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La añoranza roquista
Luego de que el estado municipal de la ciudad de Bariloche decidiese reubicar la imponente estatua ecuestre de bronce de Julio Argentino Roca –emplazada en el Centro Cívico-, el sector más reaccionario de la oposición salió al cruce de la iniciativa, y aparte se reavivó una discusión pública sobre la figura del ex presidente. La disposición municipal no tiene motivaciones revisionista, ni de debate histórico, sino que se debió a la larga serie de vandalizaciones que sufrió el monumento. La idea es mudarla, y sacarla del punto más concurrido y céntrico de la ciudad.
En las últimas horas, dirigentes y referentes de la oposición que tienen añoranza por la Argentina “granero del mundo”, marcaron el “desatino” de la medida, a la que calificaron como “antipatria”, y de “burros e ignorantes”, como por ejemplo declaró el ex funcionario de la Alianza Ricardo López Murphy, quien además calificó a Roca como “procer” y “conquistador de nuestra Patagonia”. Aparte se manifestaron José Luis Espert, Javier Milei, y hasta Mauricio Macri.
Esta columna se propone desarmar eso que se leyó y se oyó desde el punto de vista historiográfico, y elucidar también la operación cultural que promovieron los sectores dominantes: ubicar a Roca a la altura de Moreno, Belgrano o San Martín.
Los usos del pasado
El que escribe es un convencido que la historia no está sólo en libros, manuales y papers académicos, sino, en la disputa de las estatuas, los nombres de calles, los monumentos, y que la historia también se evoca en el uso del pasado al servicio de los intereses del presente. Fenómeno que sucede en fechas patrias, como el 25 de mayo, o 9 de julio, y aún más en campaña, frente a un período de elecciones presidenciales en el que se definen grandes políticas de Estado.
Pero, ¿Quién fue Julio A. Roca?, ¿Qué es lo glorioso del país roquista de aquella Argentina, que hay que reeditar?
Roca fue el presidente más joven de la historia, a sus 37 años; el 12 de octubre de 1880 el General se dirige a pie por la calle Victoria (actual Mitre), rumbo al edificio del Congreso, con un resplandeciente uniforme de gala, y las medallas de la Guerra al Paraguay, y de la mal llamada “Campaña al desierto”. Roca es un hombre de armas, de orden, de aquel “orden” que clama la nueva derecha argentina actual, y que no duda en ubicar a Gerardo Morales, como vicepresidente de la fórmula junto a Horacio Rodríguez Larreta. Alguien que provocó una violenta represión sobre el pueblo jujeño, tras realizar una reforma constitucional espuria.
Durante el primer año de la presidencia de Sarmiento, el joven general tucumano de 25 años incursiona en Salta y reprime al gauchaje de Felipe Varela. El ejército no duda en torturar a los gauchos de Varela, para que le rindan información. Semejante brutalidad se paga con un ascenso, será el nuevo jefe de Infantería de la frontera salteña.
Fraude y conquista de la frontera del sur
Las elecciones presidenciales de aquellos tiempos, mejor olvidarlas: los padrones se confeccionaban dos días antes o tres como máximo, el voto era cantado, a viva voz, y el fraude estaba a la orden del día. Así se constituye la hegemonía del Partido Autonomista Nacional. El partido político roquista que gobernará hasta 1916, en el que triunfe el radicalismo. El mismo Julio, como ministro de Guerra de Nicolás Avellaneda defiende con las armas al propio presidente, frente al levantamiento también en armas de Bartolomé Mitre. Don Bartolo en realidad se subleva contra Avellaneda, por el fraude realizado.
Así se cuenta: “Los autonomistas (partidarios de Avellaneda) registros, actas, votos, y hasta una ganzúa con que violaron la urna cerrada, que luego volvió a dejarse intacta en apariencia”. Es cierto que esto no habla directamente del personaje, pero sí de como los ciudadanos participaban, ¿elegían? a sus representantes, en aquel país que por estos días algunos dirigentes parecen añorar.
Como ministro de Guerra, su principal acción fue la “Campaña al Desierto”, antes de ser presidente, en 1879. La investigadora de la Universidad de Buenos Aires, Hilda Sábato dice: “El Estado para poder hacer campaña vende boletos de esas tierras, es como si fragmentara la tierra y hay gente que compra esos boletos y después se va a a quedar con la tierra”. En un tono más crudo y no menos cierto el historiador ya fallecido, Osvaldo Bayer explicaba el proceder: “los grandes beneficiados con la campaña del desierto fueron los miembros de la Sociedad Rural que se reparten ocho millones de hectáreas”.
Aquí hay una disyuntiva, una parte historiográfica, que observa el hecho de conquistar el sur del Río Negro, como una integración del territorio para consolidar el Estado Nación. Es cierto que Roca consolida ese Estado y su territorio, es su gran constructor. Y se alega la disputa geopolítica por nuestro sur, con Chile, por ello sus defensores agregan, la conquista de la soberanía. La pregunta sería ¿qué sucedió con los millones de hectáreas integradas al Estado Nacional? En realidad, cayeron en mano privadas, 381 familias argentinas se quedaron con 8,5 millones de hectáreas, y consolidaron el régimen de tenencia de la tierra en pocas manos, el latifundio, y una clase social agraria, que hoy perdura: los terratenientes.
