advierte que “estamos medios complicados con los baños” ya que no dan abasto para la demanda, que no viene solo de parte de la militancia, sino también del personal de tránsito, los trabajadores de la televisión.

Un hombre de boina y lentes redondos, piel oscura, con un cartel hecho a mano, colgado del cuello que dice “Todos con Cristina/Todos con ella”, vino solo, desde Almagro. No tiene hijos pero sí dos nietos del corazón. “Me hice kirchnerista el día que Néstor bajó los cuadros en el Colegio Militar”, cuenta, orgulloso, y recuerda que “estaba en Colón, Entre Ríos, donde laburaba de soguero, un pintor de altura, y la noticia la escuché por radio”. Ese mismo día, el Pingüino encabezaría un acto multitudinario, al costado de la Ex ESMA, para pedir perdón por el horror cometido por el Estado y convertir al predio en el actual espacio Memoria y Derechos Humanos, en un hecho de dimensiones históricas.

A media tarde, los militantes y seguidores de Cristina ya eran cien sino trescientos, cuatrocientos, la modorra de la mañana ya había quedado atrás, y ahora estaban de pie y el cancionero sonaba de modo casi permanente. Algunos compartían una pizza con gaseosa, en el cordón de la vereda, otros almorzaban un sándwich de miga. Puestos de choripán y bondiola hubo solo las dos primeras noches, pero luego se hizo presente una brigada del Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana, para evitar que se monten parrillas u ollas populares, porque Larreta estuvo recibiendo muchas críticas de sus votantes –en la comuna 2, Juntos por el Cambio gana por mas del 60 por ciento-, y dirigentes de peso como Florencia Arieto, vecina del barrio, o el ex juez y militante del macrismo, Alejandro Fargosi.


Las cuentas de Twitter e Instagram de Facundo, un pibe de 20 años, estudiante de Derecho en la UBA, vecino de Esteban Echeverría, se llaman igual: @mininestor, y la razón está a la vista: su parecido con el Néstor Kirchner, a su misma edad, es notable. El pibe ya era conocido en cierto ambiente de la militancia, pero hace dos días, C5N lo entrevistó en las afueras del Congreso, antes de que Cristina hablase por su cuenta de Youtube, y sus palabras –y su parecido con Néstor- circularon muy fuerte por las redes. Ahora, frente al departamento de Cristina, algunos le piden una foto. Él accede, sonriente, y cuenta que es hijo de un bancario y una docente, nacidos en 1976, beneficiarios de los gobiernos kirchneristas, que le transmitieron la alegría y agradecimientos por esos años. Tiene puesto un sobretodo y en la mano lleva un maletín. De repente pasa un camión de recolección de residuos, con la bocina a fondo, los tres muchachos con los dedos en V por fuera de la ventanilla, y en la calle, enseguida, comienza a cantarse el tema que pone en aviso al gorilaje: no la toquen a Cristina, porque se va a pudrir todo.

Cuando cae la noche, la esquina ya estaba totalmente tomada, y cortada para el paso del tráfico, y la zona era un hormiguero de militantes, adherentes, simpatizantes y gente suelta que corea un tema nuevo, surgido al calor de los hechos, que condensa el clima que se viene viviendo hace cinco días, con los brazos en alto, las sonrisas de oreja a oreja, porque la impotencia por la fenomenal campaña de persecución y estigmatización contra el peronismo –como subrayó Cristina- encontró por ahora un cauce con forma de encuentro, abrazos, saltos, cantos, banderas flameadas en el aire, carteles y una nueva patriada en plena Recoleta.

El momento de mayor revuelo y emoción, por supuesto, se producía cuando llegaba Cristina, luego de haber trabajado todo el día en el Senado.

Unos minutos antes de las 22 horas, del miércoles 24 de agosto, Cristina descendió de su auto oficial, y luego de dar una vuelta y saludar a muchos de los militantes del primer cordón de la protección, y también a algunos de los que la querían tocar con sus brazos desde atrás, al encarar para el departamento, se cruzó de frente con una señora de más de ochenta años, Lidia, militante peronista de Lugano, que se había tomado un colectivo de la línea 5, desde la zona sur de la Ciudad, para estar ahí, solo eso: sentir esa fuerza colectiva inigualable. Pero hubo más, ya que alguien la dijo que se parase ahí, que el saludo era posible. Se miraron de frente y se fundieron en un abrazo que captó una cámara de televisión y que unos minutos después se convertiría en una pieza viral en las redes sociales.

Contaría Lidia un rato después, frente a los jóvenes compañeros de la UB Hacha y Tiza: “nunca me voy a olvidar ese momento, cómo me abrazo, le dije te amo, y terminamos lagrimeando las dos”.


No hay dudas de que la mayoría de los vecinos y vecinas de los departamentos de la zona deseaban con locura que la vigilia se terminase lo antes posible, que los militantes se vuelvan a sus barrios y unidades básicas, y no tener que tener que escuchar el nuevo tema del cancionero popular, vociferada a voz de cuello y con el corazón en la mano, cada treinta o cuarenta minutos, y al parecer, hoy ya deben estar aliviados, porque la zona está vallada.

Por lo pronto, los medios opositores tienen que dejar de propagar un discurso de odio, incitar a la violencia, y los receptores de todo ese mensaje tan peligroso para la democracia, deben desistir de ir a lo de Cristina a insultarla y desplegar bolsas mortuorias, horcas o guillotinas. Fue por esa misma razón que en las primeras horas del gobierno de Macri, y ante la aparición de un grupo de odiadores frente al departamento de Cristina, que La Cámpora, y el resto de las organizaciones, se dieron un marco de organización para garantizar la seguridad de la conductora del movimiento.

Larreta, principal figura de la oposición de cara al 2023, aisló el departamento de Cristina, pero difícilmente pueda limpiar la zona de militantes, porque el mensaje que empezó a cocinarse hace cinco días, llegó a todos lados: a Cristina la cuida el pueblo.

author: Mariano Abrevaya Dios

Mariano Abrevaya Dios

Director de Kranear. Escritor.

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