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Tu amor cambió mi vida como un rayo para siempre

Producida por el propio Fito Páez, Netflix estrenó El amor después del amor, la serie de ocho capítulos que repasa la vida y carrera del rosarino, hasta el show que diese en Vélez, en 1993, para presentar el disco homónimo. Una gran producción, con excelentes actuaciones, para acercar aún más al artista popular con su gente.

Desde el pasado 26 de abril en la plataforma Netflix puede disfrutarse de “El Amor Después del Amor”, serie biográfica sobre Fito Páez, en un meritorio intento por echar luz sobre una figura preponderante de nuestra música y cultura popular. Producida por el propio Paéz, en compañía de Juan Pablo Kolodziej y Mariano Chihade, el estreno audiovisual repasa la vida y carrera de uno de los máximos referentes del rock nacional, en consonancia con la reciente publicación (editada hacia fines de 2022) del primer volumen de memorias del músico, titulado “Infancia & Juventud”.

Un excelente y cuidado casting da cuenta, a primera vista, de la calidad del producto. Protagonizada por Gaspar Offenhenden e Ivos Hochman, quienes, con singularidad, personifican a Fito de pequeño y adulto, respectivamente, la serie cuenta, además, con la aparición ficcionada de pilares fundamentales del rock vernáculo y afectos primordiales en la vida del cantante. Es así como podemos disfrutar a cada uno de ellos, en la piel de los intérpretes Micaela Riera (Fabiana Cantilo), Andy Chango (Charly García), Julián Kartún (Luis Alberto Spinetta), Daryna Butryk (Cecilia Roth), Joaquín Baglietto (Juan Carlos Baglietto), André Midani (Jean Pierre Noer), Manuel Fanego (Fernando Moya) y Martín Campilongo (Rodolfo, padre del músico).Escrita porJuan Matías Carballo, Lucila Podestá, Francisco Varone, Leandro Custo y Diego Fió, basándose en las citadas memorias, los créditos iniciales arrojan un impecable collage socio-político. Acto seguido, una brillante recreación de época que nos lleva directo hacia los tumultuosos años ’70.

En la casa familiar, la música es un hobbie y el adjetivo la desmerece por sobre otras profesiones que garantizan cierto buen pasar. Los mandatos paternos indican que el rock no es un buen consejero, aunque el buen gusto musical se deja oír en el hogar, colándose en el ADN de un niño llamado Rodolfo. Al rock lo encontramos en cualquier esquina, pero la noche en tiempos de dictadura está llena de peligros. Tiempos en donde, por el solo hecho de ir por la calle con el pelo largo, podían arrestarte. Puertas adentro, todo es cariño y protección por parte de tías y abuela, mientras el joven Fito mira con curiosidad el piano de Mamá Margarita Zulema (fabulosa pianista y profesora de álgebra). El retrato intocable de ella sigue allí, inmaculado, en la cómoda y la ceremonia de visitar su tumba se repite religiosamente. Fito la perdió a sus tempranos ocho meses de vida, víctima de una enfermedad terminal. Estruja el corazón tan solo pensarlo.

El chico (de la tapa, de futuros magazines) camina de la mano de su padre, busca respuestas, se aferra a sus afectos. Somatiza todo. Porque, en el fondo, quiere saber cómo era mamá…pero a veces el dolor no permite hablar. Entonces, la música llega por primera vez al rescate. La magia se revela y surge la curiosidad. Las manos al piano consuman el hechizo, musicalizando una TV en blanco y negro silente que proyecta truculentas secuencias de un clásico de Narciso Ibáñez Menta. Hacemos flash forward a un quinceañero y desgarbado muchacho con ansias de conquista. Los comienzos musicales repasan su etapa con el grupo Staff y luego su incorporación a la banda de Juan Carlos Baglietto. Allí, un joven tecladista sugiere acordes que embellecen las canciones de la trova. Evidencias de un emergente talento que, apenas años atrás, había sido expulsado del conservatorio de música por tocar el piano de oído, sin aprender las partituras. ¡Qué herejía! Para el incipiente prodigio la superación sería una constante.La receta fue sencilla: confiar, confiar y confiar.

