Me propongo escribir sobre Juan Domingo Perón. Y por esa razón, sería imposible tildarme de adelantado, original o innovador tan siquiera. Millares de personas en todo el mundo ya lo hicieron: sea para tratar de explicarlo, para endiosarlo o para execrarlo.
Pero ciertamente hay un costado, un segmento, una línea, que nunca fue tratada en su conjunto ó en su totalidad. Me refiero al Perón personaje que puede ser parte de diversos universos no necesariamente contrapuestos aunque tampoco indefectiblemente unidos. La ficción, la lucha y el combate, la resistencia y el mito.
Seguramente usted debe desconocer que hay un Perón personaje de novela. El escritor, dramaturgo y novelista británico William Somerset Maugham (1874-1965) en su obra Christmas Holiday publicada en 1939, da vida a un personaje llamado John Perón que era miembro de la Real Academia y que entre 1880 y el fin de la centuria, había hecho muy buenas ganancias pintando retratos de jóvenes mujeres vestidas a la moda del siglo XVIII en compañía de caballeros igualmente trajeados. ¡Cuántos gorilas de diverso pelaje hubieron respirado tranquilos si ese hubiera sido el único Perón que se les cruzase en la vida!
Por nuestras tierras –siempre en el terreno de la literatura; humorística en este caso- el escritor y médico Eduardo Wilde (1844-1913), hace mención en uno de sus escritos a un chocolatero (fabricante de chocolate) francés, de apellido Perón, que había dado su nombre a ese producto repleto de calorías, inventando así mismo un slogan que proclamaba El chocolate Perón es el mejor chocolate. El relato que hace Wilde en 1874, de cómo este hombre impuso su producto, se asocia rápidamente con la necesidad que tuvieron todos los políticos argentinos desde 1943 en adelante de relacionarse de alguna manera con nuestro Líder (en el gobierno o en el exilio) para no quedar irremediablemente afuera del juego político.
Veamos: “La casa de Perón era un verdadero jubileo (…) desde Madrid, que es la ciudad en que indudablemente se toma más chocolate, se solicitó facturas del señor Perón y una sucursal fue establecida en aquella corte, y la reina no tomaba otro chocolate que el de Perón, y comenzó la falsificación y hasta los mismos chocolateros, que confeccionaban chocolate mejor que el de Perón, se vieron obligados a poner el rótulo francés a su chocolate, pues no tomando nadie sino chocolate de Perón, se exponían a quebrar si se obstinaban en vender otro chocolate” Si se me permite una licencia socio-histórica, seguramente con el tiempo de haber persistido en su encomio, aquel Perón también podría haberse convertido en “el primer trabajador”.
El escritor irlandés, nacido en Dublín, educado en una familia pobre y protestante, George Bernard Shaw (1856-1950), ganador del Premio Nobel de Literatura en 1925, también hace mención con 94 años de vida y en el año de su deceso, al fenómeno Perón; reivindicando para si, de alguna manera, la paternidad de la doctrina peronista, nada menos. “Todo lo que el general Perón dijo lo había dicho yo antes de que él naciera. Si la República Argentina exporta toda su carne y vive de verduras crudas, como yo lo hago, criará la raza humana mejor del mundo”. Pero yo le desconfiaría un poquito a su consejo, porqué a qué lugar del planeta por aquel entonces se iba a exportar la carne, que no fuera el Reino Unido del cual él, era un súbdito más. O sea que ellos se comerían toda nuestra carne y nosotros a alimentarnos a base de lechuguita.
No me cierra… De todos modos, muchas gracias igual, por el consejo.
Cerrando el dossier cuento y novela, debe decirse que el escritor contemporáneo nacido en Perú, Alfredo Bryce Echenique suma a su profusa narrativa, una ficción titulada, El carísimo asesinato de Juan Domingo Perón. La trama es que a fines de los años ’60, tres “buscas” latinoamericanos que sobreviven como pueden en la ciudad luz, son contratados para asesinar al mítico general argentino exiliado en Madrid. El relato es parte del libro Guía triste de París, publicado por Alfaguara en 1999.
En octubre de 1990 pasó por cuatro salas porteñas al mismo tiempo una película policial titulada Impulse y rebautizada en castellano Tentación Peligrosa, del ignoto director Sondra Locke. El guión gira sobre el tráfico de drogas, la violencia desatada en ese entorno, automóviles que se persiguen, chocan y vuelcan cada dos por tres, calles tenebrosas y asimismo la prostitución latente, que una agente policial infiltrada en el hampa desarrolla para dar con el capo mafia, narcotraficante de lo peor, hombre sin escrúpulos que mata por placer y que se llama: ¡si señores acertaron!: Perón.
