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Crítica del neovandorismo

Hace ya diez años que los sectores conservadores del peronismo quieren jubilar a Cristina porque no es una mascota del poder. El propio Quintela, que se postula para presidir el PJ Nacional, quiere a todos adentro, incluso los cuatro gobernadores peronistas que van a cenar en Olivos con Milei. Que Axel Kicillof no pueda elegir entre Cristina y el gobernador riojano es no solo una muestra de desagradecimiento, sino también una declaración política de gran magnitud, como la que realizó Augusto Vandor contra Perón en los años 60. Por eso el paralelismo histórico.

“Si me saco la camiseta peronista, 

pierdo el gremio en una semana”. 

Augusto Timoteo Vandor


Desde hace al menos una década los sectores más conservadores del peronismo intentan jubilar a Cristina y sacarla de la cancha. Empezó con Sergio Massa, que centró su candidatura del año 2013 en una cruzada contra la ficción de una “Cristina eterna”. Después del formidable 54% y ante el peligro de una agudización creciente de las contradicciones, que los exponía ante sus propias bases, necesitaban esos viejos restos del menemismo y el duhaldismo una reconfirmación de que el kirchnerismo era vulnerable. El Frente Renovador garantizó la prueba, mientras las agresiones permanentes de las corporaciones (económicas, mediáticas y judiciales) recibían la insospechada colaboración de la CGT. El saldo nacional de la contienda fue la derrota electoral contra Macri, facilitada por la fragmentación del peronismo. Pero el saldo interno sucedió antes: fue la candidatura de Daniel Scioli, aclamado por todos los gobernadores del PJ.

No hubo PASO aquel 2015, porque el renegado Florencio Randazzo quería ser el candidato de “la Jefa” y no lo consiguió. La interna, sin embargo, estaba a flor de piel, brotaba por todas partes. Y se terminó de manifestar al poco tiempo de asumido Macri, con la ruptura del bloque de diputados del Frente para la Victoria y el festival de declaraciones de antiguos funcionarios que anunciaban que el kirchnerismo había cumplido su ciclo y que la sociedad demandaba dar vuelta la página. Entonces se abrieron las primeras rondas de negociación (parlamentaria, sindical, en los tribunales), para obtener beneficios particulares del nuevo régimen y acorralar a Cristina en caso de que tuviera intenciones de recuperar la centralidad política. Fueron años crueles, de persecución y revanchismo. Muchos pagaron con cárcel su lealtad al proyecto. El kirchnerismo era una mala palabra y por eso otros tantos buscaron licuar su identidad, para no sufrir represalias. Arrepentirse y dar falso testimonio fue la tentación de los débiles de alma, promovida por el atroz sistema del lawfare. 

Tuvo Cristina que poner el cuerpo en el 2017 para ayudar a reconstruir la fuerza política y devolverle al peronismo algo de su épica y al pueblo algo de su esperanza. Todo por fuera de las estructuras del PJ. Del Frente Ciudadano a Unidad Ciudadana. Y en oposición su ministro estrella de antaño, el de la recuperación de los ferrocarriles, Florencio Randazzo, quien con un modesto 5% en la Provincia de Buenos Aires le pedía a Cristina que se bajara para sellar la unidad. Primera lección: en el lenguaje del peronismo anti/no/pos kirchnerista, unidad significa que se corra Cristina, que no pretenda conducir al movimiento. Son los inicios de la proscripción, que antes de ser judicial es política. Se trataba de que Cristina interiorizara en su conciencia (la conciencia de una líder histórica, la Perón de nuestro siglo) que ella sola no podía. De ahí el recursero de frases trilladas que ya conocemos y en las que se inspiró el armado del Frente de Todos. No hubiera habido 2019, empero, sin el esfuerzo descomunal del 2017, que verificó dos realidades. 1) Cristina es la que más votos tiene dentro del peronismo. 2) Con muchas fórmulas peronistas en juego es muy difícil ganarle al poder concentrado.

