Política Historia

Apuntes sobre el General Belgrano en el norte (parte uno)

El historiador quilmeño Matías Escot se mete en una etapa fundamental de la vida y obra patriótica del General Belgrano: la jefatura del Ejército del Norte. Aparte, un amor prohibido y las citas de una de sus máximas admiradoras: CFK.

23 de Junio de 2024

Pintura portada: Juan Ángel Boero

CFK y la historia nacional

Cada vez que leo e investigo sobre Belgrano, su figura se agiganta más –se trataba de un pequeño gigante de 1.67- ya que sus conocimientos y su entrega a la Patria fueron inmensos. Empecé a leer con más profundidad a partir de las palabras de Cristina Fernández, creo que fue en un acto en Hurlingham, en el día de la bandera, 20 de junio de 2013. Será que los líderes políticos de magnitud que son lectores de historia eligen referencias para nada antojadizas. Es otro costado que merece analizarse de la líder política, sus lecturas y en este caso de la historia argentina. La presidenta de la Nación, dijo en aquella tarde en el oeste conurbanero que “cuando tuvo que elegir la vocación y el deber, eligió el deber para construir y defender la patria”.

Este escrito se propone ofrecer algunos rasgos del universitario, diplomado en Salamanca, que siente que debe servirle a la patria, más allá de su vocación. Su etapa en el norte, no tan divulgada, -si estudiada académicamente- y los actos de coraje cívico que no solo valen la pena rescatar, sino que nos interpelan en esta actualidad mezquina y con gestos antipatrióticos.

Entre la Patria y un amor prohibido

Belgrano cabalga por el norte argentino con la patria al hombro, con una mujer atravesada en su garganta, ya que se ha enamorado de manera clandestina de una mujer casada, Josefa Ezcurra, la hermana nada más y nada menos que de la mujer de Juan Manuel de Rosas, Encarnación Ezcurra. Cabalga Belgrano, en una tierra llena de incertidumbre, conspiraciones y traidores. Pero no cabalga solo, sino también lleva a cuestas un sueño, sueño de libertad de una república con instituciones, libertades públicas y políticas, pero con base en un principio, una palabra que resuena desde el fondo de aquellos tiempos y hoy nos interpela más que nunca: la igualdad. Todo eso lleva encima, y lo acompaña un ejército indisciplinado, con internas, y poco profesional. Porque la grandeza de este pequeño hombre es que debe ponerse el traje de militar, y no lo es.

Pero, ¿quién es este general que cabalga un sueño llamado las Provincias Unidas del Sur, y que está convencido de la independencia de los godos?

Es hijo del comerciante Domingo Belgrano Peri y María Josefa González Casero. Vive sobre la actual Avenida Belgrano al 400, cerca de la iglesia Santo Domingo, y allí inicia su formación y realiza sus estudios secundarios en Bolívar y Alsina, en el Real Colegio San Carlos, el antiguo colegio que posteriormente se transformaría en el Colegio Nacional Buenos Aires. Como Domenico logra una buena posición económica, y puede, una vez recibido del secundario, estudiar la carrera de leyes en Europa, en la Universidad de Salamanca y la de Valladolid, y realizar una pasantía como abogado en Madrid.

Vuelto a Buenos Aires trabaja en el consulado para la Corona Española, y conoce en 1802 a Josefa, ya casada, con quien comienza un amorío. Los sorprende un acontecimiento trascendental: las invasiones inglesas. En 1806 cuando el mariscal londinense William Car Beresford pisa las costas quilmeñas, y avanza para llegar al centro de la actual Capital Federal, todos los funcionarios firman fidelidad a Jorge III; hay solo uno sólo en la Capital que se niega: el propio Belgrano.

La historia de su vida es lineal, hasta que su primo Juan José Castelli, le canta las cuarenta al Obispo Lué, en aquel día lluvioso de mayo, en el Cabildo Abierto, y tras idas y vueltas surge el primer gobierno patrio, y una junta que lo tiene de vocal, y comienza el sueño de la Independencia.

Manuel, la independencia y sus tareas

Inmerso en el torbellino de esos años revolucionarios, el Triunvirato lo envía al norte a realizar una tarea que no le es propia: hacerse cargo de un ejército derrotado, y reemplazar a Juan Martín de Pueyrredón. Entonces allí va el carruaje de Belgrano atravesando caminos insondables, el inhóspito norte santafesino, la calurosa tierra santiagueña, y con un imponderable: una inesperada correntada atravesando el río Pasaje arruina su carruaje. Por lo tanto debe afrontar el último tramo a caballo. Afiebrado y con una duda existencial, Manuel Joaquín del Corazón de Jesús se pregunta a sí mismo, si de aquel intelectual que conoce la economía, las ideas políticas y las leyes de su tiempo, puede surgir no solo un jefe militar, sino un guerrero.

Sale de Buenos Aires el 1 de marzo, y luego de 26 días de viaje, se presenta en la posta de Yatasto, perteneciente al departamento de Metán, Salta, para hacerse cargo de ese tumultuoso Ejército del Norte. Convengamos que no era un Ejército, era una milicia popular cuya disciplina y autoridad de los que mandaban se conquistaban día a día. El diplomado en Salamanca tenía un desafío aún más arduo transformar a esta horda, con hábitos, disciplina y técnicas en un ejército regular.

¿Pero quiénes eran estos hombres devenidos en soldados de la patria?, ¿Cómo estaba formado aquel díscolo Ejército del Norte?

El Ejército del Norte: una empresa titánica

El gauchaje tucumano formaba una caballería sin capacitación militar, pero con un enorme coraje y con un nivel de alaridos que se asimilaban a los vándalos asolando las puertas de Roma. Sus armas eran las lanzas, cuchillos atados a palos, lazos, puñales y boleadoras. Cuchilleros también eran los salteños; uno muy certero fue Apolinario “Chocolate” Saravia, quien con su cuchillo en una de las batallas salvó la vida de José María Paz. La columna del general José Superí integrada por pardos y morenos que esperaban tras la revolución que se declarara la abolición de la esclavitud, pero estando en el Ejército tan solo eran libres por participar. Por su parte los jujeños eran mejores en la lucha cuerpo a cuerpo, diestros con sus lanzas y de un arrojo inusitado.

Como vemos, era un ejército heterogéneo, sí con buenos generales como Ignacio Warnes, Carlos Forest, Juan Ramón Balcarce, el nombrado Superí y uno de los más arrojados al combate, pero con mucha astucia y liderazgo en la infantería: Manuel Dorrego. Por último, en los cañones estaba Eduardo Kautnitz, el Barón de Holmberg, un austríaco nacido en Tirol, quien por supuesto llegó a estas tierras por ser allegado a José de San Martín.

La diversidad de mandos, los egos entre los generales, y cierto manejo intempestivo y personalista de Manuel Dorrego, generaban un marco complejo a la hora de mandar, sumado a una tropa desmoralizada tras la derrota contundente a orillas del Río Desagüadero en Huaqui, a manos realistas, generaba un gran desafío, para el universitario de Salamanca devenido a general de la patria.

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