Política

Decálogo para un triunfo en noviembre

Luego del triunfo en las generales, y la implosión opositora, desde Mar del Plata, el docente Walter Doti propone diez ideas e iniciativas para que la Unión por la Patria de Sergio Massa resulte ganador en el balotaje del 19 de noviembre.

29 de Octubre de 2023

Por Walter Doti

Si bien es cierto que aquel fatídico domingo luego de conocidos los primeros guarismos que colocaban a Javier Milei como ganador de las elecciones P.A.S.O., los corazones justicialistas comenzaron a dibujar electrocardiogramas asimétricos y defectuosos, hoy – pasado ya un tiempo prudencial – con la respiración más o menos reestablecida en sus parámetros de normalidad, podemos ver la situación con una objetividad mucho mayor y controlar el catastrofismo que nos paralizó en aquel momento. Claramente, ver que un opinólogo berreta de panel pudiera estar primero en las preferencias de los votantes, no es algo fácil de asimilar para nadie. Pero quizás esa sorpresa no nos permitió contemplar con claridad que el escenario que se había dibujado no era para nada negativo, si es que se incluía el contexto en la ecuación de análisis.

Quien tuvo la distancia necesaria para ver el asunto fue el ex presidente de la República Oriental del Uruguay, José “Pepe” Mujica, quien en declaraciones a la prensa, tras asistir a un acto por el Día de la Industria de la Construcción en Montevideo, sentenció que la Argentina era una “cosa indescifrable”, haciendo referencia a que un candidato como Massa, al frente de la cartera de Economía de un gobierno que carga con una inflación interanual cercana al 140%, llegara con grandes posibilidades de ser elegido como presidente. La verdad que da bronca escucharlo, más cuando desde esta vereda lo consideramos prácticamente uno de los nuestros. Pero quizás su opinión haya dado en el blanco y nos pueda servir para disparar una reflexión salvífica y una crítica constructiva.

La reflexión salvífica

No hace falta que nos expliquemos entre nosotros que desde 2019 tuvimos que lidiar con una serie de circunstancias propias de una película de ciencia ficción, que incluyeron la pandemia, el inicio de una guerra en Europa después de mucho tiempo, una real “pesada herencia” como la que dejó el gobierno del inefable Mauricio (decía Dolina con mucha razón que la única herencia pesada es recibir una deuda, ¡y la deuda más grande de la que se tenga memoria!), el intento de magnicidio a Cristina, una sequía devastadora y el accionar de funcionarios no funcionales, cercanos en su formación a las ideas ortodoxas de ajuste y austeridad, que representan las antípodas del pensamiento nacional y popular. ¡Hasta se nos murió Maradona! También sabemos perfectamente que Sergio Tomás agarró el fierro caliente que no quería agarrar nadie y que lo lógico no es juzgar su gestión en relación a las situaciones soñadas, sino con el fondo del escenario trágico al que parecía dirigirse todo. Y así vistas las cosas, y a pesar del exigente paladar negro que en un principio nos hacía dudar de que Massa pudiera representar nuestro ideario, el hombre logró, tras hábiles y creativas movidas, mantener a flote un barco que parecía tener destino inevitable de fosa abisal.

A nosotros nadie nos tiene que explicar nada. Pero a los otros, a los que creen que es plausible que se dé el 0,00000000177% de probabilidades de que, de diez causas en las que involucraran a nuestra vicepresidenta, nueve hubieran caído “azarosamente” en el juzgado de Bonadio (como alguna vez calculó Paenza); a los que siguen pensando que al F.M.I. lo trajo Alberto Fernández, o que las desgracias del país se las debemos a las “picardías” de Insaurralde (imperdonables, por cierto) y no a una planificación económica sistémica funcional al saqueo internacional de nuestros recursos; a todos esos, hay que explicarles desde cero cómo viene repartida la baraja: cuáles son las reglas del juego, quiénes son los aliados y quiénes, los enemigos.

