Entrevistas Cultura Teatro

“No bajamos los brazos, porque la Cultura es la Patria”

El teatro es una actividad colectiva, señala el actor Juan Manuel Correa, protagonista de Israfel, una adaptación de Abelardo Castillo, ya reseñada en Kranear, y nominado al Premio ACE por tu actuación en Severino, el obrero, poeta y anarquista italiano. Comprometido con la realidad del país, es miembro fundador del Frente de Artistas y Trabajadores de las Culturas.

El extraordinario actor y director Juan Manuel Correa es un artista de labor incesante, recientemente nominado a los Premios ACE por su formidable retrato del anarquista Severino Di Giovanni en “Severino: el Infierno Tiene Nombre”. Un apasionado de su oficio, protagonista de éxitos teatrales como “Coronado de Gloria” y “Tierra del Fuego”, es también quien lleva adelante el Espacio Lavallén, lugar de formación y actuación emplazado en una antigua casa, en el barrio porteño de Constitución.

Consciente de que un artista es producto de la realidad que lo cobija, Correa no cesa en mantener encendida la llama creativa. Con absoluta versatilidad y carisma, el intérprete dio vida recientemente a Edgar Allan Poe, en la obra “Israfel”, un proyecto tan anhelado como postergado. En tamaño desafío, compuso al atormentado poeta, sabiendo que en él conviven las grandes perturbaciones de la existencia y del alma junto a la inteligencia a la hora de escribir.

Incansable gestor de proyectos teatrales y con la vista puesta en múltiples estrenos de cara a un 2024 prolífico, sabe que el deseo motoriza la puesta y su vocación renueva el compromiso que otorga sentido a ese encuentro con la noche como testigo: el sagrado ritual colectivo.

Miembro fundador del Frente de Artistas y Trabajadores de las Culturas e impulsor de una mayor institucionalización de las actividades artísticas, sabe que en el futuro inmediato de nuestro país se pone en juego la garantía de derechos vitales para cada ciudadano. Y está dispuesto a seguir dando pelea.

Juan Manuel, ¿cómo llegó a vos la posibilidad de protagonizar la adaptación de “Israfel”, autoría de Abelardo Castillo?

De la mano de Daniel Marcove, con quien venía trabajando hace ya unos años. En una de las tantas charlas de bares, emergió, como Afrodita de los mares -pero de la espuma del café- la idea de “Israfel” y era un gran sueño para él poder hacerla. Tiempo atrás estuvo a punto de dirigirla en el Cervantes, pero quedó trunca esa posibilidad, y la llama siguió encendida. Además, tuvo un gran aliento del propio Abelardo (NdR: fallecido en 2017), quien en una entrega de premios Konex, le dijo: “Marcove, ¿cuándo me vas a poner Israfel?”. Daniel me propuso colocarme la capa de Edgar Allan Poe, así empezamos a soñar, juntos, y pudimos materializar algo que pasó a ser compartido. Fue de una alegría enorme, además de una gran responsabilidad y un cagazo grande…y es que Israfel se estrenó, ¡con Inda Ledesma en la dirección y Afredo Alcón como Poe! Además, pienso que se dio en un gran momento para los dos, habíamos hecho ya varias obras juntos y estábamos en un gran momento de confianza y creatividad. Nos entendemos.

¿Cuándo lograron finalmente concretar el proyecto?

Después de nuestros encuentros apareció el Centro Cultural de la Cooperación, el lugar perfecto para Israfel. Silvia Iparaguirre trabajó con Claudia Solans en la actualización del texto. Entonces teníamos a Abelardo, Silvia, Juano Villafañe y Daniel Marcove, amigos de la casa, diría Heidegger. Además, el gran equipo y yo. Todo soñado. Tal fue el entusiasmo, el compromiso y el deseo que la obra se iba a estrenar a mediados de 2020, y no la detuvo la pandemia, pues seguimos igual hasta que se hizo luz y materia escénica.

Esta magnífica puesta coloca veintidós personajes en escena, con la intención de cuestionar el status quo de un autor maldito que pretendía hacer de su escritura un modo de vida. Sin embargo, no pretende encumbrarse como una biografía teatral tradicional. ¿Qué virtud considerás es la que renueva el interés en una figura como Poe?

