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“El teatro es nuestra pequeña trinchera de resistencia”

La dramaturga Patricia Zangaro conversó con Maximiliano Curcio sobre Libertins, escrita por ella, que tiene una fuerte reminiscencia con el espíritu revolucionario de los años setenta pero también con el presente, atravesado por rugidos en nombre de la libertad. “Lo que caracteriza al arte en general es que no hay mandato, sino de deseo y pulsión vital creativa”, apuntó.

Foto: Imagen: Jorge Larrosa para Página 12

En la obra “Libertins”, en cartelera en el Teatro CELCIT durante los sábados de septiembre, Patricia Zangaro evoca tiempos en donde la revolución socialista era un horizonte posible en Latinoamérica. Una inquietud flota en el aire de la escena: ¿qué queda en pie de los ideales emancipatorios? Por deseo y pulsión vital, su teatro no cesa de manifestarse, y toda pregunta lleva a una puesta en crisis, mientras la autora reflexiona acerca de la verdadera concepción de libertad, en medio de un contexto de peligrosos discursos totalitarios, acentuación de las desigualdades y valores sociales degradados.

En conversación con Revista Kranear, la destacada dramaturga también nos comparte las motivaciones de un proyecto como “Transoceánicas”, una celebración teatral de dos grandes figuras iberoamericanas como Griselda Gambaro y José Sanchís Sinisterra.

¿De qué modo “Libertins” evoca los tiempos revolucionarios?

“Libertins” evoca los tiempos en que la revolución socialista era un horizonte posible en el continente latinoamericano, allá por los sesenta y principios de los setenta.  Desde una perspectiva generacional, es decir la propia, yo voy a cumplir sesenta y cinco años y esta obra tiene que ver con mi generación. Una generación en la cual, como se dice en uno de los textos, “éramos demasiado jóvenes para haber hecho la Revolución y ahora somos demasiado viejos para poder reírnos de su fracaso”.  Efectivamente, éramos muy jóvenes. Me refiero a esa generación que en los años setenta estaba en el colegio secundario o apenas terminándolo, cuando fue el golpe de Estado. Y en aquellos tiempos, dos o tres años hacían una gran diferencia; no era lo mismo tener quince que dieciocho. En general, la generación comprometida con la militancia y la lucha armada en aquellos tiempos era un poco mayor, si bien por supuesto hubo adolescentes que desde muy jovencitos se comprometieron políticamente (‘La Noche de los Lápices’ es una evidencia de ello), pero me refiero justamente a esa generación.

¿Cómo te identificás con esa generación? ¿Qué ocurría en aquellos años?

Como parte de quienes todavía estábamos todavía en el colegio secundario y no fuimos protagonistas de esa década, pero, sin embargo, sufrimos todas sus consecuencias porque pasamos nuestra primera juventud. Son años de poderío, en donde se sale al mundo para conquistarlo todo, bajo las botas, en medio de la represión más brutal que vivió el país. Estamos absolutamente marcados y marcadas por esa experiencia. Desde ese punto de vista generacional es que se evoca en “Libertins” esos tiempos, y desde esa frase que te mencionaba, que, para mí, condensa mucho el universo de la obra.

¿De qué forma utilizaste el hallazgo de un viejo manuscrito anónimo como disparador y elemento de cambio?

En realidad, ese manuscrito anónimo que, por supuesto, es una invención -porque está escrito por mí-, tiene que ver con una investigación, una indagación dramatúrgica que yo había hecho hacía unos años. “Libertins” data de 2016, aproximadamente, que fue el año del Bicentenario de la Independencia, cuando había muchas convocatorias, concursos de dramaturgia y demás, para escribir sobre la emancipación americana. Y en ese momento retomé, como decía, una indagación dramatúrgica que había hecho hacía unos años, que eran escenas sueltas en las que intentaba explorar el lenguaje y universo del Marqués de Sade. Eran unas pocas escenas inconclusas y son las mismas que se utilizan en la obra. A partir de la relectura de ese material que nunca pude concluir, me apareció esta imagen de estos tres actores de mi generación intentando hablar sobre una revolución que nunca hicieron. Así que eso que en la obra se vislumbra como elemento disparador para que ellos den cuenta de sus propias experiencias individuales y colectivas. De alguna manera replica lo que me ocurrió a mí en el proceso creativo: a partir de esas escenas que tenía inconclusas, aparece este mundo en este ‘aquí-ahora’, donde estos tres actores en esta especie de sótano, embriagados por el vino y marcados por la sensación de fracaso, se encuentran para ensayar y a partir de eso aparecen sus vivencias personales.

¿Por qué el sexo y el vino funcionan como consuelo para reprimir heridas?