Y a eso se encauzaron los esfuerzos de nuestro candidato; tanto bien temprano, antes de las primarias, como – con medidas de altísimo impacto – para diseñar la campaña de estas elecciones generales. Así debe interpretarse la reducción del I.V.A., por ejemplo, o la eliminación de la cuarta categoría de ganancias: como señales claras, directas, teledirigidas, que permitieron a los votantes saber cuál será el espíritu de un gobierno de Unión por la Patria; a favor de quién se gobernará si nos toca otra vez conducir el destino del país. Y parece que la estrategia tuvo un gran efecto. Porque, en definitiva, a pesar del cimbronazo de haber visto con angustia durante un par de durísimos meses gran parte del mapa teñido de violeta, teniendo en cuenta todos los antecedentes mencionados, lo que se logró el domingo 22 de octubre rozó el milagro: Massa escaló casi 16 puntos porcentuales. ¡Chupate esa mandarina!

La crítica constructiva

Sin embargo, como bien anticipara CFK con su lucidez habitual, esta es una elección de tercios, donde en las P.A.S.O. fueron fundamentales los pisos de cada quien, pero en las generales serán los techos los que decidan nuestro futuro. Y es ahí donde se pone complicada la cosa. Porque podría ser que nuestro candidato tuviese que habitar un espacio en el que caminar agachado, poniendo así en el poder a su peligroso opositor ultraliberal. ¿Qué hacer ante esta situación? Pues abandonar las meras señales y pasar a proponer una opción real y contundente, a través de un programa integral que confronte medida por medida a la plataforma de Milei. Massa debe dejar de ser visto como un mero freno al avance libertario – un simple “mal menor” - para convertirse en una alternativa completa. Si hasta ahora los buenos resultados han venido de la mano de la mostración de que se cuenta con herramientas y decisión para suministrar cuidados paliativos, la campaña de la segunda vuelta debe dejar en claro que hay una fórmula para curar definitivamente la enfermedad sin necesidad de deshacerse del enfermo, como propone el sanguinario cirujano de La Libertad Avanza.

Así que, imbuidos de un optimismo absolutamente necesario para salir de laberintos complejos, propondremos un decálogo de acciones positivas, para que sea la oposición la que tenga que darse maña para discutir nuestra agenda (y no al revés).  

1)¡A rebatir mitos! 

De un modo que hubiera sido absolutamente impensable hace pocos años, el discurso neoliberal consolidó una pregnancia inédita. Es posible ver en las redes a niños preadolescentes explicar el desbarajuste de las Leliq; a jóvenes que deberían estar interesados en cambiar el mundo, expresando una hiperadaptación a un capitalismo que deja estelas de desigualdad a su paso. De repente, el clásico idealismo de ciertos sectores universitarios se muestra cooptado con la recurrencia a lecturas de pútrido conservadorismo, mientras que el lenguaje economicista invade los cafés y los taxis. Ante esta realidad, hay que tener siempre presente el hecho de que el lenguaje es poder, porque crea realidades y dirige consecuentemente las acciones de la gente. Por eso, debemos evitar caer en la trampa de responder a los conceptos con los que no acordamos entrando en la misma lógica del enemigo. Una táctica bien elaborada implica, que, si se nos propone ir en la dirección que siguió Irlanda, por ejemplo, no respondamos que no es posible que Argentina llegue a ese nivel porque no somos un país central o cosas por el estilo. Lo que debemos hacer es desarticular el mito de que Irlanda es un paraíso. Porque, en efecto, la meteórica suba del P.B.I. del país de los duendes, no tiene reflejo en la calidad de vida de su población, donde siete de cada diez jóvenes planea abandonar su lugar de origen.    

