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Que la empatía se haga costumbre

La sensación térmica agobiante no inhibió a la multitud a expresarse en el centro porteño y otras tantas plazas del país, porque cuando está en juego la democracia, derechos adquiridos con años de lucha, o la dignidad, el pueblo responde de forma contundente. En primera persona, Sebastián Giménez, relata su vivencia colectiva. Marchó con su padre de 80 años.

Hermosa marcha para iniciar el mes de febrero. La sensación térmica agobiante no inhibe a la multitud innúmera. Cuando está en juego la defensa de la democracia, de la dignidad, el pueblo argentino responde y de forma contundente. Fuimos con mi viejo Rafael, de 80 años. Poeta, cristiano, también admirador de la filosofía oriental, el estado físico le responde. Y sobre todo la cabeza. Voy a defender que cada cual pueda hacer de su culo un pito, me explicó sencillamente acudiendo a la mentada frase, a la que recordaba en boca de su madre, mi querida abuela Felisa. Todas generaciones de católicos más o menos fervientes pero que se vieron conmovidos por el ataque del Presidente al colectivo LGBT, a las concepciones de género que implicaron un avance en la lucha contra nuestra herencia patriarcal y a la sociedad en general.

Había un nervio común que congregó a mucha gente y que trascendió como una ola la concepción de cada uno, los partidos, las ideologías, la mar en coche. Una amalgama a la que se sumó los que se deconstruyeron hace rato y los que tardaron un poco más pero que no dudan en considerar la agresión como insana y un peligro para la convivencia democrática.

Tomar el colectivo dos para arrimarse al Congreso de la Nación. Y de ahí a plaza de Mayo en la marea multicolor. A la multitud la une la alegría, la espontaneidad y lo diverso. Jóvenes, mediana edad, gente grande también. Pancartas acá y allá con ingeniosas frases, sentencias arrojadas al viento: Que ser facho vuelva a dar vergüenza; Que otres sean lo normal; Ante la desigualdad, la salida es colectiva.

En el trayecto, escuchamos una vez la marcha peronista, vimos banderas partidarias pero la bandera predominante fue la multicolor y la gente suelta y sin adscripción política manifiesta. Observamos de repente cómo se abrió un corredor casi sanitario en la multitud compacta por la avenida de Mayo con gente cantando: Madres de la plaza, el pueblo las abraza, abriéndole paso a una de las Madres como un gesto de pleitesía para que pudiera retirarse probablemente indispuesta. Los años no vienen solos, la dignidad de participar del colectivo Madres conmueve en un día de asfixiante sensación térmica. Había peronistas, radicales, socialistas, troskistas, sin filiación alguna, lo que quisieras buscar en la marcha que fue política pero más allá de los partidos.

Tardamos una hora con mi viejo en caminar por avenida de Mayo la cuadra que une Sáenz Peña con San José rumbo a la Plaza de Mayo. Doblamos para salir de la atmósfera pacífica, entusiasmada pero asfixiante por San José y poder detenernos a tomar agua. Espontáneamente unas jóvenes se pusieron a bailar sobre la calle. A la marcha la caracterizó eso: no había manual, surgían espontáneas las conversaciones, las selfies, los celulares amplificando canciones como parlantes, los bailes, los vendedores de cosas y de provisiones, las pancartas balanceándose en el torbellino hacia la plaza Mayor que también circulaba por Hipólito Yrigoyen, una de las arterias que desemboca en la Plaza. En la misma Plaza donde hace casi 47 años dieron por primera vez la vuelta a la pirámide las Madres casi solas, para que el pueblo las abrazara tiempo después. Este 1 de febrero el pueblo argentino se dio un abrazo en su majestuosa diversidad.

Se sintió tocado y marchó como en las grandes jornadas cívicas. Tenía cuatro años cuando me llevaron mis viejos a cococho junto con mis hermanas a ver la vuelta de la democracia bajo un sol tremendo como el de este primer día de febrero. No eran alfonsinistas mis viejos, habían votado al Partido Intransigente pero estaban ahí para cerrar junto a otros el período más aberrante, violento y fascista de la historia argentina. Como ahora, tantos años después, se trata de levantar una barrera contra el fascismo y la prepotencia gubernamental, que se cree con derecho para opinar sobre lo que es la vida privada y la libertad de la gente. Fue una respuesta emocional, emocionante y masiva del pueblo argentino.

Aquél 1983 y su primavera democrática trajo grandes deseos de participación en la población. Recuerdo con cariño que uno de mis tíos se afilió o firmó colaborando en juntar adherencias para múltiples partidos políticos. Eran las ganas de participar que se salían del closet donde la habían dejado retenida la dictadura. Ojalá esta marcha no sea un evento aislado, una respuesta contundente a la barbarie, a la sinrazón sino que también signifique una forma de seguir construyendo una mejor comunidad nacional donde haya lugar para todos en el día a día. Como decía una de las pancartas que mi hija me compartió: Que la empatía se haga costumbre. Que así sea.

author: Sebastián Giménez

Sebastián Giménez

Escritor y trabajador social. Autor del libro Victoria siempre (Editorial Sudestada), y de relatos cuervos y otros libros setentistas.

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