Apuntes sobre el debate entre los candidatos a vice
Tal vez lo mejor del debate haya sido cuando se alborotaron y superpusieron las voces durante ocho minutos para escándalo de las audiencias ordenadas y escrupulosas. Como en esos partidos de fútbol en que no pasa nada, no llega siquiera la pelota al área y los espectadores festejan el tumulto de los jugadores tras alguna brusquedad que nunca falta.
Agustín Rossi se exaspera un poco, Victoria Villarruel con esa voz casi marcial que le viene de herencia, los otros intervienen en la discusión pero con posturas raras, siguen reproduciendo citas o consignas del cassette como si un asesor les hubiera subrayado hablá de esto o aquello pero no reparan en que el momento es de tensión y fuego cruzado. Ese cotorreo superpuesto duró como ocho minutos antes de ser interrumpido por llamados al orden de los presuntos moderadores. Las cosas vuelven al cauce de discursos superpuestos con dos candidatos que se cruzan, el de Unión por la Patria y la de la Libertad Avanza, y los otros casi acompañando.
¿Dónde se juntan las líneas paralelas? En un punto allá en el infinito que nadie ve pero que se vislumbrará con más claridad el 22 de octubre. Dos candidatos buscando polarizar el enfrentamiento y la atención. Los otros, intentando un protagonismo desde lo discursivo o mostrando moderación, esa moneda que los electores arrojaron como cosa inservible en las primarias abiertas simultáneas y obligatorias de agosto pasado.
Rossi que busca escarbar en la herida del tema de derechos humanos, que se insinúa como el talón de Aquiles de Villarruel. Que dice que entrevistó a represores para un libro que nunca salió. Pero ella le tira por la cabeza el tema Milani, casi una provocación fungiendo casi de abogada de derechos humanos si es necesario a la coyuntura. Rossi balbucea un poco y luego se consolida en el argumento de la designación del ex jefe de Ejército por parte de la jefa de Estado y su nombramiento en suspenso cuando avanzaron las causas en su contra. Ustedes son 70 años de vivir del Estado y fracasos, espeta Villarruel casi reeditando aquella frase de los 70 años del peronismo tan cara a Juntos por el Cambio. Usted también vive del Estado, responde Rossi. El Estado, al fin y al cabo, somos todos. La motosierra no tomó la escena, a la hora de lo programático la libertad no avanzó en argumentos. Más bien respondió cuestionamientos y lo que consideran campañas de desprestigio casi desde un lugar de superioridad moral de nunca haber gestionado nada, ni un centro de estudiantes.
Usted es una infiltrada en la democracia como Astiz en los organismos de derechos humanos, trajo una imagen fuerte Rossi. A 40 años del resurgimiento de la democracia, su consolidación trae consigo la paradoja que puede consagrarse vicepresidenta una abogada de relación con genocidas y represores. Cuatro décadas hicieron de la democracia algo demasiado común, nos quedó generacionalmente tal vez demasiado lejos la dictadura, al mismo tiempo que se demostró que no necesariamente con la democracia se come, se educa y se cura. El consenso alfonsinista de democracia y derechos humanos aparece ya como una certeza interpelada por los libertarios y esmerilada por la inflación como en aquellos saqueos del 89. Incluso en medio del cotorreo de las voces superpuestas, algunos intentaban hablar para repetir: “la inflación, la inflación”, sin explicar bien cómo se combate eso ni a qué costo. Está por verse si el consenso alfonsinista cae vencido, aunque sea parcialmente, a manos de una especie de representante de los carapintadas pero por medio de los votos.
En mi barrio le dicen ñoqui, usted no hizo propuestas de seguridad en la cámara de diputados, le espetó a la candidata libertaria Luis Petri. Al límite del tiempo, el halcón bullrichista espetó que iba a mandar presos a piqueteros y a Baradel sin explicar bien por qué. Mano dura y nada más, la pobreza de las propuestas quedó refrendada también en la desangelada interpretación en el debate del candidato a vicepresidente, cuyo espacio tuvo que casi pedirle ayuda a Melconian para tener algún argumento o discurso que mostrar. Florencio Randazzo apareció diluido por la polarización (o cuadro de tercios) y definiciones de manual de instrucción cívica con las que acordamos todos pero prácticamente no sirven de nada a la hora de movilizar adhesiones. El modelo presuntamente exitoso del cordobesismo se insinúa con dificultades para exportarse a nivel nacional.