Se nos ha dicho que los mercados, dejados a su libre evolución, producirán resultados más eficientes y justos. Que la intervención estatal no ha hecho más que reducir la eficiencia en la creación de la riqueza y cosas por el estilo. Nos han taladrado los oídos calificando de “milagros” a los procesos de liberalización económica que se han dado en Chile, en Singapur o en Hong Kong, sin que opusiéramos resistencia alguna. Hemos dejado que se difundiera la idea de que el peor de los males posibles es la inflación. Pero es una obligación del aparato de promoción de una candidatura en la que se juega tanto de nuestro destino, la disputa de ese sentido común; con cifras, con datos macroeconómicos de larga data, para mostrar el lado oscuro de esos promocionados resultados. No hay inflación en los países vecinos, claro. Pero resulta que las migraciones se dan masivamente de allí hacia aquí y no al revés. Y resulta también que la desigualdad en los tigres asiáticos es tal que cientos de miles de personas viven literalmente en jaulas. Claro que los liberales tienen siempre a la mano una respuesta ad hoc para salir del paso, arguyendo, por caso, que estos son problemas colaterales que podrán aparecer por un tiempo, pero que a la larga dinamizarán la creación de riqueza de la sociedad y que, en definitiva, la suba de la marea levantará a la vez tanto a los transatlánticos como a los pequeños botecitos. ¡A no dejarse embaucar! ¡A no dejar que se afirmen esos datos sin más! ¡A pedir fuentes en cada debate público! ¡Y a pertrecharse de información! Porque, en realidad, más de cuarenta años de achicamiento del Estado generaron, a nivel global, resultados exactamente opuestos. Desde los reaganomics y la jactancia de Margaret Thatcher para imponer su perverso modo de concebir el mundo, el crecimiento global fue mucho más lento, los sistemas mucho más inestables y la concentración del capital exageradamente más desigual que lo que ocurriera en los años dorados de Estado de bienestar. Hay que dejar en evidencia las mentiras que sostienen sus discursos, elaborando y divulgando la información necesaria para derribar esas fábulas tan difundidas que nadie parece animarse a discutir.

2) Limitar el capitalismo no implica abandonarlo

Los votantes deben tener en claro que las simplificaciones maniqueas en que se pretende hacer caer a la opinión pública no se corresponden con la realidad de la propuesta de Unión por la Patria. No abonar a las tentativas de liberalismo radicalizado “a la Milei” no supone, de ningún modo, convertirse en un “zurdo”, como acusan desde La Libertad Avanza a todos quienes no estén dispuestos a arrodillarse frente a un totalitarismo de mercado. El peronismo, con mayores o menores matices de acuerdo a sus diferentes manifestaciones, es un movimiento que se da dentro del capitalismo. La diferencia es que se trata de un capitalismo autóctono, adaptado a una idiosincrasia que es lo que nos hace a los argentinos diferentes de casi cualquier otra nación. La vertiente despiadada, según la cual no deberíamos mostrar preocupación por alguien que decida vender un órgano para saldar una deuda, o bien que nos sugiere mantenernos inmóviles frente a las injusticias o impiadosos frente a las desgracias, podrá funcionar en Estados Unidos o en Suiza, pero jamás podrá convertirse en la exhibición de nuestra forma de ser. Hay que subrayar el carácter humanizado de la opción que representamos, poniendo negro sobre blanco, que es este modo y ningún otro, el que mejor refleja nuestra identidad. Puede que después de prolongadas crisis aquel modelo y la ética que opera detrás de sí, haya permeado en algunos sectores, pero tal vez no tanto como para que no queden vestigios en ellos de lo que significa verdaderamente ser argentino. Nunca un argentino dejará que otro muera en la puerta de un hospital por no tener para pagar su tratamiento. Nunca aceptaremos que haya niños que se queden sin escuelas o pueblos que perezcan por quedar desconectados de todo camino. No entra en el alma de nuestro pueblo que la educación superior sea solo para algunos privilegiados. No nos permite nuestro orgullo que en nuestros billetes aparezca la efigie de patriotas de otras latitudes. Massa deberá apuntalar el patriotismo y mostrar a la oposición como un modelo extemporáneo y extranjerizante. Hacer patente que por ese camino nos convertiremos en seres rotos, quemados; reducidos a una sola dimensión que es la del egoísmo racional; cayendo en modos de escape como las drogas, o directamente explotando de tanta presión con tiroteos masivos. Recordarnos a todos lo que definitivamente no queremos ser.

3) Centrar el discurso en el nosotros

Todo lo que ofrece el partido libertario parte de una idea núcleo que es la de la existencia de individuos egoístas y racionales, que serían arrojados a la existencia ya preconstituidos y pertrechados de derechos naturales, como por arte de magia. Esta idea, que supone una abstracción deshistorizada, tiene consecuencias muy graves en la forma en que nos autoconcebimos. Porque si lo que somos y tenemos depende solo de nosotros, entonces se habilita una moral donde el egoísmo es el valor reinante. Así, la conclusión de que es cada quien el que genera la riqueza con su propio esfuerzo, aparece inmediatamente. Y entonces, la intervención del Estado en la regulación de la vida de las personas, a través de acciones concretas como el cobro de impuestos, por ejemplo, puede interpretarse como una desposesión de lo que nos es propio. Milei parte de esta base, y no se han visto muchas intervenciones que lleguen tan a fondo como para hacer caer estos conceptos desde sus cimientos. Sin embargo, sus explicaciones convencen desde ese nivel fundamental y debe ser desde allí mismo desde donde sean atacadas.

