Militancia Peronismo

La militancia no se mancha

A las pocas horas de la derrota electoral, un grupo de militantes le puso el cuerpo al escrutinio definitivo. Golpeados pero no vencidos, venían de dejarlo todo en la campaña. Ahora, con el nuevo escenario político y económico, deberán replantearse algunas definiciones, sin dejar de hacer su tarea política y social en los barrios.

A 72 horas de la durísima derrota del peronismo, en el Salón Dorado de la Legislatura Porteña, los empleados del juzgado federal con competencia electoral a cargo de Servini de Cubría, encabezan el escrutinio final del balotaje, esparcidos en  alrededor de veinte mesas rebasadas de bolsines, actas, telegramas y en algunos casos, urnas. Junto a ellos, hay otros protagonistas: los militantes de Unión por la Patria, que están ahí para velar por los votos de la fuerza política, aún cuando tienen claro que no hay ninguna chance de dar vuelta el resultado. Llevan y traen pilas de actas, con la birome mano, inmersos en la tediosa tarea de cruzar los votos propios y ajenos con las actas que las autoridades de mesa, en cientos de centros de votación de la CABA, metieron en la urna a eso de las siete de la tarde del fatídico domingo 19 de noviembre.

Bajo la pálida luz de las arañas del salón y con el pesar de la derrota en el cuerpo, los militantes cumplen su tarea de cuidar los votos, durante toda la jornada, rodeados de la frialdad de los empleados judiciales, en su mayoría integrantes de una casta que por cuestión de clase es gorila, aparte de algunos fiscales libertarios y del PRO. Una tarea ingrata, pero a la que se le pone el cuerpo por ser parte de las responsabilidades una tarea militante que no cesa por un resultado electoral.

En el cierre de la jornada, esos veinte militantes se cruzarán con los compañeros de su organización, u otra del palo, habrá abrazos, palmadas, expresiones graves en los rostros cansados, quizá alguna reflexión, un lamento, crítica o un insulto solapado, pero al retirarse, unos y otros compartirán una mirada cómplice sobre un hecho que todos tienen claro: esto sigue, acá nadie se rinde.

Esa misma noche, al otro día, esos mismos militantes irán a la unidad básica para retomar las tareas de todos los días: olla popular, talleres de oficios, tarea social y una primera reunión política en la que se hará lo que se hace luego de una derrota: abrir la casa para que los compañeros y compañeras, allegados, adherentes y vecinas hagan catarsis y reciban contención. Amucharse, como dice Rinconet.

Y no se trata de esparcir o contagiar una épica vacía de contenido, sino de una realidad: la derrota de 2015, ante Macri, y por un punto y monedas, abrió la posibilidad primero de transitar el duelo que implica perder una elección frente al neoliberalismo, sino también, de pasar a una etapa de resistencia, un proceso desconocido hasta aquel momento para la generación política que parió la Década Ganada de Néstor y Cristina.

Ahora, el escenario que se abre es similar, aunque se supone que la etapa de ajuste, entrega y represión, será peor.

Más allá de la derrota, esta campaña será recordada por la tenacidad y lucidez de Massa y su equipo de campaña, que en condiciones muy desfavorables convirtieron al peronismo en una opción competitiva, pero en especial, otra vez, por el empuje, la entrega y la garra de la militancia orgánica y silvestre, en mucho de los casos a pesar del candidato, pero habiendo asumido que su figura encajaba con las demandas de las mayorías y del propio peronismo: no había lugar para el espíritu combativo del kirchnerismo, sino que había que correrse hacia el centro –o incluso hacia la derecha- aún más de lo que se había cedido con la elección de Alberto.

El temor que generaba la figura de Milei motivó a que varias figuras y referentes de distintas facetas de la vida pública manifestaran su preocupación en las redes sociales. Se canta semaforazos, intervencioens en terminales de trenes, y ar la calidad de vida de las mayor la acci, adherentes y vecinas hagan ó en los recitales, se firmaron solicitadas, y en el llano, militantes de distintas minorías, trabajadores, representantes de la ciencia y la universidad, le pusieron el cuerpo a semaforazos, intervenciones en terminales de trenes, y un mano a mano en el transporte público, configurando así un escenario de micromilitancia ciudadana que no conocíamos. El antecedente más cercano de este tipo de reacciones hay que ir a buscarlo a la previa del otro balotaje de la historia reciente de la Argentina, con entre Scioli y Macri, o si se prefiere, como ahora, entre el peronismo y el antiperonismo.

Y el peronismo perdió ambas elecciones. En aquel momento por un punto y medio, y ahora, por casi doce. En el medio pasó la gestión destructiva de Cambiemos, y el nuevo endeudamiento con el FMI, y también el artefacto del Frente de Todos, que no estuvo a la altura de las responsabilidades que la sociedad le había otorgado, primero con un triunfo en primera vuelta, y el 10 de diciembre, con una Plaza de Mayo desbordada.

La militancia no se mancha: no tuvo descanso y lo dejó todo. Fue una campaña desgastante, por lo extensa y por la angustia que generaba la idea de pensar a la Libertad Avanza en la Casa Rosada. Los vimos en todas las esquinas céntricas de la Ciudad, con sus sombrillas, mesas de campaña, volante en mano y la vocación de diálogo e intercambio con los vecinos, porque el militante popular es un apasionado de las ideas y de la política, herramienta a la que entiende como instrumento para mejorar la calidad de vida de las mayorías y defender los intereses nacionales. O sea: materializar la justicia social, esa bandera que Milei apuntó como una aberración.

Antes, probablemente, junto a la dirigencia, convenga darse algunas discusiones sobre la nueva realidad, y asuntos centrales como los que menciona el militante Gastón Fabián en esta nota.

author: Mariano Abrevaya Dios

Mariano Abrevaya Dios

Director de Kranear. Escritor.

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