Patria Grande

Nicaragua: entre la coyuntura y las señales del pasado

La detención de un grupo de precandidatos a la presidencia, en tierra sandinista, generó no solo un llamado de atención de parte de organismos internacionales, sino también una nueva alerta ante la histórica injerencia de los Estados Unidos y sus aliados en la política interna de las naciones de la región. Datos y reflexiones para aportar al análisis.

Mientras Nicaragua tenga hijos que la amen, Nicaragua será libre.
Augusto Sandino (1929)


La coyuntura
Nicaragua sufre días de turbulencia política y algunos actores desean que la inestabilidad se convierta en conflicto social. Los últimos sucesos se vinculan a la próxima elección del 7 de noviembre, donde el actual presidente Daniel Ortega buscará la reelección para obtener el cuarto mandato consecutivo. En ese marco, y durante el mes de junio, se originaron las detenciones de un grupo de opositores entre los que se encontraban cinco precandidatos a presidente y vicepresidente.

Entre los detenidos figuran viejos camaradas de Daniel Ortega, como el caso de los ex guerrilleros Hugo Torres Jiménez y Dora María Téllez, ambos miembros del Movimiento Renovador Sandinista. A éstos se le suman opositores con posibles vínculos en el exterior del país que tiene como objetivo derribar el proceso democrático encabezado por Ortega, entre los que se destacan la candidata Cristiana Chamorro, acusada de lavado de dinero, el líder empresarial José Adán Aguerri, y dirigentes políticos como Violeta Granera y José Pallais. Todos estos opositores son investigados por realizar actividades que debilitan la independencia, la soberanía y la autodeterminación, a través de sus vínculos directos con agentes extranjeros.

El panorama no es sencillo en el frente interno para el gobierno de Ortega, y en paralelo la Conferencia Episcopal de Nicaragua se pronunció en un comunicado contra la persecución de opositores, exigiendo además elecciones libres y observadas nacional e internacionalmente. La iglesia sigue siendo actor fundamental en el escenario político nicaragüense como lo fue en el proceso de la Revolución Sandinista, acompañando al pueblo en su conquista.

El frente internacional siempre fue un escenario complejo para Nicaragua. Ahora también: en los últimos días, cincuenta y nueve países que forman parte del Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), espacio dirigido por la ex presidenta chilena Michelle Bachelet, presentaron una declaración en conjunto sobre la situación de Nicaragua, exigiendo la plena protección de los derechos humanos. En paralelo, el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de los Estados Unidos impulsó la Ley Renacer, un mecanismo que busca presionar al gobierno de Ortega bajo el pretexto del normal desenvolvimiento del futuro proceso electoral. Por último, la Organización de Estados Americanos (OEA) manifestó especial interés sobre los sucesos nicaragüenses a través de la figura de su secretario general Luis Almagro, quien impulsa la llamada “carta democrática” a Nicaragua.

Estos intentos de intromisión directa nos invitan a reflexionar sobre las primeras iniciativas políticas del gobierno norteamericano de Joe Biden para la región, donde figuran las sanciones a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Así, en nombre de una democracia de carácter universal, se intenta avanzar con las soberanías latinoamericanas. La injerencia de Biden se advierte también en el intento por deslegitimar el resultado de las elecciones en Perú. A la presión histórica por parte de Estados Unidos para con Nicaragua, se le suma el temor a la creación de un paso interoceánico en dicho país, financiado por China, que restaría exclusividad comercial al famoso canal de Panamá de influencia norteamericana.

Nicaragua no es un nuevo objetivo para la política expansiva norteamericana; la sombra de la Revolución Sandinista funciona como una ofensa histórica para los Estados Unidos. Durante los próximos días asistiremos a una propuesta de corte imperial donde se impulsará un manual de contrainsurgencia básico, se promoverá el caos y la confusión en la población civil, se establecerá una alianza con las cadenas de medios hegemónicas, se alterará la realidad informativa y por último se fomentará y financiará la red de ONGs en territorio nicaragüense.

En este esquema, aparecen la USAID una agencia “promotora de la democracia, la educación y la ciudadanía” financiada por los Estados Unidos que tiene como fin la capacitación de la sociedad civil y las organizaciones de medios de comunicación. Es decir, de esta manera se busca asestar un efecto de pinzas, llegando a sectores de la comunidad nicaragüense y promover una política de descredito sobre el gobierno de Ortega. A la USAID se le suma también el trabajo de la Fundación Violeta Barrios de Chamorro para la Reconciliación y la Democracia, organización que trabaja de forma estrecha con el gobierno de los Estados Unidos.

