Elecciones en Venezuela: expectativa, realidad y estrategia
América latina en clave electoral
Las elecciones a celebrarse el próximo domingo en Venezuela se inscriben dentro de un proceso electoral más amplio en América Latina que completa el ciclo que se abrió en 2021 y que concluye este domingo, y en el que observamos diferentes elecciones presidenciales como el caso de Perú, Chile, Colombia, Costa Rica, Brasil, Paraguay, Guatemala, Honduras, dos veces Ecuador -sumergido en una gran crisis- y también el proceso electoral de Nicaragua.
A diferencia de los procesos electorales de principios de siglo XXI, cuesta identificar en las últimas contiendas electorales una tendencia ideológica y mucho menos pronósticos certeros en materia de encuestas. Muy por el contrario, el ciclo electoral que se abre en 2021 da cuenta de escenarios más complejos, ambiguos, cargados de incertidumbre y lejos de un parámetro claro y homologable.
Esta difícil aprehensión del tablero electoral nos lleva a comprender una multiplicidad de comportamientos como el voto castigo tan utilizado por la prensa hegemónica para caracterizar los procesos de derrotas de expresiones populares. Pero también, en todo este tiempo, fuimos testigos de escenarios electorales que dieron cuenta de la revalidación de proyectos populares como el triunfo de Claudia Sheinbaum, lo que significó la alternancia a López Obrador en México.
Así también se revalidó la presidencia de Nayib Bukele, éste último un fenómeno complejo tanto para los analistas políticos como también para un arco de la militancia atravesado por una válida sensibilidad derechohumanesca; al fin y al cabo -y más allá de los costos- los números respaldan la lucha contra el crimen que desplegó el presidente salvadoreño.
Este ciclo electoral además tendrá sus últimos rounds el año que viene con las elecciones municipales en Brasil, donde todos los ojos estarán puestos en el plebiscito al que se someterá Lula. Algunos indicadores pueden dar cuenta de un castigo a los partidos tradicionales y del apoyo a nuevas conformaciones políticas, sin embargo, todo va a depender del país y del proceso histórico pero también político. Es que llegado el caso no es lo mismo el derrotero histórico de El Salvador que el de Brasil, pero nadie puede dudar de cierta reconfiguración emergente de nuevos sellos partidarios como Morena en México o el caso mismo de Nuevas Ideas en el Salvador. El proceso electoral latinoamericano también obliga a reflexionar acerca de fines de ciclos. Lo mismo incluso ocurrió en últimos episodios electorales en Europa, donde se escuchó cierto canto de cisne negro que indicaba el fin de las izquierdas y sin embargo los resultados no dan cuenta de esta tendencia.
Venezuela: una nueva batalla de una vieja guerra
El próximo domingo 28 de julio en Venezuela aparecen dos candidatos: un viejo conocido como Nicolás Maduro Moros, por el Polo Patriótico, dueño de la llave del palacio presidencial de Miraflores desde 2013 -luego de la muerte del Comandante Hugo Chávez-, reelecto por el voto popular en 2019 y ahora listo para una nueva reelección, y en frente se encuentra el candidato de la Plataforma Unitaria Democrática, Edmundo González Urrutia. En paralelo vamos a ver a otros ocho sellos políticos que van de atrás con pocas chances de triunfo.
Como en toda campaña electoral en Venezuela hay mucha intensidad, una escalada verbal y de acusaciones altisonantes pero, sobre todo, ese manto de dudas que siempre se genera en elecciones en el país petrolero.
Más allá de las semejanzas en los últimos procesos electorales de Venezuela advertimos algunos elementos que pueden complejizar la elección y es la caracterización cuasi moderada de Edmundo González Urrutia. Lo curioso es que este último, a pesar de ser el candidato a Presidente, juega a las sombras de la verdadera protagonista de la oposición, María Corina Machado, elemento que le da singularidad al proceso ya que no encontramos opositores en apariencia beligerantes como lo fueron Henrique Capriles, Leopoldo López o el mismo Juan Guaidó. Muy por el contrario, tanto Edmundo González como Machado mantienen un perfil calmo y moderado, proponen una transición pacífica sin caza de brujas en el caso de un eventual triunfo, situación que la Plataforma Unitaria Democrática descarta aferrándose a sus encuestas.
Como toda oposición, y más en el caso venezolano, hace uso del recurso discursivo de cambio señalando el agotamiento de la sociedad venezolana hacia Maduro pero sobre todo hacia el mismo movimiento, en el que descartan incluso un apoyo mayoritario de las fuerzas armadas, actor clave de construcción de poder del chavismo. Sin embargo, hay un manual del político opositor en Venezuela que indica que es necesario teñir de sospecha cada elección; para eso Machado utilizará su buen vínculo con diferentes ONGs multinacionales que comienzan a denunciar el proceso electoral.