Nicolás del Caño se definió socialista y le habló sobre todo a los suyos, el electorado de izquierda. Impugnó a los otros candidatos con fuerza, sobre todo al gobierno y a la representante libertaria, como si supiera que de los votantes de Randazzo no puede sacar nada. El suyo puede considerarse también un voto antisistema pero con grandes dificultades para que adhieran a él las mayorías. No es probablemente solo por falta de conocimiento del electorado sino por brindar soluciones radicales pero sin explicar estaciones intermedias más realizables antes de la llegada de la pretendida economía socialista administrada por los trabajadores. Programa de máxima, poca propuesta de mínima de donde agarrar un voto para que no le suba el precio de la garrafa a la familia humilde, algo. Su obsecuencia, sinceridad y obstinación sin embargo merecen destacarse, siempre con la misma camiseta y pateando para el mismo lugar.
Del Caño extremo y lejano, Randazzo sólo correcto sin mover el amperímetro, Petri con poca metáfora a la que aludir o enamorar, quedó como resultado el enfrentamiento de Rossi con Villarruel como síntesis tal vez simple, incluso triste si se quiere del debate. El peso de años de gestión de un lado con la cándida pureza de los recién llegados del otro y la ventaja que eso conlleva en momentos de una gestión gubernamental que se fue deshilachando en una crisis prolongada.
¿A dónde va la gente? A respaldar la coyuntura con promesas de mejorar o a dejar atrás la realidad insoportable yendo detrás de los profetas de la esperanza dolarizada. ¿Hay algo peor para una fuerza de izquierda, que convertirse en sinónimo de statu quo? Estamos mal, pero no tan mal como si ganaran ellos, podría guiñar Rossi. Fracasado, le espeta Villarroel. Vividor del Estado. ¿Y qué es el Estado? Somos todos. O muchos. Por ahora. Mirando expectantes cómo se desencadenan los acontecimientos, uno de los cuales es este debate, pero no el más importante. Ganó Villarroel, rezan las placas de TN para mostrar no otra cosa que la fidelización del encuestado opositor que mira esa señal.
En el horizonte, los debates presidenciales y su capacidad relativa de influir en el voto. Que se define tal vez más en la verdulería donde el laburante va a comprar cada día viendo derruido su sueldo. Pero ahí está el nuevo round, el debate presidencial que se avizora el 1 de octubre. Apuntando también que la relatividad de su influencia puede volverse absoluta si los resultados traducen márgenes estrechos de diferencia entre los candidatos. Otro acontecimiento antes del partido final del 22 de octubre, en que los argentinos elegirán probablemente entre una especie de statu quo al que le cuesta volverse atractivo cada vez más y una motosierra que se levanta como amenaza en el horizonte pero con la esperanza difusa del billete verde con la estampa de Franklin en cada bolsillo.
La polarización buscada otra vez. Para diluir el tercio que se insinúa más débil. La paradoja de los halcones de Juntos por el Cambio pareciendo palomas de la paz al lado de los libertarios. Y demasiado derechosos al lado del gobierno. Ese no lugar y el riesgo de perderse en la finalmente angosta vereda del medio. El gobierno polarizando con Milei y caminando por la cornisa del riesgo de que tal vez triunfe el libertario en primera vuelta, posibilidad que no quiere ni siquiera nombrarse.
Cosas que se juegan en una elección. Pero que es mucho más que eso en situaciones de crisis. Puede vérselo como una especie de disyuntiva entre el individuo y la comunidad. Nadie se realiza en una comunidad que no se realiza, supo decir la máxima peronista pero huérfana de carnadura social en la actualidad con el cincuenta por ciento de pobres. Si la comunidad no se realiza, que se salve quien pueda o por sus propios méritos, podría reponer la meritocracia cambiemita o los libertarios. Y el debate también arrastra el qué hacer con el patrimonio común que encarna el Estado. Fracasos, statu quo actual que ya no se vuelve tentador extender en el tiempo, y la motosierra esperando e irguiéndose como amenaza de derruir los marcos de protección o lo que queda de ellos o el sueño de una sociedad mínimamente integrada. No es una batalla definitiva, porque no hay fin de la historia como se demostró inexacta la sentencia de Fukuyama. Pero se vuelve indudablemente importante cuidar esos consensos democráticos y una sociedad que sueñe con ser lo más inclusiva posible cada vez. Democracia y derechos humanos que no deberían ser materia de debate.
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