Internacionales

Apuntes sobre la nueva guerra en Medio Oriente

Los atentados del Hamás y los bombardeos que Israel lanzó sobre Gaza como represalia, configuran un escenario de violencia que nadie sabe cómo se frenará. Es más: el conflicto puede seguir escalando, con otros actores de la región, en especial, Irán, aparte de los EEUU, Rusia y hasta China. Análisis e información sobre la quinta guerra árabe-israelí.

En las últimas décadas, los enfrentamientos violentos entre israelíes y palestinos han sido intermitentes. Este drama perdurable ha traído consigo actos terroristas, disturbios, levantamientos, asesinatos selectivos, conversaciones diplomáticas fallidas, ataques convencionales y no convencionales y un sinfín de revanchismos, así como la participación directa e indirecta de personas ajenas al conflicto.

Como el conflicto sigue sin resolverse, la hostilidad mutua subyacente nunca ha cesado sino más bien se ha ido acrecentando. Ahora ha resurgido con una violencia que no se había visto en décadas, y esta destrucción mutua viene acompañada de riesgos sin precedentes, especialmente en un entorno internacional incierto configurado por crecientes rivalidades estratégicas.

Teniendo en cuenta las peligrosas proporciones y las implicaciones de largo alcance de esta revancha, sería acertado definirla como la quinta guerra árabe-israelí. El conflicto tiene el potencial incendiario de extenderse como un reguero de pólvora y envolver a toda la región, e incluso de atraer la implicación de grandes potencias externas. Para mantener las cosas en perspectiva, este episodio representa el momento más tenso en el Levante desde la Guerra del Yom Kippur.

Al momento de escribir estas líneas, la situación es cambiante, Israel bombardeó un hospital en Gaza (hay acusaciones cruzadas respecto al crimen pero en la opinión de quien suscribe no hay dudas sobre la autoría del mismo en vista de la evidencia y los antecedentes), con más de 600 muertos, hay reacciones en todo el mundo árabe, y si hasta ayer la situación parecía presagiar acontecimientos de mayor envergadura y repercusión, ahora la zona está más caliente que nunca, y esto sin dudas puede remodelar el equilibrio de poder regional para las generaciones venideras. Es probable que se acerque el fin del statu quo en Oriente Medio. Por lo tanto, resulta apropiado llevar a cabo un análisis de esta crisis actual desde una perspectiva analítica de amplio alcance con el fin de encontrar lecciones valiosas para nuestro propio futuro como nación.

El orden internacional basado en normas comunes a todos los estados no existe

A esta altura, debería estar claro que la creencia liberal en la era posterior a la Guerra Fría como una era de orden, paz, cooperación y prosperidad mundiales ha sido asaltada y pisoteada por la realidad. Además, el sueño (de algunos, no de quien escribe) de que la mal llamada 'primavera árabe' empujaría a la región de Oriente Medio y el Norte de África hacia el 'progreso' ha quedado sepultado por acontecimientos de pesadilla.

El espectro de la guerra acecha al actual sistema internacional como no se veía desde la Segunda Guerra Mundial. Mientras la anarquía se desboca, el nivel de tensión en los focos de tensión simultáneos (incluidos Europa Oriental, el Cáucaso, el Indo-Pacífico y el Levante) sigue siendo elevado. En este sentido, el actual conflicto en Oriente Próximo entre Israel y Hamás no es más que el último clavo en el ataúd del 'fin de la historia' (aunque Fukuyama que aún vive reclama que el mundo lo malinterpretó).

En este enfrentamiento, incluso las normas más básicas de la guerra -por no hablar de todas las prescripciones del Derecho Internacional- se están incumpliendo intencionadamente y, cuando los beligerantes piensan que está en juego su propia supervivencia, todo vale, incluido el derramamiento de sangre.

En concreto, Hamás (vale la aclaración que este grupo terrorista no representa a todo el pueblo palestino) es responsable de la espantosa ejecución de cientos de civiles israelíes desarmados, mientras que las represalias de Israel (que desde hace años viene cometiendo crímenes de guerra contra el pueblo palestino y así incumpliendo resoluciones y pedidos de las Naciones Unidas) buscan no sólo la eliminación de Hamás, sino también una paz cartaginesa en la que Gaza deje de ser habitable, aunque tal resultado requiera un desastre humanitario deliberado.