Poe transformó la literatura universal. Tenía un pie en el romanticismo y otro en la modernidad. Conviven en él las grandes perturbaciones de la existencia y del alma con la excelencia y la inteligencia en su forma de escribir. En Poe, como en Van Gogh, confluye el artista que pretende vivir de su arte y vivir una vida poética donde la vida del ser y la del artista son la misma. A él, a ellos, volvemos para mantener la llama prendida para seguir el sendero de la creación. Por eso sigue interesando. También por la belleza de sus relatos, claro. En un modelo donde quien no produce cae, en un mundo donde ‘tanto tenés, tanto valés’, Poe simboliza la fuerza de trasformación y la resistencia a una vida practica y únicamente productora al servicio del ‘desarrollo’. En él palpita la posibilidad de vivir sin velo, de poder darle nacimiento al artista que habita en cada una de las personas del universo. Israfel es la vida de Poe, la parábola del hombre moderno. En Poe, late una concepción esencialmente poética de las relaciones del hombre con el universo, del que estamos por estos días, alejados. Y esta puesta también lo es, al poner en escena tantos artistas y en cooperativa, todos y cada uno movidos por el deseo de contar esta historia, que en parte es la nuestra. 

En “Israfel” el artista lucha, atravesado por conflictos, contradicciones y pasiones, intentando desligarse de toda zona de confort posible. ¿Existe arte sin confort?

En el caso de Israfel, Poe, el artista se desliga de la zona de confort porque atenta contra su deseo y voluntad, que es vivir de su obra, o de poder desarrollarla. Pienso que todo artista que bucee por las profundidades de su alma y saboree las delicias de la creación, tiene que salirse de ‘la zona’, incluso, quizás, hasta cuestionarla. A la vez, no hay una sola posición; podemos adentrarnos en la zona profunda en búsqueda de la identidad verdadera, ancestral, la del mito, la sagrada y podemos también merodearla, andar por los senderos de lo profano, y de esa tensión, choque o mixtura, surgirá la belleza, y “la clase de belleza más noble es la que no nos cautiva de un solo golpe, la que se insinúa lentamente, la que se apodera de nosotros casi sin que nos demos cuenta… en sueños” (Nietzsche). Por otra parte, muchas veces los sueños se presentan en ‘la zona’ … la del confort. En todo caso, el horizonte de todo artista, entiendo que es la belleza, pues “lo bello me desembaraza de mí mismo. El yo se sume en lo bello. En presencia de lo bello, se desprende de sí mismo” (Buyung-Chul Han), y por ese desprendimiento el arte es esencial en los destinos de la humanidad y nos hermana en una conciencia suprema.

“Tierra del Fuego” representa otra de tus emblemáticas colaboraciones junto a Daniel Marcove. ¿Cuál es la virtud que vuelve a esta obra necesaria?

“Tierra del Fuego” tiene la virtud de estar magistralmente escrita por Mario Diament, es una obra muy inteligente, un grito desesperado a la reflexión y a la tolerancia, a la paz. También es una obra imposible. No obstante, pienso que hay que hacerla siempre, en todos lados…siempre va estar vigente, siempre serán importantes y esenciales obras como esta. Que inviten a la escucha, en temas tan sensibles como las guerras o las violencias. Como dice Alejandra Darín, que la protagonizó durante más de diez años, la obra es una botella con un mensaje tirado al mar, y habla del dolor que nos provocamos los humanos unos a otros.  “Tierra del Fuego” es, en parte, una utopía colectiva, una posibilidad para reflexionar sobre el concepto de verdad. Un hecho artístico que da humanidad a las víctimas de la locura de la guerra.

Recientemente nominado al Premio ACE por tu actuación, protagonizás “Severino”, sobre la figura de Severino di Giovanni, obrero, poeta y anarquista italiano. Un personaje retratado por Roberto Arlt, Osvaldo Bayer y también en el reciente libro que Gabriel Rodríguez Molina publicara en 2021. ¿Qué te atrajo de formar parte de esta nueva puesta teatral bajo la dirección de Mariano Dossena?

