Política

Deuda, estallidos y anticuerpos

Veinte años después del 20 de diciembre de 2001, y ante la complejísima realidad derivada de la pandemia, la crisis económica y el endeudamiento impagable con el FMI, la sociedad apuesta a la política para resolver los conflictos y diseñar el futuro. El sistema político, la democracia, gozan de buena salud, centralmente, gracias a los avances y conquistas logradas durante la gestión de los gobiernos populares. Repaso de la historia de endeudamiento y pago de deudas en nuestro país.

20 de Diciembre de 2021

“Quien sabe de dolor todo lo sabe”
Dante Alighieri


Por Alejandro Filippini

Blindaje, Megacanje, Machinea, Default, Corralito, ajuste, FMI, López Murphy, el chino que lloraba, los saqueos, Cavallo, más de quince cuasimonedas, la represión de la Policía Federal, Kosteki y Santillán, Estado de Sitio, De la Rúa, dólares, ahorros, vencimientos de deuda, Patricia Bullrich, helicóptero…”que se vayan todos”. Eran fines del año 2001 y la Argentina parecía implosionar.

El largo deceso del aparato productivo argentino que había comenzado con Martínez de Hoz y se había consolidado con las políticas neoliberales de Menem había dejado a la Argentina con 50% de pobreza y un 22% de desempleo. Una verdadera catástrofe económica y social.

El dolor que aún hoy nos provoca el recuerdo de esos días e imágenes es una marca indeleble para varias generaciones de argentinxs que creímos (o nos habían hecho creer) que ése era el fin, que la política era mala en sí misma y que lo mejor que alguien podía hacer (si es que contaba con los medios) era irse del país.

La historia de la deuda en Argentina y sus consecuencias no es nueva. El 1 de Julio de 1824 el Gobierno de Buenos Aires, por iniciativa de Bernardino Rivadavia, contrajo el primer empréstito internacional con la Baring Brothers por la suma de un millón de libras esterlinas. La garantía para obtener semejante suma fue la hipoteca de todos los bienes de la Provincia de Buenos Aires. Ese dinero iba a ser utilizado para obras de infraestructura, la fundación de pueblos y para mejorar el puerto de Buenos Aires. Nada de ello ocurrió. El préstamo finalmente fue de casi 600.000 libras esterlinas. El dinero se utilizó para financiar la guerra con el Brasil, la creación del Banco Nacional, y su pago no se concretó en 1860 -tal como estaba estipulado- sino 80 años más tarde en 1904. Finalmente se pagó aproximadamente nueve veces el monto recibido.

Poco importaron las palabras de Esteban Gascón, Juan José Paso y Alejo Castex cuestionando la toma de deuda en la Legislatura bonaerense a comienzos del siglo XIX. Los agentes de la siempre eficaz- diplomacia británica acababan de colocar siete millones de libras esterlinas en préstamos a los gobiernos de Chile, Perú, Argentina y otros países de la región consolidando otra herramienta de control y condicionamiento de las economías de las incipientes naciones americanas.

El sucesor de Bernardino Rivadavia en la gobernación de Buenos Aires, Manuel Dorrego, en su breve -pero agitado- gobierno fue el primero en declarar el default y la cesación de pagos a la Baring Brothers. En 1829 asume como gobernador Juan Manuel de Rosas y acepta la deuda con la casa Baring pero ordena llevar adelante una investigación. Ello demora el pago de la deuda y sus intereses por lo que Rosas es considerado el “segundo defaulteador” de la deuda argentina. Recién en 1835, con el resultado del informe, decide no pagarla y al clausurar las sesiones de la Legislatura sostiene:

“El gobierno nunca olvida el pago de la deuda extranjera, pero es manifiesto que al presente nada se puede hacer por ella, y espera el tiempo del arreglo de la deuda interior del país para hacerle seguir la misma suerte”.

El 27 de mayo de 1865 se aprueba por ley un nuevo empréstito con entidades británicas por un total de 2.500.000 libras esterlinas. Ello fue lo que necesitaron Mitre, De la Riestra y la monarquía británica para aniquilar el único modelo de crecimiento autárquico de la región (que era nuestro vecino país del Paraguay) en la tristemente célebre Guerra de la Triple Alianza. Se estima que en la guerra -que presentaba una enorme asimetría de recursos y de combatientes- Paraguay perdió entre el 50 y el 75% de su población.

