“Hay una fusilada que vive”
Felix Bruzzone
Un día después de sobrevivir a una bala, Cristina camina a paso firme por la calle. Tiene un pantalón de cuero, anteojos oscuros, botas con taco y un pullover rosado. Una femme fatale. Camina y sonríe. Saluda a los que están ahí, buscando su mano. No hay miedo. O quizás sí lo haya, pero Cristina decide mostrarse así. Es una definición política, histórica. “No les tengo miedo”, dijo Néstor Kirchner ante una formación del Ejército, cuando las políticas de Memoria, Verdad y Justicia todavía no estaban lo suficientemente fuertes, donde solo veíamos un atisbo de lo que se quería construir.
Fue Néstor también el primer Presidente que inauguró ese modo de cercanía en la política, de arrojo, de burla a los protocolos. No por tonta rebeldía. Era un mensaje. Una forma de contarle al mundo dónde estaba y desde dónde gobernaba. Hay algo propio ahí también de una generación que puso la vida al servicio de un proyecto colectivo. “Vos viví tu vida, que yo vivo la mía”, le dijo a su hijo diez días antes de morir, ante el pedido de que parara y cuidara su salud.
Cristina, entonces, camina y habla. Si la política está hecha de símbolos, el kirchnerismo bien supo capitalizar ese saber. No se esconde, no sale rodeada de custodios, ni con un casco y chaleco antibalas. No. No les tiene miedo. No va a parar. No se va a dejar amedrentar. Cristina vive para la política. No hay victimización, porque nunca la hubo. Lo que hay es ponerle cara al odio. Y todo eso con 500.000 personas en las calles de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y otro tanto en el resto del país, que la sostienen. “Cristina presidenta”, vitorean, y le dicen que no está sola.
Hay también una confianza en la fortaleza del sistema democrático que hace 39 años repudia y condena el Terrorismo de Estado de forma masiva y contundente. En el país de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, al día siguiente de que la principal dirigente política del país sufriera un intento de magnicidio, la expresión de rechazo fue en las calles, con una vocación democrática inquebrantable, con organización, con bombos, choris humeantes, también con tristeza, pero con la certeza de que la Plaza era ese lugar de comunión para abrazarnos en el dolor y la consternación. “¿Se podrá ir con chicos?”. Sí, no hay dudas. Fue una movilización pacífica en el sentido más preciso de la palabra, porque no buscaba profundizar la conflictividad, sino condenar aquellos factores que la produjeron.
¿Qué hubiera pasado si efectivamente la mataban? Varias lecturas arriesgaron escenarios de una profunda crisis social, política e institucional. Guerra civil, incendios, linchamientos. Con la imagen fresca del arma gatillando en la frente de Cristina, y que 48 horas después los medios de comunicación siguen transmitiendo en loop, propios y ajenos tendieron a avizorar las escenas más dantescas.
Ahora que esa sensación de vulnerabilidad y desprotección empieza a ceder, me atrevo a pensar que esa reacción popular hubiera sido contenida por el sello que marca nuestra historia como país y que resuena impaciente y constante en cada rincón, en cada escuela, en cada hogar. El Nunca Más no es una consigna vacía. Es el consenso democrático que debe primar por sobre todas las otras cosas, a pesar de algunos distraídos que pretenden romperlo. Es nuestro ADN. Es el Nunca Más a la violencia por parte del Estado, Nunca Más a los discursos de odio, Nunca Más a construir otredades estigmatizadas, Nunca Más al miedo, Nunca Más a la desigualdad, a la pobreza, a la injusticia. No pasarán, porque esa idea es intrínseca a nuestra sociedad. Así lo vimos cuando la Corte Suprema intentó instaurar el 2×1 a los genocidas, o cuando cada 24 de Marzo, aún cuarenta años después, la marcha que encabezan organismos de Derechos Humanos se vuelve más masiva y convocante. Porque claro, que sea intrínseca no significa que no puedan existir retrocesos. Y este es uno de esos momentos. Ante el retroceso no hay repliegue. Es una nueva oportunidad para refrescar aquello que nos distingue como país, porque nunca es suficiente, porque no es cuestión de “dar vuelta la página”, porque la página está ahí, arde y cada tanto nos obliga a volver a leerla y recordarla, a hacer memoria para gritar bien fuerte “Nunca Más”.
Sigamos conectados. Recibí las notas por correo.