Con lo cual si uno observa la red de actores internacionales y nacionales que se encuentran envueltos en la disputa nicaragüense, a la primera conclusión que podemos llegar es que se trata de un conflicto que excede un proceso electoral concreto y que se ancla en un país históricamente sujeto a la injerencia norteamericana; en paralelo, una interpretación acertada contemplaría la profunda cultura revolucionaria y emancipatoria del pueblo nicaragüense.

Por último, es interesante mencionar la actitud que tomó Argentina, que decidió no firmar la declaración de la Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), al igual que el gobierno mexicano de Andrés López Obrador, dando así señales de una estrategia en tándem. En este sentido, Argentina sostiene su tradición neutralista en política internacional y la decisión de no intervenir en asuntos de la política interna de Nicaragua. Sin embargo, tanto México como Argentina decidieron convocar a sus embajadores en Managua para interiorizarse de la situación. Estas señales dan cuenta también de un escenario latinoamericano complejo a la hora de tomar decisiones, donde lo estratégico dialoga con lo táctico y el deseo con la realidad.

No todo es coyuntura
Pensar en la actualidad nicaragüense nos invita directamente a trasladarnos a finales de los 70 y pensar en el triunfo de la Revolución Sandinista, proceso de largo alcance que atraviesa a toda la historia nicaragüense de siglo XX. La Revolución Sandinista tuvo avances y retrocesos, porque todo proceso revolucionario implica precisamente una instancia evolutiva y de maduración, que es la que permite conseguir el objetivo de máxima. En relación a esto, un momento bisagra del proceso revolucionario tiene que ver con lo que el héroe nicaragüense Carlos Alberto Fonseca llamaba la tendencia tercerista, la necesidad de unir a diferentes grupos de la comunidad nacional más allá de la vanguardia del Ejército Sandinista. Fonseca sostenía que la fraseología revolucionaria no garantiza la profundidad del cambio y más bien todo lo contrario, puede dificultarlo y hasta impedirlo1. De esta manera se iban señalando sucesos que se funden en el pasado pero que pueden ser un insumo para pensar el presente.

En sintonía con Fonseca, Jaime Wheelock Roman, héroe del Frente Sandinista de Liberación, señalaba en 1983 el error de algunos militantes que consideraban que el antagonismo fundamental en Nicaragua era proletariado y burguesía; para él, en cambio, la contradicción se daba entre la inmensa mayoría del pueblo y poder político, en donde residían la dinastía somocista y el imperialismo2.

Tanto Wheelock Roman como Carlos Alberto Fonseca parecen haber advertido algunos rasgos del sandinismo gobernante en Nicaragua. Una tendencia a refugiarse en el círculo más duro sería un error para el gobierno de Ortega, ya que en momentos de crisis es mejor intentar ampliar la base social y seducir políticamente a viejos aliados. Por otra parte, romper el micro clima del grupo invita también a posiciones más moderadas en cuanto a la verborragia oficial. En política hay momentos para tomar la iniciativa y otros para replegar.

En términos regionales, el aumento de la injerencia norteamericana en Nicaragua da cuenta también de la dificultad por parte de la región de ofrecer una respuesta unificada y que se desarrolle en organismos por afuera de la OEA. Debilitado del destino de UNASUR lo mismo que la experiencia del ALBA quedó allanado el camino para el avance de organismos tradicionalmente afines a la política panamericanista de los Estados. En este sentido conviene citar a Augusto Sandino: “La América Latina, unida, se salvará; desunida, perecerá”3

Por último, en cuanto al posicionamiento sobre la situación de Nicaragua, es interesante recordar la frase de León Trotsky, creador del Ejército Rojo, al finalizar la década del 30. “En Brasil existe hoy un régimen semi fascista (…) Supongamos, sin embargo, que mañana Inglaterra entrara en conflicto con militar con Brasil. Yo le preguntó ¿de qué lado del conflicto estará la clase obrera? Le contestaré por mí mismo personalmente: en este caso, yo estaré de parte del Brasil “fascista” contra la Inglaterra “democrática”. ¿Porqué?Por qué en el conflicto entre esos dos países no será una cuestión de democracia y fascismo”4.

Algo similar le podría caber a la situación en Nicaragua. Aconsejamos, entonces, evitar análisis que promuevan falsos antagonismos, que sostengan enfrentamientos promovidos por categorías que no tienen asidero con la realidad nicaragüense. Y nunca perder de vista que el accionar imperialista norteamericano fue constante en Nicaragua y hoy asistimos a un nuevo capítulo de esta injerencia. El resto es una necesaria sintonía fina que se resuelve con política.
author: Emanuel Bonforti

Emanuel Bonforti

Sociólogo (UBA), Periodista (Universidad Abierta Interamericana), Maestrado en Historia (Universidad de San Martín).

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