Política Patria Grande Internacionales
Apuntes sobre la visita de Alberto Fernández a México
Si América Latina no gesta grandes centros de poder internos, no habrá América Latina. Tendremos ‘política latinoamericana’, en la medida en que tengamos en la cabeza, claramente, la dinámica de nuestros ‘centros de poder’ reales o potenciales, y sus articulaciones viables y probables.
Alberto Methol Ferré
Durante años el ideario de unidad latinoamericana pasó por la consolidación del MERCOSUR, mantener un juego de equilibrio con el gigante carioca y, al mismo tiempo, generar los mecanismos para que las desigualdades de países como Uruguay o Paraguay no sean tan evidentes. Con el tiempo y con el ascenso de los nacionalismos populares se pasó de pensar a través de una lógica atlántica a incorporar una puerta en el Caribe con Venezuela. La unidad comercial entonces aparecía a lo sumo como suramericana y el resto de países de la gran Nación Latinoamericana quedaba sujeta a otros mecanismos de organización que dependían de la coyuntura política; en el mejor de los casos el nacimiento de UNASUR, la CELAC, y en el peor escenario el fantasma de la OEA con sus pretensiones panamericanistas.
En este último tiempo y producto de una coyuntura ideológicamente compleja en los países miembros del MERCOSUR, asistimos a un acercamiento que merece mayor atención por su relevancia histórica, simbólica y -ojalá sea- comercial; estamos hablando del vínculo que se estableció desde finales del año 2019 entre Argentina y México.
Durante esta semana y en medio de días agitados en el frente político interno, Alberto Fernández participó de una gira presidencial en suelo azteca. Está fue la segunda visita del mandatario argentino, en un vínculo que parece estrecharse. En ese marco el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) caracterizó a Fernández como “amigo de México y leal promotor de las causas de América Latina”. La visita se dividió en dos grandes bloques, el primero vinculado a abordar el problema del COVID-19 con una estrategia en común a través de la fabricación de la vacuna, y el segundo tema la celebración del bicentenario de la independencia mexicana. Observamos algo más que una mera visita protocolar; hay un enfoque puesto hacia al futuro a través de la unidad formada por aspectos comerciales, pero también por lazos espirituales en común.
En relación a la fabricación en conjunto de vacunas, el presidente argentino visitó las instalaciones de los laboratorios Liomont, que se encargará de la última etapa de elaboración de la vacuna desarrollada por Oxford, cuya licencia pertenece a AstraZenecca (una empresa de capitales sueco-británicos). Esta visita se da en el marco de la crítica de AMLO sobre la utilización y tenencia extorsiva de las vacunas que aparentan los países centrales en relación a la periferia.
En una lógica de mercado, el occidente capitalista acumula vacunas y tiene proyectado completar el ciclo de inmunización para este año, mientras que los países denominados pobres en este esquema deberán esperar hasta el 2024 para proteger a su población. La “nueva y vieja” globalización en su fase COVID-19 posibilitó el desarrollo de la geopolítica de la vacuna, donde asistimos a la diplomacia de la vacuna impulsada fundamentalmente por Rusia y China. En lo que refiere a organismos multilaterales se creó el COVAX, el Fondo de Acceso Global para Vacunas Covid-19, el cual choca con los límites del derecho internacional, los acuerdos bilaterales y los tratados comerciales. En esa carrera, Rusia y China han mostrado mayor flexibilidad ante un Estados Unidos subsumido a una transición política y una crisis social que impacta en el desarrollo de su política internacional. Obviamente el camino es largo y está minado de artimañas heredadas del neoliberalismo, pero tanto Argentina como México poseen capacidad y recursos humanos para la fabricación de vacunas propias.
En este contexto debe leerse el primer punto de la agenda del encuentro entre Fernández y AMLO, ya que los medios corporativos la analizaron en clave bilateral y tendenciosa señalando la afinidad mal llamada populista entre ambos mandatarios. En realidad, omiten que tanto Argentina como México son parte del G20 e intentan traccionar desde un lugar de debilidad la temática de la vacuna en ámbitos multilaterales más allá de los acuerdos bilaterales. Entre líneas es posible leer que detrás de la discusión sobre la producción y especulación en relación a la vacuna, hay un intento de bosquejo crítico al status quo de las relaciones comerciales construidas al calor de la globalización. La estrategia en conjunto podría ser la puerta de entrada para discutir cuestiones de fondo que atraviesan Argentina y México, aspectos que no escapan a la mayoría de los países latinoamericanos.