Corren los años ’80. El músico se adentra en las primeras composiciones. Grabador en mano, lo registra todo. Sentado en la terraza, agarra una guitarra e intenta emular a sus ídolos. En casa suenan discos de Almendra y Pescado Rabioso, y, en tal sentido, la dupla de directores conformada por Felipe Gómez Aparicio y Gonzalo Tobal no deja detalle librado al azar. Llega la hora de viajar hacia la gran ciudad: Buenos Aires es un sueño que está cada vez más cerca. Hacia allí parten, camino a presentarse, junto a Baglietto y compañía, en el mítico estadio Obras, hacia1981. Lejos de casa, el aire se va poniendo calentito; Páez se doctora en rock and roll bajo las luces porteñas. La tribu le da la bienvenida. Son noches de ensayos, excesos y groupies. Su carrera solista está recién comenzando…

No tardará en llegar la firma del primer contrato discográfico, precedente a la publicación de “Del’ 63”, su placa debut; Fito comienza a hacer ruido en un ambiente dominado por Virus, Miguel Abuelo y Soda Stereo. En camarines se produce el revelador encuentro con Charly, un jefe tan diablo y tan sabio.

¿Vos eras el flaquito narigón y de pelos enrulados tras el teclado?, escuché que tenés mala onda conmigo’, suelta pícaro y provocador García.

Fito, que lo había visto por primera vez en el Teatro Astengo, allá por el 1976, solo atinó a arrodillarse.

Eran tiempos de La Máquina de Hacer Pájaros y su vida no sería la misma luego de aquella divina aparición. ¿Cómo no reverenciarlo cara a cara? Casi de inmediato, es invitado a la gira presentación de “Clics Modernos”, álbum que llegó a sus manos en formato cassette y que debió aprender en tiempo récord. ¡Cómo costaban esos acordes imposibles de Charly! Porque acá nada de eso se hacía. García, puro vanguardismo, sacude el panorama de nuestro rock, trayendo polirritmias y una pátina de ambigüedad. Fito lo mira absorto e incorpora cada movimiento. ‘Las cuartas al piano se tocan así’, enseña el maestro, pletórico de desparpajo, filo y autenticidad.

Más ensayos se suceden. ‘Esta noche toca El Flaco, no me lo puedo perder’. Fito respira rock y su rostro se esconde tras enormes anteojos. El rosarino no solo mira a Charly, también a su bella corista: Fabi Cantilo. Directo a los ojos de videotape, el flechazo sería inmediato. Fabi, la chica más linda del mundo, busca en el horizonte la nave nodriza. Navegan juntos la noche ¿Cómo iba él a decirle que no? Fito, fascinado, la mira fuera de todo plano terrenal, y confiesa a sus amigos: ‘si me da bola, soy inmortal’. Poco a poco, la complicidad va creciendo, dando nacimiento a una historia de amor poderosa. Ellos comienzan diciéndose ‘te amo’ tratándose de usted y terminarán viviendo juntos en la histórica casa de Estomba.

Fabi, quien por entonces trascendía con Los Twist, se convertiría en su musa indiscutible, sosteniendo en sus manos el intrigante corazón de Páez y, también, en madrugada, una bola sobre el piano. Cada vez que piense en ella, por siempre jamás, será que fue amor. En paralelo al devenir romántico, la figura de Fito crece, y hay momentos claves en que decidir: ‘o se es cola de león o cabeza de ratón’, instiga su manager.

El debut en el Luna Park estrenando “Giros” sería apoteósico, mientras un plano secuencia majestuoso nos deposita en los pasillos interior del sagrado palacio de los deportes. El álbum editado en 1985 se transforma en un suceso fenomenal, y no hay motivo de alegría más grande para Papá Rodolfo que verlo expuesto en las bateas de la disquería Oliveira, allá en Rosario.

Mientras su trayectoria comienza a tomar alto vuelo, algo en el equilibrio de la vida íntima del músico comienza a resquebrajarse y romperse en mil pedazos; el dolor hará perder pronto la razón. Llega en un tiempo en que su amoroso padre ya no está. A él y a su madre les escribe el conmovedor tema “Parte del Aire”, incluido en el álbum doble editado junto a Luis Alberto Spinetta, “La La La” (1986). El hecho de su encuentro fortuito con El Flaco, apenas meses atrás, caminando por la peatonal Florida, resulta uno de los tramos más emotivos de la serie. Spinetta, angelada guía, gurú y mentor, lo adoptaría casi como un hermano menor y reconocería en Fito cierto potencial que el mismo rosarino no lograba dimensionar del todo. Construyen un vínculo indestructible y se animan a proyectar un disco juntos, una empresa que Luis había fracasado en llevar a buen puerto con el mismísimo Charly.

