Política

¿En qué momento se jodió la Argentina?

Desde Twitter o frente a los periodistas militantes de LN+, Milei habla de la “decadencia argentina” o el “modelo de la casta” para referirse a nuestros últimos cien años de historia. En su infantil revisionismo invisibiliza al gobierno de Cambiemos, que significó un quiebre, de mínima, en relación a la nueva crisis de deuda. Algunos apuntes sobre el documento de Cristina.

“Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?”.

Mario Vargas Llosa (Conversación en la Catedral).

 

Hay algo fascinante y perturbador en el discurso de Milei. Algo que pone en aprietos a quienes hace años predican el enfriamiento de las ideologías. Se suele resaltar que el influencer libertario que llegó a presidente se la pasa todo el día en Twitter, que está obsesionado por la inmediatez, por esa hípervelocidad de las redes que obliga a compartir una información antes de siquiera chequearla. Ni a él ni a sus milicias digitales les importa si una noticia es cierta o inverosímil. Importa que circule, en la medida en que retroalimenta una cosmovisión cada vez más rígida. Pero esa mirada de conjunto necesita de una perspectiva de largo aliento y Milei la introduce en la agenda, sin pensar en si se ajusta a los tiempos de la televisión o si forma parte de las preocupaciones del público que todavía consume, con seriedad o ironía, la retórica mediocre de los políticos. 

Con total impunidad, se atreve a dictaminar lo que sucedió en los últimos cien años, de Yrigoyen para acá (la “decadencia argentina”, el “modelo de la casta”), así como sentenciar nuestro fracaso en el plano corto (después del 2001), cuyo catastrófico resultado sería el 57% de pobres que anunció la UCA. De hecho, Milei pide que le agradezcamos por evitar una hiperinflación que hubiese colocado la cifra por encima del 90%, como si en el incremento del índice no tuvieran ninguna responsabilidad las medidas sin escrúpulos ni contención del señor Caputo. Y acá la historia, que en principio habilita la reflexión, el estudio de los procesos desde distintas miradas, se superpone con el vértigo simplificador de las fake news. Semejante revisionismo sólo está permitido en el marco de una sociedad que, atrapada en el torbellino de la crisis y del fuego cruzado para encontrar culpables, se ha deshistorizado en una magnitud sin parangón. La narrativa más ideologizada se condensa en la banalidad absoluta y carente de criterio. El presidente que toma decisiones geopolíticas por soñar con el Rey David, que habla con su perro muerto a través de prácticas tarotistas, que likea tweets estúpidos y desopilantes, también cita (mal) a Gramsci y recupera para sus propios fines el lenguaje de la batalla cultural. Como dijo un usuario liberario en la plataforma de Elon Musk: “jódanse por politizar absolutamente todo, ahora lo hacemos por derecha”.

Al leerlo, los exponentes del “centro democrático”, los amantes del diálogo, de la rosca, de la moderación, de los acuerdos institucionales, quizá festejaron, demostrando que también ellos son capaces de exabruptos identitarios. Pero lamento informarles que esta no es su época. Que su estrategia se halla condenada al fracaso. Que lo que hay en juego es una guerra feroz del capital contra el trabajo y que la sociedad está cansada de la irresolución, no del griterío per se. Es constitutivo de la vertiente “antigrieta” concluir que el macrismo no es más que el reverso del kirchnerismo y, por lo tanto, ambos pertenecen a un mismo paradigma caduco. De manera que repiten la gestualidad de Milei: de noche todos los gatos son pardos.

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Aun si Milei es un imitador de Trump y Bolsonaro, el caso argentino tiene particularidades propias, tan palpables como descubrir que las opciones liberales siempre fueron exitosas en contextos de alta y prolongada inflación. Alsogaray no triunfó porque Menem hizo el “giro” desde la conducción del PJ, pero convengamos que a la larga sí prevaleció. Se impusieron sus ideas. La consecuencialidad programática es relevante. Para que “lo preferible” se toque con “lo oportuno”, por parafrasear el comienzo de Megafón, es necesario que sepamos qué es “lo preferible”, “lo deseable”, el “horizonte perseguido”. Porque de lo contrario, cuando la oportunidad se presente, será oportunidad de nada. Y se mantendrá la inercia de lo anterior. No hay ningún resumen más perfecto que ese de la experiencia fallida del Frente de Todos.   

Tener un programa no significa desatender las condiciones, subestimar “lo que hay”, proponer siempre lo mismo, desde 1945 a la fecha. Se puede ser taxativo y flexible. Hay que serlo. Pero lo que no se debe es andar improvisando, más en coyunturas álgidas y desafiantes. El documento de Cristina es mucho más inteligente que las canchereadas del streamer Guillermo Moreno, que se cree intérprete verdadero de los años dorados y recicla fórmulas para las que ya pasó su momento. Tener un programa quiere decir también definir quién es el enemigo, y extraer consecuencias de la decisión. Toda decisión es una crisis y, por ende, involucra una pérdida. No sale gratis. El enemigo no es un enemigo de Twitter. Es un enemigo al que hay que derrotar. Y para derrotarlo hay que hacer cosas en ese sentido, más allá de lo declamativo. Pero como vivimos en tiempos de liquidez, de falta de sustancia, de detrimento de los absolutos, entonces hacemos de cuenta que decidimos sin decidir, porque no queremos perder nada. Que fluya y no se manche. Así como millones de personas le temen a los sufrimientos del amor y quieren que un algoritmo les recete su felicidad, lo mismo sucede con la política. Para ganar, hay que arriesgar y saber perder.

