
Patria Grande Militancia Peronismo
El Papa militante
Muchas son las virtudes que podrían definir el pontificado de Francisco, pero hay una que las condensa todas: fue un Papa militante. En un mundo arrasado por la voracidad de las finanzas y desorientado por la mezquina vista corta del individualismo, Francisco se posicionó siempre del lado de los pueblos y convirtió al ser humano en el centro decisivo de su prédica. Se cansó de denunciar las desigualdades que nos avergüenzan y de hacer llamados a la justicia distributiva y a la paz en medio de las guerras y la hegemonía neoliberal. Restableció la prioridad de defender la “madre tierra” de los saqueadores y depredadores que por ostentar miles de millones en sus cuentas creen que pueden destruir todo lo que tienen por delante. Llevó a la Iglesia hacia un camino de apertura y comprensión, en el que soltando la indiferencia se volviera capaz de abrazar las diferencias. Y en la línea del Concilio Vaticano II, retomó la opción preferencial por los pobres, que tan abandonada había quedado después de la terminación de la Guerra Fría.
Francisco fue el primer Papa latinoamericano y un faro que iluminó las causas más nobles del presente, sin importar las procedencias religiosas. Falta mucho, evidentemente, pero sería sonso omitir que usó su poder y su responsabilidad episcopal en pos de una mayor igualdad entre las personas y que, consciente de que nadie se encuentra libre de contradicciones en esta vida, no dejó de invitarnos a organizar la rebeldía y a recuperar la fe en que el amor y el Evangelio de Cristo pueden regir nuestro paso por el mundo.
Con los pies en el barro.
De las villas de la Ciudad de Buenos Aires a comunicarse todos los días con la aguerrida y devastada Gaza, a orar por los refugiados, por los perseguidos, por las almas dolientes y llorosas. Ese fue el recorrido que Francisco emprendió, un recorrido donde la palabra y la acción se tocaron y hermanaron, donde la incredulidad se vio suspendida ante el milagroso renacer de la vocación y la esperanza.
Francisco, siguiendo al santo de Asís del que tomó prestado su nombre, intentó devolverle a la Iglesia su naturaleza constitutiva y sus valores originales. Arrancarla de la comodidad de las jerarquías y de los privilegios, de la vanidad de creerse “Iglesia triunfante”, para restituir el impulso misionero de la “Iglesia militante”, la Iglesia que lucha para expandir la fe; la Iglesia que, admitiendo el pecado, se entrega al servicio; la Iglesia que considera que no se puede amar a Dios si no se ama al prójimo y al lejano, que nadie está seguro en sus propias convicciones si no las arriesga en el contacto y en el encuentro con los otros. La Iglesia, dice Francisco, debe ser “accidentada, herida, manchada”. Una Iglesia que no mete los pies en el barro y no se compromete con los grandes problemas de su época es enferma y corrupta.
Hay una obra en Francisco que es también un pensamiento y que merece ser estudiada en todas sus dimensiones, partiendo de la idea capilar del cristianismo de que la gracia de Dios no es para ser atesorada sino para ser compartida. Nadie se salva solo. Cada cristiano-y el militante no es más que su forma secular-tiene dignidad ontológica en la medida en que, por definición, es un enviado hacia otro (potencial) cristiano, con el objetivo de fortalecer la comunidad. Toda la enseñanza de Francisco, desde su primera Exhortación Apostólica (Evangelii Gaudium) hasta su última Encíclica (Dilexit nos), gira alrededor de esto. Por eso plantea, en la herencia de San Pablo, que
“el bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien”.
Argentinos y peronistas.
Tenemos entonces una serie de principios que Francisco postula tras asumir como Papa, pero que despliega durante más de una década: la superioridad de la periferia sobre el centro, del tiempo sobre el espacio, de la unidad sobre el conflicto, de la realidad sobre la idea, del todo sobre las partes, del universalismo solidario sobre el globalismo homogeneizador y los localismos excluyentes. Ideas ciertamente peronistas, porque el peronismo supo beber de la inagotable fuente del humanismo cristiano. Si afirmamos que la organización vence al tiempo, lo que queremos advertir es que de “iniciar procesos más que de poseer espacios” es de lo que trata la buena política, lejos de las ansiedades tortuosas y la obsesión por la inmediatez que caracterizan esta vertiginosa pero insustancial coyuntura que atravesamos. Humanizar el capital y humanizar las tecnologías pertenece a la misma lucha por dignificar la vida de los pueblos, por darle sentido a la existencia humana, por hacerla recobrar sus raíces y aportarle algo de firmeza donde poder pisar y avanzar en común. Sin disimular y evitar los conflictos, pero siempre trabajando por la paz, por arreglar los corazones rotos, por tender puentes, por construir nuevas y mejores síntesis. Con sencillez y con humildad, sin despreciar a nadie, predicando la Palabra, el Verbo, la Idea fuera de toda imposición y violencia, acompañando los procesos de cada uno, la heterogénea y multifacética complejidad de lo real, cultivando la paciencia de saber reconocer y potenciar lo que se va revolviendo embrionariamente en el pueblo. Como explica un personaje de Megafón, la novela favorita de Francisco y Cristina:
“Yo, en tu lugar, buscaría en el pueblo la vieja sustancia del héroe. Muchacho, el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria”.
Los inmigrantes fueron un sector al que el Papa les dio un lugar prioritario en su agenda.
Y es que el acontecimiento que nos llama a militar “nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo”. No son momentos disociados. Imperioso es recordarlo en estos tiempos líquidos y algorítmicos, de permanentes bombardeos audiovisuales, donde las emociones cotizan en likes y pierden autenticidad, donde los egos priman sobre el compañerismo, donde la crueldad y la agresividad desplazan la ternura y la compasión. El último mensaje de Francisco fue un llamado a revitalizar los corazones, a no dejar que se nos pudran, a “reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente”. Un poco como el cristianismo de las catacumbas en las duras horas de la proscripción bajo el Imperio romano, cuando la sangre de los mártires se transformó en la semilla de la Iglesia. Esa inclaudicable posición ética de Francisco jamás renegó de su centralidad política, como desarrolla por ejemplo en algunas conmovedoras páginas de Fratelli tutti, la encíclica publicada en plena pandemia. Quisiera cerrar este pequeño homenaje a esa gigantesca figura con una cita que resume perfectamente la visión militante que tenía de la vida, más preocupada por la continuidad de los legados, la claridad del camino, el tiempo de los intentos y la hidalguía de dar lo mejor de uno que por una sucesión de fotos efímeras y vaciadas de toda verdad:
“Vista de esta manera, la política es más noble que la apariencia, que el marketing, que distintas formas de maquillaje mediático. Todo eso lo único que logra sembrar es división, enemistad y un escepticismo desolador incapaz de apelar a un proyecto común. Pensando en el futuro, algunos días las preguntas tienen que ser: ‘¿Para qué? ¿Hacia dónde estoy apuntando realmente?’. Porque, después de unos años, reflexionando sobre el propio pasado la pregunta no será: ‘¿Cuántos me aprobaron, cuántos me votaron, cuántos tuvieron una imagen positiva de mí?’. Las preguntas, quizás dolorosas, serán: ‘¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué provoqué en el lugar que se me encomendó?’”.
Si del primer Francisco nació la orden de los franciscanos, ¿podemos imaginar qué inmensa tarea tenemos por delante, ahora que el segundo resucita entre nosotros?
Con el hermano y la madre de Santiago Maldonado.
Argentinos y peronistas 2.
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