Es necesario hacer palpable, del modo más sencillo posible, que tal punto de partida constituye un error inaceptable. En efecto, los derechos no son algo con lo que se nazca, como pretende el liberalismo. De hecho, si así fuera, no haría falta siquiera promulgarlos positivamente, expresarlos por escrito. Los derechos son una cesión social; nos los da la comunidad a la que pertenecemos. En un estado de naturaleza, por ejemplo, uno no podría decir “esto es mío” y mantener la propiedad privada de un objeto aun cuando no lo tuviera físicamente en su poder. Porque bastaría que llegara alguien más fuerte para llevárselo sin más. Para apelar al derecho a la propiedad privada, entonces, necesitamos que haya una legislación que promulgue esta posibilidad. Y para que cuando alguien nos arrebate lo que se establece que es nuestro podamos acusar que hubo un robo, también debe haber una ley que así lo establezca. Es decir que la propiedad privada requiere que haya leyes, y para que estas sean efectivas tiene que haber un Estado que las promulgue. Y un requisito para la existencia material de un Estado es que se paguen impuestos. De modo que los impuestos no solo no son un robo, sino que constituyen la condición de posibilidad misma de la existencia de la propiedad privada y de todos los derechos en general. Los hombres no tienen derechos innatos.

Dejar esto claro permitirá reforzar valores como la cooperación, la honestidad y la confianza entre miembros de la sociedad. Hay que cambiar la metáfora por la idea de que somos células individuales, con lugar para el crecimiento personal, pero que no podemos existir sin el cuerpo social. Mostrar que un mundo donde solo priven el interés y el beneficio personal a corto plazo, solo lleva a la destrucción de todo el sistema y no le sirve a nadie a largo plazo. Solo yendo hacia los principios primeros encontraremos argumentos fuertes para que se comprenda por qué no debemos renunciar a los bienes comunes como la salud, la educación y el medio ambiente.

4) Contextualizar el esfuerzo

Se ha dicho hasta el cansancio que el excluido de derecha constituye la mayor conquista del sistema capitalista. El condenado que vota por sus verdugos. La víctima que defiende a sus victimarios. Y en el caso de las ideas libertarias, tal inversión de los roles se materializa en la actitud de aquellos que compran el discurso del esfuerzo como única condición para el éxito. Esto ocurre de una manera tan particular que aun quienes dejan su vida produciendo para otros sin conseguir éxito material alguno, se autoinculpan por su fracaso. Es necesario reivindicar el esfuerzo, claro está, pero hay que abrir los ojos de la gente a la realidad de que, por ejemplo, realizando idénticos esfuerzos, un trabajador de un país desarrollado puede multiplicar varias veces el sueldo de alguien que trabaje en un país como el nuestro. Un colectivero argentino trabaja más horas, haciendo gala de mayores habilidades y con muchísimas más complicaciones que un colega suyo en Noruega. Sin embargo, sus sueldos son incomparables y nuestro paisano tendrá en su vida laboral un acceso muchísimo más limitado a toda clase de bienes y servicios. La insistencia de la comunicación en este punto es absolutamente necesaria para sacar a los obreros y empleados de la ilusión de que los contextos en nada inciden en los resultados que premian el trabajo. Y las promesas de nuestro candidato deben apuntar a otorgar, desde la acción estratégica del Estado, los entornos necesarios para la justa compensación de la fuerza del trabajo. El Estado debe ser visto como indispensable para crear esos contextos.

5) Hay que fabricar cosas

Hay una idea muy a la mano de quienes piensan que la Argentina ya ha perdido el tren de la industrialización: sostienen que, como nunca seremos competitivos en la fabricación de objetos tangibles (tecnológicos, por ejemplo), podemos mejor dedicarnos a ciertas industrias blandas, al desarrollo del software o bien a desarrollar una economía financiera. De algún modo, vivimos en una era postindustrial y ese sería el espacio más cómodo y aventajado que podríamos ocupar.