Aceptamos entonces el juego de Milei de determinar cuándo se jodió la Argentina, incluso si ese juego poco le interesa a la mayoría de la población que hoy está debajo de la línea de la pobreza y no llega a fin de mes. Es incómodo discutir relatos históricos cuando las urgencias son tantas, pero también es inevitable si no queremos resignarnos a vivir dentro de la narrativa de ellos, que es igual de totalizadora que las del siglo XX. Que su fracaso no sea a costa nuestra, que no nos sea atribuido, que no envenene a la sociedad hasta el punto de liquidar toda su memoria y, en conjunto, toda su esperanza. De hecho, “Milei” nos ofrece la ocasión de restituir en el campo popular el valor de la audacia, de la intransigencia, de la desinhibición, de la utopía, de decir lo que se piensa, sin prestar atención al qué dirán. No hay que regir la conducta política en base a las encuestas de opinión o los editoriales televisivos de periodistas mercenarios.

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Desde mi punto de vista, las situaciones históricas no se repiten jamás en los mismos términos, pero cuando se renuncia a pensar por analogía se pierde la comprensión profunda de los procesos, que necesitan justificarse, explicarse o autopercibirse más allá de su orden inmanente o de sus variables en tensión. Cuando los nudos del pasado se hallan irresueltos, las metáforas se aproximan mucho más a la verdad que los análisis certeros de “lo que hay”, sobre todo en la historia argentina, que es una historia atravesada por el mito, una historia de fantasmas que retornan una y otra vez.

La tercera crisis de deuda, fundamental para explicar la crisis.

El macrismo significó para el período reciente lo mismo que la dictadura cívico-militar hace medio siglo. Un quiebre sin vuelta atrás. Y con similares efectos retóricos. Cuando la derecha publicita el “fracaso argentino” de los últimos veinte años, omite precisar que no se trata de una etapa temporalmente homogénea sino que en el medio hubo una “contrarrevolución” que desarticuló la matriz económica previa. Pasa igual cuando Milei narra el siglo XX como si el Terrorismo de Estado no hubiese llevado a cabo una formidable obra de destrucción y reconfiguración de la sociedad argentina. El macrismo rompió la Argentina kirchnerista tanto como la dictadura rompió la Argentina peronista. Romper quiere decir que desde las nuevas condiciones ya no se puede volver a hacer lo mismo que se hizo antes, ergo, que no se puede hacer de cuenta que no pasó nada. El “kirchnerismo de Alberto” simplemente fue un posmacrismo edulcorado, con tintes progresistas, de mejores intenciones que de voluntad y praxis transformadoras. Sin esa caracterización no se entiende lo que ocurre hoy en día.

Siguiendo con la analogía, convengamos que el gobierno del Frente de Todos fue un “alfonsinismo sin Juicio a las Juntas”, una réplica de la democracia de la derrota, impotente frente a su fenomenal crisis de deuda, sus presiones inflacionarias y sus embates reaccionarios. El poder económico no fue sentado en el banquillo de los acusados y entonces lanzó su contraofensiva, a la que ni siquiera opusimos resistencia. Por supuesto que hubo un imprevisto, la pandemia, que para nuestra generación fue el equivalente de la Primera Guerra Mundial. Y Milei es su hijo, como Hitler fue hijo de la derrota y la humillación de Alemania con el Tratado de Versalles. Tratado de Versalles que para nosotros es el acuerdo con el FMI, que el ministro Guzmán, hoy de vuelta explicándonos la “salida por el medio”, revalidó.  

Ahora estamos transitando el “camino de los 90”, de una manera quizá más agresiva y fascistoide, porque no hay Consenso de Washington, no hay clima de euforia por la caída del Muro y la disolución de la URSS, no hay fin de la historia; el mundo es conflictivo y desastroso, y Estados Unidos va lentamente hacia su decadencia como superpotencia global. Pero como tampoco sabemos muy bien hacia dónde vamos, en el intersticio asoman los monstruos, como diría Gramsci. Hoy el proyecto neoliberal, más que pretender el consumismo artificial de la clase media en un modelo de estabilidad con exclusión de entre la tercera parte y la mitad de la población (en su agonía), se propone la refundación de lo no-argentino, esto es, la destrucción de nuestro ADN. Cuando dicen que el problema argentino es un problema moral y cultural, se trata de un eufemismo de que el verdadero problema es que somos argentinos. La subjetividad arquetípica que buscan construir es la del especulador con pocos recursos que se quiere salvar en la timba, el trabajador de economía de plataforma, el usuario de redes, todos ellos envueltos en la abstracción del capital, sin contacto con la tierra ni con empleadores a quienes responsabilizar por su eventual malestar. En un texto anterior mencionamos que Massa como alternativa no era más que Cardozo frente a Cavallo, que es lo que sigue al actual momento Bunge y Born del gobierno, con un posible Plan Bonex a la vista y con la dolarización como final del recorrido. La posibilidad de un Plan Real fue abortada por el fracaso del ministro-candidato en el poco tiempo que tenía.