Desde que Gabo, el autor, me pasó el texto, todo fue atracción. Se armó la banda, con Mariano en la dirección y Julio Coviello en la escritura de la partitura sonora, musical. Así nos juntamos en tiempos casi últimos de la pandemia, en el Espacio Lavallén. Encendimos la vela, roló la palabra, y sonó el bandoneón. Al final sellamos el primer encuentro chocando las copas de vino, con la noche como testigo. Después se sumaron las mujeres, esenciales para el viaje: Charlote, Katiuska, Anto y arrancamos… “Severino: el Infierno Tiene Nombre”, son las últimas horas del anarquista, encerrado y atado de pies y manos, antes de ser fusilado. Un león que, dibujado en las palabras del libro, no abandona ni sus convicciones ni su fuerza. Entonces… ¿cómo escenificar o hacer ver algo que es invisible?, ¿cómo volver sensible lo inhumano del encierro y las torturas, sino con la fuerza, la potencia de la palabra, de la poesía? Desplegando la plenitud de lo que está plegado en la presencia de un cuerpo atado. Entonces, en la puesta, Severino danza, baila la alegría de haber jugado de acuerdo a sus convicciones. Estando atado, despliega su existencia y evidencia la virtualidad de otros mundos posible. Esto también me atrapó, nos convocó, y fue la premisa de que, aun siendo las últimas horas antes de morir, se irradie vida.

En “Coronado de Gloria”, retomás la historia y sus grandes personajes. ¿De qué modo ejemplifica este relato valores como identidad, rebeldía y lucha?

“Coronado…” fue una experiencia maravillosa, y como mencionás, bucea por los recovecos más constitutivos del ser, como son la identidad, las motivaciones, la lucha, la idea de Patria. Blas Parera, un músico español que vive en Buenos Aires y da clases a las mujeres de las familias más acomodadas de la ciudad en aquellos tiempos, y que su gran anhelo era ser compositor, es invitado primero, y después coercionado a escribir la música a los que hoy es nuestro Himno Nacional. Aunque aquellas letras no eran exactamente las de ahora, en los albores de 1812 se leía en uno de los párrafos escritos por Vicente López y Planes:

‘El valiente argentino a las armas
corre ardiendo con brío y valor:
El clarín de la guerra, cual trueno
en los campos del Sud resonó.
Buenos Aires se pone a la frente
de los pueblos de la ínclita unión.
Y con brazos robustos desgarran
al ibérico altivo león’

Soplaban aires revolucionarios en América y crecía el aroma de la independencia. La letra era casi una proclama de guerra a España, por eso parece no podía, algo desde lo más profundo se lo impedía, y es que ese canto bélico era contra su lugar, el de su infancia y su tierra. ¿Acaso la patria no es la infancia? ¿Cómo atentar contra la propia infancia? De aquí fue echado y en España fue acusado de traidor a la corona. La obra fue escrita por Mariano Cossa, luego de un tiempo bastante largo investigando. Blas Parera era músico compositor, y cuando regresó a su tierra natal, se cree que no escribió nunca más.

La obra indaga en el origen y la creación del himno nacional. ¿Qué rol cumple el arte en la gesta del discurso histórico?

A las proclamas independentistas había que insuflarle vida y corazón, eso que puede hacer el arte: acariciar las fibras más íntimas del ser, emocionar. Tocando el alma con la música, con el arte popular. Es la construcción de la identidad, por su sonido, su color, su horizonte, sus aromas. Y por supuesto, las Ideas. Hoy plasmadas en nuestra Constitución Nacional, tanto en el Preámbulo como en todos sus capítulos. En todos los rincones del globo y a lo largo de cada lucha independentista, el arte y sus músicas -a través de sus marchas o canciones popular- irradian fuerza y razón para la marcha, y ello está presente en “Coronado de Gloria”, espectáculo que hoy se puede ver en la plataforma Teatrix.

La historia se asume como un lugar atractivo para encontrar disparadores que desaten la imaginación teatral. ¿Cómo resignifica y reivindica esta obra a tu personaje? 

Los artistas son el corazón y la sangre de la compleja trama que es la cultura y que, por supuesto, contiene a la identidad. El personaje de Parera es central para insuflar a la gesta independentista corazón, alma e identidad, como solo las pinceladas del arte pueden legar. No fue fácil, él era músico y quería hacer música, enseñar su arte, eso y no otra cosa. ¿Puede un artista separarse de sus días, del contexto, sin ser salpicado, sin compromiso por la realidad que lo cobija? Esa pregunta es la obra.

Juan Manuel dirige el Espacio Lavallén, un espsacio de formación y actuación, situado en en el barrio porteño de Constitución.

Protagonizaste la adaptación de Pacho O’Donnell “Un Papel en el Viento”. ¿Qué resuelve el dilema de elegir entre una libertad amenazante e imprevisible o un infierno desquiciante pero previsible? 