Ambas partes parecen creer que su crueldad está justificada y es necesaria dadas las circunstancias, pero también pasan por alto la advertencia de Maquiavelo sobre las consecuencias contraproducentes de una crueldad sin límites. En conjunto, estos trágicos acontecimientos demuestran que la única regla que realmente importa es que -como escribió el historiador ateniense Tucídides hace miles de años- los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben. Los Estados pueden permitirse ignorar esta dura verdad si quieren, pero no pueden desatender las consecuencias de ignorarla sólo porque suene desagradable. En el mejor de los casos, el 'orden liberal basado en normas' es un engaño, cuando no un fraude intelectual descarado.

La geografía es un motor de confrontación

Como organismos vivos que son, los Estados se ven impulsados por fuerzas impersonales a entablar una constante lucha darwiniana por el control estratégico del territorio con el fin de asegurarse el espacio vital (Lebensraum) necesario para proteger su supervivencia, reforzar su posición y cosechar recursos. Este principio es uno de los supuestos clave del pensamiento geopolítico, un modelo interpretativo que entiende las relaciones internacionales a través de la lente del 'materialismo histórico de la seguridad'. En este sentido, como flanco oriental del Mediterráneo, el denominado Levante Mediterráneo, siempre ha sido disputado por los imperios occidentales y orientales porque es una plataforma para la proyección de poder tanto por tierra como por mar.

De ahí que el control de la región sea objeto de disputas periódicas. Además, las persistentes rivalidades entre sus heterogéneas poblaciones indígenas suelen echar leña al fuego.

En este caso, las reivindicaciones territoriales de israelíes y palestinos se excluyen mutuamente. Israel necesita aumentar su profundidad estratégica y garantizar un equilibrio demográfico favorable. En Gaza, los israelíes quieren asegurarse de que este corredor no se convierta en una punta de lanza que pueda amenazar directamente objetivos israelíes. Otro interés israelí en Gaza es el control de sus yacimientos marinos de gas natural. Por el contrario, Hamás se basa en tácticas asimétricas para aterrorizar y desmoralizar a la sociedad israelí con el fin de desencadenar la caída a cámara lenta del Estado judío y también para debilitar el control territorial de Cisjordania por parte de Al Fatah. En el telón de fondo de este drama, el objetivo final imperial de Irán es la creación de una medialuna chiíta regional -bajo la soberanía informal de Teherán- que vaya desde el Levante hasta el núcleo de Asia Central.

Por lo tanto, a través de la agitación y de apoderados militantes, Irán ha estado intentando cercar y envolver tanto a Israel como a Arabia Saudí. Además, la hostilidad de los ayatolás hacia el sionismo no es puramente ideológica. Ser vistos como los defensores de la 'causa' palestina les otorga legitimidad popular e influencia en el mundo árabe suní, algo que los iraníes difícilmente conseguirían por medios más convencionales como nación persa y chiíta.

El Estado israelí se crea en 1948 por decisión de la ONU.

A todos los efectos, la llamada 'solución de los dos Estados' como fórmula de paz entre israelíes y palestinos está muerta. Sólo puede haber un Estado 'entre el río y el mar', pero no está claro si dicho Estado será judío o árabe a largo plazo. Hasta ahora, el equilibrio de poder ha favorecido -con mucho- a Israel, pero los errores de Tel Aviv, las agudas estrategias asimétricas de sus rivales y las sacudidas sísmicas del conflicto plantean importantes desafíos existenciales. La historia ofrece muchos ejemplos en los que fuerzas comparativamente más fuertes han sido derrotadas por enemigos más débiles.

Las variantes de la guerra son infinitas

La guerra siempre es multifacética. Clausewitz afirmaba acertadamente que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Esta lógica de la guerra permanece inalterable, pero su gramática es evolutiva, flexible y cada vez más compleja. Una de sus transformaciones es la creciente participación de fuerzas no estatales como beligerantes en los conflictos. En este enfrentamiento, una milicia no estatal (es decir, Hamás) decidió enfrentarse a un Estado con una potencia de fuego, un armamento, unos activos tecnológicos y una capacidad de inteligencia superiores. Los ataques lanzados por Hamás combinaron elementos contrastados, como tácticas operativas extremadamente sofisticadas (como el uso de parapentes) y actos brutales que sólo pueden describirse como un renacimiento de las guerras medievales (por ejemplo, incursiones, matanzas indiscriminadas, violaciones, secuestro de rehenes, saqueos y pillaje).

