El hombre que amaba los platos voladores, nueva película del realizador argentino Diego Lerman (Tan de repente, La mirada invisible, El suplente, entre otras) que acaba de desembarcar en Netflix tras un breve paso por los cines, hace foco en la figura de José de Zer, un periodista de espectáculos que a mediados de los años 80 decide dar un golpe de timón en su carrera televisiva y se reconvierte en cronista de fenómenos paranormales, por llamarlo de alguna manera.
Así, Nuevediario, el noticiero de Canal 9 de aquella época, lo muestra micrófono en mano y secundado por un camarógrafo llamado Carlos Torres, el histórico Chango, en busca de pruebas que demuestren la presencia de extraterrestres en nuestro planeta, entre otros misterios. Sus historias pronto se vuelven adictivas para los televidentes, haciendo estallar el rating (más de 50 puntos, una barbaridad), para alegría del pope de la emisora, Alejandro Romay, otros directivos y el propio De Zer.
Dicen que los éxitos no se explican, porque más allá de unos pocos indicios que podamos tener al respecto, siempre están regidos por el principio de imprevisibilidad. Con Leonardo Sbaraglia en la piel de De Zer, el film de Lerman entiende esta idea a la perfección, ya que más que pretender arrojar luz directamente sobre las posibles razones de un boom televisivo, le interesa contar cómo el periodista construyó un personaje -cautivante- para la pantalla chica.
De acuerdo a esto, El hombre que amaba los platos voladores muestra al protagonista en un pueblo de Córdoba, Candelaria, donde reúne distintos testimonios sobre la visita al lugar de seres de otro planeta. El cronista escucha a los lugareños atentamente y enseguida pone manos a la obra; es decir, rearma la historia. Su historia. Así, mientras explora, siempre junto a Chango, distintos recovecos de la zona en busca de evidencia de vida extraterrestre, nos volvemos testigos de sus propósitos narrativos, de cómo su relato termina de asumir lo que en definitiva es: una farsa.
De Zer,m el histriónico personaje que se convirtió en un éxito de la pantalla chica de los años 80.
Por lo tanto, no sería exagerado definir la propuesta de Lerman como una película sobre una película, la pergeñada por De Zer en su afán por captar la atención de los espectadores en los orígenes -aún no llegaban los 90- de la televisión basura. Sin embargo, El hombre que amaba los platos voladores es más que la historia de una ambición o de una fantasía televisiva. Con notable astucia, Lerman aporta una visión sobre el accionar del protagonista que, a las claras, resulta una de las mejores cartas del film y que, para ser cautos y no develar cuestiones sensibles de la trama, esbozaremos con un interrogante: ¿todo farsante no termina por creer sus propias mentiras?
Si El hombre que amaba los platos voladores no resulta un film redondo, sumamente atractivo, es porque se queda a medio camino cuando aborda la relación de De Zer con su exesposa y su hija. En todo caso, ahondar en estos vínculos hubiera permitido conocer en otro ámbito, tal vez en otra faceta (y por lo tanto, mejor) a ese histriónico personaje. A su vez, la película también hace agua cuando apela a la comicidad -o sea, casi siempre-, ya que muchas escenas que pretenden retratar situaciones graciosas -el reportaje a un niño al que, misteriosamente, el pelo se le tiño de blanco, por nombrar una-, no alcanzan su cometido.
Con una gran actuación de Sbaraglia -aunque sin el brillo de la desplegada en Errante corazón-, quien parece ser la reencarnación del periodista de Nuevediario, tal vez el mayor mérito de El hombre que amaba los platos voladores sea hacerse eco de una osadía que nació allá por los 80 y aún hoy, casi 40 años después, permanece en la memoria de muchos argentinos. Los nostálgicos, agradecidos.
Tráiler de la película: https://www.youtube.com/watch?v=8paf17dsNBE
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