Militancia Peronismo

Nunca darse por vencido, ni aún vencido

Víctor Hugo “Beto” Díaz fue un militante montonero que cayó en las mazmorras de la dictadura genocida del 76 y que logró fugarse. Un año después se tiroteó con el ejército, salió del país, regresó con la Contraofensiva, y sobrevivió. Con el retorno de la democracia, comenzó a militar con los organismos de derechos humanos. Declaró en los juicios por delitos de lesa humanidad y su historia fue filmada en un documental.

“Nadie se muere en la víspera” es un dicho español que significa que todo tiene su tiempo, y que nadie muere antes de que llegue su hora definitiva.

Víctor Hugo “Beto” Díaz lo cumplió y cumple con creces.

Vivía con su madre, su abuela y seis hermanos en Villa España, localidad del partido de Berazategui (provincia de Buenos Aires), en la calle Covadonga 5357. Era militante de Juventud Peronista (JP) y Montoneros. Con el golpe cívico-militar de marzo del ’76 se sumó a la nueva Resistencia Peronista. Lo suyo será un canto a la vida y a tener la firme decisión de nunca darse por vencido ni aun vencido.

Se va la primera

Beto fue secuestrado en los primeros días de febrero de 1977, a la edad de 23 años. Le atan las manos atrás, le ponen una capucha y lo encierran en el baúl de un auto. Ingresan a un lugar cerrado donde lo dejan en slip y le preguntan qué nivel tenía en la organización, los nombres de sus compañeros y sobre todo el de su responsable.

Al no recibir respuesta alguna lo empiezan a torturar con pasajes de corriente eléctrica. Sigue sin dar nombres. Para ganar tiempo luego de horas de padecimiento finge un desmayo tan prolongado que parece estar muerto. Los torturadores se van y dejan uno solo a su cuidado.

“Se acerca, me ata las manos y me tapa con una frazada. Yo estaba con los ojos vendados fuertemente con cinta adhesiva y con las manos atadas, ahora, apoyadas en el pecho. Pasa unos minutos y esta persona enciende un cigarrillo, camina, se sienta y más tarde comienzo a escuchar ronquidos. Muy lentamente, subo las manos a la cara y levanto la venda. Lo puedo ver a unos 4 o 5 metros de mi cama. Tenía una pistola 9 milímetros sobre sus rodillas. La habitación era muy grande y casi no había nada, un escritorio y dos sillones. (...) Supe que no iba a tener otra oportunidad para la fuga, que ese era el momento. Estaba decidido a irme”. 

Despaciosamente, Díaz se desató las manos con ayuda de sus dientes, se subió las vendas de los ojos y corrió la frazada. El catre hacía chillidos cuando se movía para liberarse, pero siguió adelante. Tenía dudas que al pararse sus pies lo aguantasen, luego de estar tanto tiempo atados, ya que le dolían mucho. Estaban llagados por la cuerda y con la circulación sanguínea casi cortada.

Vio un caño de 20 o 30 cm apoyado en el suelo. Lo iba a usar como cachiporra. “Bajé, caminé unos metros, agarré el caño y con toda la fuerza que tenía, se lo partí en la cabeza”. El sujeto dormido cayó del sillón.

“Tomo el arma y apuntándole le digo ¿Dónde estoy? Aturdido por el golpe y muy asustado porque le chorreaba sangre de la cabeza, me pidió por favor que no lo matara. Al insistir con mi pregunta, me dice: estás en el Regimiento 3 de Infantería en La Tablada, pero no me mates” (El fulano era el capitán de ejército Alberto Juan –Juan como apellido- con cédula militar expedida en 1973. Pasó a retiro en 1979 y nunca fue citado por la Justicia para declarar).

Se viste Díaz, se pone arriba la camisa verde militar del custodio y se lleva la cartera con los documentos del milico. Ve que la puerta estaba entreabierta y había estacionado un Renault 12 azul, seguramente de la persona que lo custodiaba. Sale con el arma amartillada del lugar por si se cruzaba con alguien, pero no había nadie (luego sabe que era alrededor de las 6 de la mañana) y enfila para el lado del Camino de Cintura, cruza un zanjón, trepa un alambrado perimetral con alambres de púa, se tajea un poco las manos y.... la libertad. Era el 4 de febrero de 1977.

La represión y desaparición de personas era moneda corriente en la Argentina.

Un repartidor de lácteos de “La Serenísima” y un canillita, lo orientan para donde escapar y un portero de los monobloques existentes le da otra ropa. Llega a la estación de FF.CC. de “José Ingenieros” y como el tren no viene le pide monedas a un parroquiano del lugar y se toma un colectivo. Llega a Plaza Once (Retrocedo: El pibe de los lácteos le indicó: “Seguí por acá. Si vienen les decimos que no te vimos. Suerte, hermano. Suerte”).  

