Militancia infinita
1 - Perspectiva infinita
Cuando nos adaptamos a la sociedad en que vivimos no hacemos nada por sí mismo cuestionable, pero dicha adaptación no califica sin embargo como propiamente ética si se reduce a la naturalización sin mas de sus normas. Lo que distingue a la moral de la ética es lo que diferencia entonces una mera adaptación natural a nuestro medio de ese camino que tentativamente podemos describir, desde Spinoza, como uno que acrecienta nuestra potencia de obrar. A grandes rasgos, es posible presentar al pensamiento de la finitud en consecuencia como aquel que se identifica con la moral a partir de una aceptación acrítica de la sociedad, mientras que el pensamiento de la infinitud, por su parte, está ligado en cambio a un espíritu crítico y propiamente militante respecto de lo social al estar orientado por una perspectiva ética.
Orientar nuestra práctica social en función de una perspectiva ética está, para Spinoza, en las antípodas de lo que puede sin embargo suponerse para el sentido común. Porque a diferencia de la moral, la ética propiamente dicha no se ocupa ni se preocupa en lo más mínimo por el bien o por el mal sino por lo que a cada uno, singularmente considerado, le resulta bueno o malo. Esto lleva a que orientar nuestro obrar según una perspectiva ética muchas veces esté reñido en consecuencia con lo que está bien, lo cual genera continuas recriminaciones por parte de los representantes de esa corrección política propia del pensamiento de la finitud. Y el mismísimo Spinoza, lejos de ser una excepción a esta regla fue justamente por eso excomulgado por su comunidad religiosa.
La herejía que había cometido Spinoza, sin embargo, claramente no resultó haberse opuesto a Dios sino a quienes, al contrario, por imaginar a Dios con las características propias de lo humano comprenden lo social entonces según las normas propias de la finitud. El punto de vista spinoziano es 'herético', por lo tanto, sólo respecto del tradicional paradigma finito de la razón. Y colocarnos junto con él en este mismo punto de vista supondrá entonces atrevernos al salto mediante el cual, tomando en cuenta a Dios, el pensamiento se descubre saliendo de sí mismo.
Si la segunda parte de la Ética de Spinoza se denomina 'Del Alma' es sólo porque su tema general son los pensamientos, y la cuestión que está siempre operando como trasfondo allí es eso que hace posible reconocer filosóficamente un pensamiento de la infinitud, a saber: que amar sincera y profundamente la verdad supone entender que las cosas no son nunca en y por sí mismas, sino siempre y propiamente ‘en’ Dios. Conocer una cosa cualquiera nunca consiste por eso para Spinoza aislar, simplemente, esas notas esenciales sin las cuales no podría ser concebida, sino algo mucho más profundo ya que, como “sin Dios, nada puede ser ni concebirse”, conocer implica una profunda actitud ética.
En sus famosas clases sobre Spinoza, G. Deleuze preguntaba, de manera obviamente retórica, por qué llamar ‘ética’ a una ontología como la de Spinoza. Y lo hacía sin duda para estimularnos entonces a tomar nota que en el ser mismo resulta indispensable hallar la traza misma de un camino práctico. Porque la misma pregunta que Deleuze hace respecto de Spinoza cabría hacerlo de otra manera, por supuesto, respecto de G. Hegel: ¿por qué llamar ‘lógica’ a una ontología, como en su caso?... Pareciera que, ya en los meros títulos de sus obras maestras, tanto Spinoza como Hegel realizan entonces una explícita declaración de principios acerca de sus respectivas concepciones del ser. La ontología ética se enfrenta a una ontología lógica, en consecuencia, y la actualidad de la propuesta spinoziana resalta con mayor claridad al calor de dicho enfrentamiento.
En los términos en los que Spinoza comprende a la ética necesita ser concebida apropiadamente como una militancia en tanto y en cuanto confronta, en primer lugar, a esta ontología lógica que conlleva una actitud pasiva frente a lo establecido. Pero tan o mas importante que eso es sin embargo la manera como despliega su cualidad ofensiva: nunca principalmente en contra de algo, sino a favor de una manifestación que de manera expresa se activa afirmativamente, es decir, jamás a partir de una carencia que se buscaría satisfacer sino siempre expresando su propia potencia vital. Por eso es que lo más propio de una teoría de la militancia como la que hoy estamos formulando, y la oportuna novedad que ofrece ella hoy para encarar nuestra práctica política en un momento político tan singular como el que nos toca vivir, resulta su peculiar perspectiva infinita.