Todo muy lindo. Sin embargo, el economista heterodoxo coreano Ha-Joon Chang, que hace unos pocos meses visitó nuestro país, sostiene que la idea de que somos – y nunca dejaremos de ser – seres materiales, con necesidades materiales, y que por ello los países que dominan la economía mundial fueron, son y serán aquellos que fabriquen “cosas”. Objetos tangibles, contundentes, categóricamente materiales: “cosas” de verdad. Esta es la única manera de generar divisas reales, de acabar con la restricción externa y con todos los efectos que esta genera, sin depender más del campo, de las commodities, de las sequías y las cosechas.

Y como no es posible vivir solo de buenas ideas, nuestro candidato deberá presentar como alternativa a la propuesta privatizadora y saqueadora de recursos, el diseño de un elaborado y pretencioso proyecto de rehabilitación radical del sector manufacturero del país. Que al dar vuelta los objetos, el “Made in China” sea reemplazado con el viejo y querido sello “Industria Argentina”. Y para ello no solo esperar inversiones extranjeras, sino utilizar nuestras propias utilidades y recursos. En definitiva, argumenta Chang, muchos de los servicios de alto valor son dependientes y hasta parásitos del sector manufacturero. Hay que redirigir las inversiones hacia maquinaria, infraestructura y entrenamiento de los trabajadores. Deben bajarse los impuestos para actualizar las máquinas, debe subsidiarse el entrenamiento del personal. Por una vez, debe darse un paso más allá de las necesarias medidas de ayuda social, para que la solución de los déficits no aparezca a través de la opción del recorte, sino de la generación de mayores ingresos. Ya que la gente ama las metáforas de sentido común, nuestro candidato deberá explicar que, cuando en una casa hay deudas, existe la opción de ajustarse el cinturón, pero también la de conseguir una nueva fuente de ingresos. De igual modo, entonces, la Argentina de Massa abandonará de una vez por todas la única idea que parece surgir en las alocadas cabezas de nuestros – diría Rinconet – “economistas serios”: la reducción de gastos. Alienta haber escuchado una referencia a esta idea fundamental ya en el primer discurso después del triunfo en la primera vuelta.  “Diversificar” la producción debe ser el leimotif que nos empuje a salir de pobres.

Paralelamente, los incentivos fiscales para la exportación serían una medida necesariamente complementaria.

6) Finanzas sí, pero atadas a la industria

Cuando desde la ortodoxia económica se habla de los problemas del país, se suele encontrar la clave en un aspecto absolutamente falso, pero parece que persuasivo para una importante porción de la sociedad: se trata de la idea de que cada vez hay más gente que vive del trabajo de los demás. Los que viven del trabajo de los demás, según estos economistas, nunca son ellos. Sin embargo, los sectores que más dinero generan, de ninguna manera parecen hacerlo a través de algo que se parezca al trabajo. Por el contrario, son beneficiarios de la ardua labor que el dinero hace por ellos. Es el sector financiero, que no hace más que movilizar activos de una a otra cuenta, buscando sacar ventaja del oportunismo especulativo. La verdad es que da bastante escozor escucharlos señalar a los pobres con sus índices de uñas siempre pulcras, más cuando, en gran parte, son perpetradores de esa pobreza que deploran.

Pero, cuidado: eso no debe llevarnos a pensar que el país puede darle la espalda a esta forma de capitalismo tan propia de estos tiempos. Ya está; ya está instalado y qué le vamos a hacer. Sin embargo, sí es posible regular ese sector. No dejarlo librado a sus propias reglas, porque la historia ha demostrado que cuando esto sucede las economías estallan con potencia atómica. De este modo, Sergio debe ser claro en que procurará con todos los medios a su mano que esta arista de la economía vaya siempre atada a la producción. No es posible dejar que tome vuelo por sí misma y que se acelere a ritmos diferentes de aquellos que tiene la economía real. Las finanzas son más livianas, y esto les permite una aceleración mucho mayor que la que tienen los ciclos de crecimiento reales. Recordemos los 90´s, cuando una mariposa aleteaba en México o en Brasil y se producía un tsunami cuyas olas llevaban los capitales hacia el sudeste asiático con una velocidad de rayo, dejándonos desprotegidos, inestables y temblorosos. Aquí las cargas a las transacciones financieras, las medidas de ralentización o retención de los movimientos transnacionales del capital y la obstaculización de las fusiones de empresas, deberían ponerse en conocimiento de los votantes, para garantizar que un necesario dinamismo económico no esté asociado a problemas de afectación muy concreta, como la inseguridad laboral. En definitiva, que los que se dedican a las finanzas sepan que podrán hacerlo, para que tengan incentivos; pero que, al mismo tiempo, los trabajadores tengan certeza de que tal cinética no desordenará su vida personal.