Aunque no se ha confirmado, la implicación iraní sería coherente con el modus operandi de Teherán como cerebro detrás de una constelación de apoderados militantes, la búsqueda de la hegemonía regional como objetivo de su gran estrategia y su ideología religiosa apocalíptica. Además, como han señalado los jefes de los servicios de inteligencia israelíes, existe una guerra híbrida y no declarada entre Tel Aviv y Teherán. Sin embargo, ambas potencias regionales no se han enfrentado directamente con instrumentos cinéticos de proyección de poder. En su lugar, han estado luchando indirectamente a través de la ciberguerra, los asesinatos selectivos, las operaciones encubiertas y las batallas por delegación. Sin embargo, una escalada podría desembocar en un conflicto directo.

Además, la contraofensiva israelí se basa en ingredientes tradicionales como los ataques aéreos y las movilizaciones militares para una invasión a gran escala o el asedio de Gaza, pero también implica medidas no convencionales como la suspensión del suministro de agua, combustible, electricidad y carburantes al territorio gazatí.

Muchos observadores interpretan estas represalias como un castigo colectivo, y lo es, pero su objetivo es más bien provocar un éxodo. Por último, otra característica destacable de este conflicto es la intensa difusión de propaganda negra y desinformación en las redes sociales, incluso más que en el contexto de la guerra de Ucrania.

Es cierto que la guerra psicológica es tan antigua como la propia guerra convencional, pero su proyección generalizada a través de plataformas de medios sociales está aumentando peligrosamente la propagación del conflicto mucho más allá del campo de batalla real, alimentando actos de agresión en las calles de ciudades estadounidenses y europeas. Al fin y al cabo, las fuertes reacciones emocionales provocadas por percepciones distorsionadas o partidistas pueden convertirse en armas letales. En resumen, los guerreros modernos deben aceptar el cambio permanente como una constante.

El concepto de lo político ya es una noción permanente

Aristóteles concibió al ser humano como un ser político. Sin embargo, la esencia de la política no se relaciona con elecciones, negociaciones y procesos institucionales, como sostienen muchos pensadores liberales. En su lugar, el concepto central de lo político, identificado por Carl Schmitt, reside en la distinción categórica entre amigos y enemigos. Aunque a menudo los individuos pertenecen a estructuras colectivas que comparten similitudes como lengua, antecedentes históricos, religión, visiones del mundo, patrimonio cultural, tradiciones, expectativas, etc., estas identidades son intrínsecamente relacionales y, por definición, excluyen a los extraños.

En otras palabras, aquellos que comparten una forma de vida política, a pesar de sus conflictos internos, se consideran 'amigos' debido a la suposición de que deben unirse en defensa en caso de que un grupo de extraños (es decir, un enemigo potencial) amenace su existencia. De lo contrario, corren el riesgo de ser derrotados. El concepto de lo político presupone la posibilidad latente de una agresión, lo que explica por qué la mayoría de los israelíes están dispuestos a dejar de lado sus diferencias para unirse en torno a su bandera bajo el liderazgo de Benjamin Netanyahu.

De manera similar, Hamás también comprende el concepto de lo político. De hecho, este grupo palestino está dispuesto a todo con tal de atacar al mayor número posible de ciudadanos israelíes, sin importar sus perfiles o perspectivas individuales, debido a que considera a Israel su enemigo existencial colectivo, incluso cuando este impulso pueda estar acompañado por lo que parece ser un deseo de muerte. Esta milicia islamista también espera que las generaciones más jóvenes de israelíes, especialmente aquellos que encarnan el espíritu emprendedor y tecnológico de la llamada 'nación startup', dejen de lado el concepto de lo político y opten por la comodidad de los negocios en lugar de la confrontación.