No conforme con ello, el mitrismo realizó otros varios favores a la Corona. Uno de los principales fue la de trasladar la deuda inicial con la Baring Brothers que había tomado la Provincia de Buenos Aires (Martín Rodríguez y Bernardino Rivadavia) a la República Argentina.

Fueron Perón, Néstor y Cristina Kirchner los que un siglo y un siglo y medio después lograban recomponer el vínculo con el país del Mariscal Solano López con la firma del acuerdo de Yacyretá y la devolución de los trofeos de guerra de la infame Guerra de la Triple Alianza. El 15 de agosto de 1954 Perón dice desde Paraguay: “vengo personalmente a cumplir con el sagrado mandato encomendado por el pueblo argentino de hacer entrega de las reliquias que, esperamos, sellen para siempre una inquebrantable hermandad entre nuestros pueblos y nuestros países”.

El mismo Perón que a comienzos de su primer gobierno argumenta que mientras el FMI y los otros organismos multilaterales de crédito “conserven su actual estructura, no se hallan en condiciones de cumplir con las finalidades de reorganización financiera internacional para las cuales fueron creados, por ello el Poder Ejecutivo considera que debe dejarse sin efecto la adhesión expresada” al Fondo Monetario Internacional por el gobierno de Farrell. Recién en 1956, luego de la “Revolución Libertadora” Argentina vuelve a adherirse al organismo.

Néstor Kirchner, el 3 de enero de 2006, anunció la cancelación total y en un solo pago la deuda contraída con el Fondo Monetaria Internacional por más de 9.800 millones de dólares. Ni él ni Cristina volvieron a pedir préstamos al Fondo.

Sucede que la historia casi siempre tiene una moraleja. La historia argentina es -muchas veces- espejo de situaciones y discusiones actuales. Mientras que Rivadavia y Mitre endeudaron al país, Rosas y Dorrego se negaron a pagar una deuda contraída para un determinado fin pero utilizado para otro. Mientras que Perón, Néstor y Cristina se encargaron de tener lo más alejado posible al FMI de la toma de decisiones internas, Mauricio Macri recibió el desembolso más grande la historia de dicho organismo. Al día de hoy desconocemos el destino real de esos fondos. Lo que sí sabemos es que no fueron utilizados para obra pública, para potenciar el sector productivo e industrial del país. Lo que conocemos, porque lo padecemos, es que en los años venideros la Argentina no podrá alcanzar el potencial que realmente tiene, la recuperación económica y social que su pueblo se merece porque habrá vencimientos que pagar que nos inhibirán de poder destinar cuantiosos recursos a prioridades que son inocultables.

Veinte años después del estallido social, económico y político del 2001 ocurren situaciones en nuestro país que son extravagantes, inconcebibles e inexplicables a primera vista. Encendemos la televisión y Domingo Cavallo es columnista estrella de economía de los principales canales. Nicolás Dujovne camina por las calles de la Ciudad de Buenos Aires como si su anterior trabajo hubiera sido el de un mecánico de automóviles. Patricia Bullrich es la presidenta del partido político mayoritario dentro de la coalición que ganó las elecciones legislativas en noviembre.

Mientras tanto, Amado Boudou no puede siquiera inaugurar un espacio propio, o una Unidad Básica con su nombre que es denostado por la prensa y perseguido con mayor ahínco por un Poder Judicial cuyas máxima autoridades acaban de retrotraer la historia (al mejor estilo de Marty McFly en la película “Volver al Futuro”) para aumentar el número de representantes en el Consejo de la Magistratura del sector de los jueces y abogados en desmedro del sector “político”.

El mundo 20 años después del 2001 no es el mismo.

El capitalismo productivo cede paso al capitalismo financiero que “genera dinero” sin crear trabajo. Todo parecería indicar que el outcome de la pandemia mundial es un mundo donde el poder y el dinero (que no son necesariamente lo mismo) están más concentrados que hace dos años.