7) Un nuevo trazado

En un viejo libro de Karl Deutsch llamado El nacionalismo y sus alternativas, el autor de Praga establecía algunos parámetros fundamentales para el establecimiento de una nación. Entre estos requisitos hablaba de la necesidad imperiosa de construir vías de comunicación que sirvieran para lograr la unificación territorial. Rutas, caminos, puentes, túneles; pero por sobre todas las cosas, encontraba fundamental para vincular las economías regionales, el trazado de la red ferroviaria. Es impactante hallar en esa lectura de un teórico de un lugar tan remoto, la mención de Alemania como caso virtuoso de integración y la de Argentina como contraejemplo de lo que debería hacerse. Una serie de vías férreas desde el Norte, el Centro y el Sur, todas dirigidas hacia un mismo punto: el puerto de Buenos Aires. Y sin conexiones entre sí. No faltaba ningún condimento para la imposibilidad de la constitución de un mercado interno poderoso. ¡Y eso que el libro es muy anterior a la destrucción que el menemismo hiciera de ese sistema ya deficiente! Si hay que tomar un paquete de medidas para lograr un crecimiento real, eso deberá hacerse con la instalación de una cuadrícula que cubra exhaustivamente cada punto del país, tanto para agilizar el transporte de mercaderías como de personas. Recuperar los ferrocarriles de acuerdo con un nuevo puesto de la Argentina en la división internacional del trabajo, debería ser el objetivo principal de las inversiones en infraestructura. También es importante retomar el control de los puertos y de una flota para el envío de mercaderías al resto del mundo, según lo proyectado alguna vez por Pino Solanas. El plan de un país en serio no debería hacer caso omiso de proyecciones de este tipo.

8) El Estado como solución

Otro cliché identifica al Estado con la ineficiencia; y miente, recurriendo a datos del “índice de libertad económica” (una tendenciosa y amañada estadística realizada por la Heritage Foundation (un think tank neoliberal)), que los países con mejor nivel de vida son aquellos en los que se respira una mayor liberalización de los aspectos vinculados a la distribución del capital. Sin embargo, el Índice de Desarrollo Humano, una medición mucho más abarcativa creada por la O.N.U., coloca entre los países más desarrollados del mundo a una serie de Estados en los cuales prima el Estado de Bienestar, con altos impuestos y una enorme inversión social. De modo que los problemas que pudiera traer aparejados la presencia del Estado, no tienen un surgimiento necesario. Así como sucede en el ámbito privado, donde aparecen fallas (¡Y garrafales!), lo mismo puede suceder en el Estado. Pero esto no es inequívocamente así: hay muchísimos ejemplos de virtuosidad de las intervenciones estatales. Y esto no solo en su papel de rescatistas de última instancia de los naufragios capitalistas, sino en su faz activa para crear una sociedad más próspera, estable y equitativa.