Más que reprimir yo diría para restañar heridas, y en el caso del vino sobre todo… el vino como evasión para aliviar el dolor, para huir del dolor, una evasión quizás más próxima a este recorte generacional, seguramente hoy serían otras las formas de evasión para estas generaciones más jóvenes. El sexo en realidad, más que como consuelo aparece como en el plano del ‘aquí-ahora’ de los tres actores encerrados en el sótano, asociado a recuerdos de esa adolescencia traumática marcada por la experiencia del golpe y el terrorismo de Estado. También en ese plano, así como la libertad fue truncada, asimismo la experiencia sexual es reprimida. Y en el plano de la ficción, que es eso que ellos ensayan sobre este personaje inglés, una especie de émulo del Marqués de Sade que pretende hacer la revolución a través del sexo. Es decir, el sexo se muestra como instrumento de la revolución en este proyecto delirante que él tiene, al promover el libertinaje en estas tierras, dominio de España en el Río de la Plata. Lo dice en un momento: “cuánto más disolutos se vuelvan tus rebeldes, más arderán en deseos de alzarse”, como si propiciando este desenfreno sexual pudiera también propiciar la rebeldía de los criollos contra la opresión española tan atravesada por la Inquisición y el aspecto más tétrico de la Iglesia.

‘Liberté, egalité, fraternité’. ¿Qué queda en pie de los ideales emancipatorios?

Esto ya tiene que ver con lecturas propias sobre la obra, justamente los ideales de la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad. También es una gran pregunta sobre qué es lo que quedó de aquellos ideales emancipatorios en estos tiempos tan oscuros que vivimos, marcados por el resurgimiento de proyectos totalitarios, autoritarios que promueven, más que la igualdad, la acentuación de las desigualdades. Entonces, de alguna manera, más que una respuesta aquí hay una pregunta, ¿no? Una pregunta que flota en el aire de la obra, que lleva a estos personajes a preguntarse sobre el pasado, sobre ese pasado como trauma y como marca, y sobre el presente.

¿Por qué la concepción de libertad se reduce a la 'libertad de mercado'?

Esta es una pregunta que me hago yo en medio de un contexto, el contexto que vivimos donde hay una degradación de la palabra libertad; ahora no se habla de libertad sino de libertarios y estos libertarios hablan de la libertad de mercado, como el bien supremo digamos. El ideal máximo de una sociedad donde toda la libertad finalmente se reduce a la libertad de poder comprar y vender, incluso la vida humana, entonces esto no es una afirmación sino justamente una interrogación: ¿cómo se ha degradado la concepción de libertad? Y toda pregunta lleva a una puesta en crisis de determinados paradigmas que se van volviendo hegemónicos, y la puesta en crisis de cualquiera de ellos es lo que nos hace posible pensar e imaginar otras configuraciones posibles de la realidad. Esto es lo que mantiene vivo el sentido crítico frente a un pensamiento hegemónico.

¿Cómo ves a nuestra sociedad de cara a las próximas elecciones de octubre?

El escenario de cara a las elecciones de octubre es el más dramático que hayamos vivido en cuarenta años de democracia. La falta de respuesta a las necesidades de amplios sectores de la población por parte de la dirigencia política ha permitido el surgimiento de una nueva fuerza cuyo advenimiento supone la ruptura misma del pacto democrático. Quienes por nuestra actividad participamos de algún modo u otro de la conversación pública debemos advertir sobre el peligro que el movimiento 'libertario' significa y superar los antagonismos que nos han llevado a la fractura social que hizo posible la aparición de Javier Milei para comprometernos a poner por encima de toda diferencia la defensa del contrato social que nos instituye como Nación.

¿Con qué herramientas el teatro debe combatir impotencia y abulia?

El teatro no debe combatir nada. Yo creo que, justamente, lo que caracteriza al arte en general es que no hay mandato, no se trata de mandatos, se trata de otra cosa: de deseo y pulsión vital creativa.  El teatro, como cualquier otra disciplina artística o expresión, permite, a través de la imaginación y la configuración de otros mundos posibles más allá de la realidad andada, la ruptura del status quo. Eso hace a la naturaleza del teatro. El teatro y la teatralidad en general, proponen en su hacer mismo, en ese presente, la ruptura de la estabilidad, la transformación y el cambio, porque eso es finalmente la acción dramática. Eso que sucede en el aquí-ahora en el teatro es, justamente, otra realidad posible, otro mundo posible. La transformación y el cambio son posibles, entonces, esa es la naturaleza de nuestra labor y del arte en general. Imaginar otras configuraciones posibles de la realidad y eso, en sí mismo, es lo que puede combatir la impotencia, la abulia, la parálisis, la resignación, la aceptación de lo dado como único horizonte.

¿Qué significa en lo personal poder estrenar esta obra en el CELCIT?

Es un espacio muy importante, por la labor constante de formación de cursos y talleres, seminarios, charlas a cargo de teatristas de toda Iberoamérica, pero también en la difusión de la dramática iberoamericana, a través de su biblioteca virtual. Es vital su labor de promoción y difusión del teatro, así que siempre es un placer trabajar en el CELCIT, tanto en este proyecto “Libertins” como fue el proyecto de “Transoceánicas” que dirigió Carlos Ianni, y donde el público nos acogió con especial amorosidad.

Conversemos acerca de otra de tus obras: ¿qué representa en tu trayectoria “Transoceánicas”?