El nuevo mundo nos propone reemplazar la memoria por una nube digital que almacena fotos, recuerdos. El mundo nuevo nos invita a relacionarnos a través de las redes sociales que exaltan un narcisismo que se asemeja demasiado a la estupidez, dejando atrás una de las creaciones más hermosas del ser humano: la amistad. El mundo actual nos convida “emoticones” y “memes” que resultan simpáticos y graciosos pero que borran las emociones y eliminan la palabra. El “phono sapiens” como lo describió el pensador surcoreano Byung-Chul Han pierde su capacidad de decisión –y de acción- frente a los algoritmos, las búsquedas ansiosas en internet y los administradores de big data. Consumo, luego existo. Lxs que no pueden consumir, no existen (se descartan).

Pero nosotrxs, desde el país más austral del mundo, tenemos -y tuvimos siempre- nuestros “anticuerpos” frente a tanta frialdad y frente a una pandemia que amenaza la -poca- planificación y certezas que puede tener un asalariado en un planeta que flexibiliza lo impensado. En 2019 por primera vez desde la vuelta de la democracia un Presidente en ejercicio no es re-electo y vuelve a ganar las elecciones una coalición peronista. Es durante la pandemia que la solidaridad, la militancia y la organización (ese “ejercito invisible” del que habla Francisco) cobran vigor volviendo a poner al ser humano en el centro de la toma decisiones y de acciones.

Veinte años después del 2001 y 197 años después del primer empréstito contraído por la Argentina cabe destacar el saldo - a mi modo de ver- más relevante de los más de 200 años de historia que es que -a diferencia del 2001- ante una crisis de semejante envergadura como la que vivimos (pandemia + crisis económica + endeudamiento impagable con el FMI) la sociedad no decidió deshacerse de la política, sino reivindicar y depositar su confianza en ella para resolver lo que se avecina. No sin contradicciones ni detractores, la sociedad discute, debate, vota y se dirime a través de sus representantes, de sus partidos, de la política y en la calle. A pesar de la enorme campaña de desánimo y de un esfuerzo sin parangón por parte de los medios de comunicación para minar la autoestima del pueblo argentino, la inmensa mayoría -al menos hasta aquí- no ha “abandonado” la política como resorte, ni el país (como también se sugiere a menudo).

“No te vayas que viene Kirchner” rezaba un enorme cartel camino al Aeropuerto Internacional de Ezeiza a comienzos del siglo XXI. Una especie de llamado a la fe y de premonición de lo que más tarde lograrían Néstor y Cristina en estos últimos veinte años. Que el Pueblo no abandonara el barco ni física ni espiritualmente. Que la juventud se volviera a enamorar de la política. Que la militancia se convirtiera en el motor de la política. Que el Estado fuera visto no como una carga sino como un facilitador de soluciones. Que el peronismo–como siempre- tuviera la capacidad de reivindicarse, de adaptarse y dar batalla. De esa construcción derivan certidumbres: que las deudas tomadas irresponsablemente nos afectarán a nosotrxs y a las futuras generaciones; que la memoria es parte inalienable de nuestra identidad; que el FMI, como dijo Cristina hace poco, fue llamado para condicionar la democracia argentina; que para generar condiciones de vida dignas para la mayoría del Pueblo muchas veces hay que confrontar a los poderes fácticos que se encuentran cada vez más concatenados en sus esfuerzos y recursos. Que, como sucede con el propio cuerpo humano, cuando se nos inocula un factor exógeno, podemos abroquelarnos y rechazarlo como sucedió a partir de 2001 en una lucha que se dio en las calles de todo el país. El poder de un Pueblo, en parte, radica allí.

Ciertamente la memoria histórica y colectiva de lucha, de resistencia frente a condiciones impuestas, de rebeldía ante las injusticias, de rechazo a la (mal) llamada globalización, de resiliencia frente a escenarios adversos, sumado a la organización popular y a la doctrina que pregona la solidaridad como pilar y el equilibrio entre comunidad e individuo como método organizativo, son los factores que evitaron y evitarán los abismos, nos pondrán de pie ante futuros atropellos, nos darán dignidad frente a las vejaciones pretendidas desde afuera y adentro, y nos mantendrán alertas cuando se estén por generar graves infortunios para “la gran masa del Pueblo”.

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