Como escribió al momento de su estreno, el crítico cinematográfico Marcelo Zapata, el espectador asiste a diálogos como estos: “¿Perón ha muerto?”, pregunta un policía. “No. ¡Perón está vivo!” responde otro. Y sigue la cosa entre Perón esto y Perón lo otro, logrando así que solo en la Argentina esta película, además de entretener y provocar suspenso, también haga reír”. Nunca se sabrá si el nombre del villano se debió a una casualidad o a una estrategia de esas a que es tan afecta la CIA para dirigir nuestras voluntades y clarificar nuestras mentes putrefactas de “cabecitas” y tercermundistas, pero por las dudas no se extrañen si dentro de poco sale algún otro film por el estilo, siendo el malo de turno un tal Hugo Chávez o Nicolás Maduro.
Y también hay un Peron (sin acento) yanqui; pero este es real; de carne y hueso. Fue el que en 1997 se postuló en la interna del Partido Republicano en California. Se llama Dennis Peron, se define como homosexual y es veterano de la guerra de Vietnam. Es uno de los fundadores del Cannabis Buyers Club, organización sita en la ciudad de San Francisco, que tiene como fin suministrar gratuitamente marihuana a los enfermos terminales de ese estado norteamericano que así lo soliciten. Como era de prever la Corte de aquella ciudad consideró la actividad del club como ilegal, pero Dennis no les dio bola y siguió adelante con su actividad solidaria. Dejó una frase peroniana para el recuerdo: “No me importa. Yo sabrán quien soy. Verán en mí un hombre nacido para la guerra”.
Que se tenga conocimiento hasta la fecha, la primera vez que Perón escribió un documento político con otro nombre fue en octubre de 1945. Luego de los acontecimientos políticos de ese año que lo llevaron a la destitución de todos sus cargos, el confinamiento en la isla de Martín García, el regreso al continente, su paso por el Hospital Militar Central y el rescate que el pueblo hizo de su persona, se vio obligado a relatar por escrito todo lo acontecido bajo el título Donde estuvo; el subtítulo por su parte, daba una referencia más explícita: El pueblo que el 17 de octubre preguntaba al Coronel Perón con gran insistencia ¿dónde estuvo? Tiene aquí una amplia respuesta.
Originariamente impreso en los Talleres de la Penitenciaría Nacional de la avenida Las Heras (luego hubo otras ediciones), no usó su nombre para la firma del mismo, sino que lo hizo como Bill de Caledonia, que no era otra cosa que el nombre y la raza de uno de sus perros favoritos. A nadie debe sorprender esta decisión de usar tal seudónimo, si se tiene en cuenta su gran amor por los perros, sean estos de raza o vagabundos, y que seguramente lo remitían a su infancia y a su juventud en el sureño campo argentino, en compañía de aquellos fieles cuadrúpedos como únicos compañeros de correrías.
Ya durante su gobierno, Perón nuevamente apeló a un seudónimo para hacer saber su punto de vista sobre diferentes asuntos coyunturales. Se trataba de una recopilación de 60 artículos escritos originariamente en el diario matutino “Democracia”, ahora agrupados con un nuevo título: Política y estrategia. (No ataco, critico). Salió en 1952 y fue editado por la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación.
Ahora Perón eligió firmar como Descartes. Él mismo explicó por qué. Cierta vez profundizando sus conocimientos, sorprendido, descubrió que el famoso filósofo y matemático francés firmaba durante el siglo XVII sus artículos, bajo el seudónimo Astrónomo Perón y se le ocurrió doscientos años más tarde devolverle la gentileza. Una segunda versión habla de que el sobrenombre que usó Descartes, solamente fue Perón a secas y una tercera opinión sobre este punto, y que me parece la más cercana a la realidad es la que da a conocer el compañero e historiador Fermín Chávez (1924-2006), cuando asevera que Descartes usaba para firmar sus escritos Fieur du Perron (feudatario de Perron). El mismo Descartes que en 1643, en comunicación dirigida al Consejo de la Ciudad de Utrecht, agregó a su patronímico, su calidad de Seigneur du Perron.
Jóvenes peronistas que lo frecuentaron en Madrid en 1964, comentaron que Perón era un estudioso de la obra de René Descartes (1596-1650) y que les confió, que le había recomendado a Ernesto Guevara la lectura del famoso Discurso del Método, esperanzado de que su lectura pudiera revertir la decisión del “Che” de combatir hasta la muerte. Es decir, buscar siempre establecer la duda, como método racional de análisis. El mismo seudónimo (Descartes) Perón lo usó “a posteriori” en su exilio para comunicarse vía carta con sus seguidores. Veremos luego que no sería el único.
Firmando como Descartes, precisamente, escribió un 31 de julio de 1952: “Muchos han despreciado el ingenio y el poder del pueblo, pero a largo plazo, han pagado caro su error. Los pueblos siguen la táctica del agua; las oligarquías, la de los diques que la contienen, encauzan y explotan. El agua aprisionada se agita, acumula caudal y presión, pugna por desbordar; si no lo consigue, trabaja lentamente sobre la fundación, minándola y buscando filtrarse por debajo; si puede, rodea. Si nada de esto logra, termina en el tiempo por romper el dique y lanzarse en torrente. Son los aluviones. Pero el agua pasa siempre; torrencial y tumultuosamente, cuando la compuerta se muestra impotente para regularla”.