En principio, es la obra que hicimos durante el año pasado y parte de éste en el querido CELCIT -que también está alojando “Libertins”- y que tuvo que ver con un homenaje teatral. Más que un homenaje es una celebración teatral a la vida y obra de dos grandes de la escena iberoamericana que son Griselda Gambaro y José Sanchís Sinisterra. Un espectáculo que quisimos mucho, en verdad entrañable, con un equipo extraordinario de actores: Ana María Castel, Guido D´Albo, Teresita Galimany, Pepe López y Daniel Di Cocco.  Quiero aclarar que la obra fue estrenada con Pepe López y, en este segundo año su personaje, que de alguna manera es el alter ego de José Sanchís Sinisterra, lo hizo Daniel Di Cocco, que también trabajó preciosamente. Así que para mí significó ese espectáculo la posibilidad de sumergirme nuevamente en la obra de estos creadores que conozco y admiro profundamente y entretejiendo textos de ambos.

¿De qué forma influyó la pandemia en su concepción?

“Transoceánicas” me permitió imaginar un diálogo posible entre ellos a pesar de la distancia, a pesar de que los separe un océano. Como ese texto fue concebido en tiempos de pandemia, donde no era posible justamente cruzar ese océano y el sólo hecho de encontrarnos, esto cobraba un sentido todavía más profundo. Esa voluntad de, a pesar de todo, seguir tendiendo un puente hacia el otro y abrazarlo, estableciendo un diálogo tan distante como cercano.

¿Podrías compartirnos un reto profesional que recuerdes?

Cada proyecto es un nuevo reto profesional. Tanto ahora el estreno de “Libertins” en el CELCIT, con la dirección de Gustavo Insaurralde y actores tan extraordinarios como Mónica Felippa, Daniel Dibiase y José Manuel Espeche, como con la adaptación que hice del clásico de Discépolo, “Amanda y Eduardo”, que se está dando los domingos en el Patio de Actores. Todos son retos profesionales, cada uno de ellos. Seguramente, el que fue más particular es “Transoceánicas”, porque significaba abordar la obra de dos creadores que admiro profundamente y a los cuales me une una amistad de casi treinta años, que son Griselda Gambaro y Sanchís Sinisterra. Entonces, allí había muchos desafíos: por un lado, qué recorte de su obra hacer. En el caso de Griselda, como el proyecto se armó en espejo con España tenía que ser una obra que pudiera ser una puerta para que ella fuera más conocida de lo que es y merece ser en España, que era un poco el motor inicial de Sinisterra al abordar un proyecto sobre su obra.

¿Cuál fue tu principal motivación al encarar este proyecto?

El poder difundir una creadora imprescindible del teatro iberoamericano en España, pero también al hacerlo acá, tomar fragmentos de su obra que no fueran tan conocidos, porque su obra acá es sumamente conocida. En el caso de José, también se lo consulté; él quería que se trabajara sobre su teatralidad menor, entonces eso también fue un desafío, es decir otra vez recurrir al recorte.

¿Y de qué modo procediste a dichos recortes?

Intervine la obra de ellos para que cada fragmento tuviera autonomía y pudiera ser comprendido más allá de la totalidad a la que pertenecen y después imaginé ese diálogo posible entre ambos, de alguna manera apropiándome de sus voces, de voces que yo tengo muy incorporadas en el oído por conocerlos, por hablar con ellos, por tener largas conversaciones, encuentros muy profundos; pero dar cuenta de ello era una enorme responsabilidad, así  que ese es un proyecto que fue muy desafiante, muy hermoso. Por otro lado, porque poder celebrarlos en escena, que es la esencia de la vida de los dos, era una invitación, un convite delicioso. Algo que implica también una gran responsabilidad y desafío y creo que, gracias a la dirección tan cálida y entrañable de Carlos Ianni, así como el trabajo de los actores, hemos salido airosos de ese desafío.

¿Cómo definirías tu dramaturgia?

Como un oficio, el oficio que me define como mi estar en el mundo. No sé si lo hago bien, pero si sé que es lo único que sé hacer. Me gustaría muchísimo escribir narrativa, escribir un cuento, una novela, escribir poesía que me parece tan extraordinaria como escritura, tan cercana a la música, y a eso inefable que tiene la música, qué paradoja… pero sólo sé escribir, más allá de su resultado, obras de teatro. Seguramente es porque mi origen es como actriz, me formé como actriz, es el lenguaje que conozco, el lenguaje de la escena. Y ese oficio es también mi horizonte de sentido, lo que permite atravesar los días y las horas tratando de encontrar un norte a nuestra existencia, cada uno desde su lugar, ¿no?

-¿Necesitamos al teatro hoy más que nunca?

En estos tiempos más que nunca, tiempos oscuros que vivimos. El teatro y cada una de las expresiones artísticas es nuestra pequeña trinchera de resistencia. Volvemos a los sótanos a encontrarnos, a decirnos y a poder imaginar, que ya es, de por sí, un acto de resistencia absoluta. Poder imaginar otros mundos posibles, otras realidades posibles.

author: Maximiliano Curcio

Maximiliano Curcio

Nació en la ciudad de La Plata, Argentina en 1983. Es escritor, docente y comunicador, egresado de la Escuela Superior de Cinematografía

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