Vuelve a Berazategui y se cruza con un compañero (Ricardo “Lucho” Morello). Cuesta creerle que se escapó de un cuartel militar, lo miran con desconfianza, es lo más parecido a un fantasma para todos, al final le dan una cita en Banfield. Beto está decidido a reengancharse y seguir en la organización. 

Se viene la segunda, nomás…

Ocho meses más tarde, el viernes 28 de octubre de 1977, Díaz vuelve a salvar su vida, cuando conjuntamente con Enrique Horacio Sapag (otro montonero; hijo del ex gobernador de Neuquén Felipe Sapag) enfrentan una patrulla militar en tanto ambos cruzaban un automóvil incendiado en las vías del FF.CC. Roca a la altura de Berazategui, provincia de Buenos Aires, en conmemoración del 17 de Octubre.

La cobertura con arma de fuego de su compañero –que pierde la vida- le permite escabullirse. 

Lo que sigue es el relato de Beto dado a Mariano Pacheco en su folletín digital “Montoneros Silvestres”, que dice así:

“Tras la muerte de Enrique Horacio, Beto se dirige a la casa de una compañera en Florencio Varela. Ella le plantea que no sabe realmente si tiene o no una ‘boleta’ (una muerte) encima y entonces, a modo de precaución deciden ‘levantarse’ (irse).

En el camino se cruzan con una patrulla policial que comienza a dispararles. Es la segunda balacera a la que se ve expuesto Beto en pocas horas. Nuevamente logra salvar su vida, aunque herido de gravedad. La compañera en cambio es herida de muerte por las balas de la represión (María Cristina Barbeito se llamaba). La compañera alcanza a dejar a su nene a salvo. Así este bebe, logra salvar su vida –relata Beto-. Luego, por el cuñado de la compañera, nos enteramos que Pedrito fue recuperado por la familia.

También que Paz era el apellido del ‘cana’ que disparó. Un tipo morocho, fortachón, ducho en el manejo de la ametralladora. El coche en el que se dirigían quedó destruido, producto de las ráfagas de fusil FAL, de ametralladora y de escopeta que recibe.

¿Cómo te salvaste? pregunto. Beto me cuenta que los tipos no dejaban de avanzar, se desplegaban abriéndose en abanico. ‘Pero yo me sigo defendiendo, los repelo con mí 9 milímetros’.

Es ahí recién cuando puede salir del auto. Pero la compañera ya estaba muerta. ‘Salgo y empiezo a correr. Ellos me persiguen’. En un momento, cuando cree que lo están por agarrar, cuando ya no tiene fuerzas y escucha que le gritan ‘alto’, ve que hay un milico que está apuntándole de rodillas con un FAL. ‘Me quedaba el último tiro. Así que le disparo y comienzo a correr. Yo esperaba que me remataran ahí mismo, mientras me escapaba. Pero evidentemente los tipos tuvieron miedo o algo, porque se metieron en la camioneta para perseguirme todos juntos. Yo corrí y corrí, hasta que los perdí’.

Así, todo ensangrentado, se va caminando al centro de Varela. En un momento no da más. Ya no tiene fuerzas. ‘Golpeo una puerta y me atiende una señora con un nenito. Le digo que no se asustara, le cuento lo que me pasó y que necesitaba ayuda, la mujer salió corriendo. A mí solo me quedaba la pastilla de cianuro. Pero llega el marido en un Fiat 600 y me dice que me lleva a donde yo quiera. Y fui, adelante. Ya no podía manejar, ni caminar. Le pedí una frazada, estaba desangrándome.

Seguimos en el auto y en la rotonda de Mosconi vemos que estaba todo el ejército. No tengo escapatoria –‘pensé-’. Los militares habían supuesto –acertadamente- que de escaparse lo haría por ahí. Pero al ver pasar el auto, despacito, sin llamar la atención, no sospechan nada y no lo paran. 

‘Le pedí a mi acompañante que me llevara a Ezpeleta, a la casa de mi hermana. Ahí estuve dos días. Mis hermanos, desesperados, van en busca de médicos, pero no los consiguen. Entonces mandan a buscar un estudiante de La Plata, que estaba haciendo su residencia en una sala de Villa España’.

Cuando pasan delante del control que el ejército había apostado frente a la fábrica Ducilo, los detienen para interrogarlos y les dicen ‘Hay un Montonero herido en la zona ¿a dónde van con este médico? Y el muchacho les hace el verso de que tenía una abuela enferma en Quilmes. Finalmente los dejan ir.