La obra de Pacho fue muy movilizante. La ensayamos casi saliendo de la pandemia, entonces el encierro latía en nuestros cuerpos, nuestras mentes, sofocados por una experiencia tan nueva y por momentos devastadora como la que atravesó el mundo. Un papel, traía la pregunta de quiénes somos y quienes nos hubiera gustado ser, qué hicimos o hacemos para ser, ¿estamos a tiempo? ¿Podemos cambiar, vivir como soñamos? Eso desde el punto de vista del tema, pero, desde lo teatral, ponía un desafío en puerta, y es de cómo actuar la metafísica sin caer en una obra meramente hablada, conversada. Cómo bañar los cuerpos con esas preguntas, esas inquietudes, cómo construir esas fiscalidades. ¿Cómo es un cuerpo que teme a la libertad? ¿Cómo es un cuerpo hastiado de tanto infierno? Un cuerpo enamorado, danza. ¿Y uno esperanzado? En la obra vive el futuro, atravesado por la memoria. La obra es esa tensión: el deseo motorizó la puesta.

¿Qué te atrajo de dirigir la adaptación “Antígona” de Alberto Ure? 

“La reja es un momento terrible para la sensibilidad, la materia”.

La versión de Ure/Carnelli la conocí mucho en el Excéntrico de la 18°, donde fui primero alumno, asistente de Cristina Banegas, y finalmente miembro del equipo docente. Allí trabajamos con ese texto, la actualización del lenguaje. Su aproximación y actualización me empujaron a darle luz y cuerpo escénico. Además, Cristina me dejo leer sus cuadernos de ensayos con Ure, sus acotaciones, devoluciones de Alberto, las marcaciones. Todo fue de un gran empuje para hacerla. Nuestra “Antígona” sucede en una fiesta que no cesa.

¿Qué mirada llevá a cabo respecto al poder patriarcal y las oposiciones de poder?

“Antígona” llega para desafiar a la autoridad que impide que se lleve adelante su rito sagrado, la ley del hombre versus la ley sagrada. El poder patriarcal que hace más de 1.500 años montaba su pirámide de dominio tembló porque una mujer se plantó, tal como hoy tiembla porque el feminismo se hermanó y organizó. Ningún poder real podrá ser duradero si no se para sobre las diversidades en todos los planos; no podrá serlo sin la inclusión y la tolerancia.

¿Qué significa para vos el teatro?

El teatro es una actividad colectiva. Un anhelo de unión trascendental en ese tiempo elegido para ‘crear’ una realidad. Una verdad. Toda práctica de un ritual conlleva la creencia en su eficacia, es decir, se sustenta en una determinada fe. En la fiesta hay algo de retorno a instancias de sensorialidad extremas, pues los cuerpos laten y respiran al margen de la voluntad. En la fiesta, las fuerzas colectivas son pura potencia de transformación; y el silencio cuando llega es arrollador... De alguna manera, nuestro principal anhelo es oír en el silencio, aquello que aún no pudimos o no somos capaces de detenernos a escuchar Entiendo al teatro como un instrumento de aproximación al centro sagrado del hombre, a través del rito.

Dirigiste y protagonizaste “Las Bacantes de Eurípides” ¿Sos un apasionado del relato histórico antiguo?

Me mueve el indagar acerca de cómo se actúa una tragedia en estos días, en Buenos Aires, en los modelos de formación en nuestras orillas. Me gusta bucear en los textos clásicos, y ver dónde y cómo laten los mitos, hoy. La historia es cíclica, todo ha sido dado y realizado, tenemos -llevamos- en los huesos la memoria de nuestros ancestros. Hoy somos incapaces de poder de detenernos a escuchar el susurro de esas voces. La música moderna y las pantallas, toda la información que consumimos las veinticuatro horas, nos deja cada vez más huérfanos, y la soberbia de hombres y mujeres que arrasan con la naturaleza la estamos pagando cada vez más caro.

¿Por qué en esta obra la puesta tuvo una perspectiva de género?

“El poder temporal tiembla ante la experiencia mística”

En la obra, Penteo, Jefe de Estado, no cree que quien se le presenta en su casa con pelo largo y descalzo es el Dios Dioniso, y lo manda a encerrar, El Dios se escapa y embriaga con su vid a todas las mujeres de la ciudad. Las Bacantes embriagadas se dan cita en el monte a celebrar las orgias. Penteo se mete en la fiesta y es devorado; pues las fiestas solo estaban permitidas a mujeres. Cree que el poder político alcanza para adueñarse de los ritos, y es su propia madre la que le corta la cabeza en plena danza dionisiaca. La puesta tuvo una perspectiva de género, pues una de las Bacantes era varón, es decir que lo que va a adelante es la autopercepción y las energías, y esa energía se vehiculiza a través de lo femenino. ¿Quiénes son las Bacantes, de nuestros días? Eurípides la escribió hace dos mil seiscientos años atrás, y allí, en la pieza, el poder patriarcal tiembla con la cabeza cortada de Penteo.