El segundo punto de la agenda fue la celebración del bicentenario de la independencia mexicana, donde pudimos ver declaraciones de tenor por parte de ambos mandatarios. Fernández expresó que Argentina y México tuvieron 'tiempos parecidos para lograr la independencia del imperio español”, recordando así la gesta popular encabezada por Juana Azurduy, Manuel Belgrano, José de San Martín y Martín Miguel de Güemes. Por su parte AMLO evocó a los próceres mexicanos Agustín de Iturbide, del ejército realista, y Vicente Guerrero, héroe del ejército emancipador. El recorte histórico no es más que la expresión de una lectura política y una manifestación de deseo hacia el futuro. El acto del bicentenario y el paso de Fernández permitieron que éste exprese su respeto y reconocimiento por el pueblo mexicano y por la figura de AMLO. Así, el presidente argentino recordó la ayuda del país azteca a los miles de exiliados argentinos que encontraron lugar en aquel país y además evocó el exilio de quien fuera su profesor, Esteban Righi. Además, el presidente argentino reconoció el apoyo de su par mexicano brindado a Evo Morales en un momento que éste era perseguido por el régimen de Añez. Por último Fernández, reconoció la intervención que tuvo AMLO con los acreedores internacionales en el tratamiento de la deuda argentina. En esa línea el presidente mexicano terminó el acto al grito de “Viva México, viva Argentina y los pueblos del continente americano”
Hacia una geopolítica de la solidaridad
La idea de unidad es también un proceso en construcción que va desde lo declamativo a acciones concretas en términos comerciales. Durante años, México siempre fue el lejano país de mayor cantidad de hispano parlantes. En la dinámica de la unidad siempre se ha jugado a ganador, lo cual es comprensible, y las cartas estuvieron puestas en el potencial económico del Brasil, nación que en cualquier proyecto de unidad aparece como locomotora visible. En realidad, más allá del potencial del país carioca, esto se explica en parte por la situación histórica de México, el cual se vio obligado por fuerzas centrifugas a redefinir su posición en el tablero americano. México sufrió durante siglos una puja en relación a su identidad; de esta manera el poder central intentó construir del país azteca una identidad vinculada más a Norteamérica que a Latinoamérica. Las diferentes oleadas integracionistas en parte dieron por descontado que la identidad mexicana debía asimilarse por la prepotencia norteamericana. Así, al momento de consolidación del MERCOSUR, México “decide” formar parte del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) junto con Canadá y los Estados Unidos, abonando la teoría de su identidad norteamericana, al menos en su faceta comercial. De esta manera, la idea de unidad progresiva solo quedaba sujeta a América del Sur. Se partía la identidad latinoamericana, en un juego de equilibrios donde la vieja concepción panamericanista, si bien carecía de la fortaleza de los primeros años del siglo XX, no terminaba de morir.
De ahí la importancia de la alianza entre Alberto Fernández y AMLO, la cual habrá que ver si es meramente coyuntural o trascendental. De ser esto último, tendrá que aumentar su base de consenso y aceptación a nivel interno y en el resto de los países de la región, además de romper con barreras ideológicas, ya que la unidad a veces implica desprenderse de tabúes políticos y de afinidades. Sin esto, no se explicaría que en su momento el motor del Mercado Común Europeo hayan sido las economías de Francia y Alemania, países históricamente antagónicos desde sus concepciones coyunturales, pero también desde sus cosmovisiones geopolíticas.
Habrá que pensar que en el nuevo orden mundial el antagonismo en América se sigue explicando por la tensión entre el norte y el sur, más allá de la complejidad del escenario. Esto implicará decisiones soberanas; caso contrario, la pretendida unidad será un nuevo capítulo ficcional de una unidad basada en la dependencia.
Ante un mundo donde las desigualdades crecen dramáticamente, será necesario la construcción de una agenda en común con un contenido valorativo diferente, donde lo ideológico pase a un segundo plano, ya que la urgencia de la situación indica repensar una nueva política internacional efectiva y valorativa más allá de la especulación. La unidad de México y Argentina es vital para América Latina, pero sin Brasil o Venezuela carece de fortaleza, aun teniendo en cuenta la adversidad de la herencia neoliberal y las particularidades de cada país. La idea de que México con su fortaleza y con su mercado de 140 millones de habitantes sea cabeza de unidad no es nueva; en su momento Bolívar, preguntándose sobre los límites de la unidad regional, consideraba que América debía tener un centro metropolitano interno, porque carecer de este sería una señal de debilidad en el proceso emancipatorio. De esta manera Bolívar pensaba que México, tanto por su tradición como por su ubicación, debía ser el centro de poder latinoamericano.
La unidad de Argentina y México implica el vínculo entre los países vértices de la región, el extremo norte y el sur, una forma de pensar la periferia ampliada, una tentativa de estar y ser latinoamericanos. Habrá que darle contenido a esa unidad y fortaleza política a través de una convocatoria amplia. El horizonte sigue siendo el mismo: estructurar el poder con el objetivo de dejar de ser objetos en política internacional para convertirnos, de una vez por todas, en sujetos de nuestro destino.
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