Filosofía

Resistencia militante

La derecha se presenta en primera instancia como una calificación meramente política, pero en realidad responde a una forma de vida dominada por el odio. Y si bien sabemos, al menos en teoría, que sólo el amor vence al odio, asumir las implicancias profundas de una resistencia militante es algo que está hoy más al día que nunca, motivo por el cual se hace imprescindible volver para ello al ya famoso planteo de M. Foucault.
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En su Introducción a la Vida Devota, San Francisco de Asís distingue la fe verdadera respecto de la de quienes si se ajustan a sus principios no lo hacen de corazón. Y M. Foucault, siguiendo esta línea, juega entonces con la idea de que El Anti Edipo de G. Deleuze y F. Guattari puede resumirse como una suerte de 'Introducción a la vida no fascista' pues, a la vez que dicha obra denuncia al falso militante, ofrece una suerte de guía a tener en cuenta para quienes aspiren a ser militantes consecuentes. Básicamente, supone demostrar que los intentos éticos poseen de manera automática carácter político siempre y cuando, por supuesto, el trabajo sobre sí apueste sinceramente por un enfoque de tipo ético y no moral.

Lo propio de una propuesta anti fascista no se reduce a denunciar las prácticas coercitivas y totalitarias sino que apunta, sobre todo, a reformular la relación entre lo público y lo privado. Metódicamente, sin embargo, resulta necesario diferenciar dos líneas de análisis: una contra las limitaciones de la política revolucionaria tradicional (el marxismo y el freudomarxismo) y otra contra una concepción moral (negativa) del trabajo sobre uno mismo. Tanto Foucault como Deleuze y Guattari alertan por ello que dentro nuestro - incluso, y muchas veces en especial, entre quienes pretendemos liberarnos de las ataduras propias de una sociedad totalitaria - vive un enano fascista. Pero, mientras para una concepción moral dicho 'enano' debía ser controlado o aislado de una supuesta verdadera identidad personal, una propuesta ético-política afirmativa llama novedosamente, en cambio, a abandonar todo autocontrol y autoaislamiento para abrir así las múltiples líneas de fuga del deseo.

Freud concedía y otorgaba a la cultura un carácter esencialmente represivo. El psicoanálisis pretendía por eso que resultaba indispensable poner un límite al 'principio del placer' para que se afirmara ese 'principio de realidad' que a la persona le permitiera socializarse. Y basándose en este contexto interpretativo, H. Marcuse realizó por ello esa famosa propuesta de una 'sociedad no represiva' que resume al freudomarxismo abogando por una liberación incondicional del placer. Pero Foucault y Deleuze vienen a poner este esquema en cuestión y prácticamente a invertirlo, ya que es esta misma 'hipótesis represiva' lo que a ellos les resulta contraproducente y por lo tanto necesario de reemplazar.

Como la represión, que resulta la característica esencial del encuadre edípico, hace del deseo la exclusiva búsqueda inconsciente e inútil de un objeto prohibido, la apuesta de una resistencia de tipo afirmativo consiste en ofrecer una individuación alternativa a partir de una concepción productiva del deseo. Y su crítica al encuadre edípico resulta así, en la práctica, la afirmación de que el principio del placer puede convivir con el de realidad cuando el deseo no resulta motorizado necesariamente a partir de un supuesto objeto a alcanzar o directamente prohibido.

Un deseo de tipo afirmativo o productivo coincidiría siempre de alguna manera con el 'principio de realidad' en tanto se orienta siempre hacia afuera y sin nada que satisfacer, sólo por su propia dinámica interna. Pero también y de manera simultanea con el 'principio del placer', resignificado ahora como alegría y acrecentamiento de la potencia. Ni Foucault ni Deleuze y Guattari pretenderían jamás, por supuesto, que en nuestra sociedad ya no reina la represión y la constitución edípica del deseo. Pero si bien la propuesta frankfurtiana de una sociedad no represiva sigue operando en un pensamiento afirmativo subterráneamente, lo que se pone hoy en cuestión es la forma como fue planteada dado que, en definitiva, es en ella donde puede verse operando en las sombras al enano fascista.

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Cuando Deleuze y Guattari afirmaban que 'la revolución se hace por deseo, no por deber. Y no se hace en nombre de otros, sino con otros' inauguraban así una forma de práctica militante que pone el foco en la imperiosa necesidad de no reproducir estrategias fascistas en nuestra propia forma de comprender la política contra el fascismo. Para ello es preciso partir de una comprensión de la política a partir del deseo que se organiza en función de un nuevo concepto de utopía cuya característica principal es que no surge de la carencia y que, al no exigir entonces satisfacción alguna, resultaría así plenamente afirmativa. Esta utopía afirmativa se nutre por eso así, simplemente, de mínimos gestos de resistencia afirmativa que fueron sintetizados generosamente por Foucault en esa famosa 'Introducción a la vida no fascista' con que prologó la edición norteamericana de El Anti Edipo:

- Despoje la acción política de toda forma de paranoia unitaria y totalizante.