Buenas noticias: el tamaño no importa. Tanto hay gobiernos que fracasan siendo amplios en sus límites, cuanto otros de iguales características que tienen excelentes desempeños. E inversamente, hay Estados mínimamente intervencionistas que son exitosos y otros que han dejado a su población librada a su suerte, con resultados generales pésimos. La clave tiene que ver con una correcta administración, acelerando el dinamismo económico a través de la participación activa e inteligente en aquellas áreas en que el mercado hace agua (capacitación y entrenamiento del personal, investigación y desarrollo, cobertura de servicios deficitarios para la lógica guiada por los parámetros de rentabilidad, etc.) Hay que lavar la cara del Estado; desconectarlo de esa asociación maliciosa que el libertarianismo hizo de sus funciones. Señalar como todos los países ricos usan el Estado para crear crecimiento y poner en marcha los mecanismos productivos, protegiendo a las industrias en sus fases de crecimiento y no exponiéndolas de modo directo y poco sensato a una competencia con ingentes empresas extranjeras, donde el resultado no puede ser más que una derrota segura. La percepción de que es este el verdadero camino que siguieron todas las economías desarrolladas en alguna etapa de su crecimiento, permitirá lograr conciencia de la necesidad de nacionalizar materias primas estratégicas como el litio y otros metales raros; y de conservar el control de otros recursos clave como los yacimientos de Vaca Muerta y, consecuentemente, de YPF.

Un plan radical como el del Milei no ha funcionado jamás en ninguna parte del mundo; pero mucho menos podría hacerlo aquí, por una cuestión histórica e idiosincrática. Deben quedar claros los efectos perjudiciales de abrirle la jaula a un sistema de mercado sin restricciones. Y, a partir de allí, incentivar el proteccionismo, la regulación de la inversión extranjera y la preservación de los derechos de propiedad intelectual. 

9) Multilateralismo en serio

Hace ya años que se comenzaron a observar los primeros signos de declinación del imperio que regló nuestras vidas por lo menos desde la Segunda Guerra Mundial. El gendarme del mundo parece entrar en una etapa de agotamiento y la hegemonía comienza a serle disputada. El viejo mundo bipolar se convierte lentamente en un espacio multilateral. Y un gobierno que quiera alinear a la Argentina en la dirección de los cambios debe tener esto en cuenta. El mal llamado “mundo libre”, al que los candidatos de derecha, ya por costumbre, ofrecen su sumisión interesada, tiene (y tendrá) cada vez menor relevancia. La emergencia de los BRICS vino a cambiarlo todo. Y la invitación a nuestra participación en este nuevo y gigantesco mercado no puede ser desdeñada, sino celebrada con algarabía y sentido de la oportunidad. Lo mismo sucede con los planes de unificación con el resto de Sudamérica y, en particular, con Brasil, a través de la nueva moneda “Sur”. Trabajar en esta dirección va a otorgarnos una apertura de posibilidades inmensa, en un sentido general de librarnos del sometimiento de las grandes entidades de crédito internacionales, primero, pero luego hasta para subsanar el crónico problema de la inflación, que es el que más parece preocuparle a la gente.

El candidato de Unión por la Patria deberá ser claro en la exposición de todos los efectos que una tan virtuosa asociación puede tener para nuestro país. Y también deberá subrayar que cada una de estas oportunidades será echada por tierra en caso de ganar la oposición.

10) El as bajo la manga

A Sergio Tomás podrán señalársele muchos defectos, pero de seguro uno de ellos no será el de ser un político lento, poco creativo o sin recursos. Quizás su mayor desafío sea hoy superar la idea del imaginario popular que, con una lógica un tanto plana, considera que, si hasta ahora no ha podido controlar algunas variables económicas básicas, es claro que tampoco podrá hacerlo cuando tome el poder en diciembre. Es decir, ser hoy el Ministro de Economía es quizás uno de los mayores obstáculos que tiene entre sus potenciales votantes. Pero la gente habilidosa hace limonada cuando la vida le acerca solo agrios limones. Y entonces, aparece la chance de convertir las desventajas en ventajas. Porque no es menos cierto que desde el Ministerio que preside puede también tomar decisiones importantes que lo catapulten por encima del 50% de los votos en la ronda final de estas interminables (e infartantes) elecciones. ¿Tendrá alguna sorpresa preparada? ¿Tendrá escrito, esperando ver la luz este mes, un proyecto de tan impactante efecto como el de la eliminación del impuesto a las ganancias? Hay que confiar en que sí. Pues, si puede promocionar la serie de medidas que hemos detallado, y sumar a eso un golpe de efecto poderoso, no hay dudas de que Milei quedará en el olvido como una amenaza desarticulada y un error que llegó demasiado lejos. Veamos qué se guarda bajo la manga y si en noviembre podremos o no cantar: “¡Con Sergio Tomás… ganamos!”

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