Ante el declive acelerado del macrismo, fue la presión judicial la que llevó a Cristina a desistir de ser ella candidata a presidenta y colocar en su lugar a Alberto Fernández, desde la lectura de que no se podría gobernar el país–entregado a las garras del FMI– sin una interlocución con los grandes grupos económicos y un pacto social de ciudadanía responsable. En rigor, todos los críticos de Cristina, que después de consumada la fallida experiencia del Frente de Todos cuestionarían la eficacia de su “dedo”, celebraron la decisión con bombos y platillos (así como miraron con incomodidad y sospecha la nominación de Axel Kicillof en la Provincia de Buenos Aires). Habría que preguntarse si el problema es el dedo o lo es la traición. Porque en los 80 la interna peronista se resolvió mediante una competencia tremenda entre Menem y Cafiero donde participaron todos los afiliados y, aun así, lo que siguió fue la traición más grande de la historia del peronismo. Muchos ironizan sobre la conducción de Cristina y la disminuyen frente a la grandeza infalible de Perón. El chiste se cuenta solo: Perón eligió como candidato a vicepresidente al contralmirante Tessaire, que después del 55 se pasó a la fusiladora y lo denunció; también es el creador de Isabel y López Rega. Sin mencionar sus conflictos silenciosos o estruendosos con Mercante, Vandor o Montoneros, quienes desafiaron su conducción en tres épocas diferentes. 

Entonces, más que maldecir el “dedo” (que es un condicionante de circunstancias y una atribución de quien conduce, porque se ha ganado la facultad de decidir con más aciertos que errores y un buen número de batallas ganadas que redundaron en conquistas históricas para el pueblo), habría que maldecir a quienes incumplen sus palabras y compromisos, violando toda la axiomática peronista. Los leales, por definición, son pocos. A los demás hay que vigilarlos y conducirlos de cerca. Cuando la conducción se rompe, el fracaso es inminente. El tiempo ha evidenciado que la conducción de Cristina ha sacado agua del desierto y convertido a dirigentes mediocres en funcionarios exitosos. Y, en el mismo sentido, que cuando esos dirigentes u otros con más méritos, se alejan de Cristina por vanidades o proyectos personales, caen en una lógica de estupidez cuyo hundimiento no se detiene nunca. Randazzo es el caso paradigmático, no el único. 

De manera que la tragicomedia del gobierno de Alberto Fernández se explica menos por sus vicios e irresponsabilidades personales que por la dinámica de un sistema de poder que lo llevó a confrontar más con Cristina que con la derecha y el FMI. Entre la inesperada victoria de las PASO del 2019 y la alta imagen positiva de los primeros meses de la cuarentena, el presidente se dejó seducir por los cantos de sirena de quienes le decían que la sociedad lo había votado a él por sobre la presencia de Cristina, que no le debía nada y que resultaba necesario que se autonomizara de ella y construyera el albertismo. Su indecisión crónica impidió que avanzara en esa dirección, por lo que se dedicó a bloquear cualquier incidencia de Cristina sobre el rumbo del gobierno. Una palabra resume todo el ciclo: intrascendencia. Como el peronismo no puede darse el lujo de ser intrascendente, la sociedad eligió a Milei, que prometía romper todo (en el 2015, Macri simplemente hablaba de cambiar lo malo y mantener lo bueno, porque para la gente no hacía falta romper nada). La candidatura de Massa, con la economía en rojo, respondía únicamente a dos criterios: su vocación de jefe, su operatividad, su imagen de trabajador incansable (algo que en un gobierno parsimonioso y descoordinado parecía mucho) y además tenía consenso en el establishment peronista y toda una red de relaciones con los factores de poder. Vendedor de poder futuro lo llamó Diego Genoud. Con un oficialismo atravesado por el despoder y por un agudo déficit de conducción, resultaba poco creíble. 

Entre ambas situaciones, se profundizó la persecución contra Cristina y una banda terrorista la quiso matar, quedando el crimen impune hasta la fecha. De esa impunidad se alimenta la proscripción que pesa sobre su cabeza y que puede cobrar vigencia de manera inmediata, por mera decisión de los jueces. El daño casi irreparable que la presidencia de Alberto le causó al movimiento nacional y popular tiene una de sus razones principales en la búsqueda de la anulación política de Cristina, decorada con citas de Néstor Kirchner. Porque Alberto se atribuía ser uno de los fundadores del kirchnerismo, del kirchnerismo original, anterior al 2008. Cuando Alberto se fue, muchos llegamos, convocados por la audacia de un proyecto transformador. Entonces comenzó la “interna”, no ahora. La interna consiste en discutirle y limarle a Cristina su conducción sobre el peronismo y las fuerzas populares. Y se la han hecho prácticamente todas y cada una de las tribus del peronismo, siguiendo el ritmo de una dialéctica que la comprime cada vez más en su núcleo fundamental. Necesitan descartar a Cristina porque ella es para el poder real el hecho maldito del país posperonista. 