Esta tendencia se ve acompañada por una utilización de redes sociales que intentan crear un clima virtual caldeado y alimentar la sospecha. En este sentido, hay un ensayo desestabilizador que no es ajeno al modus operandi de opositores como Capriles o Guaidó expertos en generar la chispa para el accionar de las guarimbas. La táctica del desorden es como una marca de agua de una derecha que da cuenta de resabios de la Guerra Fría y formada al calor de la contra insurgencia emanada de la Doctrina de Seguridad Nacional.
Lo interesante es que el chavismo también sabe jugar el juego al que lo convoca la oposición. En definitiva, son dos viejos conocidos y es que la apuesta a retener el poder radica nuevamente en la movilización y convocatoria popular de las diferentes barriadas del país.
Maduro cerró la campaña frente a una multitud.
Maduro, emulando lo que sucedió en las últimas elecciones en Francia, llama a conformar un frente antifascita en defensa de la democracia que promueva la paz, la estabilidad y la Constitución, lo que nos muestra dos cuestiones: por un lado el carácter defensivo de la propuesta del chavismo para retener el poder y por el otro, la denuncia a una oposición “lobo con piel de cordero”.
Maduro expresa un ciclo político que excede su nombre y su nomenclatura lo indica. La defensa radica en la pertenencia al “Chavismo”, proceso clave para comprender una gran ola de cambios que se produjo en la región a principios de siglo; cambios que sin la presencia del Comandante Hugo Chavez no se hubieran llevado adelante. En esa línea y más allá del desgaste y del accionar del imperialismo, Maduro es un reaseguro de la continuidad de los valores de la Revolución Bolivariana, aunque deberá revitalizar algunos de sus preceptos.
Así Maduro intentó elaborar un plan de gobierno que tiene como horizonte el 2030 en el cual se menciona una agenda de transformaciones que promuevan el desarrollo integral, intenciones que sólo son posibles en los márgenes de un desafío geopolítico y el acompañamiento a las naciones del BRICS. Estas inclinaciones demuestran también la importancia geopolítica en la región siendo siempre Venezuela el coto de caza del imperialismo norteamericano, el cual no perdonará la posición soberana del pueblo venezolano, sobre todo luego de la llegada de Hugo Chávez al poder.
Cambio, elementos culturales y geopolítica
El incómodo filósofo Alain de Benoist, crítico del liberalismo, sostiene que quien domina la cultura domina al Estado. Posicionado en el estudio de los procesos europeos analiza el ascenso de las derechas del viejo continente.
El domingo asistiremos a un capítulo más en Venezuela que comenzó con la emergencia de Hugo Chávez. La elección, paradójicamente, lo ubica a Maduro en un lugar confuso: debe ser el defensor de una Revolución. Es decir, estamos ante un apriete semántico difícil de explicar, sin embargo, Benoist sostiene “cuando hay que hacer cambios radicales para preservar aquello que se quiere preservar, el enfoque automáticamente se vuelve revolucionario”. Así la elección del domingo obliga a Maduro a convertirse nuevamente en el conservador de una Revolución inconclusa y para ésto debe apelar junto a la estructura del chavismo a un trabajo metapolítico de características populares, a trascender la política cotidiana a la de las redes sociales, a la defensa y conservación del Chavismo y realizar también un esfuerzo cultural y teórico que va de las bases al Estado y viceversa.
Venezuela, desde la llegada de Hugo Chávez, vino a redefinir la geopolítica a nivel regional. Es que hasta finales de siglo XX el país caribeño no formaba parte de debates acerca del equilibrio geopolítico suramericano, sino que más bien miraba hacia las Antillas. Esto es una forma tácita de ser apéndice norteamericano. A partir de Chávez esa tendencia se modifica, no solo como desapego de la influencia norteamericana, sino también como emergente de centro de poder y equilibrio suramericano; esto se explica por el rol que comienza a jugar Venezuela en la dinámica del Mercosur.
Venezuela emerge como un centro conector y equilibrador entre Argentina y Brasil, un contrapeso necesario en la identidad del Mercosur del siglo XXI, es que nadie puede olvidar el rol de Chávez en el NO AL ALCA en Mar del Plata 2005. El filósofo y geopolítico Alberto Methol Ferré consideraba que el ingreso de Venezuela a la órbita del Mercosur también significó la posibilidad de que la civilización Latinoamericana pudiera fundirse en una civilización occidental con tres puntas (Argentina, Brasil y Venezuela). Más allá de las particularidades y las nuevas oleadas que explican el Mercosur actual, una derrota de la Revolución Bolivariana implicaría que aquel proyecto quede aún más relegado.
Por estos elementos, por ser un proceso revolucionario inacabado, por el carácter de la oposición y por la tradición cipaya venezolana conectada umbilicalmente con la agencia gusana de Miami, asistimos a un proceso que nos recuerda a una frase de un dirigente de fútbol ante la elección en su club “es la elección más fácil de la historia”.
Ojalá que esto también se cumpla en Venezuela.
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