2 - Unidad infinita
¿Cuál sería el rasgo de falsedad que supone el desconocimiento de Dios, y cuál la novedad que incorpora, en cambio, una perspectiva infinita cuando se propone reconocerlo?... Aún cuando, como es lógico, la respuesta acabada a esta pregunta exigiría copiar y pegar el entero texto de la Ética misma, salta a la vista que para Spinoza el rechazo a las normas morales no significa adscribir a un ningún relativismo, dado que quien abandona el bien y el mal como criterios para la acción, y lo reemplaza por lo que sea bueno para sí, resulta alguien que justamente ha comenzado a descartarse a sí como un fin en sí mismo y ha comenzado el camino que lo impulsa a concebirse dentro de un entramado en y por el cual su singularidad se halla en Dios, es decir, ligada de manera necesaria con los demás y con el universo.
Asumir como nuestro el punto de vista del infinito básicamente y en primerísima instancia supone, como bien resume Spinoza en el Apéndice a la Parte I de la Ética, dejar de adscribir ciegamente a esa concepción para la cual toda causa sea una causa final. Lo que pretende Spinoza no es rechazar toda noción de causalidad - y, por ende, a la razón sin más -, sino legitimar para la razón, al contrario y precisamente, entonces, una concepción de la causalidad diferente que no tome como modelo la forma como el hombre actúa, siempre por razón de un fin y sólo en función de un interés.
Por partir del hombre como sustancia, al pensamiento de la finitud no le cabe otra concepción de la causalidad que la propia del interés. Y para salir de este paradigma en la Ética se parte entonces directamente del infinito: no precisa, o no se detiene, en demostrar su existencia. Mas bien, la preocupación de Spinoza en ella consiste explícitamente - contra Descartes, y contra todo sentido común - en pensar entonces desde esa unidad a priori que no resulte de englobar cuantitativamente dentro suyo todo lo que es sino, al revés, desde esa intensidad por la cual todo adquiera en cambio su real sentido y necesidad por ser ella un efecto de sí misma.
No se trata por supuesto de una unidad que, separada de las cosas, actuaría a la manera de una causalidad final, sino una causalidad eficiente para la cual no sólo la causa sea inmanente a su efecto sino que, a la vez, el efecto también lo sea de la causa. Sólo siendo causa de sí misma es como esta unidad infinita califica propiamente militante, puesto que sólo creando es como al mismo tiempo se crea a sí: en tanto y en cuanto resulta imposible definir qué está en ella primero, o mejor, porque lo más propio suyo sea estar siempre en acto, califica así propiamente eterna.
Dado que no cabría llamarla de otra manera, a esta unidad infinita Spinoza da el apropiado nombre de ‘Dios’. Pero la Ética no se pregunta específicamente cuándo o cómo es que surge la idea de infinito en nuestro entendimiento finito. Su original ‘argumento ontológico’, por el contrario, da la impresión de no operar intelectualmente como en Descartes sino, mas bien, para dar cuenta de la cuestión práctica que pretende comenzar a abordar: el ser como potencia o deseo. Porque si la existencia está contenida en la esencia de Dios no se debe para Spinoza a que sea imposible, como para Descartes, restarle a ella la perfección sino porque, siendo ella puramente actual, la existencia le resulta inherente en este caso por definición. Y este es propiamente, entonces, el punto de vista de un torbellino dinámico que no puede escindir esencia de existencia ni causa de efecto.
Spinoza desarrolla una apuesta ética encarnada en una ontología de tipo afirmativa que bien puede resumirse como una concepción del ser que resultaría equivalente sin mas al deseo. Para Espinoza, entonces, podría decirse que el ser es efectivamente deseo, pero siempre y cuando entendamos por supuesto al deseo no como aquello separado de lo que puede sino, al contrario, como una fuerza no necesitada de nada para manifestarse puesto que, su propia forma, desborda de y sobre sí. Es la posibilidad de sintonizar dicha frecuencia - o de aumentar mas bien nuestra potencia, como dice Spinoza en la Ética – lo que definirá, en consecuencia, la característica esencial de un ethos militante.