Sin Néstor y Cristina, el peronismo habría tomado el mismo funesto e insulso camino que el radicalismo y hoy por hoy sería un aparato inerte, sin militancia, sin ideas, sin proyecto. 


Por eso resulta extraño que el mismo grupo ultracristinista que lanzó la consigna Cristina o nada para abatir el fantasma de la proscripción sea en la actualidad el que promueve con más fuerza la independencia táctica y estratégica de Axel Kicillof, que como quedó claro en su carta del sábado lleva a Cristina en el corazón pero no en la conducción y se declaró prescindente en la interna partidaria entre Cristina (con una lista amplísima) y Quintela, cuya propuesta para el PJ es volver a traer a Schiaretti, Randazzo, Pichetto y otros dirigentes funcionales a Milei, además de sostener una clara alianza con los gobernadores colaboracionistas del Norte y justificar su toma y daca en el Congreso, que fue uno de los límites que Cristina estableció en su documento de febrero para empezar a poner las cosas en orden en el peronismo. ¿Cuál es la condición de toda esta gente para volver? Jubilarla a Cristina, ni más ni menos.

Entonces, que Kicillof no pueda elegir es no solo una muestra cruda de desagradecimiento (ya que no sería quien es de no ser por el apoyo que Cristina le dió durante más de una década) sino también una declaración política de primera magnitud, similar a la que Vandor arrojó contra Perón en los años 60. En aquel momento Perón estaba exiliado y proscripto. Cristina está en el país, a punto de ser condenada y proscripta. Semejante tibieza es imperdonable, sobre todo porque detrás tiene a los mismos antikirchneristas de siempre, que en manada cambian de centro magnético, aunque siempre estén en la misma lucha. Massa, Scioli, Randazzo, Alberto, Kicillof, para ellos da igual. Su único objetivo es entregarle al poder a Cristina, como prenda de paz, a costa de las mayorías. Kicillof quizá tenga otras intenciones, quizá se sienta genuinamente kirchnerista, pero su aspiración legítima de ser presidente, saliendo de la órbita de la conducción de Cristina solo lo transforma en un instrumento fatal del antikirchnerismo, que en medio de la crisis ha llegado a golpear el propio corazón del movimiento, disputándole al kirchnerismo, por vez primera, los votos kirchneristas. De repente, personajes que hace más de treinta años dirigen sus gremios o participan de la vida institucional y política dicen que es tiempo de una renovación, pero solo se les ocurre un nombre. Convengamos que no es a Cristina o a La Cámpora a quienes Kicillof debiera temer. Los mismos que hoy le endulzan los oídos serán los primeros en traicionarlo.

Todo esto no es nuevo, tiene antecedentes. ¿Qué fue el Operativo Retorno de 1964 sino, como observó con lucidez Rodolfo Walsh, una estratagema del vandorismo para demostrar que el regreso de Perón era imposible y que, por lo tanto, había que construir un peronismo sin Perón, con base en el poder sindical? También el General había cumplido su ciclo y era relegado al ostracismo por viejos y nostálgicos peronistas que querían tallarlo en mármol y homenajearlo litúrgicamente pero no acatar sus directivas. Cuando Vandor consolidó su acumulación en la CGT, Perón intentó contrarrestarlo por medio del control del partido, hasta que el golpe de Onganía desempató la situación a favor del metalúrgico. Con Cristina ya no es el sindicalismo, de escasa legitimidad en el mundo posfordista, el que puede cooptar sus adhesiones y voluntades, sino uno de los jóvenes que se incorporaron a la política de su mano y que ahora reclama sus votos sin llevar sus cicatrices, por usar una expresión de Máximo Kirchner. 