La hermana de Beto ve que los siguen y entonces se meten por calles internas’. ‘Los tipos -continúa relatando Beto- se vuelven locos y cuando llegan a la casa de mi abuela terminan metiendo a todos en cana’.

La dictadura diezmó a las organizaciones populares para implementar un programa económico.

Al día siguiente, herido como estaba, cuando Beto ve que no llegaban ni el médico ni sus familiares, pide que lo saquen de ahí. Envuelto en una frazada sube a un taxi y recién ahí, tres días más tarde, puede tomar contacto con sus compañeros, que lo pasan a buscar. Eran las 21.30 hs. del martes. Tras la operación, Beto pasa toda la noche con fiebre. Ya no se podía mover de la cama, darse vuelta, nada. Mientras tanto, el ejército realizaba rastrillajes por toda la zona. Como no habían conseguido anestesia tuvieron que operarlo con silocaina. 

Carlos Segismundo Caris que estaba terminando la carrera de Medicina en La Plata y era además miembro de la estructura de sanidad de la organización, junto con su mujer Nora Alicia Larrubia, le salva la vida. Treinta y cuatro años después Beto sigue con vida. Adentro aún lleva el recuerdo de María Cristina, de Enrique, de Carlos y de Nora. También lleva adentro esa bala de FAL que nunca se pudo sacar”.

La tercera no fue la vencida

Díaz sale del país. Recibe nueva instrucción militar en Palestina. Durante un entrenamiento, aparecen en el cielo aviones israelíes de combate y de acuerdo a lo previsto, con suma velocidad deben salir de la vista aérea de sus potenciales agresores (quienes cuando pueden lanzan bombas de fragmentación) y perderse en los naranjales. “Como buen correntino conocía bien esos árboles secos y pinchudos que caracterizaban el terreno, pero en un momento de alerta como ese nada pudo hacer cuando un palo duro y puntiagudo se le clava en el ángulo del brazo con el omóplato, casi a la altura del cuello, muy cerca de una vena. El palo queda clavado y cualquier esfuerzo por sacarlo de su cuerpo era inútil, la sangre escapaba a borbotones. Cuando los aviones se van, sin haber bombardeado, lo llevan a Sidón. Un hospital de campaña palestino en zona de combate. Mutilados, heridos graves, muñones, piernas artificiales; él sentía que lo suyo era nada en comparación y que no tenía derecho a estar ahí. Lo acuestan en una camilla, consiguen sacarle el palo, lo suturan sin anestesia y le dan el alta. Otra cicatriz para su cuero”. (“Montoneros y Palestina. Pablo Robledo. Planeta, 2018).

No hay tres sin cuatro 

Beto siguió resistiendo a la dictadura militar videlista. En enero de 1979 viajó a México, y volvió a nuestra patria ese mismo año para sumarse a la contraofensiva montonera.

Tiene tiempo para referirse a la misma: “Creíamos que la resistencia se iba a asentar sobre una conflictividad mayor (…) no éramos tipos que estábamos encerrados en una casa y a la noche salíamos a interferir una señal de televisión. Estábamos en el conflicto. Nos conocían (…) Esa contraofensiva se armó con los que estábamos acá, con los presos políticos que fueron liberados y querían volver a dar pelea y con los que en el exilio dejaron el confort”. Clarito el hombre.

Información interna de las fuerzas armadas acerca de Radio Liberación TV.

Trabajó en talleres de carpintería, enchapado de muebles, fabricando cajones de cerveza y en distintos establecimientos fabriles del conurbano bonaerense. Toda esa cobertura legal y con documentos truchos, a Beto le permitió ser uno de los integrantes de Radio Liberación TV (RL-TV) a través de transmisores diseñados por Francisco “Pepe 22” Cabilla, miembro de la organización político-militar Montoneros. Dichos aparatos lograban interrumpir la señal de los canales de TV abierta dejando la pantalla como con “lluvia”. Si bien no había imagen, si se lograba a través de la frecuencia modulada (FM) emitir una proclama previamente grabada en un casette donde se llamaba desde el peronismo montonero a la resistencia y se pasaba al principio de la misma, o de fondo, o al final la Marcha Peronista. 

Para aumentar la potencia y la recepción de la misma –siempre destinada a entrar en casas de barrios obreros- el militante o los militantes que hacían funcionar el aparato, se proveían de una antena y de energía provista por una batería de auto grande (luego la reemplazaron por una de moto, más chica, liviana y fácil de transportar) que duraba 10 minutos. Pero por razones de seguridad, la emisión solamente iba entre cinco y ocho minutos como máximo. Ya que las fuerzas represivas también tenían medios electrónicos desplegados, para llegar al lugar de emisión, anularla y matar a sus propaladores.