El concepto de lo político es ambivalente en el sentido de que es útil para garantizar la supervivencia, la preparación y la vitalidad, pero también puede conducir a un antagonismo sanguinario. Una nación que pasa por alto el concepto de lo político puede invitar a su propia desaparición a manos de sus enemigos porque su pueblo ha perdido la voluntad colectiva de luchar. En condiciones extremas, el concepto de lo político puede conducir a la guerra como negación existencial de una contraparte. En este caso, tanto israelíes como palestinos saben en qué consiste el concepto de lo político, incluidas sus implicaciones más atroces.

En consecuencia, este conflicto no es el resultado de una 'falta de entendimiento mutuo', como afirman ingenuamente algunos analistas occidentales. Por el contrario, ambas partes se entienden lo suficientemente bien como para saber que sus intereses fundamentales no pueden conciliarse. Todas las soluciones diplomáticas que se han propuesto han fracasado porque ninguna de las partes quería realmente la paz, sólo ganar tiempo y gestionar el conflicto hasta que las cuentas pudieran saldarse de forma permanente. La paz nunca fue una opción.

Los milicianos del Hamás produjeron una masacre contra los pobladores de comunidades asentadas en el sur del país.

El caos es oportunidad

La sabiduría convencional dicta que, en la alta política, el orden es preferible al caos. Sin embargo, la agitación -independientemente de que sea intencionada o provocada por fuerzas impersonales- puede traer consigo ventanas de oportunidad estratégicas que merece la pena aprovechar para buscar ventajas, dar vuelta la tortilla, establecer hechos sobre el terreno y alterar la correlación de fuerzas existente.

En este caso concreto, el ataque lanzado por Hamás ha conseguido socavar el acercamiento diplomático entre Israel y las monarquías petroleras del Golfo (principalmente el Reino de Arabia Saudí). Lo más probable es que esta persecución pretendiera revertir la creciente pérdida de apoyo a los palestinos en gran parte del mundo árabe. Como resultado de una fuerte presión popular, los gobernantes árabes y musulmanes no tendrán más remedio que apoyar a los palestinos de un modo u otro, aunque les disguste Hamás (como rama palestina de los Hermanos Musulmanes) a puerta cerrada.  En las mismas circunstancias caóticas, Israel está intentando deshacerse de Hamás, restaurar la credibilidad de su disuasión y ahuyentar a la población de Gaza.

Tel Aviv se ha dado cuenta de que nunca será verdaderamente amada en el mundo árabe, pero -como sugeriría la sabiduría de la maquiavélica realpolitik- está aprovechando la oportunidad para hacerse temer. Sin embargo, el reflejo de este principio va más allá. Porque, aunque Irán no sea el autor intelectual de los atentados lanzados por Hamás, es probable que esté aprovechando también al máximo la situación esperando desbaratar la normalización de los lazos entre Tel Aviv y Riad (sus mayores enemigos), instigar el malestar en todo el mundo árabe y tal vez incluso generar la masa crítica que sería necesaria para derrocar a los regímenes regionales considerados demasiado cercanos a Occidente e Israel.

En resumen, Teherán se ha vuelto extremadamente eficaz en la militarización del caos. Además, esta crisis perturbadora ofrece oportunidades a Estados no directamente implicados, como Rusia.

Para el Kremlin, una guerra en Oriente Medio desviaría el flujo de armas y apoyo diplomático occidentales de Ucrania a Israel. Este desarrollo profundizaría y aceleraría el agotamiento de los suministros para el esfuerzo bélico ucraniano y daría a Moscú una ventaja, reforzando sus esfuerzos por reescribir el equilibrio de poder en Europa Oriental y en varios rincones estratégicos del espacio postsoviético de acuerdo con sus intereses nacionales.

Además, la mera perspectiva de una guerra convencional en Oriente Medio reportaría importantes beneficios económicos a la Federación Rusa debido al consiguiente aumento de los precios internacionales de los combustibles fósiles.

Por último, China puede aprovechar sus lazos pragmáticos con los actores claves (Israel, Irán y Arabia Saudí) para posicionarse como un intermediario diplomático creíble, cuya influencia sea respetada por todas las partes interesadas. De tener éxito, esta forma de actuar sería útil para hacer avanzar la agenda de Pekín en Oriente Medio, sobre todo teniendo en cuenta que la región es importante para los chinos tanto por sus innovaciones tecnológicas como por sus recursos energéticos.