Al respecto, durante la Resistencia Peronista, desde el ’55 en adelante, el pueblo hacía lo suyo en tal sentido.
Año 1957- Plena “Revolución Libertadora”. Cuenta Roberto “Tito” Cossa que trabajaba en una revista especializada en ciclismo que se llamaba “Ruedas”. Y que habían tenido problemas con una entrevista anterior donde el censor había quedado demudado. “El dueño de la revista decidió comprar un grabador Geloso y el problema se superó. El censor escuchaba el reportaje grabado y se quedaba tranquilo.
Supongo que tamaño control obedecía al peligro de qué a alguien, por aquellos tiempos se le ocurriera mencionar el nombre de Perón o Evita, terminantemente prohibidos. Pero la vida te da sorpresas.
En una de las pruebas de velocidad que se corrió un domingo en el velódromo estaba anotado un ignoto corredor sanjuanino apellidado Perón.
Fue la estrella de la carrera. Salió último, pero su nombre fue coreado con entusiasmo, todo el tiempo, por la tribuna. Estas cosas ocurrieron. Doy mi palabra”. (Página 12. 11-12-2014).
Desde un tiempo atrás (al menos desde marzo de ese mismo año, 1957), Perón comienza a hacer uso de un nuevo alias para sus directivas a las que firmará como Pecinco. “P” por Perón, “Pecinco” porque 5 (cinco) letras tenía su apellido. Siempre que usaba el mismo, su ayudante de órdenes, el mayor Pablo Vicente, que vivía con él en Caracas, agregaba al fin de la misiva “Es auténtica”. Otras veces las cartas no eran firmadas por su nombre y apellido, nombre de guerra, alias, ni por apócope alguno, sino por un conciso, seco y autoritario Comando Superior Peronista. Eso sí, su pensamiento seguía igual de intransigente.
“La resistencia necesita más perseverancia que violencia esporádica. En esto hay que tener cuidado, porque hay dos clases de equivocados; los que creen que todo debe arreglarse con un nuevo golpe de Estado, y los que piensan que el arreglo puede ser político. Los primeros abandonan la resistencia porque todo lo esperan de la nueva revolución, y los segundos son defensores de la pacificación, que es una utopía inconcebible en los actuales momentos. Equivocados o no, tales pajaritos de polenta, son los elementos derrotistas de la insurrección nacional, que es la única solución del problema popular argentino. Las soluciones de tipo golpista o pacifista son para los dirigentes, no para el pueblo; y nosotros no buscamos soluciones para nosotros, sino devolver al pueblo todo lo que estos canallas le han quitado”.
Los servicios de inteligencia argentinos y la CIA están detrás de los pasos de Perón. Y de sus dichos y actitudes. Cuando pueden, interceptan la correspondencia del Jefe exiliado que este envía a través de circunstanciales viajeros de confianza. Los gorilas intentan reducir su margen de acción y enterarse de sus planes. Perón actúa en consecuencia. Desde Caracas, 23-5-57, le envía una carta a “G2” (Juan R. Garone) sobre diversos aspectos de la problemática sindical latinoamericana (ATLAS, ORIT, CIOSL, etc.), aprovecha la misma para avisarle, que de ahora en más comienza a firmar como Gerente y que deja Pecinco de lado, por ser éste ya muy conocido por la dictadura militar argentina.
Tanto espionaje y control por las fuerzas represivas de nada les sirvió. Perón volvió a la patria por la resistencia obrera y la lucha de la juventud como primeros bastiones de la intransigencia popular contra el régimen de turno.
Hago mención de esos jóvenes que se desprendieron de cualquier tipo de egoísmo, que dieron todo: su futuro profesional, su seguridad económica, su propia vida, por un proyecto de liberación nacional y social para nuestra patria. Hago memoria. Busco en mis archivos. Encuentro. Entre tantos miles de secuestrados-desaparecidos también hay un Perón. Era un porteño del barrio de Boedo, compañero de la Juventud Peronista, que se llamaba Jorge Luis Perón. Se lo llevaron el día de la bandera, el 20 de junio de 1977, a la edad de 25 años. Era delegado gremial en la Caja Nacional de Ahorro Postal.
Finalizo el relato.
Perón en septiembre de 1973, fue por tercera vez presidente constitucional de los argentinos con 7.359.292 votos. (61,86%). El pueblo sabía que quería y como lograrlo. No le vendían así nomás gato por libre ni le hacían pasar león por perro.
Cuenta Perón: “Nunca he de olvidar una lección que aprendí cuando aún era muy niño. Discutía con una persona mayor sobre la veracidad de cierta afirmación por haberla leído en un diario. Esa persona tenía un perro que se llamaba León.
Mire mi amigo, me dijo. Y dirigiéndose al perro llamó: ¡León! ¡León! ¡León! y este vino.
¿Has visto? Le digo león y viene. Pero no es león es un perro.
Desde entonces cuando leo o me dicen algo, lo primero que hago es discernir por mí mismo si ello puede ser o no; no sea cosa que digan que es león y luego resulte perro”.
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