3 - Tiempo infinito
Si la Filosofía en tanto tal puede ser definida, aún cuando en líneas muy generales, por supuesto, como el intento de separar a la doxa de la episteme - o, lo que viene a ser lo mismo, a la opinión de la razón-, Spinoza sigue adscripto sin duda dentro de este mismo planteo. Lo que lo hace a él original, en todo caso, es su crítica a una razón que, en última instancia, no deja de ser sino una opinión mas en tanto y en cuanto concibe, irresponsable y dogmáticamente, al hombre como sustancia y, por lo tanto, como algo que no precisa de otra cosa para existir. Ese es para Spinoza el eje del cual quiere él alejarse, entonces, para evitar que la sociedad misma se convierta en esa verdadera cárcel del alma cuando, desde el paradigma de la finitud, nos la presentan como si fuese un fin en sí.
En el orden del tiempo, lo infinito es imposible de ser pensado. Precisamos previamente abstraernos por eso de las referencias de un antes y un después para poder recién intuir – ya que no representar – lo que resulte una causa inmanente a su efecto. Esta es la pirueta ética que nos propone Spinoza, y lo más propio de una perspectiva como la suya. Aunque para poder captar la profundidad de su revolucionario alcance es preciso contrastarla con esa otra pirueta del pensar, propuesta doscientos años después por Hegel, que hace de lo absoluto un resultado finito que recoge en sí todos sus momentos previos.
Para Hegel, el absoluto infinito de Spinoza era una suerte de noche a cuya falta de luz se debía que viéramos pardos todos los gatos. La supuesta luz que Hegel introdujo en el pensamiento fue el tiempo, que hace de lo absoluto una inconfesada teogonía racional mediante la cual logra finalmente aprehenderse a sí mismo como tal, en el hombre, luego de perderse primero en la naturaleza y luego en la historia. Hegel pensó entonces al devenir mediante la negatividad como principio, apoyándose a así precisamente en aquello que a Spinoza más repugnaba: la causalidad final.
Cuando Hegel dice “lo absoluto no es sustancia sino sujeto, esencialmente resultado”, no sólo resume en buena medida su propia filosofía sino que explicita con quién está dialogando: al oponerse a Spinoza y su concepción de lo absoluto sustancial, lo que contrapone fundamentalmente Hegel es la negatividad del tiempo a la afirmatividad de la eternidad. Y la influencia de Hegel es tan grande que aún hoy, casi doscientos años después, escuchamos mencionar la palabra ‘eternidad’ y en nuestra razón tácitamente hegeliana se enciende una tonta alarma.
Para evitar caer en el paradigma finito que se impuso históricamente, y por el cual todo hacer se entiende como la supuesta conquista de algo que careceríamos y nunca como la manifestación de una potencia que sólo se quiere a sí misma, fue que el sistema filosófico spinoziano intentó revolucionar el pensar con una perspectiva infinita. Porque la eternidad para Spinoza no oscurece o diluye la acción como pretendía Hegel, sino justo lo contrario: comprende la acción como una manifestación armoniosa, libre de todo dualismo y, por ende, de toda violencia.
Como para Spinoza el cuerpo es la verdadera casa del alma, él considera que la creencia tradicional en la inmortalidad del alma expresa el triunfo de la perspectiva finita de la temporalidad por sobre la infinita de la eternidad. O, mejor, de cómo la eternidad ha sido concebida, cuantitativamente, según los parámetros de la temporalidad finita. Contrariamente a la opinión general, Spinoza dice que la eternidad no consiste por eso la mera duración indefinida de algo que exista, sino la condición de posibilidad misma de una existencia necesaria. Esto es lo que diferencia un criterio extensivo de otro intensivo, que es la misma que media entre algo que no podría ser de otra manera y que deberíamos aceptar para vivir más calmadamente o, al revés, algo que por causarse a sí mismo deseamos con fervor que sea tal como es.
Obviamente, Spinoza no niega al tiempo ni a la finitud. Si así lo hiciera, quienes lo califican como un ‘místico’ estarían en su peno derecho. Todo lo contrario, la eternidad resulta para él una afirmación decidida del tiempo, aunque dicha afirmación no puede hacerse efectiva sino desde un encuadre ético por la cual las pasiones propias de lo temporal pasen, de ser obstáculos, a convertirse en medios para la integración con uno mismo, con los demás y por sobre todo con Dios. Esa militancia infinita por la que abogó Spinoza toda su vida resulta así, en definitiva, la militancia por una razón integrada mediante la cual deberíamos poder superar al fin toda disociación para así poder ingresar, juntos y con paso firme, en el camino de una nueva tierra.
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