Dibujo que le hicieron realizar a un detenido para que las fuerzas represivas comprendiesen cómo funcionaba el sistema de comunicación de los militantes montoneros.


Vuelvo a “Beto” Díaz. Llegó a operar entre 15 y 20 transmisiones de RL-TV. El grupo montonero del que formaba parte desde la transmisión –ya se dijo- apoyaba los conflictos obreros en fábricas de la zona sur del conurbano bonaerense, como por ejemplo la lucha de los trabajadores de la automotriz transnacional Chrysler en Monte Chingolo, Lanús. Es decir, entre 15 y 20 ocasiones diferentes él estuvo jugándose la vida. El equipo transmisor en estos casos concretos, era trasladado camuflado en bicicletas y montado en los pisos superiores de edificios en construcción o en techos de fábricas abandonadas, lo que extendía la llegada de la proclama a 10 o 15 manzanas pobladas.

Quienes vieron la serie en Netflix de “El Eternauta” ya saben ahora en donde se inspiraron sus guionistas para escenificar el llamado a la resistencia contra los invasores desde un sitio alto y al aire libre en Buenos Aires.  

Siempre hay un después

Con el retorno de la democracia, Díaz participó en la formación de Intransigencia y Movilización Peronista (IMP), hasta la disolución de la misma en 1984. Desde entonces se vinculó activamente a la lucha de los organismos de Derechos Humanos. Concretamente en la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires y trabajando de manera conjunta con el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF); tomando muestras de sangre que permitan identificar a personas asesinadas durante la última dictadura cívico-militar.

A nivel personal, se casó y tuvo cuatro hijos, consiguió trabajo en un taller de electrónica en el barrio de Pompeya y manejó un taxi para engrosar en algo su salario mensual.

En 1999 brindó su testimonio en el Juicio por la Verdad en La Plata. 

En julio de 2008, en el marco de la causa por delitos de lesa humanidad que investigaba el juez Rafecas, volvió al lugar donde estuvo secuestrado clandestinamente para realizar un reconocimiento.

El Beto en el reconocimiento del lugar de detención, en La Tablada.

En el año 2014 se estrenó el documental “La Victoria de Beto” que narra su vida y su militancia. El mismo fue confeccionado por el grupo La Cuarta Pared de La Plata, dirigido por Horacio Rafart, filmada en Planomaster, luego de una investigación histórica realizada por el ya mencionado Rafart además de, Guillermo Ale y Nicolás Masciotro. 

El 3 de mayo de 2019, Víctor Hugo Díaz, está presente en el Juicio por la Contraofensiva. Antes de comenzar su declaración, elige jurar que ha de decir la verdad “Por los 30.000 compañeros detenidos desaparecidos, por ello y por las organizaciones que cada uno de ellos integró; juro por eso y por la Patria”.  

En la misma audiencia, sobre el final, preguntó al público presente, y se contestó así mismo, en voz alta y clara: “¿Ustedes se preguntarán por qué lo hicimos, cuando había una dictadura esperándonos para capturarnos y asesinarnos?”

Y se contestó: “Permítanme el atrevimiento de pedirle permiso a la Historia. Yo, les preguntaría a los obreros de la Patagonia, y a uno de sus líderes, a Facón Grande –que primero hicieron los reclamos, después se organizaron y se levantaron en armas, que sabían que final iban a tener-, ¿por qué lo hicieron? Les preguntaría a los obreros del Lisandro de la Torre, cuando tomaron el Frigorífico en defensa de su fuente de trabajo y entraron las tanquetas y fueron a poblar las cárceles del régimen. ¿Por qué lo hicieron?”.

Y cerró: “Finalmente pregunto y me pregunto, a los vivos y a los muertos, ¿por qué lo hicimos? ¿Y saben por qué? Porque cuando las clases populares toman una decisión no especulan, ponen toda la carne al asador. Por eso dejan huella.  ¿Y nosotros en particular, saben por qué lo hicimos? Porque somos peronistas y uno de sus principios fundamentales es primero la patria, luego el movimiento y por último los hombres”.   

El Beto en el juicio por la Contraofensiva.

author: Roberto Baschetti

Roberto Baschetti

Sociólogo, historiador, investigador. Autor de más de 50 libros sobre el peronismo revolucionario. Socio fundador de la editorial Jirones de mi vida.

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