Políticas Públicas Derechos Humanos
La calle no es un lugar para vivir
8 de Noviembre de 2021
Por Luján TorrezSegún el Gobierno de la Ciudad, las personas en situación de calle son 2.573, pero un grupo de organizaciones sociales identificaron, en 2019, y mediante el “Censo Popular de Personas en Situación de Calle”, que había más de 7.000. Con la llegada de la pandemia, esas mismas organizaciones señalan que hoy la cantidad de personas en situación de calle podría ascender a 9.000.
El 18 de octubre pasado, el Frente de Todos (FDT) quiso tratar el proyecto de Ley de Protección y Reparación a Personas en Situación de Calle y Familias sin Techo, pero la oposición no dio quórum. Tuvieron que pasar otros ocho días para que finalmente el proyecto tuviera media sanción.
En el proyecto, presentado por el diputado nacional del FDT, Federico Fagioli, referente de la organización Patria Grande y el Movimiento Popular La Dignidad, se destaca la necesidad de crear una red nacional de centros de integración social, de atención permanente y continua, que presten servicios socio-asistenciales básicos de alojamiento, alimentación, higiene y cuidados de la salud, pero que además desarrollen actividades de formación y ocupación.
“El Estado tiene el deber de elaborar e implementar políticas públicas de vivienda. Los planes para la construcción de viviendas también deben ser para las personas en situación de calle”, le indicó Fagioli a Kranear, y además sostuvo que es muy importante que “se promueva la integración social respetando las características propias de las personas y de los grupos familiares, y que hay que articular acciones con instituciones públicas y organizaciones sociales dedicadas a lo que requiera cada situación”.
Debajo del ventanal
El sol pega contra el ventanal de El Pindal, restaurante típico de Villa Urquiza. Ddentro hay personas almorzando. Afuera, la gente va para un lado y para el otro por la vereda, apurados, como si estuvieran bajo el efecto de la cámara rápida del celular. Cada uno en su mundo. Muy pocos, de pasada, le dejan unas monedas a Marcelo que está sentado bajo el ventanal. No emite sonido, solo está ahí con su brazo derecho extendido y su mano haciendo un huequito. Tiene lo puesto, un pantalón azul de gimnasia, unas zapas que fueron blancas y un pulóver marrón con algunos agujeros que dejan ver la remera bordó de abajo. Un vendedor de flores le deja 100 pesos, la cara de Marcelo se ilumina con una sonrisa, venía juntando de a moneditas. Ese chico que también se está buscando la vida, le alegró el día.
Marcelo tiene un poco más de cuarenta años, duerme debajo de un techo que lo cubre de la lluvia. Un vecino que trabaja en un estacionamiento le cuida el carrito con sus pertenencias. A los paradores no le gusta ir porque dice que la gente que va tiene muchos problemas y él quiere estar tranquilo, además no le cuidan las cosas y no quiere perder lo poco que tiene.
Hizo varias changas en pizzerías que le servían para pagar un cuarto de hotel en Chacarita, hasta que la pandemia hizo que los negocios cerraran y él se quedase en la calle. Camina varios barrios por día en busca de comida. También para que pasen las horas. Su día arranca con un desayuno gratis en un Mc Donald’s de Villa Urquiza y a veces sigue con un almuerzo en el barrio chino de Belgrano. “Me salvan las organizaciones que entregan viandas de comida rica y calentita”, comenta.
Marcelo se levanta de un salto de donde está sentado, y con voz aniñada, mientras pestañea, me cuenta un sueño recurrente. Señala una cafetería al paso y dice que cuando las cosas mejoren va a poder tener una de esas. Que el puede amasar de todo y solo necesita dos personas que lo acompañen. “Las ganancias se repartirían de igual forma para los tres, pero después de restar los gastos”, aclara. Pregunta en voz alta cuánto factura un lugar así y se responde solo: millones. De repente se hace un silencio y el sueño se le hace humo.
Marcelo recibe todos los meses cinco mil pesos en la Tarjeta del Programa Ciudadanía Porteña, y esa plata solo le sirve para comprar en las cadenas de supermercados y la usa en las sucursales que tienen comida preparada para llevar. La tarjeta es incompatible y excluyente con los programas nacionales.
Ante la clara invisibilización de la problemática, el proyecto de ley del FDT prevé la realización de un relevamiento anual que no solo releve cuántas personas en situación de calle hay, sino también por qué llegaron a estar en la calle, hace cuánto están, en qué condiciones se encuentran y si aparte de ellos hay más integrantes de la familia.
Fagioli vive en Pueblo Unido –en la localidad de Glew, partido de Almirante Brown-, un asentamiento que se creó con una toma de tierras de la que fue protagonista, en 2014. Sobre su proyecto le contó a Kranear que en la Ciudad de Buenos Aires no se aborda la problemática de manera integral ni se concibe a las personas en situación de calle como sujetos de derechos, y que con esta iniciativa tratan de romper con la lógica del parador que se desarrolla en CABA, en donde las personas en situación de calle entran a las ocho de la noche y a las cinco se tiene que ir. “Estos espacios no brindan ninguna solución de fondo. Se trata de políticas que no trazan un rumbo, no proponen una alternativa a esa situación”, señaló.