Como el desmedido operativo Cristina o nada (contra el más razonable Nada sin Cristina) estaba condenado al fracaso, se dedujo la consecuencia de que el retorno de Cristina era imposible y que, por lo tanto, hay que construir el kirchnerismo/cristinismo sin Cristina, a ver si ahora el sistema nos acepta. Porque es a Cristina a quien intentaron matar. Porque es a Cristina a quien Milei declaró querer sepultar, poniendo el último clavo al cajón del kirchnerismo. El discurso cada vez más gorila del presidente tiene como blanco la figura de Cristina. La supuesta locura de Milei no es más que el oscuro y perverso mundo onírico de las clases dominantes. Milei expresa lo que estas no pueden decir pero desean con fervor, detrás de sus “buenas maneras liberales'. En la medida en que sectores del peronismo debilitan por acción u omisión el liderazgo de Cristina, contribuyen al fortalecimiento del plan de guerra del enemigo, cuya víctima última es la gente. Al día siguiente de la amenaza de muerte por TN, se disponen a cenar con Milei en Olivos los gobernadores de Salta, Catamarca, Tucumán y Misiones. Su mayor duda parece ser si coquetear con el libertario o coquetear con Villarruel. Las banderas del peronismo las usan como trapo de piso, mientras sus subordinados levantan la mano en el Congreso para rematar el país y hambrear más al pueblo. Con esta gente quiere Quintela reconstruir el PJ. Frente a esta alevosía Kicillof elige no pronunciarse en la interna. ¿La Patria no se vende? 

En resumen, así como Alberto se cubría con el hecho de haber sido el jefe de Gabinete de Néstor (pero tomó una política contraria en relación a la deuda con el FMI), Axel Kicillof y su entorno reproducen una efusiva fraseología kirchnerista (el nombre de su organización vertebral es la patria es el otro) pero hacen de cuenta que Cristina no existe. O solo existe para atacarla a través de la crítica a sus mediaciones políticas. Usan la pauta provincial para direccionar medios de consumo kirchnerista contra Cristina, Máximo y La Cámpora; hacen armados en territorio ajeno; auspician una candidatura presidencial para la que faltan años luz; reclaman acelerar los tiempos de la discusión para el año que viene y cuando eso sucede exigen unidad, unidad y unidad para no favorecer a Milei ni debilitar la gestión provincial; se declaran indiferentes ante la interna partidaria y juntan avales para Quintela; ayudan con recursos a gobiernos que mandan a votar las leyes de Milei solo para nacionalizar al gobernador, etc. Si la metodología de Vandor era golpear para después negociar, la de Kicillof parece ser negociar mientras golpeo. Golpea por abajo, para victimizarse ante el primer señalamiento público y exhibir su faceta conciliadora e inocente. 

Los mismos que fueron beneficiarios del dedo temen hoy perder su gracia y agitan un clima de desconfianza totalmente perjudicial e inconducente, que es en primer lugar desconfianza hacia Cristina, disfrazada de malestar con La Cámpora. La esencia de toda política es hacerse cargo de lo que se dice y de lo que se hace, de lo que no se hace y lo que no se dice. La metáfora bíblica que salió de la sede de Smata no significa más que lo siguiente: sin Poncio Pilatos no hay Judas; donde prima la responsabilidad no surte efecto la traición. Pero hacerse los boludos con la traición tiene un precio. Con Poncio Pilatos hay Judas y con Judas no hay más peronismo, hay antipolítica. 

Por eso necesitamos que Cristina presida el PJ, porque solo con su conducción podremos ordenar y enderezar el peronismo en esta hora difícil de la patria. 

Una conducción política se define y se revalida en la dialéctica histórica entre el/la líder y su pueblo. No surge de una encuesta de opinión o de una columna de El Destape. Por eso Vandor no pudo ante Perón. Por eso no la van a poder jubilar a Cristina. Sería mejor que la aprovechemos todos y todas, porque tiene mucho más para darnos. No se confundan: respeten los rangos. Hay lugar para todos quienes quieran combatir a Milei y construir una nueva propuesta para nuestro pueblo. Eso sí: con el ancho de espadas en el mazo y definiendo el partido. 


author: Gaston Fabián

Gaston Fabián

Militante peronista. Politólogo de la UBA (pero le gusta la filosofía).

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