Allí está Fito, pidiendo pista en medio de dos figuras legendarias de nuestro rock. Ese nivel de consideración y estima se le tenía. Aunque para él no fuera sencillo: palpamos la desesperación por encontrar un lugar en el mundo. Pocos meses después del lanzamiento de “La La La”, ocurriría un antes y un después en la vida de un joven de apenas veintitrés años de edad y con un peso enorme sobre sus espaldas.

La tragedia personal que viviera en el fatídico 7 noviembre de aquel curtiría su piel. Belia, Josefa y Fermina (embarazada en aquel momento) fueron salvajemente asesinadas. ¿Quién llena el gigantesco agujero dejado en el alma, el corazón y el cuerpo de un ser humano huérfano de su sangre? Hay veces en que no sabemos bien dónde se oculta el enemigo aunque las señales sean claras y el destino se apresta a hacernos la mueca más cruel de todas. A Fito, el nefasto llamado de la fatalidad lo encontró de gira por Río de Janeiro e imposibilitado de regresar a su país por extrañas maniobras del poder policial. El cuádruple crimen cometido en la casa de familia de calle Balcarce gana considerable importancia a medida que avanza cada capítulo, y se nos hace partícipes del horror desatado. Rodolfo responde enfurecido, y compone la salvaje y catártica “Ciudad de Pobres Corazones”.

Transcurrirían años duros en lo anímico, de extrema fragilidad y deterioro emocional. Años en los cuales los embates de una vida acompasada al límite de lo permitido forjan el carácter de un muchacho que deambula por una gigantesca Buenos Aires. El perro rabioso, en un grito agonizante de auxilio, escupe furia en sucios callejones y bebe hasta perder la noción en piringundines de mala reputación. Como él mismo relata en la confesional “Los Años Salvajes” (ídem, 2021), estuvo a punto de perderlo todo, más pronto que tarde. Por alguna divina razón, la suerte permaneció de su lado…entre volver y no volver, ya sabemos qué clase de misterios aguardan al acecho, al lado del camino. Flashbacks nos retrotraen a la niñez, en búsqueda de cierta conexión que no siempre resultará del todo lograda desde lo conceptual y lo estético. En 1988 presenta el grandioso “Ey”, pero Fito sigue siendo noticia por los motivos menos agradables. Los turbios intereses políticos detrás de la resolución del crimen continúan embarrando la cancha.

La tragedia ocurrida en su casa familiar, en Rosario, lo atormenta todavía. Se hacen frecuentes sus visitas al médico. Cigarrillos, licor y pastillas para dormir constituyen su dieta diaria. Narcóticos para anestesiar el dolor. Amamos a Fito y nos emocionamos. Sentimos bajo su piel, exactamente así. Existe un cielo y un estado de coma…¿flaco dónde estás? Estrés e inseguridades van minando las resistencias anímicas del cantante. Porque la vida, a veces, es tan solo una moneda: el precio que hay que pagar. Una y otra vez, se acurruca en posición fetal (casi siempre bajo el agua, puro pisciano), pero solo en los brazos protectores de Fabi logra recuperar algo de la confianza perdida. Un corazón clandestino que solo busca ser abrazado, tras sortear indomables tormentas en el centro del mar. A partir de allí, el amor que quienes lo rodean le profesan se va a convertir en el motor fundamental para salir a flote. Un bálsamo, un cable a tierra, un salvavidas. Pongámosle el nombre que queramos, porque el amor y la música, incontrastable oración e infinita luz del alma, tal y como el propio Fito firmara en canciones himno de años después, logran su fin. Si te caes mil veces, te toca levantarte mil y una.