Las metáforas nos aportan claridad en un momento de oscuridad, zozobra, desorientación. No suponen identidad sustancial entre una cosa y la otra. Por lo tanto, no es obligado que vaya a pasar lo mismo. Milei quiere privatizar todo, quiere rematar el Estado, quiere aplicar a la Argentina la “solución” de las repúblicas bananeras: dolarizar, ser una colonia de un Imperio en retirada. Que logre hacerlo es otra cuestión, que depende de la política. De hecho, la Ley Ómnibus fue rechazada por el Congreso, contra todo pronóstico. Milei deseaba que fuera su Ley Habilitante, que el “centro democrático” (como el centro católico en la Alemania nazi) le diera los votos para investirlo como dictador. Si aquello sucedía, hoy estaríamos hablando de nuestros “créditos de guerra”, de cómo el “centro democrático” o la “socialdemocracia” traicionaron la democracia y le regalaron a un reaccionario la posibilidad presupuestaria de llevar adelante su guerra, que para él es más bien una santa cruzada. La posibilidad de esa traición hay que tenerla presente: no es seguro que no vaya a ocurrir. Pero sirven los ejemplos para confirmar que la política puede ponerle peros a la historia, que no está todo ya decidido por un destino inmanejable.

Es lo que advierte el documento de Cristina: el gobierno va hacia la dolarización. Hay que evitar que eso pase, si queremos seguir siendo una patria. También el texto, para romper con el hechizo del flautista de Hamelin, para evidenciar que Milei no es ningún profeta sino un farsante y estafador, ofrece un diagnóstico sobre qué es lo que jodió a la Argentina. Discutirlo parecerá anacrónico y poco prioritario, y sin embargo deberemos hacerlo una y mil veces. Recordar cómo estaba la Argentina en el 2015 no es una evocación nostálgica de algo que no volverá, sino una explicación de cómo se desencadenó la catástrofe. Había conflictividad política y desequilibrios macroeconómicos que era pertinente corregir, pero nada de eso justificaba lo que hizo Macri para sacar al país de la “crisis asintomática”, trayendo de nuevo al Fondo Monetario Internacional y sacrificándonos en el altar de la timba financiera. De la misma forma, tampoco la crisis mucho más profunda que heredó Milei (y que Alberto y Cristina no supieron resolver, de eso hay que pedir disculpas las veces que haga falta, sin entrar en los razonamientos enemigos) torna necesarias las “reformas” que hoy se quieren implantar, de las que no habrá retorno.

Dice Cristina entonces: no nos jodió el déficit fiscal, nos jodió la manera de hacerle frente. Milei dirá que fue la emisión desmesurada del Banco Central. Nosotros, el modelo de endeudamiento externo y acumulación por valorización financiera, que en el 2019 nos dejó en una recesión profunda con niveles de inflación estructuralmente altísimos y condicionamientos severos a largo plazo por la criminal deuda externa tomada por los embusteros de siempre, de modo irresponsable y sin pagar consecuencias. A la adicción de tomar deuda para pagar deuda (esto es, financiar la fuga de capitales) había que ponerle un límite desde el Congreso. Pero la alternativa política y económica consiste en resolver un modelo fiscal ordenado y progresivo, porque la deuda no es más que la consecuencia de ahorrarse el tributo sobre los que tuvieron ganancias extraordinarias en el último tiempo y aun así especularon contra el país (recién en el tramo final de la campaña, por instrucción de Cristina, Massa dejó de hablar genéricamente de “reducir el gasto” y puso la lupa en los impuestos que no pagan los ricos, en la evasión, en los subsidios que reciben). La saña de Galperin para con el aporte de las grandes fortunas lo aclara todo. Es verdad lo que dice Milei: la fiesta hay que pagarla. Pero la fiesta la celebraron las corporaciones, no los trabajadores que vienen perdiendo poder adquisitivo desde hace ocho años. Esa es la única discusión gravitante de la actual hora política. Usar a Milei, a su discurso, a su intensidad, a su base social enojada y frustrada, contra Milei mismo, contra el poder que comanda el gobierno y lleva el país al abismo. Levantar a la Argentina invisible y potencial contra la Argentina visible de la casta es la tarea del momento presente.   

author: Gaston Fabián

Gaston Fabián

Militante peronista. Politólogo de la UBA (pero le gusta la filosofía).

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