Eso explica por qué el 'Reino del Medio' ha adoptado una política de neutralidad. En política internacional, nunca faltan quienes están dispuestos a sacar provecho del caos. Estados Unidos en cambio parece estar fallando en su estrategia de acercar a las partes en confrontación. Tanto Jordania como Egipto y la propia Autoridad Palestina han cancelado sus reuniones con el presidente norteamericano Biden debido al ataque israelí contra el hospital gazatí. Si EE. UU. no logra contener a Israel el relativo equilibrio que tanto le costó construir en Medio Oriente se puede venir abajo como un castillo de cartas. 

El arte de gobernar debe hacer frente a resultados imprevistos

Según la escuela realista, el arte de gobernar es racional, en el sentido de que implica el uso instrumental del poder, las capacidades, los recursos y los activos en la búsqueda de los intereses nacionales. Por lo tanto, cuando los Estados recorren el peligroso camino de la guerra como política oficial, esperan que los beneficios superen tanto a los riesgos como a los costos. Sin embargo, los errores de cálculo pueden provocar efectos secundarios no anticipados y la influencia del 'efecto dominó' puede poner en marcha reacciones en cadena. Además, las decisiones tomadas en tiempos de crisis pueden ser contraproducentes si no se basan en una inteligencia estratégica precisa. 

En este caso, el ataque lanzado por Hamás contra Israel puede conducir a su propia desaparición (política e incluso material) como resultado del contraataque de Tel Aviv. Este principio también se aplica al comportamiento israelí. Guiado por la raison d'état, Israel alimentó de forma encubierta el crecimiento de Hamás como facción competidora de Al Fatah porque su animadversión mutua podría conducir a un cismo político palestino. Ese objetivo se logró, pero Hamás es ahora una criatura mortífera que ha conseguido arrinconar a Al Fatah, librar la yihad contra Israel, cortejar el patrocinio iraní y ganarse el apoyo entusiasta de base de millones de árabes y musulmanes.

Para mantener las cosas en perspectiva, Hamás es responsable de la peor masacre de civiles judíos desde el Holocausto. Además, Israel se encuentra ahora -a pesar de su abrumadora superioridad militar- entre la espada y la pared.  Si los israelíes no responden con decisión, la consiguiente percepción de debilidad reforzará la determinación de todo tipo de militantes yihadistas de atacar objetivos israelíes. Sin embargo, si las represalias israelíes son demasiado duras -y debo aclarar que lo vienen siendo a tal punto que millones de personas alrededor del mundo lo están acusando de cometer genocidio contra el pueblo palestino- podrían ser una receta para el desastre a largo plazo. Las últimas noticias indican que Israel permitiría el ingreso desde Egipto, por el paso de Rafah, de ayuda humanitaria al sufrido pueblo de Gaza. Se trataría del primer gesto de humanidad en estos doce días tan crueles y terribles. 

Los bombardeos sobre Gaza dejaron miles de muertos, muchos de ellos, chicos.

Israel tiene la capacidad militar para arrasar Gaza, pero la resonancia de esa victoria táctica traerá sin duda un contragolpe estratégico muy desagradable. Tal trayectoria podría encender una chispa con el potencial de derrocar regímenes árabes considerados socios israelíes, ya sean oficiales u oficiosos (como Egipto, Jordania y Arabia Saudita). El vacío de poder resultante sería rápidamente aprovechado por Teherán y sus aliados regionales.

Irónicamente, Israel podría facilitar involuntariamente el ascenso de Irán como hegemón regional en el tablero de ajedrez del Gran Oriente Medio. Quizás una ironía aún mayor sea el hecho de que el resurgimiento de la tradición imperial persa en el siglo XXI no puede entenderse sin las oportunidades que han traído consigo las caóticas secuelas de las intervenciones militares estadounidenses tanto en Afganistán como en Irak.

El poder le gana a la economía

Según la escuela liberal de pensamiento en economía política, los beneficios del libre comercio y los intercambios económicos pueden garantizar la prevalencia de una 'Pax Mercatoria' en la que los pueblos puedan hacer negocios entre sí en lugar de guerrear. Sin embargo, esta visión simplista se basa en una visión inexacta y errada de la naturaleza humana.

