Entre la montonera y la escritura militante
"Escritores y lectores se resisten
a preferir el diario íntimo de nuestras tribulaciones
prefiriendo las películas que ayudan a dormir
y las historias que ayudan a no despertar”
Ezequiel Martínez Estrada
La historia desvirtuada
Desvirtuar la historia argentina, no es sólo convertirla en una lucha de buenos y malos, maniquea, donde los protagonistas se enfrentan no por intereses concretos y pasiones, si no más bien por una moralidad, que es puesta siempre descontextualizada a la época. Esta idea que fue calando en el sentido común logró que pensáramos, o peor, que se divulgara un José de San Martín, no desde su acción política, e ideológica, sino aquel de las “máximas a Merceditas”, de principios morales para la vida, licuando de esta manera gran parte del rol fundamental y más profundo del personaje.
En el ámbito escolar y el conocimiento popular acerca de José Hernández, es un caso palmario de este planteo. Veamos.
José Rafael Hernández Pueyrredón era su nombre completo, y nació en el caserío de Perdriel, en la estancia que hoy estaría ubicada en los límites de San Martín y San Isidro. En aquel entonces se discutía si enfrentar o no a los ingleses, que habían invadido Buenos Aires, en agosto de 1806, aunque nuestro protagonista nacería en 1834. Transitó una infancia con dos grandes pérdidas: muere su madre Victoria, a sus 9 años, y 18 años, se entera, mateando bajo un árbol, que su tío José Hernández había muerto en la Batalla de Caseros. En los Hernández-Pueyrredón, ya estaba presente la grieta, los Hernández, rosistas, y los Pueyrredón, fervientes militantes del antirosismo. El padre del autor de Martín Fierro, trabajaba en las estancias de la acaudalada familia Anchorena, el socio de Rosas.
Un periodista comprometido
“Matraca”, así lo van apodar a este hombre corpulento que ronda el metro ochenta y cinco, y tiene cabeza de búfalo, y es personaje de acción y de pluma comprometida. Luego que los liberales porteños rompan con el intento de organización de Justo José de Urquiza, el país quedará dividido en dos. Por un lado, el Estado de Buenos Aires, y por otro las trece provincias restantes, unidas por la Confederación Argentina, al mando de Justo José de Urquiza. Matraca, asentado en Paraná, la capital de la Confederación, comenzará a escribir para El Argentino, y también en El Paranaense. Lejos del hombre manso que les da consejos a los hijos, -esa es la segunda parte del Martín Fierro muy enseñada en las aulas, veremos porque-, Hernández Pueyrredón escribe:
“Contenido su progreso, impedido el desarrollo de su riqueza (…) nuestros pueblos, pobres, sin rentas, sin tener aún aquello más necesario para su existencia decorosa; absorbidos por una sola provincia (…) miles de hijo de nuestro suelo, escarnecidos, calumniados, injuriados, víctimas indefensas de la furia más repugnante y de la más absoluta cobardía”.
En una visión federalista, y contra el centralismo porteño, realiza una defensa de los hijos de los pueblos del interior profundo, que sufren la desigualdad, cuando Buenos Aires acapara las rentas de la aduana, para sí. Su pluma está al servicio de enfrentar a aquellos que con sus políticas de desarrollo y modernización ejercen la represión sobre los sectores populares del interior. Tras la brutal muerte del ejército de Bartolomé Mitre, siendo ya presidente contra Ángel Peñaloza, caudillo del interior, alega, en el diario El Nacional:
“El ejército de Mitre ha venido a ensangrentar el suelo de las provincias, a imponer la política de un partido cuya ambición es su único fin y el asesinato su único medio. Por eso lo mataron a Peñaloza sangre inocente vertida, en el silencio de las leyes”.
Y atención como remata este escrito: “Y ahora los salvajes unitarios están de fiesta”. Es decir, con la prédica rosista, aquella de los salvajes unitarios.
Sarmiento, su principal enemigo
Mediante sus escritos, Hernández levantaba la voz del federalismo, la República Federal estaba sólo en el texto constitucional y no en la praxis política, centralista para imponer los intereses de Buenos Aires, por sobre la Nación, y ese es el corolario del “proceso de organización nacional”, el de las presidencias liberales de Mitre, Sarmiento y Avellaneda.
José Hernández será perseguido durante estos gobiernos.
El sanjuanino autor del Facundo, pondrá precio a su cabeza, y Hernández figurará entre los buscados para ser pasado por las armas. Formará parte de la última revolución gaucha junto al caudillo entrerriano Ricardo López Jordán. Es uno más de la montonera, aquella tan despreciada en el Facundo, escrito por Sarmiento. No es casualidad que por aquellos años, 1872 aparezca la primera parte del Martín Fierro, allí está la épica, el gaucho rebelde que escapa de la represión- ser llevado a la frontera para pelear contra los indios- y se exilia tierra adentro.
Acerca del padre del aula, Domingo Faustino Sarmiento, en el diario La Capital de Rosario, el 20 de Julio de 1868, cuando el sanjuanino se encamina a ser el próximo presidente de la Nación, Hernández escribe:
“Con Mitre ha tenido la República que andar con el sable a la cintura (…) ¿Consentirá el país que un en que un loco, que es un furioso desquiciado, venga a sentarse a la silla presidencial, para precipitar al país a la ruina y al desquicio”.
Si esta no es una escritura militante, en el sentido de defensa de una causa, y de oposición a los liderazgos políticos, cómo denominarla, cómo categorizarla. Como leemos, tampoco resultó un periodista “independiente”, sino posicionado, con un discurso extremo, porque desde su fundación, la literatura argentina se cruzó con la política y el periodismo, en distintos momentos de nuestra historia. O también si se quiere una fusión, el periodismo como género literario.
Como no supimos leer nuestra literatura no entendimos la historia, surgió un mal tipo de lector de historia. La idea es de Ezequiel Martínez Estrada, y en relación a esto decimos, si lo que conocemos de Martín Fierro, son los versos acomodaticios, y los consejos a los hijos del propio Fierro, y el cinismo del viejo Vizcacha, es la manera de no entender que rol jugó su autor. Y mucho menos conocer nuestra historia, la del gaucho enfrentado al poder del Estado. En la Argentina que se inserta al capitalismo mundial, el gaucho será en el mejor de los casos mano de obra barata en las estancias, o en el peor, irá al ejército, a pelear a la frontera.
Una época sin épica
El 21 de octubre de 1886, por una disfunción cardíaca, fallecía en la quinta de San Gregorio, ubicada en las actuales barrancas de Belgrano, Hernández Pueyrredón. Ya había sido senador durante el gobierno de Julio Argentino Roca, y creía en la organización nacional, en “cerrar la grieta” en términos actuales. De allí surge la segunda parte del Martín Fierro, versión más edulcorada que aprendimos todos y todas. En tiempos de “surfear la ola”, de medir correlaciones de fuerzas, y de posibilismo que aburre, valga recordar los textos encendidos de Hernández, el compromiso militante de su pluma, porque allí como en la primera parte de Fierro, hay valentía y gallardía.
La historia oficial se encargó de extraerle la épica a los sucesos, hoy parecería que no hay lugar para actos heroicos. Por eso este escrito, nace para conmemorar la épica. Una épica que necesitamos en la literatura, y en la política. Épica del pueblo argentino, una épica que debemos recuperar, que en otros tiempos supimos conseguir.
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