Por supuesto no podemos soslayar la violencia del proyecto de la dirigencia roquista; el historiador inglés David Rock, estudioso de la historia argentina, alegó: “En 1879, después de varias incursiones de prueba durante los siete años anteriores, el General Roca condujo una expedición militar más allá de la frontera meridional y en una barrida efectuó la Conquista al desierto”. Término fuerte, barrieron con los indios, sí así lo hicieron, y en cuanto a las prácticas contó el historiador del Conicet y de numerosos programas de Canal Encuentro, Gabriel Di Meglio: “Violaciones de mujeres por los soldados; separación de los niños de sus familias, cristianización forzada y cambio de sus nombres por otros en español. Muchos fueron repartidos por distintos lugares del país como mano de obra forzada, casi esclava”.
Además, ni hablar de la cantidad de señoritas indígenas de 12 a 15 años que fueron separadas de su núcleo y entregadas a casa de familias de la aristocracia para que sean sus sirvientas. Y por supuesto indígenas rebeldes sometidos en especies de campos de concentración. En el diario La Nación, Ceferino Reato, contó: “En aquella época era muy habitual que los vencedores mataran a los vencidos”. Bueno, es coherente Reato como justifica las violaciones a los derechos humanos en los 70, con la teoría de los demonios. También, naturaliza la violencia del ejército roquista en todas sus siniestras formas.
El crecimiento desigual de la Generación del 80’
Roca uno de los artífices del crecimiento indiscutible del período 1870-1910, con producción de toneladas de trigo, maíz y lino que provocan el auge, y récord de exportaciones. En lo social favorece las leyes laicas, y corre a la iglesia del registro de nacimientos y de la educación, teniendo como ministro a Domingo Sarmiento, que establece la educación universal y gratuita, cuando las escuelas eran sólo para la elite y sólo gestionada por la iglesia católica. Se trató de una medida muy progresista por aquellos años, de un adelanto indiscutible, y de un pensamiento moderno. La alfabetización escolar es uno de los pilares del modelo de la generación del 80’, cuyos resultados se expresan en una cantidad considerable de argentinos que sabían leer en la década del 10’. Así mismo la cantidad de diarios que se vendían en la década del 20’, reafirman el éxito de la escolaridad de aquellos años.
Finalmente, en su segundo mandato como presidente (1898-1904), Roca encargó un trabajo al médico catalán Bialet Masse sobre la salud de la clase obrera, y ahí puede verse las condiciones laborales, y la situación desigual de la Argentina que califican de próspera muchos dirigentes actuales. En un extracto de “El informe sobre el estado actual de la clase obrera”, investigación encargada por el mismo Roca, alegaba el médico catalán:
“En las cumbres del Famatina he visto al peón cargado con 60 y más kilogramos deslizarse por las galerías de las minas, corriendo riesgos de todo género, en una atmósfera de la mitad de la presión normal; he visto en la ciudad de la Rioja al obrero, ganando sólo 80 centavos, metido en la zanja estrecha de una cañería de aguas corrientes, aguantando en sus espaldas un calor de 57º, a las dos de la tarde”.
Y también decía: “Era de ver aquellos hombres agobiados por el peso, sintiendo ya los efectos de la falta de presión, jadeantes, paso a paso, víctimas forzosas del progreso, porque no hay otro medio mejor de hacer la operación;(…). Esos son las águilas del progreso, héroes anónimos, que labran el canal de la riqueza de que ellos no van a gozar; su trabajo se paga con un peso y cincuenta centavos y se cree haberlo recompensado con largueza”.
La Argentina conservadora roquista: ¿el modelo de Juntos por el Cambio?
No se trata de juzgar con los valores actuales a Julio A. Roca, ni de crear una historia de buenos y malos. Sí de reflexionar los claros y oscuros, de manera dialéctica; dejar claro la habilidad política y la relevancia de Roca en la formación del Estado Nación. Sí nos preguntamos, ¿qué hay detrás de esta defensa cerrada a Roca, o de poner un grito en el cielo por el traslado de su estatua?
Patricia Bullrich marca que Roca es el constructor de una Argentina próspera e integrada al mundo. ¿Próspera para cuántos? La desigualdad de aquel período es notoria, los fraudes electorales y el desempeño autoritario del general Roca también lo son. Tal vez es el viejo anhelo de una Argentina gobernada por una elite minoritaria que goce de la riqueza, con una mayoría de excluidos. La añoranza de la Argentina de fines de siglo XIX, con las mayorías populares sin derechos y con una paupérrima distribución del ingreso. El problema no es con Roca, ni con su estatua de bronce, nuestro desencuentro es con el proyecto de país que Julio Argentino representó. ¿Será que a esa Argentina quieren volver muchos dirigentes de Juntos por el Cambio? Si es así nuestra discusión no solo es válida, sino justa y necesaria.
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