Los seres humanos se mueven por un Animus Dominandi, definido por Hans Morgenthau como una inclinación inherente a elevarse por encima de sus semejantes en la búsqueda de poder, control y seguridad. 

En este sentido, Israel ofreció la zanahoria de los beneficios económicos a los palestinos como medida destinada a desalentar el conflicto. Durante un tiempo, esta línea de actuación pareció funcionar bien. En 2021, el PIB per cápita de Gaza (3.664 USD) era superior al de Egipto (3.019 USD), el mayor país del mundo árabe. Sin embargo, la gente está -la mayoría de las veces- dispuesta a sacrificar los beneficios económicos si ése es el precio que hay que pagar para derrotar a un enemigo.

Por eso, la utilidad de las sanciones económicas se limita a disuadir comportamientos agresivos. Si lo que sostienen los economistas liberales fuera cierto, la gente no estaría dispuesta a morir y matar en la guerra. Comerciar con un enemigo puede ser rentable, pero las ganancias resultantes no borran la hostilidad mutua. 

En consecuencia, Hamás no estaba sacrificando sus resultados políticos a cambio de dinero. La milicia islamista sólo estaba, literalmente, ganando tiempo hasta que pudiera ser lo suficientemente fuerte como para dañar y humillar a Israel de forma dolorosa. A su vez, los israelíes se volvieron peligrosamente complacientes. Dado que no habían librado un conflicto convencional en generaciones, el tradicional espíritu guerrero espartano de los israelíes estaba siendo sustituido por la mentalidad de los ricos mercaderes de la alta tecnología. Las generaciones más jóvenes de israelíes buscaban unirse a los innovadores sectores industriales del país que están ampliando las fronteras de las tecnologías avanzadas. Mientras tanto, la cultura estratégica israelí favoreció el desarrollo de fuerzas de inteligencia, ciberguerra y operaciones especiales en lugar de movilizaciones convencionales. En el gran esquema de las cosas, la economía es la extensión de la política a través de otros medios, pero no una alternativa.

El choque de ideologías puede desencadenar la guerra

Este conflicto no se debe únicamente a razones territoriales, estratégicas o políticas. La atmósfera de hostilidad mutua entre Hamás e Israel se ve exacerbada por visiones del mundo ideológicas y religiosas militantes. En comparación con anteriores guerras árabe-israelíes, la religión ocupa un lugar destacado en este enfrentamiento.

Desde la creación del Estado de Israel (fundado por judíos europeos), el sionismo fue sobre todo un movimiento laico que mezclaba principios del nacionalismo, el socialismo y el liberalismo, casi se podría decir con cierta certeza que el sionismo se creó y creció alentado por hombres que eran de izquierda. Esto ya no es así. Hoy en día, los puestos clave del gobierno israelí están en manos de partidarios ultraderechistas de la línea dura, cuyas posturas representan el sionismo religioso, tendencias cesaristas e incluso aspiraciones teocráticas.

Algo parecido puede decirse de los palestinos.

Hasta no hace mucho, Fatah era la facción política dominante en Palestina y aún gobierna en Cisjordania; pero básicamente se ha desvanecido en el olvido. Este movimiento laico nacionalista era la rama palestina del baasismo. Sin embargo, su legitimidad decreciente, sus fracasos políticos, su incompetencia y su corrupción rampante (hoy en día muchos palestinos la consideran igual que los nacionalistas indios consideraban a los cipayos -lacayos de la potencia ocupante-), junto con la proliferación del yihadismo a escala mundial- han creado las condiciones para el empoderamiento de militantes islamistas que abrazan una ideología mesiánica con tintes escatológicos.

Curiosamente, los dos bandos de este conflicto abrazan ideologías antiliberales, ambas cada vez más intransigentes. Y una confrontación en la que los protagonistas son fanáticos en lugar de cínicos estadistas guiados por el interés propio es sumamente peligrosa.

author: David Pizarro Romero

David Pizarro Romero

Lic. en Historia (USAL). Maestrando en Estrategia y Geopolítica (ESG - UNDEF). Malvinero, antártico, bostero y peronista.

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