¿Cómo se llevó a cabo el trabajo de adaptación?

Al igual que con “Antígona”, tratamos de trabajar con la menor intervención posible sobre los textos de los autores (traducción de traducción). En este caso, fue llevado por Rubén De León a la forma coloquial en los diálogos, de modo de hacerlo accesible al habla actual. Tratando de resaltar su sonoridad y conservando su estructura de repeticiones (re exposiciones) mnemotécnicas. Y librado de la posición grandilocuente de los adjetivos, vueltos a su posición natural en el idioma castellano. Resuena así su carácter oral.

¿Cuál es tu rol en el Frente de Artistas y Trabajadores de las Culturas?

Miembro fundador. Nos conformamos para pedir una mayor institucionalización de la cultura -con la formación del Ministerio, que en aquel entonces tenía el rango de Secretaría- y una ley de cultura que garantice los derechos culturales de cada argentino. El ministerio fue creado por decreto de la Presidente Cristina Fernández de Kirchner (NdR: en 2014), al poco tiempo del lanzamiento del frente en la Biblioteca Nacional y con el querido Horacio González, inolvidable e inigualable director de la Biblioteca Nacional, sentado en la mesa del Frente. La ley federal sigue siendo una cuenta pendiente para la Argentina. En 2015, presentamos un proyecto de ley cuyo texto fue debatido en cuarenta y seis foros federales y se recibieron aportes ciudadanos para la redacción. Finalmente, no se sancionó. No bajamos los brazos, porque la Cultura es la Patria.

'La Cultura es la Patria', dice Correa, un artista comprometido con la realidad del país.

Contame cómo ves nuestra actualidad política de cara al balotaje del próximo 19 de noviembre

Quisiera citar las siguientes palabras: “Las lágrimas del mundo son inmutables. Cuando alguien empieza a llorar, alguien deja de hacerlo en otra parte. Lo mismo sucede con la risa. No hablemos del mal de nuestra época, no es peor que las pasadas. Pero tampoco hablemos bien. No hablemos”. Pertenecen a Samuel Beckett. Me gusta pensar en el foco de acción de estos días, y de los del porvenir. Todo dicho en las palabras del maestro; en esta época, en este rincón del globo y tantos otros, estamos viviendo, quizás, una novedad. No por los temas que están en juego, que la política menciona o muestra como horizonte; están en juego las formas de construcción y el armado para poder llegar a ocupar los espacios para la aplicación y el desarrollo de las políticas que se enuncian. Los temas no son nuevos, vuelve siempre a estar en la picota el tema de la torta. Cómo se reparte, cómo hacer que los grupos, cada vez más y más concentrados, repartan: el punto es la distribución. Por estas regiones del sur, sobre todo, y en el mundo también, esa repartija no viene funcionando del todo bien, incluso empeora. En la Argentina, en este contexto y esta historia que cargan en las espaladas nuestros padres, el hartazgo se hace voz en las jóvenes generaciones, para que la paz y el goce sean los senderos para transitar cada día. Ahora, ¿qué política o político no quiere eso? ¿Qué ser humano no desea para nuestros hijos un suelo, una sociedad justa y amorosa? Entonces, el dilema se reinstala otra vez: ¿el Estado es el malo? ¿El Estado es bueno?  Y, creo que respuesta está en la historia y sus figuras. En la Argentina, tenemos una historia que muestra muy claro los modelos que imperan desde la larga noche de los tiempos, en nuestra memoria laten esas huellas, que marcaron y forjaron un país, con fuertes derechos laborales, con educación gratuitita, con justicia social, con la posibilidad del tan mentado ascenso social, uno de los horizontes aspiracionales de la política. Pero también el país sigue sangrando por cada intento que hubo para destruir esas políticas públicas y de Estado, que hacen de Argentina un país hermoso. Soy de la generación que en 2001 vimos el desmembramiento y el vaciamiento criminal, el saqueo del país. Con el cántico “los políticos son todos corruptos y ladrones” nos sacaron todo lo que era nuestro…claro, algunos de los nuestros se lo permitieron y vendieron, sí. Otra vez, nada nuevo bajo el sol.