- Desarrolle la acción, el pensamiento y los deseos por proliferación, yuxtaposición y disyunción, antes que por subdivisión, y jerarquización piramidal.

- Libérese de las viejas categorías de lo Negativo (la ley, el límite, la castración, la falta, la laguna) que el pensamiento occidental, desde hace tanto tiempo, ha considerado sagradas en tanto formas de poder y modo de acceso a la realidad. Prefiera lo positivo y lo múltiple, la diferencia antes que la uniformidad, los flujos, antes que las unidades, los agenciamientos móviles antes que los sistemas. Considere que lo productivo no es sedentario, sino nómada.

- No imagine que es necesario ser triste para ser militante, incluso si la cosa que se combate es abominable. El lazo entre deseo y realidad es lo que posee fuerza revolucionaria (y no su huida hacia las formas de la representación).

- No utilice el pensamiento para dar a una práctica política un valor de Verdad: ni la acción política para desacreditar un pensamiento, como si éste fuera mera especulación. Utilice la práctica política como un intensificador del pensamiento, y el análisis como un multiplicador de las formas y de los dominios de intervención de la acción política.

- No exija de la política que restablezca los “derechos” del individuo tal como lo ha definido la filosofía. El individuo es producto del poder. Es necesario “des-individualizar” por medio de la multiplicación y el desplazamiento, el agenciamiento de diferentes combinaciones. El grupo no debe ser el lazo orgánico que une los individuos jerarquizados, sino un generador constante de “des-individualización”.

- No se enamore del poder.

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Respetar a la perfección estas siete recomendaciones para una resistencia militante de M. Foucault es algo que resulta casi imposible. Pero el núcleo de la cuestión está en que nos invita a tomar noticia de que estamos como estamos debido a que una verdadera resistencia ante el actual estado de cosas exige de nosotros algo precisamente fuera de lo común. E investigar cómo dar lugar, entonces, a una motivación militante auténtica, que no se funde en el combate contra algo ajeno nuestro sino, al contrario, que nos resulte íntimamente tan conocido, se descubre al mismo tiempo como el desafío más hermoso de este siglo.

Foucault y Deleuze disputaron graciosamente entre ellos sobre el uso apropiado de los conceptos a utilizar para nombrar estos gestos de resistencia militante. Foucault prefería hablar de 'placer' pues le parecía que la palabra 'deseo' evocaba algo necesariamente ligado con la necesidad de satisfacción. Deleuze, por su parte, consideraba que la palabra 'placer' connotaba una peligrosa relación con una pérdida en el objeto que remitía a una concepción romántica de la subjetividad. Lo cierto es que la intención de ambos, más allá de esta diferencia conceptual, fue pensar una modalidad de resistencia a la cultura que no reprodujera inconscientemente el mismo paradigma negador de la vida con que había sido expresado hasta ellos la propuesta contracultural.

La cuestión es que ni el placer se vinculaba para Foucault con el consumismo ni tampoco el deseo, para Deleuze, con la conquista de algo que no se tiene: para rescatar la función revolucionaria de ambos conceptos es preciso, sin embargo, aprender a conectarnos con la posibilidad de abstenernos íntimamente de la necesidad de rendirnos cuentas, y poder abstraernos entonces así tanto de la exigencia de tener que aprovechar la vida al máximo como de esa paralela ilusión peregrina de ser 'nosotros mismos', puesto que la propiedad privada más oculta en la raíz de nuestra cultura es la creencia de que somos dueños de nuestra vida.

Es sobre el fetichismo de la propia identidad como en nuestra sociedad se sostiene el fetichismo de la mercancía, y mientras la conexión entre ambas pueda ser visualizada y puesta de manifiesto estamos en el ámbito de lo que Foucault, Deleuze y Guattari intentaron ofrecernos como lo que da qué pensar a nuestra época. El concepto afirmativo de revolución que ambos sostuvieron condensa por eso dos grandes cuestiones: por un lado, la inquietud propiamente política, es decir, el modo cómo reaccionamos contra aquello que es necesario cambiar y, por el otro, el privilegio de la ética por sobre la moral deslindado lo afirmativo de lo meramente coercitivo. Obviamente, son cuestiones amalgamadas, pues desde la preferencia por lo afirmativo resultará también una modalidad política determinada, y la distancia que se tome respecto de lo negativo implicará, a su vez, una toma de posición ética.

author: Fernando Tort

Fernando Tort

Estudiante de filosofía.

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