Parador
Ante la consulta de Kranear, una trabajadora de un centro de día y noche de la Comuna 1 -que depende del Gobierno de la Ciudad- cuenta que ahí reciben a adolescentes varones en situación de vulnerabilidad. Antes de la cuarentena funcionaban como parador: los jóvenes se presentaban en la puerta de manera espontánea, generalmente con problemas de consumo y permanecían en el lugar un par de días. Si bien los trabajadores tenían la intención de hacerles seguimientos escolares y de salud, no era posible por el poco tiempo que se quedaban. Tres meses fue lo máximo que duró uno de los chicos.
Durante la pandemia, en el parador cambiaron la forma de trabajar, pudieron derivar a siete chicos a las casas de las familias y permanecieron ahí lo que duró la cuarentena, con su acompañamiento y seguimiento. Les llevaban una vez por semana comida y en muchos casos, mediante campañas de donaciones que iniciaron los mismos trabajadores, les equiparon las casas que estaban devastadas.
“Al gobierno de la ciudad solo le importa que tengan un lugar para comer y dormir, todo el trabajo extra fue del equipo del parador, no hubo bajada de línea para que hagamos nada, hasta el protocolo sanitario armamos nosotros”, explica la trabajadora del lugar, que al estar en conflicto con el Gobierno de la Ciudad -–como en tantos otros paradores-, prefiere preservar su identidad.
Además de los externos, quedaron siete chicos viviendo en el parador y le pudieron hacer un seguimiento a cada uno en particular. Los anotaron en el colegio, y en estos casos, la virtualidad los ayudó a terminar la cursada. Los trabajadores ponían sus computadoras y celulares a disposición.
La trabajadora comparte la historia de uno de estos pibes.
Juan está frente a una computadora, en clase, pero también le están festejando su cumpleaños número 17. ¿Cuál es tu deseo para este año”, le pregunta la maestra. “Recuperar a mi familia”, responde. Como si fuera una escena del ex programa de televisión Sorpresa y media, cuando él se da vuelta, su mamá estaba entrando por la puerta. De un lado y del otro del Zoom todo era llanto. El abrazo entre madre e hijo es algo que todavía todos tienen presente.
Juan se fue de su casa cuando tenía ocho años. Tuvo una vida de consumo problemático que lo llevó a vivir en centros de rehabilitación, centros de menores, hospitales y paradores. Cuando comenzó el aislamiento estricto allá por marzo del 2020, comenzó a quedarse en este centro de la comuna 1. Venía rehabilitándose y estaba sin consumir drogas, cuando le contó a los acompañantes que tenía una familia que no veía hace muchos años, ahí comenzó la búsqueda.
Inmersos en el papel de detectives, los trabajadores comenzaron la búsqueda en las redes sociales, y al poco tiempo lograron encontrar al padrastro que ya no vivía con la mamá de Juan pero si sabía dónde estaba. La dirección era de Quilmes, y allá fueron. Todo esto sin que él supiera para no crearle falsas expectativas, no sabían con que se iban a encontrar.
El barrio era muy precario, de esas casas en dónde tenés que golpear las manos para llamar a la puerta. Cuando atienden, le dicen que se habían mudado a unas cuadras. Cuando por fin llegan y le cuentan el motivo de la visita, ahí también fue todo llanto. La mamá lo había buscado por años y al no encontrarlo pensaba que ya lo había perdido para siempre. Hoy Juan está haciendo la revinculación para poder volver con su familia.
Más sobre el proyecto
Otro punto que propone el proyecto de Fagioli es crear un sistema de atención telefónica de alcance nacional y gratuito que se articule con un sistema de atención móvil en zonas accesibles para las personas en situación de calle, para garantizar así una intervención inmediata y personal. También se propone garantizar el derecho a la identidad de todas las personas, facilitando el acceso a sus documentos nacionales. Los últimos datos de la Universidad Católica Argentina (UCA) señalan que el 0,3% de la población urbana nunca tuvo un DNI. Es decir, 69.000 personas.
Ocho días pasaron entre la falta de quórum y la media sanción. Afuera del Congreso hubo acampe y movilizaciones de organizaciones que se bancaron las inclemencias del clima hasta el momento de la votación. Cuando la pantalla reflejó el resultado positivo, hubo celebración con forma de llanto, vivas y abrazos. No es una alegría que existan leyes así, pero se está empezando a saldar una deuda histórica y eso hay que festejarlo. Este proyecto tiene que ser ley porque la calle no es un lugar para vivir. Ni para Juan ni para Marcelo ni para nadie.
Ahora falta que el proyecto pase por el Senado, y se sancione la ley.
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