¿Qué está a nuestro alcance como sociedad de poder cambiar?

Tengo la sensación de que vivimos una oportunidad, un momento bisagra, o de recambio, además de generacional, también de maneras de concebir y hacer la política. Son épocas que requieren de la escucha y del consenso. Momento en que los líderes carismáticos salen de la escena y el centro y protagonismo se vuelve polifónico y es compartido, Las sociedades más lindas para vivir son las inclusivas, multiculturales, donde la tolerancia es (debe ser) música. Entiendo que ese es el horizonte de la política: el de los grandes consensos, el de la participación democrática activa de las minorías, que, en suma, dan mayoría. La inclusión. Y, en este contexto, reafirmar los valores democráticos de justicia social, de ascenso social, de progreso, de soberanía, de garantías básicas para el desarrollo de la vida en cualquier circunstancia. Este debe seguir siendo el rol central de la política, pero también, en puja permanente de la belleza y la felicidad. Del goce. Las y los dirigentes políticos tienen que trabajar para la generación de días bellos; también esta disputa es imposible sin la participación activa de los distintos movimientos y organizaciones del tejido social y cultural de la argentina. Además de la partición de una democracia activa que permita la ampliación de derechos, como sucedió con la revolución de las Hijas. Se deben abrir espacios en los parlamentos para la representación y defensa de las conquistas. Lo mismo debe pasar con la cultura, que además es transversal.

¿Con qué país soñás? 

Sueño con hacedores ocupando en cada lugar de la Argentina lugares de representación. Uno de los déficits que veo, es que no hay espacios para artistas, poetas, músicas, músicos, pintoras, escritoras, en esos lugares. Y aspiro a que, de acá a poco tiempo, los haya. Pues como escribe Ranciere: “La edad de historia es la proliferación de los sentidos y de las metamorfosis que permiten poner en escena su juego”, y las y los artistas podemos sumar.

¿Qué balance hacés de tu año profesional?

Fue un muy buen año en lo personal y para todo el teatro, porque el público acompañó y, en muchos casos, llenó las salas, tanto grandes como chicas. El sentido de hacer obra es compartir, por eso el agradecimiento es inmenso. Tengo la dicha de estar preparando varios trabajos. Además de seguir con “Severino…”, de Gabriel Rodríguez Molina y con dirección de Mariano Dossena, en el Centro Cultural de la Cooperación hasta fin de año -luego de dos funciones en la ciudad de La Plata a sala llena- se suma la posibilidad de ir en verano al hermoso Teatro Auditórium (Mar del Plata). En noviembre, estreno como actor la obra “¿Todo Bien?” de Carlos Ares, en el Cine Teatro del Plata, del Complejo Teatral de Buenos Aires, y como director voy a estrenar la obra “Eternos Hasta Mañana” también de Ares. Haremos dos funciones de esta obra/concierto de rock, en el Galpón de Guevara, los martes 21 y 28 de noviembre.

¿Y qué proyectos tenés en mente para 2024?

Empiezo a trabajar en la obra “Escarabajos” del gran Pacho O´Donnell, donde tengo el honor de dirigir a un gran elenco encabezado por Victoria Onetto, Nelson Rueda y Dante Ortega, que debutará como actor en teatro. El estreno será en marzo 2024, en el Centro Cultural de la Cooperación y con un equipo artístico técnico soñado. Para abril, si los dioses así lo quieren, cumpliré el sueño de ponerme los zapatos del “Guapo del 900”, de Samuel Eichelbaum, en una magistral versión de Tito Cossa y con la dirección de Jorge Graciosi; junto a compañeras y compañeros de lujo en el Teatro Nacional Cervantes. Para la segunda mitad de 2024, será el turno de un viejo sueño: el “Fausto”, de Goethe, en una versión fantástica de Rubén De León, amigo y compañero artístico con quien este año trabajamos en “Artista de Mierda Confiesa” de Philip K. Dick y “Una Noche en el Paraíso (Perdido)”, de Lucia Berlín, ambas versiones de Rubén, en Espacio Lavallén.

author: Maximiliano Curcio

Maximiliano Curcio

Nació en la ciudad de La Plata, Argentina en 1983. Es escritor, docente y comunicador, egresado de la Escuela Superior de Cinematografía

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