Foto: Centro Cultural de la Cooperación.
“Israfel”, un clásico del teatro nacional, autoría del dramaturgo, cuentista y novelista Abelardo Castillo, lleva a cabo un recorte de la vida del poeta, periodista y cuentista Edgar Allan Poe, bostoniano de nacimiento, experto en el arte del relato corto, pionero de la novela gótica, maestro del terror, ícono del romanticismo oscuro y renovador del género detectivesco. En él se espeja y con él se obsesiona Castillo, considerado uno de las magnas plumas de la literatura argentina del siglo XX. Durante una noche entera de 1964,escribió la presente obra; se recuerda, especialmente, una versión estreno en Buenos Aires, protagonizada por Alfredo Alcón, Milagros de la Vega y Cony Vera, con dirección de Inda Ledesma, en 1966, en el hoy desaparecido Teatro Argentino de la calle Bartolomé Mitre.
Exhibida en la bella sala Solidaridad, del Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543), “Israfel” coloca veintidós personajes en escena, con la intención de cuestionar el status quo de un autor maldito que pretendía hacer de su escritura un modo de vida. Un hombre que, pese a su talento, no puede sostenerse económica ni anímicamente. El corazón delator de Poe late: el poeta quiere vivir de sus sueños y no puede lograrlo; la condición se extrapola fácilmente a todo ser humano.
El drama existencial viaja acompañando al poeta, desde Richmond a New York y de allí a Boston, con escala en Philadelphia. Su alma trashumante se embebe de alcohol. Un dólar no compra la dignidad dentro de los límites territoriales del régimen democrático más orgulloso de su condición, egos aparte.
“Israfel” es una valiosa pieza que no ha perdido un ápice de vigencia, poniendo el acento en la esencia del artista anticanónico que pugna por subsistir de su propio arte, haciendo de su herramienta creativa un instrumento vital. Poe sueña con fundar una revista literaria…¡denle alas para volar o él mutará con tal de hacerlo!
La obra transcurre, a lo largo de noventa minutos de duración, anclándose cronológicamente desde fines de 1820 hasta el instante de la trágica, confusa y temprana muerte de un ser que viviera atormentado por mil demonios. Corría el año 1849. La palabra teatral, fértil y fecunda, es la gran protagonista a través de exquisitos parlamentos; Castillo, a sus jóvenes veintiséis años, ensaya un grito articulado, dotando a su texto de enorme riqueza. Con admiración infinita, lo llamaba “Poe”, con “e” final. Aquí es interpretado por el actor Aldo Pastur. El objeto de devoción sufre en carne propia la miseria que acarrea la condición de ser un alma bohemia en este mundo hecho de incomprensiones, materialismos y falacias.La madre de todas las mentiras son estas bellas verdades y al hombre de letras lo habitan fieras. William Wilson, su indisociable doble siniestro,congela una mueca de terror. Abelardo se adentra en misterio de Edgar y el juego de cajas chinas se echa andar a modo de homenaje: el otro yo se reconoce, el impacto es mayúsculo.
La adaptación realizada por el experimentado Daniel Marcove es brillante, brindando universalidad a la propuesta; todo artista se sentirá identificado. Los prejuicios sociales más conservadores caerán por arcaicos: las férreas tradiciones menospreciarán la labor creativa, tildándola de pasatiempo, pero, quizás sea ese monumento hoy erguido el sueldo adeudado de una sociedad nacida para menospreciar y socavar. El artista lucha, atravesado por conflictos, contradicciones y sanguíneas pasiones, intentando desligarse de toda zona de confort posible. No es tarea sencilla; ser engranaje de un mecanismo de consumo impiadoso maniata las libertades creativas que acaban cercenando toda frontera creativa.
Son batallas que todo soñador librará dejándose la piel, incluso, si se trata del más grande poeta vivo de los Estados Unidos de Norteamérica. Quien viviera y muriera en la mayor de las desidias, sorteando infinitas vicisitudes y privaciones se aferra a ilusiones que se desvanecerán pronto. Llora la muerte de su amada Virginia y del pico de esa botella solo sale tormento. Sublima sus pasiones a través de tenebrosas historias llevadas al papel. Sin embargo, la aceptación social se demora.
La presente puesta no pretende encumbrarse como una biografía teatral tradicional; esta es la historia de un hombre incomprendido atravesando furiosas tormentas en un mar poblado por fantasmas. Su propio destino de incertidumbre pronuncia sacrílegas palabras: nevermore. Un cuervo sobrevuela la sinrazón. Lo abyecto, la locura y la muertese conforman en tres pilares para la propia autodestrucción. El perturbado mundo literario de Poe invade la atmósfera escénica de modo conmovedor y el brillante e inmenso Juan Manuel Correa se convierte en una prodigiosa e indetenible fuerza sobre el escenario. Su performance es consagratoria y digna de aplauso de pie. La caída del maestro de la palabra escrita es inevitable. El tablero de ajedrez ya no permanece inmóvil: jaque mate al poeta. Es tan grande el fuego que te condena…
Sigamos conectados. Recibí las notas por correo.