Hacia su desenlace, “El Amor Después del Amor” relata el exilio forzado en Madrid por parte del cantante, de cara a una nueva etapa en su carrera. A medida que las puertas fueron cerrándose, va ganando terreno la idea de ir a probar suerte al otro lado del Atlántico, en busca de cierto aire que, aquí en Argentina, no conseguía. Bajo el brazo y en busca de la ansiada libertad llevaba un disco que no tenía hits, y siempre es merecida la oportunidad de escuchar posibles lados B con destino de clásico. París se parece a otra ciudad, pero ya sabemos cómo termina el cuento: no servirá de nada… ¡por favor, no lo dejen caer en las tumbas de la gloria!

El éxito impensado de “Tercer Mundo” lo hace retornar, porque sus canciones suenan en todas las radios. Eran tiempos de “Dale Alegría a mi Corazón”.

De regreso a Baires, conoce a Cecilia Roth en una fiesta de la que no se sentía parte. Milagros que también ocurren para sanar heridas. La musa de Pedro Almodóvar deja todo por él, empezando por su vida marital. Fito buscaba un amor y no una actriz, entonces sigue trasnochado y sin sentar cabeza. ‘El derrotero de rockerito no me interesa’, acota Cecilia. Él, con la poca sobriedad que queda en su organismo, le compone la exquisita “Un Vestido y un Amor”. Hay armas de seducción que son infalibles. El resto es historia…

Con la venia del sello discográfico y carta libre para grabar a piacere, suculento contrato mediante, el músico encara rumbo a Buenos Aires nuevamente, camino a planificar su obra maestra: “El Amor Después del Amor” (1992). Compone demos, enseña sus nuevas canciones. Convoca a sus amigos Charly y Fabi, se suman a Celeste Carballo y Andrés Calamaro. Dentro del tracklist del álbum destacan dos canciones como “Pétalo de Sal” y “La Balada de Donna Helena”, cuyo período de composición corresponde al citado disco editado dos años antes. Las restantes pertenece a aquella prodigiosa cosecha. Fito se apoya sobre la consola, el estudio de grabación recreado nos deslumbra con preciados instrumentos; a su juego lo llamaron. La serie rebosa buen gusto melómano. Es hora de registrar las voces, y así suenan “Dos Días en la Vida” y “La Rueda Mágica”. En total son catorce gemas, conformando un repertorio de influencias eclécticas, gracias al gusto musical que le inyectara su padre, a quien su hijo, con mezcla de orgullo y timidez, agradece ante las cámaras de TV.

'El Amor Después del Amor', un fenómeno de ventas sin precedentes y futuro cuádruple disco de platino, agotó treinta mil copias a apenas dos días de haberse lanzado al mercado. Fitomanía en su máxima expresión. Ojo, son tiempos más románticos, con walkmans y encendedores: un estadio lleno de rock poseía una magia que las nuevas generaciones de hoy no llegan a vislumbrar. En medio de una reunión de café, Ceci lo empuja a ambicionar un Vélez ¿Por qué no dos? Llega la consagratoria presentación en el corazón de Villa Luro. Otro bello abril se avecina; en el otoño de1993, uno de los más grandes exponentes de nuestro rock reunió ochenta y cinco mil personas en un par de Estadio José Amalfitani. En nostálgica retrospectiva, la serie lo recrea sin playback, con inmenso acierto y despliegue. El rito celebrado en Vélez acabó por consagrar a un artista en absoluto estado de gracia. ¡Era hora de rodar, mi vida!

La excelencia de “El Amor Después del Amor” (el disco, la serie) resulta la cabal muestra de un músico en completo dominio de sus talentos, dueño de una lucidez y una sensibilidad notables para revelarnos, a través de canciones, la luminosidad de un mundo privado en vital transformación. Camino hacia horizontes superadores, aquel muchacho de treinta años recién cumplidos, supo dar el golpe de timón a tiempo y se entronó como el principal exponente de la segunda generación de nuestro rock. Fito, aquel que miró de frente a la propia muerte y sin pestañear. Es solo una cuestión de actitud vivir para contarla. Fito, aquel que dejó partir cuando hubo que hacerlo, gracias a la enternecedora contención de Ceci. Porque el designio fue divino: había amor después del amor. Perfume, esencia y religión que sigue siendo su antídoto, contra todo mal en este mundo, treinta años después. Para lo que fue y será...

author: Maximiliano Curcio

Maximiliano Curcio

Nació en la ciudad de La Plata, Argentina en 1983. Es escritor, docente y comunicador, egresado de la Escuela Superior de Cinematografía

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